Salvador Seguí y el posibilismo libertario
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La Nueva Tribuna/Antonio Seoane

Un 10 de marzo de 1923 los matones del Sindicato Libre mataron a este gran anarcosindicalista.

https://www.nuevatribuna.es/articulo/cultura—ocio/salvador-segui-posibilismo-libertario/20220309092303196201.html

La obra y vida de Seguí podría resumirse en el impulso y difusión de la idea de que la cultura fuese la palanca de la libertad personal y el Sindicato la herramienta para conseguir las libertades colectivas.

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Mi paso por Barcelona en la época estudiantil, ciertamente me marcó para el resto de mi vida. Lo suficiente para descubrir los restos sociales, casi arqueológicos, de lo que fue a fines del XIX y primer tercio del XX. En mis íntimas reflexiones llegué a la conclusión de que Barcelona es una Ciudad que, a pesar de la represión franquista, nunca fue derrotada del todo porque la libertad seguía en sus calles y plazas, forma parte de su forma de ser y respirar. Es lo que llamo la Barcelona liberal, libertina y libertaria. Y ninguna de ellas era compatible con el franquismo. A fines de los 60 y primeros años de los 70, y a pesar de que la Dictadura franquista imponía el gris, reprimía la alegría y la falta de libertades lo impregnaba todo, quedaban rincones sin “limpiar” en los que el pasado se manifestaba sin pudor, un pasado que se resistía a desaparecer y se colaba por las rendijas. No es de sorprender porque la Dictadura siempre fue contemplada como algo ajeno y extraño que, en todo momento, generó rechazo y resistencia. Tantos como fueran posibles en cada momento. Algunos cuentan que el nacionalismo postdemocrático fue más efectivo que la Dictadura a la hora de acabar con esos restos imponiendo un neo ruralismo de rancio tradicionalismo frente al cosmopolitismo histórico de Barcelona. A ello se han referido desde Mario Vargas Llosa, a Jaume Sisa o Loquillo.

Pocos documentos hay que nos recuerden esos años. Lo más destacado quizás las novelas de Eduardo Mendoza. Cinematográficamente, tal vez “La Sombra de la Ley”, de Daniel de la Torre y Patxi Izkua, una magnífica recreación de la Barcelona de la época, aunque con evidentes concesiones burguesas como el tratamiento que da al personaje “Salvador” como si fuera una especie de santón religioso o la muerte de este personaje, inspirado por Seguí, a manos de un anarquista, lo que es una licencia literaria que acoge una falsedad histórica demostrada, en su día difundida por la patronal. No obstante, los méritos superan los defectos.

Esas tres Barcelonas son el fruto del desarrollo capitalista a partir de la industria esclavista que produce la primera acumulación de capital y la inversión de esos capitales en el textil de las máquinas a vapor. Al reclamo de la industria, de doquier llegan trabajadores empobrecidos por la ruina del campo en busca de empleos con condiciones de jornada, salario, etc.  no decentes, en la terminología actual. Es la Barcelona liberal de Sarriá y Pedralbes, la que construye las casas modernistas en el Ensanche… La Barcelona burguesa. En ella hemos de buscar los inicios de la Barcelona libertina. Aquella que aprovecha su proximidad a la frontera, su puerto y la I Guerra Mundial, para construir una “industria” de casinos, cabarets, meublés, droga, etc., a la sombra de los inmensos beneficios basados en la neutralidad española. La Barcelona del Barrio Chino, las bandas de gánsteres, pistoleros y matones. Y junto a ellas, la Barcelona libertaria creada por la clase obrera en torno a las organizaciones anarquistas, sindicales y de todo tipo. Una clase obrera analfabeta y liderada por autodidactas que ponen la instrucción y la creación de una cultura revolucionaria como objetivo primordial y hacen de los Sindicatos su instrumento de defensa y eje de esa nueva Sociedad que ya se vivía. A partir de tan pobre material y en medio de una represión brutal, florece por décadas una creciente cultura libre que constituye un fenómeno histórico único en clara reacción a esa Barcelona liberal y libertina de la que es su antinomia.

