Fallecido el pasado 7 de julio no tuvimos espacio en la página de memoria del Rojo y Negro del mes de Julio y Agosto de 2021 para recoger varios de los obituarios que nos hicieron llegar. Ahora los agrupamos y queremos honrar su recuerdo
En memoria de Enric Mèlich, un obituario singular.
(Tomás Ibáñez)
Una de las mejores maneras de acercarse a la vida del gran compañero que fue y sigue siendo Enric Mèlich consiste en acudir a la autobiografía que, con ayuda de su nieto Romain Mèlich publicó siete años antes de que la muerte se lo llevase en este mes de julio de 2021. Las páginas de esa autobiografía titulada “A cada cual su exilio (1) nos proporcionan valiosas informaciones, pero lo que las hace insustituibles es que palpitan en ellas las vivencias del compañero como si en lugar de escribir nos estuviese hablando con la voz dulce y pausada que le caracterizaba.
Complementando la útil exposición de datos que suelen ofrecer los obituarios me ha parecido que otro tipo de obituario, menos convencional y mas narrativo, podía ayudarnos a hacer presente el compañero desaparecido, y por eso reproduzco aquí algunas de las cosas que escribía acerca de Mèlich en el prologo que me pidió para su autobiografía.
“… Para Mèlich el paso de los Pirineos no supuso el final de una historia y el inicio de otra, sino que dibujó con un trazo firme los hilos de una continuidad. Una continuidad que no estaba determinada de antemano, que no estaba ya escrita en el orden de las cosas, sino que fue consciente y voluntariosamente trazada: empujado hacia el exilio por los pasos de los “combatientes de la libertad”, pronto se transformaría él mismo en un “combatiente del exilio”.
El titulo del libro, insisto, nos proporciona con sutileza la clave de la historia de vida relatada en sus páginas: el exilio, sí, pero un exilio que cada cual construye a su manera y que puede, o bien dejar dormir en paz los vencedores, o bien recordarles tozudamente que su victoria ni es total ni es definitiva.
Por supuesto, Mèlich no fue el único en no conformarse pasivamente con la condición de exilado, más allá de su historia personal su testimonio nos permite vislumbrar la intensa actividad desplegada por el exilio libertario español. Ese testimonio se fraguó en condiciones privilegiadas porque cuando el autor se instaló en Toulouse a principios de los años cincuenta, la ciudad era, por así decirlo, la capital del exilio libertario español.
En un ambiente que la proximidad de las intensas esperanzas compartidas, y de los duros sufrimientos padecidos, tornaba cálidamente fraterno, y donde el apoyo mutuo nunca solía faltar, las evocaciones de la reciente y sorprendente revolución española nutrían profusamente las conversaciones. Charlas, conferencias, mítines, obras de teatro, fiestas, campamentos de verano, reuniones militantes, publicación de libros, revistas, folletos y periódicos, formaban el denso tejido de unas actividades que se esforzaban por mantener movilizada y unida una comunidad que aun soñaba con un inminente regreso al país.
Fue en ese ambiente donde apareció Herminia y se convirtió en la admirable compañera de toda una vida. […]
Sin duda, al igual que muchos de los exilados españoles, Mèlich es un amante de la libertad, pero es, también, un amante apasionado de los libros y de la lectura. Por cierto, unas características que suelen ir unidas porque ambos amores se entrelazan con bastante frecuencia. La lectura es una manera de sentirse libre, y la libertad a menudo se nutre de lecturas. […]
… a la par que procuraba aprender el francés, Mèlich devoró durante su adolescencia miles de folios, transitando desde Fenelon a Blasco Ibáñez, desde Han Ryner a Upton Sinclair, desde Henry David Thoreau a Eliseo Reclus, o desde Georges Sand a Arthur Koestler, por mencionar tan solo algunos de los autores que lo cautivaron.
