Del mismo modo que durante el primer bienio republicano los miembros de la coalición republicano-socialista trataron de monopolizar el concepto de República y la etiqueta de republicanos, ahora los partidarios del Gobierno ensalzan por igual a un Largo Caballero, que a un Manuel Azaña, que a la señora Pasionaria : ellos son los herederos y los únicos herederos de esa República. Lo mismo da un Julián Besteiro que un Indalecio Prieto, que un Manuel Cordero.
La derecha se abraza incomprensiblemente a doña Clara Campoamor, a un octubre del 34… La moda de la primera democracia española. Para unos, la República es el paradigma del Gobierno de izquierdas que quiso hacer y no pudo, la utopía que, asentada en el poder, se vio desarmada por ambos extremos (extremos, que, por cierto, cambian con el paso del tiempo : fueron los anarquistas, fueron los comunistas, fueron también los fascistas y los separatistas…).
Para otros -en pleno proceso de modernización, pero sonrojados por su más que evidente demagogia-, el modelo de la democracia “de centro” que debió ser y no pudo, destruida perversamente por la actuación de socialistas o catalanistas en el octubre asturiano de 1934.
Como el traje nuevo del emperador, todos sabemos que están intelectualmente desnudos. a la derecha española y a los nuevos liberales tanto la segunda República como los posibles proyectos republicanos inmersos en ella (que fueron varios) le importan bien poco, pero son incapaces de desperdiciar una ocasión tan buena (la cresta de la ola de la moda republicana de 2006) para hacer dos cosas : despegarse y desapegarse de su pasado bien ideológico bien militante vinculado al Franquismo agarrándose a otras raíces más “políticamente correctas” en la actualidad ; y segunda, tratar de desprestigiar al socialismo actual revisitando, cuando no reinventando la Historia. El lobo feroz se echó harina en las patas, pero por la mirilla le vemos las orejas.
Para el partido socialista no es menor el chollo. El afirmar su conexión con un idílico Partido Socialista de los años treinta e identificar a dicho partido con toda una labor supuestamente democrática (entendida por ellos como digna de una democracia actual, no de entonces) y -sea aún mayor la suposición- revolucionaria le permite hablar de una suerte de continuidad en la vida de su partido. Un ser los buenos de la película. Y también les da pie para jugar con la idea de una segunda Transición : primero fue Franco, después Aznar. Y entre homenajes y discursos, entre recuperación de memorias (y de desmemoriados) nadie piensa ni en ahora ni en el pasado más próximo. Al final, sumergidos en la burbuja de una realidad histórica virtual nadie piensa tampoco en la Historia de la II República.
Muchos de los actos que se han realizado este año han redundado en esto : en consolidar en las cabezas políticamente predispuestas conceptos suficientemente ambiguos como para que cualquiera los acepte sin necesidad de una mayor reflexión y a su vez rodearlos de un halo de veracidad y verosimilitud.
Aunque, en el fondo, esto es lo menos importante. para la izquierda parlamentaria, el buen republicano es el miliciano de la UGT que canta “Ay, Carmela” mientras lía un cigarrillo o escribe una carta a su novia, el maestrillo con el cuello de la camisa desgastado que no tiene para comprar zapatos, el alcaldillo que en los tiempos de Primo aprendió a leer en la cárcel. Y el aire de frivolidad lo subrayo aquí para llamar la atención sobre él, precisamente porque no lo comparto.
