Julián Vadillo
Biografía publicada en la página web de la Fundación Andreu Nin: Cipriano Mera, semblanza de un luchador
Cipriano Mera nació el 4 de noviembre de 1897 en el madrileño barrio de Tetuán de las Victorias. Como en cualquier familia obrera, su infancia fue dura. No pudo asistir a la escuela, lo que le obligó desde pequeño a buscarse la vida y a contribuir económicamente en una casa muy humilde. A los 16 años Mera tomó la determinación de hacerse albañil, y para que sus derechos no fueran pisoteados, su padre lo afilió a la Sociedad de Albañiles “El Trabajo” de la UGT. Desde entonces Mera está inmerso en cuestiones sociales y luchas obreras. Pero pronto comprueba que lo que defiende la UGT y lo que él defiende no es lo mismo, por lo que el sindicalismo socialista se le queda estrecho. Cipriano Mera ansía una transformación revolucionaria que el reformismo no le daba.
La huelga revolucionaria de agosto de 1917 le impulsa definitivamente al campo del anarquismo. Ya en 1919 vemos que Cipriano Mera, junto a otros militantes destacados como Feliciano Benito, Teodoro Mora o Mauro Bajatierra, impulsan la CNT de Madrid y más particularmente el sindicato de la construcción.
Una cuestión que siempre aparecerá vinculada a la historia del anarquismo (aunque los detractores del mismo quieran hacer ver lo contrario) es el ansia de conocimiento y el impulso de la cultura. Con veinte años Mera aprende a leer y escribir en clases nocturnas y a través de los ateneos libertarios, que ya por esas fechas sobrepasaban en Madrid la treintena. Ese afán de conocimiento le hace interesarse por el teatro en obras tan heterogéneas como El alcalde de Zalamea de Pedro Calderón de la Barca o Juan José de Joaquín Dicenta. Los grupos libertario mas jóvenes impulsaron mucho este arte y Mera tomo interés por él.
Pasada la dictadura de Primo de Rivera y con la proclamación en abril de 1931 de la II República, el movimiento libertario alcanza su máxima plenitud. Mera se ha insertado en la generación de militantes más brillante de la historia del anarquismo español. En su vida coinciden Salvador Seguí (asesinado en 1923 por pistoleros patronales), Ángel Pestaña, Francisco Ascaso, Buenaventura Durruti, Juan García Oliver, Federica Montseny, Eleuterio Quintanilla, Diego Abad de Santillán, Juan Peiró, Felipe Alaiz, Elías García, Isaac Puente, Higinio Noja, Valeriano Orobón Fernández, Progreso Fernández, etc.
Mera vive de cerca todos los procesos revolucionarios impulsados en el período republicano. Sigue muy atento a lo que son las reivincaciones obreras de su sector, la construcción. En una ocasión, por querer trabajar, fue detenido y se le aplico la “Ley de vagos y maleantes”. No deja de ser paradójico que a quien busca trabajo para sobrevivir se le acuse de vago por quien no trabaja.
Poco antes de la sublevación militar de julio de 1936, el sector de la construcción en Madrid vive unos momento tensos. En junio estalla una huelga general y se constituye un comité de huelga de CNT-UGT. Para este comité, del que Mera forma parte, la única solución es la acción directa para poder solucionar los conflictos laborales del sector. Por el contrario el gobierno y la patronal creen que la solución esta en el Jurado Mixto. El Ministerio de la Gobernación encarcela a Cipriano Mera y es en la cárcel donde le sorprende el golpe militar.
Un día después de la militarada es puesto en libertad y acude al sindicato (antes que a su casa) para comprobar cuál es el estado de la situación. La mayores preocupaciones son la recogida de armas y el momento de la sublevación en Madrid.
