Público/Blog Verdad, Justicia y Reparación
Artículo publicado de uno de los participantes en los actos de recuerdo y homenaje a quienes sufrieron el salvaje ataque a la población civil cuando huían de Málaga a Almería en 1937
Por Luis Suárez, miembro de La Comuna.
La marcha de la Desbandá 2018 es ahora, recién finalizada y ya vuelto a casa, una superposición de sensaciones difíciles de ordenar. Este era el segundo año en que se organizaba la marcha conmemorativa sobre el itinerario completo Málaga-Almería recorrido por la población que huía, a principios de febrero de 1937, de la entrada de las tropas franquistas en aquella ciudad. En esta ocasión hemos participado entre 60 y 300 personas, según los días, y ha sido un éxito tanto organizativo como de contenido e impacto, gracias al esfuerzo de mucha gente involucrada, en particular de sus organizadores, el Club Senderista La Desbandá.
La epopeya que vivieron más de 150.000 personas, en pleno invierno, sin alimentos, asistencia médica, ni ropa; así como la tragedia provocada por el bombardeo desde tierra, mar y aire que padecieron, con resultado de varios miles de víctimas mortales e incontables dramas humanos, constituye un caso hasta entonces inédito de masacre de población civil que, sin embargo, y en coherencia con la desmemoria histórica que interesa a los epígonos del franquismo, ha permanecido oculta durante decenios.
Ha habido tiempo de sobra durante estos 11 días de camino para el debate político e histórico enriquecedor, y también para multitud de imágenes que han quedado grabadas en mi recuerdo.
El niño
Hay en Benajarafe un patio de colegio lleno de niños, de unos 10 años, calculo, haciendo gimnasia que interrumpen al vernos pasar con nuestras banderas, en semiformación abigarrada y alegre. La calle se encuentra algo elevada respecto a su patio, permitiendo así una buena visibilidad mutua. Nos saludamos efusivamente, para ellos debemos parecer una excursión lúdica de mayores, sin maestros; seguro que estarían encantados de unirse a nosotros.
El profe parece llamarles la atención y la mayoría vuelven a sus ejercicios. Hay uno, no obstante, que parece indiferente a las instrucciones y que sigue atento a nosotros. Al fijarme veo que en realidad no está saludándonos, ni su gesto es festivo: tiene el puño levantado; gira solemne siguiéndonos hasta que vamos desapareciendo de su vista. Ha sido un pequeño gesto que me resulta conmovedor.
El inglés
Al final de una cuesta, en un paraje solitario de la carretera, la cuneta se ensancha; hay un coche ahí aparcado junto a una pareja que parece esperarnos. No voy lejos de la cabeza y así puedo oír al hombre dirigirse a esta: ¿son ustedes los de la marcha de la Desbandá? Pues sí. Vaya, llevo toda la mañana buscándoles, menos mal que les encuentro.
La mayoría seguimos la marcha sin más, ya se sabe que no conviene romper el ritmo innecesariamente cuando aún queda mucho trecho. A la tarde, tras la comida, escuchamos lo que aquel señor quiere contarnos.
Soy inglés, informa a modo de introducción, pero aclara enseguida que, aunque nacido en Inglaterra, sus progenitores fueron españoles, granaínos. En síntesis: sus padres participaron en la Desbandá, donde se vieron obligados a separarse; la madre se quedó con las dos hijas pequeñas y el padre acabó, tras muchas peripecias, en Inglaterra, desde donde finalmente logró localizar a su mujer y llevarla a aquel país.
Él nació efectivamente en Inglaterra, conoce la historia de la masacre de la carretera de Málaga-Almería a través de sus padres y, nadie más le había hablado nunca de ello. De vacaciones estos días en la tierra de sus mayores ha visto con sorpresa en un periódico local el paso de la marcha de la Desbandá, y se ha lanzado a su encuentro. El próximo año espero hacerla con ustedes, nos asegura.
El mar
Estamos en una de las habituales paradas a media marcha para fruta y descanso, aprovechando un mirador natural sobre el mar, un día luminoso y una profunda vista de esas aguas desde las que los cruceros franquistas se entretenían jugando al pimpampum contra la interminable columna de población civil desesperada.
La vista ahora en cambio es relajante, uno se deja llevar por la ensoñación de ir mecido sin rumbo en aquel pequeño velero que es poco más que una mota sobre el suave oleaje.
De pronto alguien exclama: ¡Delfines! ¿Dónde? Allí, mar adentro, dónde hostias va a ser… Un grupo de delfines, apenas distinguibles, rasgan juguetones la brillante membrana del agua; uno de ellos, más exhibicionista, se entrega a cabriolas audaces.
¡Qué contraste con el terror que debía infundir este mismo mar, cuya compañía es inevitable a lo largo del camino, hace 81 años, sobre todo a los niños que no alcanzarían a entender qué monstruos marinos eran esos que les bombardeaban con saña!
El paisaje y su memoria
La marcha son muchos trayectos superpuestos en el tiempo y el espacio. Para quienes no visitábamos esa costa desde hace muchos años es también el reencuentro con un paisaje cuyo rostro ha envejecido prematuramente hasta hacerse casi irreconocible. Esta marcha, que tiene por principal fin la recuperación de una trágica memoria colectiva, también resulta de provecho para recuperar la memoria propia de este rompedor paisaje costero.