Salpicando sus recuerdos con referencias literarias, Mèlich nos arrastra a un interesante recorrido a través de la literatura, un recorrido que no solo nos ilustra sobre sus propios gustos literarios, sino que nos informa del tipo de lecturas que circulaban por una parte del exilio libertario español en los años cincuenta y sesenta. Ese gusto tan pronunciado por la lectura explica que cuando Mèlich asume en los años cincuenta responsabilidades en la Comisión de Relaciones de la FIJL (Federación Ibérica de las Juventudes Libertarias) es, por supuesto, la secretaría de “Cultura y propaganda” la que obtiene sus favores. Es esa misma pasión por la lectura la que le llevó a trabajar preferentemente en el sector de los libros, ya sea despachando en librerías, o como representante de editoriales, o, incluso, montando su propia librería militante en el Perpiñán de los años setenta (una librería que, por cierto, sufrió un atentado franquista).[…]
… sin embargo, ni la “apropiación” del exilio para hacer de él “su” exilio, ni el amor por los libros bastan para dar cuenta del autor de esta obra. Es preciso hablar, además, de valentía y de compromiso. En efecto, era necesaria una buena dosis de valentía para que un chaval de 16 o 17 años se atreviese a ayudar a los fugitivos que huían de la Francia de Vichy, o para incorporarse un poco más tarde al maquis bajo el seudónimo de “Robert Sans”, o para adentrarse después en España con un comando armado que fue tiroteado por las fuerzas franquistas. También se requería cierta valentía para comprometerse en la lucha antifranquista en los años sesenta cuando el DI (“Defensa Interior”) y la FIJL emprendieron un hostigamiento directo de la dictadura, o para cruzar repetidamente la frontera española en los años setenta afín de facilitar el paso de compañeros que escapaban de la represión.
Mèlich manifestó esa valentía, pero también se caracterizó por su discreción, practicando como nadie “el arte de no alardear”. Se trataba de estar en el lugar adecuado y en el momento propicio, pero sin pregonarlo a los cuatro vientos y permaneciendo discretamente en la sombra.
Acabo de mencionar las idas y venidas a través de la frontera española para “pasar” compañeros perseguidos, sin embargo, en los últimos años del franquismo y en los primeros de la transición, el paso de los puestos fronterizos cumplía también otras finalidades. En efecto, el movimiento libertario español, diezmado por la represión, intentaba volver a recomponerse una vez más y cualquier ayuda era bienvenida. El pequeño grupo libertario de Perpiñán en el que militaba Mèlich desde que había abandonado Toulouse para vivir en el Rosellón, nunca escatimó su ayuda. Esta consistió básicamente en la edición y el paso clandestino de folletos de propaganda anarcosindicalista para los jóvenes libertarios de Catalunya que habían empuñado nuevamente la antorcha de las ideas libertarias.
Posteriormente, tras la muerte de Franco y el extraordinario resurgir de la CNT, la ayuda y la colaboración del grupo de Perpiñán para ayudar a ese resurgir fueron totales. Hay que precisar que la ayuda que provenía de Perpiñán era absolutamente incondicional y que solo pretendía atender, en la medida de sus escasos recursos, las necesidades de los compañeros allende los Pirineos sin influenciar sus opciones militantes ni sus posturas ideológicas mientras estás se mantuviesen dentro del amplio abanico del anarcosindicalismo.
Lamentablemente, por circunstancias que no vienen al caso, el ímpetu con el que había resurgido la CNT no tardó en extinguirse, y la fiebre militante de los años setenta dejó sitio al simple militantismo, siempre necesario, pero mucho más gris, de los periodos de calma. El final del franquismo aun tardaría bastantes años en acontecer, pero la instauración de un nuevo régimen en España marcó por fin, oficialmente, el final del exilio.
Ese final llegaba demasiado tarde para muchos de quienes habían alimentado la esperanza de regresar a su tierra en cuanto hubiese desaparecido la dictadura. Habían pasado treinta y seis años desde el éxodo multitudinario hacia Francia y muchos de los que entonces aun estaban en plena juventud, no solo habían visto crecer sus hijos en suelo francés sino también a sus nietos. El exilio había finalizado, pero sus consecuencias no podían ser eludidas, la generación que tuvo que salir de España al final de la guerra había hundido sus raíces demasiado profundamente en suelo francés para que, salvo excepciones, se pudiese pensar en un nuevo desarraigo.
Sin embargo, la continuidad a la que antes me refería entre la respuesta popular de 1936, el paso de los Pirineos en 1939, y las actividades en el exilio no se quebró con la muerte de Franco. La memoria colectiva tiene tal potencia, aunque parezca difuminarse por momentos, que son ahora los nietos y las nietas de quienes no pudieron emprender el camino del exilio los que reencuentran y asumen los valores de los vencidos del 39 y claman la denuncia de la barbarie franquista.
Sin duda alguna, la manera en la que compañeros como Enric Mèlich supieron construir “su” exilio no es ajena a la negativa de una parte de la actual juventud española a aceptar una versión de la historia que los poderes, tanto los totalitarios de ayer como los seudo democráticos de hoy, han tergiversado cuidadosamente para intentar exorcizar los vientos de la revuelta.