En esos primeros momentos a Mera le preocupa también la posición que se puede tomar respecto a la revolución. Por ello imprime una ética revolucionaria de la que se debería tomar nota: “que al hacer el pueblo la revolución no se podía consentir la misma acción que se asemejara a hechos comunes, vulgares, propios de individuos sin conciencia dedicados a apropiarse o deshonrar valores que serían necesarios para la defensa de la revolución que empezaba. Añadimos que tampoco era hacer la revolución el matar sin más ni más a nadie, aunque se tratase de un marqués”.
Una vez aplastada la sublevación en Madrid, Mera parte para Guadalajara, donde la sublevación está a punto de estallar. Pasa por Alcalá de Henares, que gracias a sus fuerzas y a las de Ildefonso Puigdendolas queda en zona leal. Aplastada la sublevación en Guadalajara una vez más la ética revolucionaria hace de Mera en un hombre grande. Se encuentra allí con José Escobar, un carcelero que le había infligido los peores castigos en prisión. Éste creía que le iba a asesinar, cosa que no hizo. Mera afirma: “Esos gestos eran característicos de anarquistas”. Una lección de honestidad y de firmeza en momento difíciles.
Quizá no sea este el momento de detenerse en los pormenores de las batallas en las que Mera participó. Pero sí citaremos algunos detalles que hicieron de Mera un personaje controvertido. Desde el inicio de la contienda civil Mera vio que los militares tenían una seria parsimonia y que muchos militantes revolucionarios no tomaban en serio la lucha. Por ello hacía falta que se disciplinara la lucha para poder vencer al fascismo. En las luchas en Cuenca, Mera impulsa la creación de consejos formados por las fuerzas de izquierda que estén preparadas para ello. Por ello había que establecer una fuerte formación ideológica impulsada por los militantes más capaces y abnegados.
Su concepto de la autodisciplina se ve perfectamente en los combates que emprendieron en Buitrago de Lozoya. Allí Mera reflexionó así: “Nuestra disciplina ha de ser correspondiente con nuestra convicción en las ideas, y por las ideas no se puede venir a luchar unas horas para hacer más tarde lo que uno quiera”. Esta reflexión venía a propósito, pues Mera estaba comprobando que muchos miembros de las organizaciones revolucionarias estaban cayendo en una indisciplina y una falta del sentido de la responsabilidad que haría perder la guerra a pasos agigantados.
Igualmente esa realidad dura hace que muchos amigos de Mera caigan en la lucha. Es el caso de José Pan y Rafael Casado, compañeros suyos desde primera hora en la CNT y en el caso de Pan de su grupo de la FAI. Igualmente en las luchan en Ávila cae uno de sus mejores amigos y compañeros, Teodoro Mora. Desde hacía un tiempo Mora y Mera tenían este mismo pensamiento: “Teníamos en frente a un ejercito organizado, al que si queríamos vencer habríamos de oponer otro ejercito mejor organizado aún; en la guerra había que proceder como en la guerra”. También le lleva a esta conclusión que la incompetencia militar provoca la perdida de plazas importantes en la lucha como la de Ávila.
Pero la guerra también tuvo de esos avatares en los que más que una tragedia parece una comedia, si hablamos en términos teatrales. Tras la perdida de Ávila las tropas de Mera pasan a Cuenca. Allí toman un pueblo haciéndose pasar por fascistas. Una vez que quedó constituida una junta derechista e hicieron una lista de los elementos izquierdistas, las tropas de Mera los disolvieron, aunque fueron benevolentes con esa junta.
