FECHA

Los tres dirigentes de la CNT fusilados en Gijón:Alfredo Díaz González, Marcelino Ovies Cabo y José Tourman Alvarez
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http://www.asturiasrepublicana.com/tresanarquistas.htm


Tres anarquistas de Gijón

Alfredo Díaz González

Marcelino Ovies Cabo

José Tourman Alvarez


Por Marcelino Laruelo Roa

Anarquista es, por definición, el que no quiere ser oprimido

y no quiere ser opresor, el que desea el máximo bienestar,

la máxima libertad, el máximo desarrollo posible para

todos los seres humanos.

ERRICO MALATESTA


Les dije que no podía admitir que unos señores con

unos galones y desconocidos tuvieran toda clase de derechos

sobre mí y que pudieran manipularme a su capricho, hasta

reducirme en un autómata o, mejor dicho, a la nada.

JOAN CATALÁ BALAÑÁ (guía de

guerrilleros en el frente de Aragón)

El eterno descontento. Memorias de un luchador por la Libertad


Miremos hacia el porvenir. Y si atrás volvemos la vista,

no olvidemos que en un rincón del mundo hay una losa

de piedra, sin una flor, sin un recuerdo, y bajo ella una voz

de ultratumba que grita: ¡Germinal! Es la voz a cuyo conjuro

cambióse la faz de España y tembló el mundo.

RICARDO MELLA

Con Luis Quirós tuve también una amistad intensa, pero corta, porque cortos son los últimos años de la vida. ¡Cuántas veces me acuerdo ahora de él! ¡Cuántas veces me acuerdo de todos aquellos chavales de ochenta y tantos años que tuve la suerte de conocer!: Fermín, los dos Avelinos: Cadavieco y Cabricano, Ramonín, Libertad y Argentina… Con todos surgió el mismo sentimiento, que más que llamarlo amistad, diría que fue fraternidad. Porque cuando yo les pedí que me

contaran lo que les había tocado vivir, y cuando ellos empezaron a hablar y a contar sus cosas, lo hicieron con aquella sencillez y aquella naturalidad suyas, de tal modo que inmediatamente se forjó entre nosotros, ya digo, esa fraternidad que une, que nos une de forma imperecedera.

Fue Luis Quirós el que un día me dijo:

—Marcelo, también en la galería de los condenados a muerte

se puede cantar, y contar chistes, y reír…

Eran así. Ninguno de ellos presumía de nada, ni exageraba,

ni dramatizaba, sino, más bien, lo contrario. Yo creo que, a pesar

de todo lo que pasaron, se consideraban unos tíos con suerte,

pues habían podido vivir para contarlo. Y fue Luis Quirós el que

llamó mi atención sobre un hecho, sobre un dato, en el que no

había reparado. Un día, en casa, hablando de todo aquello, saltando

de una historia a otra, surgió lo del 14 de Julio de 1938. El

14 de Julio es la fiesta nacional en Francia y se conmemora la toma

de la Bastilla y la Revolución. No solamente en Francia, sino

también en el mundo. Fin y comienzo.

—El 14 de Julio fusilaron a Alfredín el del Vidrio, a Tourman y

a Marcelino Ovies. Todos dirigentes de la CNT. Para mí que fueron

checados. —Me dijo Quirós.

Tengo que aclarar lo de “checados”. Claro, viene de cheka,

de la cheka soviética, el aparato represor por excelencia de los

primeros tiempos de la revolución. Pero en el argot carcelario

de entonces, “checados” equivalía a “paseados”. Es decir que

los habían sacado de forma irregular de la cárcel y luego les habían

pegado cuatro tiros. Sus cuerpos sin vida quedarían tirados

en cualquier cuneta o a las puertas de un cementerio. Era

corriente en el lenguaje de la época referirse a la cheka de Falange,

aunque parezca tan contradictorio, cuando se hablaba

de las detenciones irregulares, de los desaparecidos y de los

“paseados”.

Aquella tarde, dedicamos bastante tiempo a hablar de este

asunto. Quirós me fue contando que los tres eran veteranos dirigentes

de la CNT y que Alfredín, con el que había compartido

celda, le había tomado bajo su protección en la cárcel del Coto.

Alfredín el del Vidrio, que era como le conocía todo el mundo,

estaba convencido, según me decía Quirós, de que le iban a

canjear y que pronto estaría, libre, en Barcelona. Y en cuanto estuviese

en Barcelona, le repetía y aseguraba a Quirós, lo primero

que iba a hacer era empezar a remover Roma con Santiago para

conseguir el canje de Luis Quirós, al que él llamaba también cariñosamente

Luisín: un chavalín de 23 años condenado a pena

de muerte por haber sido capitán del ejército republicano.