Tomás Ibáñez
(1) Mèlich, E. “A cada cual su exilio”. Virus, Barcelona,2016. ( traducción de la edición francesa publicada en 2014)
IN MEMORIAM ENRIC MÈLICH
(Rafa Maestre)
Enric Mèlich Gutiérrez (Esplugues de Llobregat, Barcelona 25 de febrero de 1925 / Ponteilla, Francia 7 de julio de 2021)
Lo conocimos en 199IN MEMORIAM ENRIC MÈLICH5, junto a su compañera Herminia, en uno de los encuentros que con periodicidad anual, se celebraban en verano en Montady (Francia), en el jardín de la casa de Sara Berenguer y Jesús Guillén, donde se reunían representantes de la militancia de las Agrupaciones Confederales en el Exilio. Y nos impresionaron por su conversación, su bondad y discreción.
Con 14 años, Mèlich inicia, junto a sus padres, el duro camino del exilio francés de 1939. Tuvo que hacer de todo para sobrevivir, leñador, podador, lavaplatos, estibador, albañil, zapatero, pintor, vendedor de comercio, librero, editor,…
De formación autodidacta, hay que destacar su amor por la cultura y cómo cultivó su afición a la lectura, que llegó a convertirla en su profesión, abriendo en Perpignan, en los años 1970, la Librería Española. Consiguió ser el representante exclusivo de Ruedo Ibérico en el Sudeste de Francia y empezó a introducir en Cataluña, por diversos medios, libros prohibidos por el régimen de Franco.
Ferviente pacifista se vio obligado a combatir el fascismo, en la guerrilla y en las fuerzas de Francotiradores y Partisanos Franceses (FTPF). Confesaba que el alegato antibelicista ¡Abajo las armas!, de la baronesa Suttner, influyó en su manera de ser.
Como pasador por los Pirineos, se dedicaba a introducir propaganda antifranquista y a sacar fugitivos de España o a facilitar la entrada a quienes iban con alguna misión que cumplir. Siempre llevaba un libro consigo y leía incluso en plena naturaleza.
Hombre de acción, afiliado a la CNT, a las Juventudes Libertarias y a la Federación Anarquista Ibérica, también era esperantista, perteneció a Defensa Interior y formó parte del Movimiento Popular de Resistencia (MPR). Nombrado secretario de cultura y propaganda de la FIJL, colaboraba como articulista de la revista Nueva Senda. Instaló una imprenta clandestina que editaba la revista Anarcosindicalista y los Cuadernos de Acción Anarcosindicalista, además de otras publicaciones, los beneficios de las cuales estaban destinadas a ayudar a los presos políticos. También contribuyó a la reconstrucción de la CNT en Cataluña.
Si tuviéramos que destacar dos rasgos de su agitada vida diríamos que, su amor a los libros y la libertad, jugándose la vida en la guerrilla y pasando clandestinamente a fugitivos por la frontera o por las montañas.
Pese a la ceguera que le acompañó los últimos años de subida, nunca abandonó la lectura, porque semanalmente lo visitaban compañeros y compañeras que le leían en voz alta los libros que elegía (tenía un lector de español, otro de catalán y otro de lengua francesa).
Henri Mèlich con la ayuda de Christophe Castellano publicaron en octubre de 2020 en la editorial Spartacus, “Guérilleros, Francia 1944. Une contre-enquête”. Mantenía una relación fraterna con los compañeros de la Fundación Salvador Seguí.
Recomendamos la lectura de su autobiografía “A cada cual su exilio. Itinerario de un militante libertario español”, publicada por Virus el año 2016.
http://www.viruseditorial.net/paginas/pdf.php?pdf=a-cada-cual-su-exilio.pdf
Y la entrevista concedida a la CGT de Catalunya el 24 de julio de 2012 (publicada en el número 141 de la revista Catalunya)
https://www.facebook.com/cgtcatalunya/posts/414281375284403/
Un abrazo fraterno a sus hijos Ariel y Alain y también a su nieto Romain.
Que la tierra le sea leve.
Rafa Maestre
Fundación Salvador Seguí
Y una entrevista publicada en El Resguardo
Memoria Viva: Enric Mèlich
Tengo 93 años. Nací en Esplugues de Llobregat y vivo en Pontellà (Francia). Soy viudo, tengo dos hijos y tres nietos. He sido editor y librero en Toulouse y en Perpinyà. Soy libertario, un anarquista razonable. No creo en Dios, tampoco en banderas. Me exilié en Francia, colaboré con la resistencia francesa y con el maquis español y fui un activista en las Juventudes Libertarias.
