Público/Blog Verdad, Justicia y Reparación/Pedro Bardera
Artículo de un miembro de La Comuna de Presos y Presas del Franquismo recordando las ausencias de hace 80 años
24 de diciembre. Nochebuena. La familia, la mía, se reúne en torno a una mesa. Lo cierto es que hace muchísimo tiempo que no pasábamos la Navidad todos juntos, pero hoy ha tocado.
Cuando la cena avanza y los platos se vacían, surge un pequeño recuerdo a mis abuelos, a sus padres. Esas sillas que, desde hace unos años, aparecen vacías en nuestro pensamiento. Su recuerdo, el de toda una generación, comienza a mantenerse únicamente en el interior de nuestros corazones.
Estas Navidades ha debido haber muchas cenas como la mía, y aunque en mi familia no salió a relucir el tema de la exhumación, si que me pregunto qué pensarían mis abuelos de todo esto. Y aunque de casi todos los temas puedo dibujar una respuesta, en este no. No sé qué habrían opinado mis abuelos de todo esto.
Mis abuelos maternos, que son de los que más recuerdo tengo, nunca hablaron del franquismo. A ellos la guerra les atrapó muy pequeños, pero todos y cada uno de los episodios posteriores los vivieron con la nitidez de una generación que nunca habló con sus nietos de aquello. Su silencio fue su manera de proteger a los que vinimos después, de sanar las heridas, de cubrir con un velo treinta y seis años de dolor. A ellos les arrebataron una parte de sí mismos. A mí, poder comprenderlos.
Parte de mi familia era de un pueblecito de Ávila, Pedro Bernardo. Un batiburrillo de casas en mitad de una ladera en plena Sierra de Gredos. Un lugar donde, hace no mucho, descubrí que había pasado mucho más de lo que me habían contado nunca.
Allí, en mi pueblo, en esas calles que tantas veces he caminado de la mano de mis abuelos, corrió la sangre. La Guerra Civil dejó una gran represión en un pequeño pueblo donde todos conocen a todos, donde el 21 de septiembre del 36 fue asesinada, junto a muchos otros, Faustina López González, la madre de María Martín, una de las protagonistas del documental “El Silencio de Otros”.
“Qué injustos somos los seres humanos” decía con su voz ronca María, ya fallecida. Qué injustos y faltos de memoria, digo yo.
En el año 2011, en una esquela del periódico local apareció un nombre: Donato García González. Cucharero de nacimiento (así se llama a los naturales de Pedro Bernardo). Donato fue el último maqui de la resistencia antifranquista en Ávila. Tras luchar hasta el año 47, y sin posibilidades de escapar, se entregó en el cuartel de su pueblo y fue trasladado a la cárcel de Carabanchel con tan solo veintidós años. Allí pasó doce largos años, hasta que pudo regresar a su pueblo y casarse con su novia de toda la vida. Allí murió, tras una larga vida, con una esquela en el periódico local.
Pero sin el homenaje de un país que continúa maltratando a aquellos que lucharon contra el franquismo.
Silencio.
El día 24 de diciembre en muchas familias faltaban personas, es ley de vida. Las mesas comienzan a tener sillas vacías porque una generación completa comienza a apagarse. Aquella a la que tantas y tantas veces hemos oído contar historias, pero nunca de esa época. Es esa generación a la que obligaron a guardar silencio, y a nosotros, a escucharlo.
Cuando comencé a indagar en todo esto, y a conocer a mujeres y hombres que lucharon durante la dictadura franquista, todas me daban las gracias por querer escucharles. Es sorprendente como las aulas y las salas no cuelgan el cartel de completo para prestar atención a todo lo que tienen que ofrecer estas personas, pero lo cierto es que sucede.
En este país llevamos décadas guardando en un cajón, bajo llave, todo lo que sucedió durante cuarenta largos y terribles años. Hasta bien entrado el instituto no escuchas una sola lección sobre la guerra civil y la dictadura, mientras que en países tan cercanos como Alemania, los niños realizan excursiones a campos de concentración. Menores rememorando la historia. ¿Te imaginas esto en nuestro país? Yo, por desgracia, soy incapaz de verlo ni siquiera cercano.
María Martín, Donato García y mis abuelos no murieron durante esos cuarenta años, pero muchos otros sí. A algunos les quitaron la vida, a otros, parte de ella. Todas y todos fueron víctimas de una época en la que la venganza y el dolor eran el pan que alimentaba un país entero. A ellos les arrebataron todo y, a nosotros, el porqué de sus silencios.
Lo cierto es que luchar por su memoria y por esas conversaciones que yo y tantos otros no pudimos tener con nuestros abuelos es algo por lo que merece la pena luchar.
Es hora de que les rindamos la justicia que merecen.
Va por vosotros abuelos, y por todas las personas que tuvieron que guardar silencio.