—No te preocupes, Luisín: en cuanto llegue a Barcelona me

pongo con lo tuyo. Estate tranquilo. —Le repetía a menudo.

Así se consolaban y se daban ánimos los condenados a pena

de muerte. ¿Pero cómo era que aquel hombre experimentado

estaba tan seguro de que le iban a canjear por cualquier otro prisionero

franquista? Porque la realidad decía que en Asturias

canjes de prisioneros hubo muy pocos, si es que hubo alguno.

¿Acaso no tenían muchos altos dirigentes socialistas asturianos

a sus mujeres en poder del general Aranda y en su poder siguieron

durante toda la guerra?

Quirós ya no recordaba bien los detalles, pero me contaba

que, al parecer, cuando Alfredín Díaz estaba con un batallón de

milicianos asturianos luchando en el frente de Vizcaya, hicieron

unos cuantos prisioneros. Entre los prisioneros había un jefazo

franquista, un coronel o teniente coronel, y lo querían fusilar allí

mismo, sobre el terreno. Alfredín, que era el comisario político,

intervino y logró apaciguar los ánimos y convencer a los más

exaltados de que lo mejor era llevarle con los demás prisioneros

a retaguardia y entregarle al mando de la brigada o de la división.

El caso fue que, según creía recordar Quirós, aquel coronel

había logrado salvar la vida gracias a la intervención de Al-

fredín. Por eso, ahora que era la suya la que estaba en peligro,

Alfredín el del Vidrio, por algún contacto o por alguna información,

estaba seguro de que los familiares del coronel estaban

moviendo en la zona franquista lo de su canje. Favor por favor y

vida por vida. Hubo mucho de eso en las dos zonas. Y también

de lo contrario.

Aquella misma tarde, nada más marchar Luis Quirós, me puse

a buscar en el ordenador los datos de los consejos de guerra

de los tres. Encontré que, efectivamente, había algo raro, las fechas

de los que habían ido en el mismo consejo de guerra y algún

otro detalle no me casaban. Parecía que había algo extraño,

pero de eso a poder afirmar que hubieran sido sacados de la

cárcel de El Coto para ser “paseados”… Una cosa sí pude comprobar

que era cierta: a los tres, y sólo a ellos tres, les habían fusilado

aquel catorce de Julio de 1938: ¡qué casualidad!

Corrió el tiempo, pasaron los años, y aunque no lo había olvidado,

la verdad es que tampoco hice nada por tirar de aquel hilo.

Son esos asuntos que uno tiene por ahí, pendientes, que a veces

los movimientos mágicos que afectan a las pilas de papeles

hacen aflorar y, otras veces, desaparecer; pero que siempre siguen

pendientes. Bueno, algo sí que hice: escribí un artículo para

la web de asturiasrepublicana.com. Y hace dos o tres años,

cuando se acercaba el mes de Julio y, por tanto, otro aniversario

más, se me ocurrió llamar por teléfono a mi amigo José Luis Iglesias,

el de USO, y contarle la historia, lo que sabía. Le pedí que

por qué no escribía algo en la prensa, un artículo reivindicando a

aquellos tres sindicalistas, él, que tiene vara alta en los periódicos.

La verdad es que lo que escribió le quedó muy bien, muy

humano y sensible. Fueron muchos lectores, sin duda, los que

se enteraron entonces de aquella otra página de la historia oculta.

Recuerdo que Iglesias terminaba su artículo pidiendo al

Ayuntamiento que se dieran los nombres de los tres anarquistas

gijoneses a tres nuevas calles de la ciudad, ya que ellos habían

dado sus vidas. Yo ahí, claro, discrepo de la buena fe y del optimismo

de José Luis Iglesias: ¡al Ayuntamiento de Gijón!, eso es

como pedir algo a una especie asociación de favores mutuos

dominada por el sectarismo y los complejos aldeaniles. Morning

singers y cafeteros que todos los días van con los de la feria y

vienen con los del mercado. Y ahí está el propio callejero para

comprobarlo, y los premios, y las condecoraciones, y los nombramientos…

El año pasado también quise hacer algo cuando se acercaba

otra vez la fecha del 14 de Julio: colocar una lápida con sus

nombres en el paredón del cementerio de Ceares donde les fusilaron

o alguna otra cosa. Pero se echó el tiempo encima y volvió

a quedar pendiente, pendiente para 2008, año que tenía como

acicate la cifra redonda del setenta aniversario del crimen.

