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Esta natural de Arcos de la Frontera (Cádiz), autodidacta e implicada en la lucha a través de sus hermanos y su compañero tuvo que acabar viviendo en el exilio por defender sus ideas
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Autor: Antonio Ortega Castillo
El exilio se fue. El drama de la guerra, la vagancia pirenaica, el cercado en Barcarès o Argelès-sur-Mer o la bienvenida nazi en Francia, sólo componían una conjunción de síntomas de una enfermedad crónica. Unos simples dolores de garganta en la historia del homínido. La historia de los refugiados políticos españoles, o apátridas, personas, con familia, con sueños de un mundo mejor, con la firme determinación de la defensa de valores como la igualdad llevada a su máxima expresión, sublevados de la miseria, sigue siendo eso, «una pequeña historia de las grandes». Así diría Yves Exilio Temblador Gutiérrez. Yves, hasta los catorce años, fue eso que los tratados internacionales y toda la invención burócrata nacionalista del diecinueve y del veinte llamarían «apátrida». Sus progenitores habían huido de Arcos de la Frontera (Cádiz) tras el golpe de Estado del 36 que provocaría la Guerra Civil española. Su padre, Manuel Temblador, es sobradamente conocido por quien se haya acercado tímidamente a la historia de lo que sucedió en el pueblo cuando nuestros abuelos eran niños y jóvenes. En cambio, de su madre, Ana Gutiérrez Gómez, poco se sabe. Anita nació el 17 de octubre de 1916 en Arcos de la Frontera, hija de Antonia Gómez Muñoz y Juan Gutiérrez Rosado. La tercera en orden de nacimiento, sus hermanos eran José, Antonio, Juan Manuel y Luisa.
La infancia de Anita Gutiérrez responde perfectamente a los cánones típicos de la sociedad del momento: nunca fue a la escuela, prontamente comenzó a realizar labores, a los diez años se encargó de cuidar a los hijos de un médico del pueblo así como su tiempo de ocio lo invertía en aprender costura. Sus hermanos mayores, José y Antonio, que en 1936 tenían veinticinco y veintidós años respectivamente, eran miembros activos de movimiento asociativo libertario que aglutinaba la Confederación Nacional del Trabajo en Arcos a través del sindicato Sociedad Fraternidad Obrera. La influencia de sus hermanos hizo que Ana se acercara al mundo sindical y en la manifestación pacífica de Primero de Mayo de 1936, que finalizó en Los Cabezuelos con un mitin en el que Manuel Temblador tomaría la palabra, la joven Gutiérrez enarboló la bandera de las Juventudes Libertarias.
Triunfado el golpe en Arcos y activada la cruenta represión, en los meses de julio y agosto los obreros sindicados se esconden en casas, cuevas y campos, o huyen hacia la serranía de Ronda. Mientras tanto, los fascistas emprenden una dura represión contra las madres, esposas, compañeras, hermanas o hijas de los sindicados. Ana y Luisa, señaladas por ser hermanas de los Gutiérrez y por haber participado en la manifestación de mayo, corrían el peligro de que fuesen represaliadas. Así, permanecen en la casa que tenían sus padres en la Junta de los Ríos hasta que en septiembre, a escondidas, su hermano Antonio contacta con ellas para que salgan del pueblo. Desde la zona de la Gallarda, junto al río Guadalete, los hermanos Gutiérrez y otros compañeros emprenden la huida -estos sucesos son descritos de primera mano por Manuel Temblador en sus memorias, Recuerdos de un libertario andaluz-. A partir de este momento, la suerte de Ana y Luisa, que llegan a Ronda, a Málaga y a otros lugares de la Andalucía oriental en calidad de refugiados, poco va a cambiar.
Entre otras vicisitudes, dejando atrás ciudades y campos andaluces arrasados por bombardeos, pasaron junto con una chica de Prado del Rey, Aurora Villalba, desde Málaga a Motril; y sería en este pueblo y con la intención de pasar un control militar cuando se disfrazaron de soldados poniéndose un capote, un gorro y tomando un fusil camino de Almería. De aquí a Murcia, Valencia, Lérida y Barcelona. Más tarde les tocaría cruzar la frontera pirenaica para llegar a Francia, donde fueron encerradas en un campo de concentración a orillas del mar mediterráneo, en Barcarès, hasta que, el compañero de Anita, Manuel Temblador, consigue hablar con su patrón, quien las reclama a las autoridades francesas. Finalmente dejan machar a Ana junto con Manuel a Sant Bonnes de Quarts, donde pasaría toda la Segunda Guerra Mundial trabajando de campesina a cambio de pan y techo.
Sería en este pueblecito francés donde se encontraría en varias ocasiones con las nazis. Uno de esos encuentros fue a comienzos del verano de 1944. El 25 de julio Ana había dado a luz a un niño, Yves Exilio, fruto de su relación con Temblador. En los días siguientes, las tropas alemanas en retirada pasaron por Sant Bonnes de Quarts con intenciones de quemar el pueblo. En esos momentos de indecisión y derrota, un soldado nazi entraba en la casa de la familia de Ana Gutiérrez y agarraba sutilmente al recién nacido ante la expectación y susto de sus padres. Afortunadamente, era el recuerdo añorado de un hijo del teniente lo que hizo que tomara al pequeño Yves en sus brazos.
Dos años y medio después, la familia cambia de residencia a Izeaux y, luego, a Grenoble, donde existía una colonia de arcense exiliados entre los que, además de los hermanos Gutiérrez, residía el recién salido del campo de concentración de Mauthausen, Gabriel Neira Espejo, y Bienvenido Manzano, entre otros. Ana pasaría el resto de su vida en el exilio. Pasarían años hasta que su madre pasara la frontera española y recalara en Francia junto a sus hijas Anita y Luisa, adonde deseó quedarse el resto de su vida para recuperar el tiempo que la guerra les robó. Anita, pasó sus años de madurez trabajando en fábricas y confecciones de zapatos, cuidando de su compañero, Manuel, que siempre acusó una enfermedad pulmonar. Cosa que no impidió que ambos siguieran militando y defendiendo los ideales libertarios, ofreciendo su hogar como refugio a huidos de la España franquista, o como centro de reunión de la sección comarcal cenetista durante cada domingo, además de asistiendo a los actos celebrados por la CNT en el exilio. No sería hasta 1976 cuando Ana y Manuel vuelvan a Arcos. Aunque, tras varias estancias en su Andalucía natal, nunca se readaptaron a la vida española y volvieron a Francia. En abril del pasado año rebasando los cien años fallecía su hermano Antonio, el 5 de mayo lo haría Anita en el pueblecito alpino que los acogió, Grenoble, en el mismo lugar en el que su centenaria hermana Luisa aún reside.
El destierro al que se vieron obligados por pensar diferente si querían conservar sus vidas, los vaivenes del contexto internacional, la firme determinación de la defensa la libertad y la igualdad, obligaron a Ana y Luisa a ser unas desarraigadas. Quizás, el problema fueron las fronteras, los nacionalismos, las patrias. En cualquier caso, un trocito de su sufrimiento al dejar atrás la luz de Arcos, quedó en el nombre de mi amigo, Yves, que con honor, acompaña la palabra «exilio».