El Comercio/Arantxa Margoles Beran
Ayer y hoy siguen suceciéndose las muertes mientras se están realizando actividades laborales en la empresa o camino de realizar su trabajo. Las medidas de seguridad son un importantísimo condicionante para que siga habiendo muertes en los puestos de trabajo
Hace veintitrés años, el 31 de agosto de 1995, el peor accidente de la historia de la minería asturiana cubrió de luto el corazón de las Cuencas. Catorce hombres habían muerto tras una explosión de grisú que las medidas de seguridad no llegaron a detectar.
Tres y cuarto de la mañana a cuatrocientos metros por debajo del suelo. Asturias duerme pero en
Nicolasa
, como cada noche, los mineros escarban en las profundidades de la tierra para llegar a la veta de carbón procelosa, escondida entre la roca y una trampa mortal que, aquella noche, los grisúmetros no son capaces de detectar. Hay decenas de mineros trabajando en plena madrugada: trece, concretamente, a sueldo de
Hunosa
en la octava planta, donde todo ocurre; otros cuatro, de la subcontrata SATRA, en la quinta. Hay, entre ellos, quienes sueñan con su pronta jubilación; otros, con las vacaciones, que están a punto de llegar; todos, con preocupación, miran el futuro de una minería herida de muerte desde que Bruselas mandara a parar.
Y, de repente, estalla el horror.
El día en que Mieres enmudeció
Fueron catorce los muertos que se funeraron al día siguiente del accidente de Nicolasa, el pozo en el que en su día había estallado una ‘huelgona’ que paralizó a España y que, ahora, imponía la sombra de la tristeza sobre los miles de asistentes al último adiós de los mineros en medio de un silencio desolador. Hubo más de 150 coronas fúnebres y, por una vez, ni una sola pancarta. Los muertos, diez de los de Hunosa -los otros tres lograron sobrevivir- y los cuatro subcontratados por SATRA, con origen en Moravia-Silesia, la región minera por excelencia de Chequia, tenían entre 29 y 43 años y dejaban otros tantos, si no más, hijos y viudas.
Entre tanto, otra clase de silencio pintaba de indignación el suceso: la empresa aseguraba no tener ni idea de lo que había ocurrido aquella noche para que hubiera tenido lugar, sin previsión alguna, el que ya podía ser catalogado como el peor accidente en la historia de la minería asturiana.
Porqués para una tragedia
¿Qué ocurrió aquella madrugada en Nicolasa? Los compañeros de las víctimas lo tenían claro: nada que hubiera podido recriminarse al trabajo de catorce hombres experimentados y profesionales. «A Nicolasa no llegaba cualquiera», declaró, a EL COMERCIO, una de las viudas en el quinceavo aniversario de la tragedia. Y es cierto. Tiempo después, la justicia dirimió que la causa del accidente había ido en relación con una deficiente ventilación que, por decirlo de forma tan poética como poco lo es la tragedia, ‘excitó’ al grisú hasta hacerle explotar.
Desde entonces, las cosas han cambiado. El accidente de Nicolasa marcó un antes y un después en lo tocante a la seguridad en la minería. Hubo cambios en los sistemas de ventilación y se dictaron nuevas normas para las explotaciones por sutiraje; se intensificaron los sondeos en las capas para detectar de forma previa el grisú y se estableció que las máquinas avanzarían siempre a través de la veta de carbón, nunca de la roca. Nicolasa no ha estado libre de accidentes desde entonces, pero, afortunadamente, nunca ha habido que lamentar más tragedias como aquella que segó la vida a catorce hombres en una noche de agosto de hace, ahora, veintitrés años.
Los nombres
Es demasiado largo el párrafo que surge a la hora de hablar, uno por uno, de los mineros que perdieron su vida en el accidente de Nicolasa, pero necesario. Fueron Eugenio Martín, mierense, de 41 años y un hijo. Elías Otero, su compatriota, de 42. Anatolio Lorenzo, leonés, con un hijo, de 43 años. Los tres estaban a punto de jubilarse cuando el grisú decidió romper sus vidas. Los más jóvenes fueron Manuel Ángel ‘Johnson’ Fernández, de 29 años, soltero, de Proaza; Michal Klenot, con la misma edad, natural de Karviná, al norte de Chequia, casi ya tocando con Polonia. También Miroslav Divoký, con 31 años; Jesús Trapiella, de 30, o José Ignacio del Campo, con un hijo y treinta primaveras a sus espaldas. Luis Antonio ‘Zape’ Espeso. Eduardo Augusto, que había nacido en Portugal. Ambos de 35 años, dos hijos cada uno. Francisco Javier González, otros dos, natural de Valencia de Don Juan y 40 años; Juan Manuel Álvarez, turonés de 34 y un hijo; Milan Roček, de 33; Vlastimil Havlík, con 43.
Hay una canción, ‘Ostravo’, de un cantautor popular en Chequia y natural, también, de la misma región que vio nacer -pero no morir- a los mineros checos caídos en Nicolasa. «Ostravo srdce rudé / zpečetěný osude», dice: «Ostrava, corazón rojo / y destino sellado». Unos versos que también podrían cantarse, por estas latitudes, dedicados a la Cuenca Minera asturiana. La contestataria y dinamitera, pero también la que llora hoy, casi cinco lustros después, por todas las vidas que segó la mina traicionera.