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Manuel Pinto un anarquista que liberó París
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Andalucesdiario.es

“« A mí me van a fusilar pero a mi hijo no lo cogerán nunca ». Y no me cogieron”

Con motivo del 70 aniversario de la liberación de París, andalucesdiario.es recoge el texto autobiográfico del jerezano Manuel Pinto, que aquel 24 de agosto de 1944 entró en París con el general Leclerc.

Mi verdadero nombre es Manuel Pinto Queiroz Ruiz. Nací en Jerez de la Frontera el día 14 de abril de 1916. Mi familia era de allí. Mi madre murió cuando yo tenía 5 años. Cayó enferma, le salieron unos bultos y no pudimos hacer nada para curarla porque no teníamos dinero. Sólo recuerdo de ella que poco antes de morir me dijo : « Haz caso de tu padre, Manuel, escúchalo siempre ». Mi padre era anarquista. Un hombre muy serio, muy buena persona y muy anticlerical. Era camarero. En Andalucía había muchos anarquistas.

En mi pueblo, la gente se sentaba al atardecer en las puertas de las casas y hablaba y discutía, mientras pelaba y comía higos chumbos. Había un ambiente muy fraternal. A pesar de que eran muy pobres, se ayudaban unos a otros, estaban siempre dispuestos a echar una mano. Había mucha lucha sindicalista, muy bien organizada. Yo trabajé en las viñas y luego en una fábrica de destilería. Entré muy joven en el sindicato de arrumbadores y en las juventudes libertarias. En aquella época, los jóvenes se reunían para hacer periódicos y revistas, para ir a conferencias, para hacer teatro. Muchos de esos jóvenes recorrían kilómetros y kilómetros a pie para dar clases y charlas en los cortijos, donde se reunían los peones agrícolas tras una dura jornada de trabajo, a la luz de un candil. Yo sabía leer y escribir y pertenecía a uno de los grupos que iba a dar clases y a comentar textos de escritores libertarios.

Cuando llegaron los rebeldes de Franco y ocuparon Jerez, mi padre me dijo que tenía que marcharme enseguida y me ayudó a escapar. Él no quiso venirse y poco después lo fusilaron. Según un tío mío, antes de morir dijo : « A mí me van a fusilar pero a mi hijo no lo cogerán nunca ». Y no me cogieron.

Yo era muy joven, pero en aquellos momentos, viviendo tanta tragedia, nos hicimos mayores enseguida. Llegué a Granada por las montañas, haciendo ya la guerra contra los que habían dado el golpe de Estado. Estuve en Almería, en Murcia y en Alicante. Desde allí me marché a África del Norte en un barco de pesca que se llamaba La joven María. Con él llegamos hasta Argelia. En el puerto de Orán había un montón de barcos cargados de refugiados y las autoridades no les permitían bajar ni les suministraban ayuda. Nosotros nos las arreglamos para desembarcar y gracias a un viejo pescador que nos dio una dirección conseguimos un hotel para dormir una noche. La única noche que tuvimos libertad.

Al día siguiente, en plena calle, fui detenido por la policía y, como muchos otros españoles, encerrado en un campo reservado a los clandestinos, en un gran hangar de los muelles. El hangar estaba rodeado de alambre de púas y vigilado por la guardia móvil y senegaleses armados. Era un verdadero campo de concentración. El mismo director del campo pronunció este nombre, riéndose, cuando le pedí que nos diera una toalla. « Esto no es un hotel, es un campo de concentración ».

De allí me llevaron a otros dos campos y luego a Colomb–Béchar, siempre a pico y pala, aplastando piedra y vigilado por los guardianes, entre los que había algunos nazis. Un día dejé caer una carretilla cargada de piedras contra uno de los jefes alemanes que se encontraba un poco más abajo, un tipo de una gran crueldad. No sobrevivió. Sólo un par de españoles se dieron cuenta de que había sido yo. Estaban muy contentos.

Cuando desembarcaron en África los aliados, nos liberaron a todos. Poco después me enrolé en los Cuerpos Francos de África para luchar contra los alemanes en la guerra de Túnez. Una guerra que dirigía el general alemán Rommel. Sus tropas estaban consideradas como fuerzas de elite. Conseguimos derrotarlos y siempre me he preguntado cómo pude sobrevivir a aquel infierno. Y cómo pude sobrevivir a lo que siguió después. Mientras estuvimos en Argelia nos decían que no pasáramos a la zona árabe, pero yo pasaba todos los días, me paseaba tranquilamente, iba a los cafés, me invitaban a tomar té. Los otros me decían que estaba loco por hacer eso, pero yo les decía que eran ellos los locos porque aquella gente era estupenda.