Al fin, me puse a ello con interés renovado y decisión firme.

Pero, ¿por dónde empezar? ¿Dónde buscar datos e información

de tres hombres que aunque hubieran sido dirigentes de la CNT

gijonesa y asturiana, no dejaban de ser simples obreros? Y los

obreros, la gente corriente, como bien se sabe, no tiene ni biógrafos

ni hueco en las páginas de la historia. En cuanto mueren

los que les conocieron, se acabó. Y ahora ya no tenía a Luis Quirós,

ni a Fermín, ni a los Avelinos, ni a Ramonín para preguntarles.

Lo único, lo que Ramonín Alvarez Palomo hubiera dejado escrito

en sus libros, que tendría que volver a mirar. Ya le había

preguntado una vez a Ramonín por ellos. Me había dicho que la

familia de Tourman creía que seguía viviendo en París. ¿Viviría

aún algún hijo o alguna hija de Tourman, o de Marcelino Ovies, o

de Alfredo Díaz? Y si viviesen, ¿cómo localizarles? No es tarea

fácil, ni aun recurriendo a esa gran ayuda que es internet. ¿Merecería

la pena el esfuerzo? Porque los hijos es probable que pudieran

tener cosas interesantes que contar de sus padres, pero

los nietos… ¿Qué puede saber un nieto de un abuelo al que fusilaron

en 1938 y al que ni siquiera conoció? Me ha pasado muchas

veces el ir a entrevistar a familiares para que me contasen

lo que supieran de las personas de las que yo estaba escribiendo,

y terminar por ser yo el que les daba información a ellos. La

mayoría de las veces, lo único que se saca en claro es una fotografía.

No es poco, pero tampoco es mucho. De todas formas,

siempre hay que intentarlo, aunque nada más que sea que para

quedar uno más tranquilo.

Me pareció que lo primero que había que hacer era retomar

el hilo por donde lo había dejado diez años atrás: las causas de

los consejos de guerra. Así que escribí al Tribunal Militar IV, en

La Coruña, para pedir una nueva autorización para volver a consultarlas.

Cuando la recibí, llamé al Archivo de Ferrol para ponerme

de acuerdo con las fechas y cogí el montante y me fui para

allá.

(…)Este Archivo Militar Intermedio de Ferrol ocupa parte de las

dependencias del cuartel de El Baluarte, en pleno centro de la

ciudad. Es un recinto amurallado donde estuvo hasta no hace

muchos años el famoso Regimiento de Artillería de Costa.

No habían dado las nueve de la mañana, y ya estaba yo allí,

a pie de obra.

(…)Como ahora en el Archivo todo eran caras nuevas, medio en

broma y medio en serio, me dio por decirles, a modo de presentación,

que yo era el “padre” de aquel Archivo y que su nacimiento

había sido “por mi culpa”. Y es que a la burocracia y a la administración,

cuanto más les vaciles, mejor.

Soltar allí lo de la “paternidad no deseada” fue una ocurrencia

que tuve para romper el hielo con unas risas y mirar a ver si

conseguía que me atendieran bien, que sí que lo hicieron: muy

bien, con amabilidad y dándome toda clase de facilidades, que

es como tiene que ser. Porque ya se sabe que como el archivero/

a te ponga la proa, vale más marcharse y volver, no cuando

decía Larra, sino un año después a ver si hay suerte y le pillas de

baja o con unos moscosos.