”sigo siendo enemigo de la extrema derecha”
Anarquista.
Libertario, un anarquista razonable (Ríe).
¿Qué recuerda de la Guerra de España?
Vivíamos en Sant Joan Despí, de donde eran mis padres. La CNT controlaba el pueblo y tenían una reunión para decidir qué hacer con las tierras, si colectivizarlas o repartirlas. Yo fui con mi padre a esa reunión, tenía unos diez años. Él defendió la colectivización. Mi padre era comercial, podría haber hecho dinero durante la guerra pero dejó el negocio para trabajar la tierra colectivizada. Eso me impresionó. Siempre he admirado mucho a mi padre, aunque le hice sufrir mucho después…
Cuando fue maqui.
Oui. Cuando llegué a Francia los niños se reían de mi por mi francés, tenía sólo trece años. Y con dieciocho años me alisté en los maquis, cuando los nazis ocuparon el sur de Francia.
¿Qué anécdotas tiene de la resistencia francesa?
Una vez hicimos descarrilar un tren en Quillan. El tren estaba lleno de comida e iba para Carcasona, donde había una compañía alemana. La compañía no se pudo abastecer y acabaron marchándose.
¡Sorprendente!
También saboteamos diques, emboscadas contra los nazis…
¡Madre mía! Tengo entendido que en el maquis no era conocido por Enric Mèlich.
En el maquis no dábamos nombres reales. Yo me llamé Robert Sanz, como Ricardo Sanz que estuvo al mando de la Columna Durruti durante la Guerra de España.
¿Su actividad en Francia se centró en el departamento del Aude?
Oui. Narbona, Carcasona, Quillan, Cucugnan… Nosotros participamos en la liberación de este departamento.
Debió ser una alegría inmensa.
Uno de los momentos más felices de mi vida. En el norte quedó un reducto de alemanes, pero se rindieron al ver que éramos más.
¿Y después?
Después nos llevaron por Besançon, Alsacia y finalmente cruzamos el Rin y llegamos a Alemania. Allí no hicimos nada, todos los alemanes se rendían sin ningún tiro, estaban ya acabados.
¿Cómo entró en el maquis español?
Hubo un mitin de españoles que querían liberar España en Narbona. Veníamos de la resistencia francesa con escopetas en la espalda y nos recibieron con aplausos. Al día siguiente, con fusiles, nos fuimos a un campamento de guerrilleros españoles en Camurac, también en el departamento del Aude. Y allí me encontré a Ramón Mialet.
¿Quién era?
Era un compañero de Vic que yo admiraba mucho porqué me traía libros de Upton Sinclair. No sé cómo lo hacía.
¡Caramba!
Aún los tengo.
¡Tienen más de setenta años!
¡Oui! En el campamento nos pedían a qué partido pertenecíamos en España. Yo tenía trece años cuando llegué a Francia y puse que mi padre era de la CNT. Y yo vi como ponían ”padre de la CNT”. Esto lo hacían para dar cargos de confianza. No empezó bien la relación con los comunistas españoles, mandaban los estalinistas. Allí estuve cuatro o cinco días y hasta vino mi padre a verme. Hablando con Mialet vimos a un hombre y una mujer encerrados. Me dijo que eran agentes de Franco, o al menos eso decían. La mirada de aquel hombre me marcó mucho.
¿No había buena relación con los comunistas?
No. Bon, con los comunistas franceses sí, pero con los españoles no. Había mucha ignorancia y seguían mucho a Stalin. El comandante José Abad, que era aragonés, me escogió para una misión porqué era un catalino. Noté cierta diferencia cuando trataban con catalanes. A mi me dio un grado que no era militar: asesor del comandante. Esto era porqué yo no era comunista, deduzco yo vaya.
¿Recuerda alguna acción en especial?
Salimos del campamento sin decir nada a nadie. Y salimos para España. Éramos veinticinco y después el comandante Mateo tenía que venir con un grupo más grande. Íbamos equipados con metralletas Sten, pero sólo yo tenía el cargador. Era todo muy precario. Y llegamos a Vallcebollera, cerca de Puigcerdà, en la banda francesa. Desde una casa antigua cogimos un camino y fuimos hacia España. Un tipo nos enseñó el camino, un hombre muy feo, que más adelante se encargó de matar a los que no seguían las órdenes del partido.