Ante determinadas conductas de algunos anarcosindicalistas como Germinal de Souza, que cobraba dinero por la libertad de los sospechosos, Mera y su amigo Valle elaboraron listas de afectos y desafectos a la causa: “Me parece bien que se vaya haciendo una selección de las personas aptas para ocupar cargos; deben ofrecer garantías. Hay que acabar con las ligerezas y los favoritismos, pues si bien importa nombrar gente capaz, no es menos importante tener en cuenta su moralidad. Para nosotros esto debe ser capital”. ¿Quién hoy pondría en duda estas sabias palabras de Mera? Es precisamente en los momentos difíciles donde la capacidad y la moralidad deben ser ejemplo. Mera estaba preocupado por la imagen que la CNT y la FAI pudieran ofrecer, más teniendo en cuenta que en la mayoría de las ocasiones los desmanes cometidos nada tenían que ver con las organizaciones del movimiento libertario. Pero la idea de algunos era crear esa leyenda negra alrededor de las organizaciones más dinámicas del movimiento obrero y revolucionario español. Por ello el buen hacer de la CNT y su defensa del patrimonio cultural (en más de una ocasión se impidió la quema de iglesias, no por ser templos religiosos sino por haber obras de arte en el interior) fue tergiversado o ridiculizado.
En cualquier guerra y acontecimiento histórico hay que distinguir entre cuestiones estratégicas y cuestiones morales. Puede que Madrid estrategicamente no fuera la plaza mas importante, pero moralmente sí que lo era por todo lo que a su alrededor atesoraba. Así Mera y otros mostraron su indignación cuando el gobierno huyó de Madrid hacia Valencia el 6 de noviembre de 1936. Más doloroso fue para él comprobar cómo el Comité Nacional de la CNT que encabezaba Horacio Martínez Prieto seguía al gobierno. Según Mera, gobierno y Comité Nacional tenían que estar en la defensa de la capital de España. Mientras el gobierno huía, Mera se aprestaba a defender Madrid frente al fascismo.
Los hombres de la CNT y la FAI que partieron hacia Madrid lo hacían llenos de entusiasmo, deseosos de entrar en esa lucha heroica que fue la defensa del Puente de San Fernando y la llegada al Cerro de Garabitas. Pero las fuerzas de Mera iban disminuyendo. De los 1.000 hombres que salieron de Cuenca tan sólo le quedaba 400. Mera intentaba dar aire a los suyos con recomposiciones, y con la llegada de la columna de Durruti los ánimos van en aumento. ¿Qué es la fuerza militar fascista ante el entusiasmo revolucionario? Aun así las pérdidas estaban siendo muchas y la lucha se estaba cobrando lo mejor de las organizaciones obreras. Mera le propone a Durruti unificar sus columnas bajo el mando del anarquista leonés. Pero esto no se puede llevar a cabo pues Durruti cae frente al Hospital Clínico en la Ciudad Universitaria, horas después de haber estado con Mera. Es el propio Cipriano Mera el que se desplaza a Valencia para comunicárselo a Federica Montseny, Juan García Oliver y al nuevo secretario de la CNT Mariano Rodríguez Vázquez. La perdida de Durruti provoca una profunda consternación en el movimiento libertario, pero Mera, pese al dolor, dice que su ejemplo es el que puede servir para llegar a la victoria. Y es Cipriano Mera quien acude en representación de los combatientes del Centro a su entierro en Barcelona.
La defensa de Madrid fue dura, pero los fascistas no llegaron en esa ocasión a lograr su objetivo. Aun así el precio fue alto y Mera, contrario a su pensar, tiene que aceptar la militarización de las milicias: “Triste es reconocerlo cuando se ha defendido un ideal toda la vida, pero si realmente nos proponemos ganar la guerra, hemos de aceptar la formación de un ejército con la consiguiente disciplina. (…) Me horrorizaba vestirme de militar, pero no veía otra salida y me dije: mi conducta será en lo sucesivo el testimonio de mi honradez, así como lo fue de otra forma y en otra circunstancia en el pasado”. Fue sin duda la decisión más controvertida en la vida de Cipriano Mera, y donde sus detractores más se ensañan contra su figura. Mera aceptó la militarización para ponerse al servicio de la República, pues consideró que mejor era eso que caer en las garras del fascismo. Que fuera o no un error no está en nuestra mano valorarlo, pues la guerra fue compleja. Nuestra mejor posición es respetar la decisión adoptada, pues en ese momento los compañeros así lo determinaron. Y esta aceptación es algo que a Mera le diferencia de la militarización de los comunistas. La historiografía en su mayoría ha dejado constancia de que el partido que mas luchó por la militarización fue el PCE (Partido Comunista de España) y por lo tanto el que mejor perspectiva de la guerra tenía. Cuando Mera acepta la militarización lo hace para defender la República, mientras que los comunistas luchaban por una militarización que estuviera controlada por su partido y por Moscú. Es la gran diferencia entre uno y otro. El PCE tomó como emblema el Quinto Regimiento, del que Mera no era partidario. De hecho los encontronazos entre los militares procedentes de las milicias confederales y los que venían de las filas comunistas fueron sucesivos hasta el final de guerra, siempre instigados por un PCE que quería tomar el control de la situación y manejar la guerra a su antojo. Los anarquistas siempre se opusieron.