A punto de cumplirse el noventa y nueve aniversario (el 10 de marzo de este año) del asesinato de Salvador Seguí por los pistoleros de la patronal Foment del Treball (¿les suena?), es de agradecer el homenaje que desde las páginas virtuales de esta revista Pere J. Beneyto está haciendo a su memoria y al que me quiero sumar. Y habría que ver en qué forma conmemorar su muerte el próximo año, en que se cumplimenta el centenario. Cómo rescatarlo definitivamente del olvido. Porque Seguí representa lo que pudo ser y no fue. Lo mejor del Movimiento obrero, mientras duró.

La recuperación de Seguí es de justicia histórica porque se trata, sin duda, de uno de los grandes hombres de la Historia de España y yo diría que mundial. Es sin duda el sindicalista más relevante y uno de los pocos revolucionarios en el mundo con una visión clara de un proceso revolucionario.

La obra de Salvador, nombre que durante un siglo ha sido impuesto a los hijos de anarquistas en su homenaje, no está recogida por escrito ni en imágenes. Apenas una novela, sus artículos y algunas conferencias. Poco más. Su obra sin embargo está escrita en la historia, esa que se ha mutilado para esconder su ejemplo. Y que está vinculada a la construcción de un sindicalismo revolucionario y una cultura social, sencillamente impresionantes. Más teniendo en cuenta que murió a los 35 años y que buena parte de ellos los pasó en la cárcel o amenazado de muerte.

Es para empezar uno de los iniciadores de una corriente en que el anarquismo es la ética personal y el instrumento de lucha el sindicato. Son las primeras generaciones que rechazan la definición de “anarquistas” porque consideran que esta es una meta y un camino, pero nunca una situación de partida. Rechaza el simplismo de las versiones abreviadas del anarquismo y las etiquetas. De hecho, los grandes hombres de esta época comienzan a rechazar la definición de anarquistas e incluso la de anarco-sindicalistas, que son denominaciones creadas fuera de su ambiente. Se definen como simplemente “sindicalistas” sin más, aunque en su conciencia residiera el ideal que no sólo era social sino también personal, una suerte de camino en la liberación de la opresión del sistema político, económico e ideológico capitalista.

Es difícil definir a Salvador Seguí como un dirigente formal de la CNT y ello por el peculiar sistema de designación de los gestores de la organización que sustancialmente consistía en que los Congresos designaban una población y el Comité Local de ésta asumía la gestión de la central sindical. Por otra parte, con gran frecuencia fue efectivamente el Comité de Barcelona el designado y siempre que fue así, éste recurrió a sus líderes naturales Salvador Seguí y Ángel Pestaña, jovencísimos, como sus hombres de confianza. Es significativo como hasta 1930, el liderazgo moral se ejercitaba por duplas. La primera fue la expresada de Seguí-Pestaña y en ella Seguí asumía la posición posibilista. Pestaña actuaba como el vigilante de la pureza anarquista Curioso que, tras el asesinato de Salvador Seguí, la nueva dupla constituida por Pestaña y Peiró respetó ese mismo reparto de papeles asumiendo un Pestaña reconvertido, el posibilismo y Peiró el control ideológico, su pureza. Y así hasta 1930 en que el sistema construido por Seguí y los sindicalistas salta por los aires, en gran parte por las dinámicas históricas promovidas por los Gobiernos del Estado absolutamente reaccionarios y la represión policial y patronal, que acaban entregando el control de la CNT a la FAI.