Desde el lado opuesto en nuestra política parlamentaria encontramos : el diputado “formal y noble”, quizás del partido radical, probablemente abogado, el que en las Cortes Constituyentes repitió más o menos para sus adentros aquello de “esa medida es demasiado revolucionaria” (seguido, quizás, de boca del mismo Largo o Azaña de un : “señores, tranquilícense, esta medida es mucho más reformista de lo que creen”) y que tras llegar al poder en noviembre de 1933, o tras la insurrección de 1934 no pararía ya de gritar a los cuatro vientos : “ya os lo dije, ya os lo dije”. El guardia o el militar “honrado”, que se había formado en Marruecos o de la mano de Emilio Mola, en sus tiempos de Director General de Seguridad en la dictadura de Berenguer, el empresario “trabajador” que levanta el país con su fábrica de calzados…
No es falso que todos ellos (y no sólo algunos de ellos) constituyeran la sociedad republicana. Incluso puede llegar a admitirse que todos ellos fueran republicanos (la discusión no nos interesa ahora). Como también hubo monárquicos. Como también hubo (algunos) comunistas. Y es cierto que hubo una reforma agraria y una intensa reforma educativa y una Ley de Congregaciones. Como realidad transparente es que la Ley de Defensa de la República invalidó muchas de las maravillas que ahora se nos presentan como señas de identidad de la República.
Y hubo realidad también en los deportados a Villa Cisneros, como muertos en el parque de María Luisa (Sevilla), en la Plaza Arnedo (La Rioja), en Casas Viejas (Cádiz) y en tantos y tantos otros jardines, montes, chozas y pueblos. También hubo tres movimientos insurreccionales previos a 1934 -de distintas características- y hubo otras ideologías, otras tendencias, otras formas de vivir, de ver y hacer la vida. Y un tremendo deseo de modificar la realidad que les parecía injusta. De recuperar las riendas de una revolución que creían suya, conscientes o no de los límites que les ofrecía una República burguesa como la que les ofrecían Azaña y sus hombres.
Están también los sindicalistas que fueron tiroteados en la calle Escudellers de Barcelona ; los que trabajaban por la mañana en el taller, por la tarde debatían en el ateneo y por la noche eran pesadilla de las fuerzas de seguridad (¿más estereotipos ?).
Los que, aún hoy, se escucha decir que truncaron el “proyecto republicano” (entiéndase : el del primer bienio) enconando el divorcio entre los ciudadanos y los gobernantes. Los que en las clases de bachillerato se conocen como “el problema del orden público” : los que buscaban un orden diferente al que surgió en 1931. Y, cómo no, los que vivían su vida cada día ajenos a este aparente determinismo político.
Si queremos de verdad recordar la República, aprender de ella, tendremos que hacer un ejercicio de comprensión y tolerancia previo que consiste en poner sobre la mesa a todos y cada uno de los actores que jugaron un papel en ella. Sin negar a ninguno, sin sobrevalorar a ninguno, sin mitificar ni estereotipar a ninguno. Por supuesto que el volver la cabeza al pasado hace imposible tener una mirada aséptica. Así ha de ser, pero no es de eso de lo que hablamos.
La propaganda es otra cosa. La propaganda utiliza un pasado mitad cierto mitad inventado para controlar el presente. La propaganda se vale de esquemas falsos que utiliza con la excusa de simplificar lo que de otra manera sería difícil de entender. No seré yo quien diga que la Historia es una cuestión de fácil comprensión. Es ahí donde entra en juego el historiador.
Decía Lucien Febvre que la labor del historiador es comprender y hacer comprender. Quizás en algunos ámbitos esto se haya cambiado por “comprender y alardear de su –innegable- capacidad intelectual”. Y eso haya allanado el camino de esta edad de oro de la propaganda del mal periodismo y la mala política. Una vez localizado el problema va siendo hora de ponerle remedio.
Hay que llevar la Historia a la calle, a los parques, a las plazas, a la cola del super. Hay que salir de las aulas y de los Congresos y charlar en los pasillos. Hay que dejar de confundir a nuestros niños con cuestiones que no comprenden, con verdades que sólo existen en papeles, con absurdos cuentos de vencedores y vencidos, de dicotomías sin sentido. La Historia, en plenas facultades y con gran vigor, hace tiempo que recuperó al hombre. Ahora ha llegado el momento de devolverle a la humanidad la Historia.
Por María Losada Urigüen
Publicado en
alternactiva.org