Mera toma el mando de la XIV División que tenía las brigadas 10, 70 y 77. El jefe de Estado Mayor fue su inseparable durante toda la guerra Antonio Verardini, y su primo José es el jefe de transportes. Todos bajo el mando del general Miaja, jefe del Ejército del Centro.
Para los que le critican por esto, hay que decir que Mera siempre fue responsable. Defendió la revolución hasta el final y criticó duramente la represión que los comunistas llevaron a cabo contra las obras revolucionarias de los anarquistas, al igual que cuando emprendieron detenciones contra miembros de la CNT (como fue el caso de Verardini) o del POUM (Partido Obrero de Unificación Marxista). Luchó también para que los militares no intervinieran en actos políticos públicos. Esa tarea la tenían que desarrollar partidos y sindicatos, no militares. Al final hubo un decreto en esa línea y Mera fue duramente criticado por los comunistas, que eran muy dados a esos fastos públicos: “Estamos obligados a cortar sin miramientos esta clase de acción política. Todos los que estamos aquí sabemos perfectamente que tenemos prohibido efectuar dentro del Ejército cualquier clase de propaganda política. Si una organización determinada intenta saltarse a la torera este principio lo impediré. Que nadie lo dude. Nuestro deber consiste en trabajar lo mejor posible, sin regatear esfuerzos, para intentar ganar la guerra. No estamos aquí para facilitar la preponderancia de ninguna organización”. Por último, Mera dejó bien claro que aceptaba el mando militar sólo de manera coyuntural: “me hice la promesa de no dejarme arrastrar por la vanidad y continuar siendo lo que antes del 18 de julio: militante de la CNT y albañil de profesión”. Y esta última frase fue profética, pues tras las penalidad sufridas tanto en la guerra como en el exilio y la cárcel, Mera volvió a coger la paleta de albañil sin ningún reparo.
Una vez militarizados, es llamado para la defensa de Guadalajara. El Cuerpo de Tropas Voluntarias (CTV) de los fascistas italianos concibió un plan de ataque para romper las líneas republicanas en Guadalajara, tomar Alcalá de Henares y llegar triunfantes a Madrid. Pero Cipriano Mera demostró sus dotes organizativas y sobre todo su instinto para la lucha. El CTV fue derrotado, se libera Brihuega (donde las matanzas días antes habían sido escalofriantes) y Guadalajara permanece en zona republicana. Para Mera no fue estrictamente una batalla, pero su planteamiento de la misma es capital para que el CTV no lograrara sus objetivos. La desbandada italiana, junto a la toma de Teruel, será una de las grandes victorias del antifascismo internacional. El cuartel de Mera queda definitivamente asentado en Guadalajara, si bien no lo hace en la capital para que no sufra más bombardeos.
Poco después es llamado a Brunete, donde no sólo los comunistas de Líster le quieren engañar, sino que es objeto de un atentado de dudosa procedencia. Líster quería hacer ver a Mera que Brunete estaba en zona republicana. Pero Mera se percata de que está en manos de los sublevados. El plan de Líster era hacer creer que la pérdida de Brunete había sido por culpa de la 14 División de Mera. Aunque se emprendió una ofensiva sobre Brunete, no se consiguió que pasara a manos republicanas.