Tanto Salvador Seguí como Ángel Pestaña como Joan Peiró, más tarde, fueron la representación del” posibilismo libertario”, que se inició con la necesidad de desplazar de la dirección de Solidaridad Obrera, antecedente de la CNT, y más tarde de esta, a los anarquistas insurreccionales, cuyas estrategias no pasaban de la propaganda por el hecho, de una dinámica cerrada de propaganda y violencia. Lo que García Oliver llamaría más tarde “gimnasia revolucionaria”. Esta, en realidad, es una influencia ajena al anarquismo e importada sobre todo por el anarquismo francés del agrarismo ruso y los movimientos sociales nihilistas. La dura batalla nunca se resolvió definitivamente, pero hasta 1930 y el Manifiesto de los Treintistas (1931), la corriente sindicalista prevaleció. En 1933 se produce la breve escisión de la CNT de la Federación Sindicalista Libertaria encabezada por Ángel Pestaña que aglutinó a los Sindicatos de oposición. Más tarde, en 1934, habría de sufrir el rechazo de los faístas que se acendraría cuando constituyera el Partido Sindicalista que pretendía recoger el voto cenetista a favor del Frente Popular en las difíciles coyunturas de la II República. Nada impidió, sin embargo, que destacados miembros de la FAI, radicales antipoliticistas, meses después aceptaran cargos ministeriales en el Gobierno de la República. A lo que, por cierto, se negó el “renegado” Ángel Pestaña, que moriría en el 1937 a causa de una neumonía contraída en Albacete, cuando intentaba poner orden en lo suministros militares al Ejército de la República. O a que algunos otros se decidieran por la intervención política (García Oliver fundaría el Partido anarquista y Horacio M. Prieto, el Partido Libertario).

el Partido Libertario).

El posibilismo libertario consistía sustancialmente en la adopción del sindicato como arma de combate revolucionaria

El posibilismo libertario consistía sustancialmente en la adopción del sindicato como arma de combate revolucionaria, desplazando al grupo o célula anarquista, al que se reservaban otras funciones, y significaba la adopción de una estrategia de organización de masas, de extensión del sindicato y fortalecimiento de la solidaridad interna. En esta línea son los “sindicalistas” quienes impulsan, difunden y finalmente llevan a la CNT a adoptar en 1918 la organización por Sindicatos de ramo o sector, lo que en los medios confederales se denominó “Sindicato único” porque integraba los diferente Sindicatos de Oficio, que hundían sus orígenes en la organización gremial. Este modelo fue adoptado en 1901 por la IWW en Estados Unidos para luchar contra el capitalismo fordista, y no es seguro que los sindicalistas españoles conocieran la experiencia. Por cierto, que la UGT no lo adoptaría hasta 1928. Este nuevo modelo de estructura, articula la solidaridad de todos los oficios intervinientes en un determinado sector o empresa y será la clave de la mayor victoria del sindicalismo español en la famosa Huelga General de La Canadiense, donde por primera vez en la Historia se conquistó la jornada de ocho horas, conocida como la jornada de los tres ochos (trabajo/ocio y vida social/sueño). La participación de Seguí fue clave en la declaración, la extensión de la huelga, pero también en la decisión de poner fin a la misma pese a la propuesta de los insurreccionalistas de continuar la huelga general con carácter de huelga revolucionaria. Pese a que hay historiadores que hablan de que el golpe de Primo de Rivera y la instauración de la Dictadura respondió al propósito de ocultar los negocios sucios de Alfonso XIII y las derrotas en la extraña guerra africana, creo firmemente que la Dictadura tuvo como principal objetivo acabar con la organización confederal que había demostrado su capacidad para doblegar a la burguesía y hasta al propio Gobierno del Estado. Buena prueba es cómo mientras Primo de Rivera pactaba con la UGT de Largo Caballero los Jurados Mixtos de Trabajo y la mantenía en la legalidad, la CNT fue perseguida a sangre y fuego y sus líderes pasaron en la cárcel buena parte de la Dictadura. A su salida, con el fin de ésta, pudieron comprobar como la organización se estructuraba en torno a la FAI creada a partir de los violentos grupos de autodefensa y los grupos anarquistas, que se habían mantenido y radicalizado en la clandestinidad, pero fuera de las cárceles, y que significa el retorno a las tesis insurreccionales, que habría de lamentar, entre otros, la propia República. La ruptura formal y prácticamente definitiva tuvo lugar por la discusión del destino de las cuotas extraordinarias cobradas por la CNT para modernizar la “Soli”, que por los sectores faístas se pretendían aplicar, y aplicaron finalmente, a la compra de armas. El debate ejemplifica perfectamente a las facciones en lucha.

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