FECHA

Rafel Cid. Paracuellos y la CNT
¿Tuvo responsabilidad la CNT en la matanza de Paracuellos ? No, si nos atenemos a los hechos probados. Hechos contundentes relatados por la historiografía más solvente. Lo sostienen testimonios de primera mano de personas que reivindicaron la altruista actitud del faista Melchor Rodríguez, a la sazón director general de prisiones en el ministerio de Justicia dirigido por García Oliver. Son innumerables los relatos de gentes de la derecha, incluso fascistas de alta alcurnia, que reconocieron públicamente al ex novillero Rodríguez como el dirigente de la CNT que les salvo la vida acabar resueltamente con las terribles “sacas” o “paseos”. “Sacas” y “paseos” realizados clandestinamente por sectores estalinistas empotrados en la consejería de Orden Público de la Junta de Defensa, el organismo creado por Largo Caballero para defender Madrid mientras el grueso del Gabinete se ponía a mejor recaudo en Valencia.

Es más, son igualmente numerosos los testigos de cargo que aseguran que el máximo responsable de las cárceles republicanas en esa coyuntura, con las tropas franquistas a punto de romper las trincheras de la Ciudad Universitaria, se enfrentó a la turba enfurecida que clamaba venganza contra los presos fascistas por los criminales bombardeos de su aviación sobre la población civil. Esas crónicas, de parte del adversario político, hablan de un Melchor Rodríguez impidiendo pistola en mano que la avalancha humana se cebara sobre los indefensos reclusos.

Hasta aquí los hechos probados. Pero ahora vienen los contrafácticos. O sea, lo que pudo ser si se interpreta en dirección de la corriente preestablecida un documento encontrado recientemente en los archivos de la CNT. Y eso precisamente es lo que sugiere Jorge Martínez Reverte, el autor del hallazgo, en un artículo publicado en el diario El País el pasado domingo 5 de noviembre bajo el título “Paracuellos, 7 de noviembre de 1936”. Porque aunque dicho texto incluía como subtítulo que “Agentes de Stalín indujeron la matanza de presos sacados de las cárceles de Madrid”, la verdadera aportación histórica al caso es la exégesis de un acta del Comité Nacional cenetista donde el anarquista Amor Nuño, responsable de Industria de Guerra en la Junta de Defensa, cita un acuerdo con los comunistas de la de Orden Público para proceder a la “ejecución inmediata, cubriendo la responsabilidad de los presos fascistas y elementos peligrosos”.

Eso es lo que sostiene, con soporte documental, el historiador Martínez Reverte, un escritor y periodista metido a cronista de la guerra civil que siempre se ha caracterizado por el rigor y la profesionalidad de sus trabajos, del que personalmente tengo la mejor opinión. ¿Comunistas y anarquistas juntos como matarifes y no a la greña comme il faut ? Ciertamente suena muy fuerte y contradice toda una trayectoria de teoría y práctica de la CNT y el Movimiento Libertario. Porque como recordaba precisamente la víspera en ese mismo periódico el historiador Julián Casanova (“Anarquistas en el Gobierno de la República”, El País, 4 de noviembre), fue “un anarquista de acción como García Oliver quien consolidará los tribunales populares o creará los campos de trabajo, en vez del tiro en la nuca para los presos fascistas”. Por no hablar de la proverbial aversión de los libertarios a la “pena capital”, hasta para sus peores enemigos, como quedará metaforizado en la elección de un sacerdote, Jesús Arnal, como secretario personal de Buenaventura Durrutí en el frente de Aragón cuando el legendario anarquista comprendió que su “adopción” era la mejor manera de proteger al religioso.

Lo que ocurre es que el artículo de referencia evita la gesta de Melchor Rodríguez y no habla de la actividad humanitaria de García Oliver al frente de la cartera de Justicia y, en ese des-contexto, cobra fuerza implicatoria la atribución del acta de la CNT/Amor Nuño dixit. Es el vértigo del fetichismo documental frente a los hechos constantes y sonantes. Que puede dar vida y sentido a actos inanimados, referidos o pensados, recreando una realidad virtual o contrafáctica, una realidad capaz de suplantar la verdad histórica. Aquí también, como en la caricatura, a veces tiran más dos tetas que dos carretas. Sobre todo, y este es el gran pero que cabría hacer al trabajo de Martínez Reverte, si al final del mismo documento del Comité Nacional de 8 de noviembre de 1936, que oficializa la macabra amalgama contra natura entre comunistas y ácratas, aparece la expresa autorización de todos los presentes para que “el compañero Melchor Rodríguez” acepte el cargo de Director de Prisiones (Jorge Martínez Reverte, La batalla de Madrid, 2005, p.581). ¿Cómo entender, pues, que se planifique fríamente una matanza de presos de esa envergadura desde el órgano que al mismo tiempo trabaja para acabar legalmente con sacas y paseos en cuanto el ministerio de Justicia consiga arrebatar las prisiones de Madrid a la consejería de Orden Público dirigida por Santiago Carrillo ?

Lo tortuoso de la matanza del 6 y 7 de noviembre de 1936 es que parece un enigma envuelto en un misterio, por usar el aserto de Churchill sobre la China de Mao-Tse-Tung. El misterio es que existe un acta que presume implicar a los que de hecho luego acabaron con las matanzas sin parar en riesgos ni en la incomprensión con que esa acción sería recibida en las filas comunistas que llegaron a denigrarlos como “colaboracionistas”. El enigma, que haya pruebas fehacientes que determinen la responsabilidad al más alto nivel de quienes en la Junta de Defensa debían velar por la integridad de las cárceles. Me refiero a esa piña formada por Santiago Carrillo, consejero de Orden Público ; Segundo Serrano Poncela, delegado de Orden Público ; Fernando Claudín, delegado del Gabinete de Prensa y Federico Melchor, delegado para las fuerzas de Seguridad, Asalto y Guardia Nacional Republicana, fieles peones todos ellos de la causa estalinista.

Martínez Reverte resalta el pestilente rastro estalinista de aquellos asesinatos masivos perpetrados coincidiendo con la fecha del aniversario del triunfo de la Revolución Rusa en el entorno de un escogido grupo liderado por el tandem Carrillo-Claudín. Un elenco que pronto arrostraría el dudoso honor de dirigir las purgas decretadas por José Stalin contra dirigentes de primera hora del PCE como Antonio Beltrán, Heriberto Quiñones, Gabriel León Trilla, Jesús Monzón y demás “camarilla liquidacionista”. Porque Carrillo y Claudin no sólo “rehabilitaron” sus oscuras biografías para fabricarse una posteridad heroica. Además, y posiblemente por eso mismo, tildaron de “provocadores”, “agente inglés” “colaboradores del régimen franquista” (Claudín de Quiñones y Beltrán) y “revisionistas” a sus antiguos compañeros, denunciando (Carrillo) incluso a su propio padre por “traidor” mientras proclamaba que “cada día es mayor mi amor a la Unión Soviética y al gran Stalin”.

Todo ello al servicio de una causa que, en agosto del 39, cuando aún humeaban los rescoldos de la derrota republicana y la represión fascista sobre los vencidos alcazaba cotas de genocidio, pactaría con el Tercer Reich haciendo posible la invasión y el reparto de Polonia entre Hitler y Stalin y con ello el inicio de la Segunda Guerra Mundial.



Rafael Cid

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