Por Ángel Hernández Sobrino del Libro “Los Reclusos mineros de Almadén. 1940-1944”
Nacido en Mar del Plata (Argentina), pero avecindado en Orzonaga (León). Soltero, sabe leer y escribir, y cuando comienza la guerra tiene 24 años.
En su expediente se indica que ha mostrado una pésima conducta político-social, que es un peligro extremista y afiliado a CNT, y un propagandista del comunismo y peligroso para el Movimiento Nacional. Al inicio del Alzamiento hizo guardias con escopeta, saqueó casa de gente de derechas y voló los puentes de carretera y ferrocarril entre Garrafe de Torio y Matallana. Después fue voluntario del Ejército rojo y se rindió en Campomanes (Asturias) el 28 de octubre de 1937.
Sentenciado por el Consejo de Guerra permanente de León a 30 años por el delito de adhesión a la rebelión, posteriormente le fue conmutada la pena a 15 años. Cruzo toda España de norte a sur para ingresar en la prisión provincial de Huelva, de donde fue enviado a la de Almadén el 13 de Noviembre de 1940, empezando a trabajar en el interior de la mina dieciocho días después. El 26 de agosto de 1941 sufre un grave accidente al intentar trocear una gran piedra de mineral para transportarla en una vagoneta ; al dar un golpe con la maza, una esquirla de roca le produce una herida punzante en el parpado inferior del ojo derecho con estallido del globo ocular.
El 18 de marzo de 1942 le dan el alta en el Real Hospital de Mineros, pero ha quedado tuerto de por vida ; cinco días después le conceden la libertad provisional sin destierro. Incapacitado para ejercer su profesión, empieza un calvario para conseguir una pensión de incapacidad permanente parcial del Instituto Nacional de Previsión. El problema surge cuando no puede presentar su partida de nacimiento, que hay que solicitar al cónsul español en Argentina.
Por fin, casi un año y medio después, empieza a cobrar una pensión mensual de 42,38 pesetas por lo que escribe al director de la prisión de Almadén, quejándose de que le habían prometido que sería de 18 a 20 duros.
La época de la posguerra civil coincide en Almadén con un período de auge de la actividad minera, pues el mercurio se ha convertido en estos años en un metal estratégico, deseado por todas las naciones contendien-tes en la segunda guerra mundial. Para conseguir la mayor cantidad posible de divisas, pues el mercurio se vente en dólares, se recurre a los reclusos mineros. Éstos se ven obligados a trabajar “como acto de sumisión y reparación”, según palabras del propio Patronato.
El libro trata de los cientos de presos políticos que el Patronato Central para la Redención de Penas por el Trabajo envió a cumplir sus condenas a las minas de Almadén entre 1940 y 1944 para aumentar la pro-ducción de mercurio. Sus duras condiciones de vida y trabajo son estudiadas a fondo, así como las dificul-tades de todo tipo que existieron en la posguerra. Los reclusos mineros de Almadén consiguieron con su esfuerzo ver reducidas sus condenas, a la vez que la empresa minera daba las mayores producciones de su historia (85.000 frascos de mercurio en 1941).