FECHA

Orobón Fernández, Valeriano

Valeriano Orobón Fernández es una de las figuras fundamentales para entender la cuestión de la Alianza Obrera durante la Segunda República. Aunque no había sido el único, estuvo entre quienes más influencia tuvo en, tras los fracasos insurreccionales de 1933, advertir de la necesidad que tenía el anarcosindicalismo español de efectuar una rectificación táctica. Parecía evidente que la CNT, sólo con sus propias fuerzas, no podía llevar a cabo la revolución. Hacía falta atraerse a la UGT inmersa en un duro conflicto interno tras el fracaso de la política colaboracionista con los republicanos. La publicación, a fines de enero de 1934 en el periódico madrileño La Tierra, de su artículo “Alianza Revolucionaria, ¡Sí !, oportunismo de banderías, ¡No !” supuso un formidable revulsivo. Dotó de argumentos a los defensores de encontrar puntos de encuentro con el socialismo. Es lo que explica que en el Pleno Nacional de Regionales celebrado en Barcelona unas semanas después, a mediados de febrero, a pesar de la oposición de las regionales más poderosas de la Confederación, como Andalucía o Cataluña, elaborara un comunicado final proponiendo a la UGT, eso sí con unas condiciones imposibles, llegar a un acuerdo de acción.

La propuesta de Orobón no había nacido de un arrebato o una intuición más o menos genial. Ni siquiera de una corrección de su pensamiento. Se trataba de la evolución lógica de uno de los militantes anarcosindicalistas mejor preparados del momento.

Vallisoletano de nacimiento, al igual que otros destacados anarquistas y cenetistas, como Ernesto Álvarez, Evelio Boal o Pedro Herrera, desarrolló su militancia en el exilio francés y alemán entre 1924 y 1931 y, después, de nuevo en España, en Madrid, hasta su fallecimiento a fines de junio de 1936. Cuando Valeriano salió de Valladolid ya militaba en el pequeño sindicato de la CNT local y había dado muestras de su capacidad. Desde su llegada a París, su mayor preocupación fue la de la renovación teórica del anarquismo que consideraba estancada desde hacía décadas.

Pero también, las de estrechar los lazos de los anarquistas con otros sectores opuestos a la dictadura del general Miguel Primo de Rivera. Actitud que le creó problemas con quienes pensaban que debía primar la acción revolucionaria. Esta posición fue la que le llevó a abandonar la dirección del periódico parisino Tiempos Nuevos, portavoz de los anarquistas españoles en Francia. Fue muy criticado por abrir sus páginas a plumas no anarquistas, como la del republicano Rodrigo Soriano, quien unos años antes, a su vez, también había puesto al servicio de la CNT española el periódico España Nueva que editaba en Madrid.

Un año después de su llegada al país galo fue expulsado por el ministro del Interior. Sus arengas antimilitaristas en los actos públicos en los que intervenía no gustaban a unas autoridades que preparaban, junto al dictador español, la intervención que terminaría con el rebelde rifeño Abd-el-Krim. En Alemania, iba a encontrar no sólo a la compañera que le acompañaría hasta su muerte, Hilde, sino la amistad y enseñanzas de algunos de los más destacados anarquistas germanos. Como Max Nettlau y Rudolf Rocker. De ambos aprendió la necesidad de no aislar las luchas en su contexto más cercano. De no olvidar que la lucha obrera debía ser internacionalista. Hasta su regreso a España, Valeriano Orobón Fernández extrajo conclusiones de la situación alemana. Del fracaso de la oposición electoral socialista y comunista al ascenso del nazismo y del daño que hacía, para las aspiraciones revolucionarias, la inquina de la Unión Soviética hacia el anarcosindicalismo. Desde el secretariado de la AIT, reconstruida en Berlín en 1922, tradujo numerosos artículos y escritos que, publicado en La Revista Blanca, brindaron a los anarquistas españoles informaciones de primera mano sobre lo que sucedía en el resto de Europa.