Después de la guerra de Túnez me enrolé en las fuerzas de la Francia Libre, con Leclerc. Entré en lo que llamaban todavía, creo, el Regimiento de Marcha del Chad. Después estuvimos en Skira, donde se creó la Segunda División Blindada, hasta que salimos para ir al combate, a Europa. Embarcamos en Mers el–Kebir, en Argelia, en mayo de 1944. El barco se llamaba Franconia. Cuando llegamos a Inglaterra, la gente nos trató muy bien también. Las mujeres nos preferían a los franceses. Todo el mundo nos trataba bien. Los ingleses tenían mucha más simpatía por los españoles que por los franceses. Las inglesas preferían siempre bailar con nosotros.

Los oficiales franceses tenían miedo de los españoles. Decían que éramos unos salvajes. Es verdad que cuando un oficial no nos gustaba, le hacíamos la vida imposible. No aceptábamos sus órdenes. Sin embargo, Leclerc, el capitán Dronne después y sobre todo el coronel Putz se ganaron nuestras simpatías. Eran gente que nos comprendía y aseguraban que nos ayudarían a luchar contra Franco.

Yo he ido siempre con los blindados de mando. Mi tanqueta se llamaba Los Cosacos. Le pusimos ese nombre porque el capitán Dronne, que mandaba la unidad, un día nos dijo que éramos una banda de cosacos. Uno de los capitanes españoles le dijo : « Ha cometido usted un grave error. Tiene usted que rectificar ante la compañía ». Y rectificó. El coronel Putz también le llamó la atención un día porque le oyó gritar contra los españoles. Le dijo que si se comportaba así, no conseguiría que los españoles le obedecieran. Dronne lo tuvo en cuenta. Lo que Putz le dijo era totalmente cierto.

Después de Inglaterra y del desembarco en Francia fuimos enfrentándonos con los alemanes, siempre en primera línea. Los enfrentamos por toda Normandía, en Alançon, Ecouché, hasta París y después en Alsacia, hasta Berschtesgaden. Fue una guerra dura, perdimos a muchos compañeros pero no nos hicieron retroceder nunca.

Cuando llegamos a París, yo iba en las primeras tanquetas que llegaron hasta la plaza del Ayuntamiento. Fue nuestra compañía, La Nueve, la primera que entró en París. Éramos casi todos españoles. La gente se sorprendía mucho cuando nos oía hablar. No paraban de abrazarnos y besarnos. Aquello fue algo extraordinario. Dos días después, cuando el general De Gaulle desfiló por los Campos Elíseos, nosotros fuimos los que le servimos de escolta. A muchos militares franceses esto no les hizo ninguna gracia.

Cuando bajábamos por la avenida de los Campos Elíseos, con De Gaulle, Leclerc y otros oficiales, a medio paseo empezaron a tirar desde un edificio y enseguida paramos el half-track, empujamos a algunas personas para que se escondieran detrás y disparamos contra la zona de donde llegaron los tiros. Terminamos con ellos y el desfile pudo desarrollarse sin grandes problemas. Recibimos bastantes felicitaciones. Yo no tuve miedo nunca pero trataba de no exponerme demasiado. No me volví nunca atrás pero siempre mantuve una cierta prudencia.

Luego seguimos luchando hasta que llegamos al mismo refugio de Hitler. Allí terminó la guerra, lamentablemente. Nosotros esperábamos la ayuda para seguir la lucha y liberar España. En La Nueve, todos estábamos dispuestos a irnos y teníamos bastante material preparado. Habíamos estudiado un plan para llegar hasta Barcelona con una gran cantidad de camiones cargados de material. Campos, que era jefe de la 3.ª sección, tomó contacto con los guerrilleros españoles de la Unión Nacional que combatían en los Pirineos. Nos dimos cuenta enseguida de que los guerrilleros estaban totalmente controlados por los comunistas y que no llegaríamos a nada. Tuvimos que renunciar.

Me desmovilizaron a finales de agosto de 1945. Nunca volví a España.


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