Desde el mismo comienzo de la guerra civil, en julio de 1936, en muchos pueblos de la España republicana y en la gran mayoría de los del Alto Aragón, mujeres y hombres de manos endurecidas por el frío y el viento, personas que no conocían el descanso, sin apenas estudios pero con una gran valentía y entusiasmo por cambiar las cosas, optaron ante la inminencia de la siega por realizar el trabajo en común recogiendo las cosechas.
Colectivizaron la tierra, pusieron fin a la explotación del hombre por el hombre. Abolieron el dinero implantando el intercambio de productos, articularon un reparto igualitario según las necesidades de cada uno, atendieron cuestiones sociales que hasta entonces habían sido olvidadas durante siglos. Esta experiencia colectiva de solidaridad y apoyo mutuo se mantuvo hasta marzo del 38 en el que las tropas fascistas fueron tomando aquellos pueblos con la violencia de las armas, expulsando a sus habitantes hacia el exilio, la cárcel o el paredón. Una verdadera historia de outsiders sobre la que han vuelto, setenta años después, Manuel Gómez y Marco Potyomkin para contarla y dar forma con ella a un documental impecable y clarificador de lo que fueron y significaron las colectividades.
 Producciones Potyomkin.
 
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 Más información:
 
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  Romance del 19 de julio
 
    La vida separó en seco
   
    fué en el tiempo de la siega-;
   
    la canción del labio mozo
   
    se trocó en dura blasfemia
   
    y la hoz dejó en el surco
   
    una interrogante abierta.
   
    La vida se paró en seco
   
    en la ciudad y en la aldea;
   
    se enfrió el horno del pan
   
    y sobre el trigo la muela
   
    se inmovilizó de pronto
   
    sin acabar la tarea.
   
    ¡Descansó el macho en el yunque
   
    con un apagón de estrellas!
   
    ¡La vida se paró en seco
   
    cuajada en gritos de alerta!
   
    Aulló el hambre; despertó
   
    la legión de la miseria,
   
    husmeó al aire cargado
   
    de electrizadas centellas
   
    y un puño gigante en alto
   
    contó minutos de espera.
   
    De Este e Oeste y desde el Norte
   
    al Mediodía de Iberia
   
    corrió el “alerta” del paria
   
    al acecho de sorpresas.
   
    ¡Cuidad los hombres del llano!
   
    Los de la montaña, ¡alerta!,
   
    los que en la huerta se afanan,
   
    los que junio el agua sueñan.
   
    ¡Aquí los descamisados
   
    firme el puño en la herramienta,
   
    que herrumbre de viejos hierros
   
    nos amaga las muñecas!
   
    ¡La vida, toda, tembló
   
    de temerosa impaciencia!
   
    ¡Júbilo de los esclavos!
   
    Las noches eran espléndidas;
   
    iluminadas de rojo
   
    sonoras de voces. Eran
   
    como esa canción sin nombre
   
    que el viento arranca a la selva sacudiendo hasta la entraña
   
    del árbol bajo la tierra.
   
    Eran crepitar de llamas
   
    despeño de torrenteras
   
    silbidos entre relámpagos,
   
    muerte y vida en recia mezcla.
   
    Y en medio del torbellino
   
    boca pegada a la tierra
   
    va un suspiro.. -Hermano, oye…¬
   
    (Están en sombra y se aprietan
   
    las manos tímidamente
   
    sin que ayer se conocieran).
   
    Mi madre quedó llorando,
   
    cuando me marché, de pena,
   
    creída en el desamparo
   
    si mi muerte acaeciera.
   
    (Júbilo de los esclavos,
   
    júbilo! La bocanegra
   
    del fusil crea en la noche
   
    una ráfaga de estrellas).
   
    Y la voz… -Lleva a mí madre,
   
    si yo caigo, esta certeza:
   
    que aquí dejo mil hermanos
   
    valientes que la defiendan,
   
    hijos de su misma entraña
   
    aun cuando no los pariera.
   
    ¡Júbilo de los esclavos! En julio rojo la tierra
   
    como un vientre estremecido
   
    recibió la siembra nueva.
   
   Lucía Sánchez Saornil
  
  (
 
   Mujeres Libres
  
  , n° 11, dic. 1937, Barcelona)
 
															