Pero lo de que el que esto escribe es “el padre” de ese Archivo

no es, en el fondo, ni chiste ni broma. Porque cuando en España

seguía vigente la ley del silencio de la transición/transacción

y ni se había empezado a hablar ni se había acuñado eso

de la Recuperación de la Memoria Histórica, y, ni mucho menos,

se conocía a los que hoy son famosos por estar al frente de ese

movimiento; ya había conseguido yo que un juez togado militar

aprobara mi solicitud para consultar las causas de los consejos

de guerra celebrados en Gijón tras la entrada de las tropas franquistas

en Octubre de 1937. Creo que, muy probablemente, fue

a la primera persona a la que se autorizó a realizar un investigación

de este tipo. Conste que no sabía que me metía en el Mar

de los Sargazos, que si no… Las causas de los consejos de guerra

estaban en Oviedo, en el edificio de la antigua Capitanía, hoy,

Delegación de Defensa. Ya conté en otra parte mis “luchas y

aventuras” con coroneles y jueces del Registro Civil durante ese

trabajo de investigación. Lo que si quiero decir ahora, como

prueba de la paternidad invocada, es que desde el primer momento

las fuerzas ocultas empezaron a maniobrar para que

aquello no se volviera a repetir. Uno, que ya es algo perro y algo

viejo, sabe que hay muchas maneras de prohibir sin decirlo y sin

ponerlo en un cartel. Por ejemplo, apelando a la protección del

derecho a la intimidad y al honor de las personas; por ejemplo,

diciendo que algo está clasificado secreto y que todavía no ha

sido oficialmente desclasificado; por ejemplo, ocultándolo en los

índices… Hay muchas maneras. En este caso, optaron por poner

tierra por medio. Con la disculpa de centralizarlo todo en un Archivo,

se llevaron esa voluminosa documentación, fundamental

para estudiar la historia contemporánea de nuestra región, pues

a Ferrol. Está claro que si, en vez de en Ferrol, siguiera en Asturias,

cualquiera que tuviera interés se podría acercar hasta Oviedo,

hacer la consulta y volver a comer a casa. No es lo mismo ir a

Oviedo que tener que ir hasta Ferrol. Y para uno de Valladolid o

de Vizcaya, pues peor todavía.

Cuando ya estaba en marcha lo de llevar este Archivo de

Oviedo para Ferrol, Avelino Cadavieco, conocido durante la guerra

como El Capitanín por ser el más joven con esa graduación,

nos propuso a Avelino Cabricano, a Isaac Ortega y a mí convocar

a todos los de la Asociación de Militares de la República y

hacer un encierro de protesta en la Delegación de Defensa con

sacos de dormir, colchonetas, comida y toda la pesca. Acabábamos

de salir de una reunión con la consejera de Cultura del

gobierno regional que presidía Marqués. Como los comandantes

republicanos estaban lanzados, tuve que ser yo el que tirase para

atrás, ¡que manda mecha! Y es que yo pensaba también en

los infartos y en que igual palmaba alguien y… ¡vaya lío! Ahora

tengo que reconocer que tenía razón Avelino Cadavieco: nos teníamos

que haber encerrado en la Delegación de Defensa. También

se la doy a Antón Saavedra que entonces me vaticinó que

no serviría para nada la proposición no de ley que había aprobado

el parlamento asturiano pidiendo que toda esa documentación

no saliera de Asturias. Antes, había ido yo explicándoles,

uno por uno, toda la cuestión a los del PSOE, a los de IU, a los

del PAS… Todos de acuerdo. Pero un sábado de madrugada,

los militares lo cargaron todo en unos camiones y se lo llevaron

para Ferrol. Y allí sigue: ¡Visca Asturies!

(…)Cuando tuve las causas de los tres cenetistas encima de la

mesa, lo primero que hice fue mirar si tenían el preceptivo enterado

del Cuartel General del Generalísimo; y, sí, lo tenían las

tres. Hay que advertir que, en aquella época, para ejecutar una

sentencia de pena de muerte, primero, la comunicaban a la oficina

jurídica del Cuartel General de Franco, y se quedaba a la

espera de recibir el enterado o la conmutación por la de reclusión

perpetua. Por tanto, al figurar el enterado en la causa, no

habían sido checados como me había dicho Luis Quirós y como

habían estado creyendo los demás presos de la cárcel de El

Coto. Pero algo raro sí que había, el enterado se había recibido

telefónicamente, no por correo, y la firma del oficio comunicándoselo

al juzgado militar tampoco era la habitual. ¿Quién sabe?

Es como lo que conté antes del traslado del archivo militar de

Oviedo a Ferrol: en ningún papel quedó constancia de que ese

traslado se hizo para dificultar la consulta de la documentación

y, sin embargo, fue el motivo principal y el desencadenante de

la operación.

Antes de entrar en harina, tengo que explicar un poco cómo

era el proceso que terminaba con el fusilamiento de una persona.

Si esa persona no estaba ya detenida, las actuaciones comenzaban

con una denuncia o con una actuación de la Policía,

la Guardia Civil, la Falange o quien fuese. En lo que a malos tratos

y torturas se refiere, la gente de entonces consideraba que lo

peor era que te detuviesen los de Falange; luego, la Guardia Civil

y, lo menos malo, los de Asalto: ¡allá se irían todos por un igual!