¡Menudo personaje!
Subimos un pequeño monte y nos dijo que ya estábamos en territorio español. Y bajamos silenciosamente hacia una carretera. Nos encontramos con unos que buscaban setas y se asustaron.
Normal.
Claro, más de veinte tíos armados asustan. Esto era en el año 1944. Estuvimos esperando unos días el grupo más importante que tenía que venir. Unos pocos fueron a buscar comida a las masías, a ver si nos podían hacer patatas o algo. Uno de ellos se torció el pie y se le hinchó. No continuaron claro. No teníamos ni botiquín ni nada. Y de repente oímos un tiroteo en el otro lado del monte.
¿Un tiroteo?
Vimos a un grupo de gente que corría con una bandera republicana delante y cuatro guardias civiles que iban detrás que los perseguían. El grupo se unió a nosotros cuando vimos que se había calmado la cosa, pero los guardias civiles habían pedido refuerzos.
¿Y qué pasó?
Llegó el comandante Mateo. Pero habían dejado atrás al médico y me enviaron a mi y a otro chico a buscarlo. Llegando al río escuchamos a alguien hablar en castellano y yo sabía que no podía ser nadie del lugar. El otro pensó en pedir ayuda, pero le dije que la gente de aquí habla catalán, no castellano. Sólo podían ser guardias civiles. Eran dos. Le dije que se pusiera detrás de una roca y que yo me pondría en la del otro lado, así haríamos fuego cruzado y los podríamos liquidar bien.
¿Y los liquidaron?
No, porqué vi que venían más guardias civiles. Cuando me giré para decirle al chico que nos retirábamos ya no estaba. Y a cuatro patas subí el monte otra vez. Cuando llegué al campamento no me dio tiempo a decir que subían guardias civiles, porqué el comandante iba gritando que subían por el otro lado. Y otro decía, por aquí también, y por aquí.
¡Estaban rodeados!
Enric Mèlich en el departamento del Aude (1944)
Estábamos rodeados. Empezamos a disparar. El comandante Mateo y otros capitanes desaparecieron, no los volvimos a ver nunca jamás. Oías tiros de un lado, disparaban desde un lado y aflojaban del otro. Aquello era un desbarajuste. Yo disparaba hacia donde venían los tiros, pero no apuntaba, quería que no avanzaran. Además el terreno no ayudaba. Por los montes las balas se iban hacia arriba y hacia baja. Estuvimos jugando al gato y al ratón un par de horas o tres.
¿Y qué hicieron?
De repente aparecieron dos personas, José Abad y otro. Nos dijeron que no disparásemos más y nos pudimos escapar de allí. Y volvimos a Francia por un camino más seguro. No había ni preparación ni organización, no sé como no tuvimos bajas.
¡Increíble historia! ¿Tuvo problemas cuando dejó el maquis?
Oui. Nos escapamos, porqué aquellos oficiales eran unos autoritarios y el objetivo nuestro no se estaba consiguiendo. Menos mal que nos fuimos, porqué más tarde mataron a muchos del grupo que pensaban como nosotros.
Y volvió a Francia
Oui. Me uní a la Juventudes Libertarias e hice de librero en Toulouse. Después abrí la Librería Española de Perpinyà que sufrió un atentado del Comando Cristo Rey en 1976. También intentamos secuestrar al cónsul español, pero pensé que era inútil, ya que iban a fusilar igualmente a nuestros compañeros en España.
También pasó a gente ¿verdad?
Pasé a los que escondieron a Wilson y Txiki, los que atentaron contra Carrero Blanco. Con mi coche tuve que pasarlos por La Tor de Querol. No me descubrió la gendarmería de milagro.
¡Qué suerte!
Esto fue en 1975. Duró bastante, lo hicimos muchas veces.
¿Cómo ve la política actual en Francia y en España?
En Francia da miedo el Front National de Le Pen. Nosotros éramos los enemigos de la extrema derecha y cuando la liberación pensamos que había dejado de existir y ya se ve que no. Yo sigo siendo enemigo de la extrema derecha. Aunque por suerte la gente aquí en Francia se mueve, mira los gilets jaunes, los chalecos amarillos. Y en España, yo lo de la independencia de Catalunya no lo veo. Yo no creo en banderas y no me gustan las fronteras, pero comprendo que desde Madrid no se han hecho bien las cosas.
Tren descarrilado por el grupo de Enric Mèlich (1944)