En los momentos introspectivos del camino vuelven lejanas imágenes; unas son de la infancia, de aquellos viajes familiares en coche; otras de la juventud, como mochilero aspirante a hippy. Sin apenas turistas ni extranjeros, salvo algún extravagante intelectual inglés, sin cultivos de invernadero, sin autopistas de peaje.
La carretera N-340 es una larga serpiente que muta su piel y va abandonando por el camino jirones de las viejas capas que ahora son derivaciones muertas en cerradas curvas con su pavimento ya agrietado y sus clásicos antepechos y mojones, que el nuevo trazado evita y ataja; residuos que poco a poco la montaña engulle.
Y allí arriba, cerca del cielo, el estilizado vuelo de la nueva autopista de peaje sobre interminables pilares, horadando la montaña cuando se le opone, renegando de la tierra y sus criaturas.
Un territorio exhausto
Este tránsito interpela también nuestra trayectoria reciente de sociedad depredadora y glotona, ajena a la memoria del propio territorio y de su paisaje cultural. De Málaga a Almería recorremos un espectacular muestrario de sobreexplotación del territorio, con el común denominador de la extracción de rentabilidad privada a costa del patrimonio natural común.
Si en la Costa del Sol oriental y la Axarquía malagueña predomina una invasión inmobiliaria orientada al turismo de playa, que si no llega a los niveles de saturación de la Costa del Sol occidental, no le anda a la zaga, en el otro extremo de la ruta, el Poniente Almeriense, el territorio es una vasta llanura de plástico y residuos, que quiere cubrir hasta el mar. Entre ambos extremos, en la llamada ‘Costa Tropical’ granadina, se dan ambas realidades si bien el carácter más abrupto de la topografía dificulta su colonización, por lo que subsisten aún paisajes naturales y agrarios tradicionales.
Es tierra ahora de más oportunidades; de hecho, en Almería mucha de la población que encontramos son inmigrantes africanos que trabajan como jornaleros en los invernaderos, ¿pero era inevitable que la modernización se hiciera a cambio de dejar una herencia ambiental así?
La memoria es una energía colectiva que nos lleva
Son muchos kilómetros, pero quedan sobradamente compensados por las muchas emociones. Entre ellas, la fraternidad creada en el babel sociológico de quienes participamos, que en muchos casos no nos conocíamos previamente, y cuya variedad de motivaciones y procedencias apenas hemos podido ir descubriendo durante estos días.
La marcha va abriendo surcos en el silencio y sacudiendo un poco la vida por donde pasa; remueve telarañas mentales en los mayores, y despierta la curiosidad de los menores. Emociona escuchar de viva voz a algunas personas que fueron partícipes de aquel horror, ya sea como huidos o como lugareños, anfitriones obligados de aquellos. Muchas de ellas, como Carmen Gálvez, con 97 años, que nos habló y emocionó en Castell de Ferro, nunca antes habían tenido la oportunidad de expresar en público sus recuerdos.
El largo tiempo transcurrido sin casi ninguna atención a estos hechos ha supuesto la lenta desaparición de muchos posibles testimonios, la pérdida irreversible de un gran caudal de memoria oral, lo que resulta más grave en casos como este, apenas documentado ya sea en registros, en testimonios escritos o gráficos, o en la prensa de entonces.
Afortunadamente, libros como el recién editado ‘La Desbandá de Málaga en la provincia de Almería’, o nuevos documentales como ‘Hasta pronto hermanos: las Brigadas Internacionales en la Desbandá’, que nos han presentado sus autores durante la marcha, están haciendo una labor vital en ese sentido.
En el rosario de actos realizados a lo largo de las etapas hemos disfrutado de historiadores, poetas y también de reconocidos artistas como Lagartija Nick, Juan Bonilla o Lucía Sócar. Sin olvidar la presencia de representantes políticos, locales y autonómicos, en su gran mayoría de izquierdas. Todos nos han transmitido su energía y devuelto la fuerza cuando esta flaqueaba.
Y en cuanto a las autoridades locales que han mostrado su indiferencia por el sufrimiento reciente de sus paisanos y por la historia de este pueblo, negando por ejemplo cualquier ayuda logística a la marcha – como ha sido el caso del Rincón de la Victoria o de Roquetas del Mar, ambos con gobiernos municipales del PP -, reciban desde aquí mi más sincero desprecio.
Y ahora, a preparar la marcha de la Desbandá 2019
Empezaré con tiempo a entrenar para que la marcha del 2019 me pille en mejor forma. Participar en estas iniciativas es una forma de compromiso práctico con nuestra historia y con los derechos humanos; con un futuro más digno como sociedad, construido sobre los principios de verdad, justicia y reparación. Que nos permita legar una memoria democrática a las próximas generaciones de la que podamos enorgullecernos.
El efecto de visibilidad que una marcha así consigue queda reflejado en los diarios almerienses del domingo 18, que recogen en portada la llegada de la marcha a esta ciudad. La Desbandá ha dejado de ser un tabú.
Queda, no obstante, mucho por hacer. A lo largo de este recorrido apenas hay referencias visibles a su terrible historia ni a sus miles de víctimas; los jóvenes de la zona nos comentan que ni siquiera se menciona en los programas educativos. Hay que dignificar la ruta como una larga y profunda cicatriz de nuestra cartografía histórica.
Y, en todo caso, además de los objetivos políticos y memorialísticos que se consigan, valdrá la pena la experiencia.
Más información sobre la marcha:
https://www.cruzandolameta.es/ver/ii-marcha-senderista-la-desbanda—595/