Así, mientras una va caminando por la calle de La Paz, en el momento menos pensado, puede emerger sin previo aviso el pasado que nos sitúa, como en el rodaje de una película, en medio de un mitin republicano. En la esquina con la calle de Comedias estaba el famoso Café Ideal Room. Durante la guerra, diplomáticos, corresponsales, espías, escritores, brigadistas de todos los puntos cardinales se reunían en este local de baldosines ajedrezados y mesas de mármol. Bajo sus ventiladores de aspas, que hoy adornan una elegante tienda de lencería, se forjaron esperanzas y amistades para toda la vida, aunque también traiciones y desengaños, como en cualquier lugar donde la vida enseña las tripas.
Valencia era entonces una ciudad abierta que representaba para todos los refugiados que venían hambrientos del frente, un paraíso de abundancia con el escaparate de Barrachina siempre repleto de víveres. En el hotel Londres, donde se alojaban los corresponsales extranjeros, había paella los jueves. El Gobierno republicano se hallaba en el hotel Victoria, en la calle de las Barcas, y allí el recepcionista daba por teléfono el aviso de bombardeo a los huéspedes para que se dirigieran al refugio. No había carreras atropelladas por los pasillos, sino que se cedían el paso en el rellano de las escaleras mientras se oían a lo lejos los timbales de las cañoneras desde el mar. Todos eran viejos caballeros republicanos.
Vista desde ahora la República fue la verdadera isla del tesoro en nuestro mapa sentimental y en ella se produjo la primera experiencia democrática de nuestra historia, en la que las mujeres vieron reconocido su derecho al voto. Este año se celebra el 30º aniversario del movimiento feminista valenciano y la escritora
Cristina Escrivá
y la ilustradora
Pepa Úbeda
han querido recordarlo con un libro titulado
La Paz es nuestra
que contiene 30 microbiografías de mujeres antifascistas, todas ellas relacionadas con la calle de la Paz, como la de Concha Méndez Úbeda, que vivía en el n.º 17, precisamente encima del Ideal Room y que era asidua a las tertulias y compañera de andanzas de la generación del 27. Fue el propio Lorca quien le presentó al poeta Manuel Altolaguirre, con el que se casaría después de vivir un tormentoso romance con Luis Buñuel. Dramaturga, poeta, impresora, amante del cine, fue una mujer que vivió hasta el fondo de los huesos aquel apretado y excitante otoño de 1937, un tiempo que no debería extinguirse en la memoria.
Hoy la esperanza republicana, más que una ideología, es un sentimiento lleno de nombres propios, fotografías, calles, recuerdos que tejen el plano histórico de esta ciudad. Del 27 al 30 de noviembre la universidad celebra en el edificio de la Nau un Congreso sobre la capital de la República. Es la ocasión de regresar a las tertulias del Ideal Room con sus ventanales abiertos bajo los que pasaban los muchachos de las brigadas internacionales con las cazadoras de cuero, sus cigarrillos rubios y las canciones del mundo.
SUSANA FORTES /EL PAIS