Mera conoce a todos los políticos de la época. Indalecio Prieto, líder moderado del PSOE, queda impresionado por las habilidades de Mera. Poco después el anarquista madrileño es ascendido a jefe del IV Cuerpo de Ejército. Sus avales eran la victoria en Guadalajara y el propio general Miaja, que veía en Mera un baluarte de defensa del centro de España. El cuartel general del IV Cuerpo de Ejército se establece en Alcohete (Guadalajara) y tiene un destacado papel en maniobras de distracción al enemigo fascista para que se pudiera llevar a efecto la toma de Teruel.
El año 1939 fue crucial para el desenlace definitivo de la guerra. Caída Cataluña en febrero de ese año, prácticamente los efectivos más importantes de la República estaban perdidos, tanto humanos como materiales. Cipriano Mera es consciente de ello. Se produce otro hito importante en la vida de Mera, su apoyo a la Junta Nacional de Defensa que promueve Segismundo Casado, jefe del Ejército del Centro en sustitución de Miaja. El gobierno de Negrín había quedado prácticamente desarticulado, era un títere el manos de los comunistas. Todos los intentos de hablar con Negrín son inútiles, pues hace promesas que él mismo sabe que no va a poder cumplir. En marzo de 1939 queda constituido el Consejo y, como previó Mera, vino parejo a una sublevación comunista, que finalmente se pudo frenar. Las unidades de reserva que el IV Cuerpo de Mera tenía son movilizadas para aplacar el golpe instrumentado por el PCE. Aun con todo algunas actitudes de Casado no son bien recibidas por Mera.
Llegados a finales de marzo se ordena al IV Cuerpo de Ejército que comience el repliegue y promueva el exilio. El terrible final de la derrota de la guerra se aproximaba. Mera es el último que abandona su puesto. Parte hacia Levante para poder tomar un avión que le lleve a Orán. La despedida de su familia es de lo más dolorosa. Comienza una nueva etapa en la vida de Mera. Deja los galones de militar para no cogerlos más, demostrando que su decisión fue coyuntural. Ahora toca otro tipo de lucha.
Por el contrario de lo que pudiera parecer, al llegar a Mataganem son desarmados y detenidos. El trato que los exiliados españoles recibieron de las autoridades francesas fue vejatorio, más teniendo en cuenta que numerosos campos de concentración se extendieron por su territorio y que el posterior régimen de Vichy del mariscal Petain colaboró con los nazis mandando a miles de españoles a los campos de exterminio. Mera no corrió esa suerte pero sus penalidades no acabaron.
Una vez detenidos una de las tareas que emprendieron fue la reorganización de la CNT y de la FAI en esos campos de concentración y en el presidio. Las relaciones con republicanos y socialistas fueron fluidas. No se puede decir lo mismo de los comunistas que incluso en esas circunstancias intentaban imponer sus definiciones y conseguían tratos de favor con las autoridades carcelarias. A Mera no le perdonaban que hubiese apoyado a Casado en la Junta Nacional de Defensa. Mera siempre supo defenderse y estuvo a la altura de las circunstancias.
Desde los primeros momentos, Mera mantuvo correspondencia con miembros de la CNT y también de otras organizaciones. Las más fluidas fueron con Mariano Rodríguez Vázquez, quedando interrumpidas por la trágica muerte de este último. Una máxima de Mera fue que debían de actuar ahora para la defensa de los refugiados y luchar por la reorganización de las asociaciones a las que pertenecían. Las cuestiones de la guerra y los fallos que se pudieran cometer en la contienda es algo que se debería analizar una vez que la dictadura de Franco cayera y se discutiera entre españoles en España. Igualmente combatió las teorías reformistas que insistían en hacer de la CNT un partido político al uso y vivió con tristeza cómo destacados compañeros como Vivancos, Jover o Doménech estaban en esa línea de actuación.