Con los ojos muy abiertos por lo que había visto en Alemania, a su regreso a España Orobón tenía muy claro cuales eran las prioridades que debía tener la renacida, y en plena expansión, CNT. En primer lugar, su fortaleza orgánica que la convirtiera en la única fuerza auténticamente revolucionaria en Europa con capacidad para afrontar, con alguna garantía de éxito, el hecho revolucionario. En segundo lugar, crear una revista de debate teórico que trajera aire fresco, y removiera, la alicaída situación existente. Finalmente, tras instalarse en Madrid, su activa militancia en los sindicatos para ir ocupando espacios que hasta entonces estaban en manos de la UGT. Fruto de estas preocupaciones fue la labor de mediación que, en octubre de 1931, intentó en Barcelona entre los firmantes del “Manifiesto de los Treinta” y figuras como Durruti, Ascaso o García Oliver y el fallido intento de publicar La revolución social, la revista teórica que iba a llenar el vacío existente. Aunque la actividad más destacada la tuvo en su relación con el núcleo impulsor del Sindicato Único de la Construcción (SUC) de la CNT madrileña. Su relación con Cipriano Mera, Teodoro Mora, Feliciano Benito, Miguel González Inestal o Manuel Vergara, le llevó a conocer, y quizás a inspirar, de primera mano el proceso por el que la CNT madrileña logró anular la hegemonía que la UGT tenía en el sector de la construcción. Tras dos huelgas en 1933, en las que la unidad de los afiliados cenetistas y ugetistas logró vencer las reticencias de sus directivas, el SUC no sólo equilibró la influencia de la Federación Local de la Edificación de la UGT sino que, también, puso las bases para convertirse en hegemónico en la primavera de 1936.

De este proceso, sin duda, extrajo Orobón Fernández las claves que le llevaron a escribir el artículo publicado en La Tierra. De la importancia que tuvo es buena muestra que sus propuestas unitarias despertaron la preocupación del ministro de la Gobernación, Rafael Salazar Alonso. Hasta el punto que ordenó la prisión de Orobón en marzo de 1934. Justo en las fechas en que se estaba gestionando el acuerdo entre la CNT y UGT asturianas ; cuando, en las restantes regionales cenetistas, la propuesta estaba ganando adeptos y, causa directa del encarcelamiento, una huelga general de la construcción convocada por CNT y UGT paralizaba el sector en Madrid. De esta forma, las autoridades republicanas intentaban frenar el proceso que podía impedir que el régimen continuara escorándose hacia la extrema derecha y, aún más, fuera capaz de llevar a cabo una acción revolucionaria difícil de detener, como se demostró dos años más tarde cuando la unidad de las organizaciones obreras hizo fracasar el golpe militar y abrió las compuertas del torrente revolucionario.

La prisión que sufrió aceleró el deterioro de su salud. Valeriano apenas sobrevivió unos meses su puesta en libertad. Por semanas no pudo conocer que sus propuestas no sólo habían sido llevadas a cabo sino que habían sido un componente esencial en el triunfo obrero. Como suele ocurrir en estos casos, las reticencias que existían sobre él desaparecieron y se convirtió en un elemento más de la iconografía unitaria revolucionaria. Después, el manto de olvido interesado, las propias deficiencias de la evolución del movimiento libertario llevaron a que su figura se desvaneciera. A que no sólo quedara sepultada su militancia anarcosindicalista, sino también, como en otros muchos casos, su intensa e importante labor como traductor de novelas para algunas de las más importante editoriales del momento y películas para la casa Filmófono. Estos días, aunque sea con retraso sobre lo previsto, este trabajo pretende poner a disposición de las nuevas generaciones, la vida y la obra, reproducida en parte en el apéndice, de quien puede considerarse un destacado representante de aquellos hombres y mujeres que pudieron probar la fruta prohibida de la transformación social.

José Luis Gutiérrez Molina

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