Aunque tuvo contactos con el SERE (Servicio de Evacuación de los Refugiados Españoles) no era de su agrado porque estaba en manos de Juan Negrín y muy controlado por los comunistas. Su actividad se volcó en colaborar con la JARE (Junta de Ayuda a los Refugiados Españoles) que estaba en manos de Indalecio Prieto y donde los anarquistas tenían más influencia.
Mera estuvo en Camp Morand, de donde se fugó y alcanzó Casablanca (no sin pasar más de una peripecia). Allí fue ayudado por anarquistas españoles y portugueses. Y es en Casablanca donde conoce a la JARE con la que tendrá también algún encontronazo. Se le ayuda a regularizar su situación y trabaja primero como encofrador y luego como albañil (vuelve a coger la paleta de albañil como dijo en la guerra).
La situación para los refugiados se puso difícil por la hostilidad de las autoridades francesas presionadas por los nazis. Cipriano Mera es detenido y juzgado, con una orden de extradición a España. Todos los intentos por salvarlo fueron inútiles y definitivamente fue entregado a las autoridades franquistas.
Llegado a España, entra en contacto con algunos anarquista (muchos miembros de la Juventudes Libertarias). Pasa por las cárceles de Linares, Carabanchel y Porlier, todas abarrotadas de presos antifranquistas. Se le forma un Consejo de Guerra donde se le acusa de pillajes y asesinatos indiscriminados. Para Mera era normal que las autoridades del franquismo, vacías de escrúpulos y que habían llevado el crimen como bandera, actuaran esta manera. Se le condena a muerte. Era el año 1941. Antes le había dicho a su hijo: “Más o menos como a mí, sin ningún cargo justificado, han estado fusilando hasta ahora por carros y no hay motivo para esperar el menor cambio de proceder. Será una injusticia más y tendrás que tomar constancia de ella y sobreponerte al dolor. Deberás ayudar a tu madre y mirar el futuro sin odio, porque éste no conduce a ninguna parte. Tu padre, que es, como sabes, victima del odio por haber consagrado su existencia al establecimiento de la fraternidad universal, te recomienda por y sobre todo no odies a tus semejantes”.
Mera nunca pidió el indulto, porque no quería nada de sus verdugos. Se le conmutó la pena de muerte por cadena perpetua. En la cárcel, algunos falangistas presos quisieron conocer a Mera, pero éste les cortó en seco diciendo que entre falangistas y libertarios había un río de sangre. Por lo tanto nada de uniones contra natura.
Mera fue puesto en libertad. Estuvo en algunas reuniones conspirativas, algunas del propio ejército, de las que Mera desconfió. En 1947 la CNT le hace el encargo de pasar a Francia e intentar acercar posturas entre la CNT del interior y la del exterior. Se instaló en Francia y vivió de su trabajo, primero en Toulouse y luego en París, junto a su compañera. Trabajó en el oficio de albañil hasta los 72 años. Nunca quiso ayuda por haber sido militar. Vivió humildemente y nunca perdió contacto de su militancia sindical y anarquista. Asistió al importante congreso de Limoges de 1963.
Su casa fue un desfile de historiadores y periodistas. Se creó una aureola de héroe sobre Mera, que él mismo se encargó de desmitificar. Ya muy anciano, en la primavera de 1975, es llevado a un hospital por dolencias pulmonares. En la madrugada del 24 al 25 de octubre de 1975 fallece en París. Su entierro fue una manifestación de la que los medios de comunicación poco dijeron.
Así acababa la vida de un luchador anarquista. Tan sólo unos días no pudo ver el fin del verdugo de España, la muerte de Franco. Quizá hubiese sido una pequeña satisfacción para alguien que con tanto empeño luchó por la libertad.