Una vez detenido, se le tomaba declaración y, dejando de lado lo

de los malos tratos y los paseos, esa declaración se pasaba a

uno de los juzgados militares. Pero si la persona había sido hecha

prisionera por fuerzas militares, entonces era conducida ante

una comisión clasificadora que agrupaba a los prisioneros de

guerra en cuatro apartados: A, B, C y D. Los clasificados con las

letras C y D permanecían detenidos a disposición de los juzgados

militares. Los de las letras A y B eran, en su mayoría, destinados

a batallones de trabajadores o enrolados en las filas del

ejército franquista. Para los detenidos, el juez instructor pedía informes

sobre cada uno de ellos a las fuerzas policiales y a los

servicios de información de Falange, se tomaba declaración a

los testigos y al propio encausado, y se hacía un auto-resumen.

A continuación, intervenía el fiscal, se nombraba un defensor, se

celebraba el consejo de guerra y se dictaba sentencia. El auditor

de guerra daba su conformidad y se ejecutaba la sentencia excepto

en lo referido a las penas de muerte. Como queda dicho,

éstas no se llevaban a cabo hasta que llegaba el enterado del

Cuartel General del Generalísimo. Lo corriente era que desde

que el tribunal militar condenaba a alguien a pena de muerte

hasta que le fusilaban, solían transcurrir unas tres o cuatro semanas.

No siempre era así: los primeros consejos de guerra que celebraron

en Gijón, en Noviembre de 1937, a los condenados a

muerte los fusilaron al amanecer del día siguiente; supongo que

tendrían necesidad de esa urgencia para aterrorizar a la población.

En sentido opuesto, está el caso del médico gijonés Luis Alvargonzález,

cuyo enterado llegó casi un año y medio después

de que hubiera sido condenado a pena de muerte en un consejo

de guerra. Luis Alvargonzález se libró del fusilamiento gracias a

que alguien avisó a su hermano de la llegada del enterado y a

éste le dio tiempo a mover resortes hasta conseguir la intervención

en el último momento del conde Ciano, ministro de Asuntos

Exteriores de Italia y yerno de Mussolini, ante Franco. Telefónicamente

llegó a la comandancia militar de Gijón la orden de suspender

la ejecución. Todo esto ya lo he contado con más detalle

en el libro La Libertad es un bien muy preciado.

Revisando con detenimiento las tres causas de los consejos

de guerra pude averiguar que a José Tourman le hicieron prisionero

cuando trataba de huir de Gijón a bordo del Mont-Seny la

noche del veinte para el veintiuno de Octubre. Marcelino Ovies

se había embarcado en el Gaviota, que también fue capturado

por la flotilla nacionalista de bloqueo. Alfredo Díaz no quiso o no

pudo huir por mar, y le debió de detener la guardia civil en su domicilio

de la Travesía de la Salud, en Gijón, el 26 de Noviembre

de 1937. Se lo llevaron prisionero al cuartel de Los Campos. Mala

suerte tuvieron los tres.

El Mont-Seny, al que había subido Tourman en El Musel, fue

apresado en alta mar por el minador nacionalista Júpiter. El Gaviota,

en el que iba Marcelino Ovies, lo fue por el crucero Almirante

Cervera. Junto con el resto de mercantes y pesqueros capturados,

permanecieron retenidos hasta el amanecer a unas

cinco millas al Norte del cabo Peñas, custodiados por dos bous

artillados y la motonave Ciudad de Valencia. A primeras horas de

la mañana se formó un convoy que partió rumbo a Ribadeo, a

donde llegaron hacia las siete de la tarde. Los pesqueros y barcos

de menor calado entraron en el puerto de Ribadeo, mientras

que el Mont-Seny y otros cuatro mercantes más, abarrotados de

gente, permanecieron fondeados hasta las once de la noche. A

esa hora, se hicieron a la mar siguiendo las aguas del Ciudad de

Valencia, pese a que empezaba a hacer mal tiempo y a recalar

fuerte oleaje. En la tarde del 23 de Octubre arribaron a la ría de

Ferrol, donde, sin dejarles desembarcar, se les repartió pan y la-

tas de conserva. Parece mucho tiempo los dos días empleados

en hacer la singladura desde Ribadeo hasta Ferrol, pero debieron

de coger muy mal tiempo y eran barcos de poco andar. Al

día siguiente, salieron para La Coruña, en cuyo puerto atracaron

al atardecer.

En La Coruña, comenzaron las tareas de clasificación y distribución

de los prisioneros republicanos. Poco a poco empezaron

a ser enviados, bien por mar, bien por carretera, a los campos

de concentración habilitados en distintos pueblos de

Galicia. Sabemos que Tourman fue conducido al campo de Muros,

mientras que Marcelino Ovies lo fue al de Camposancos.

Alfredo Díaz, después de que le detuvieran en su casa, le supongo

pasándolas canutas en el cuartel de la Guardia Civil de

Los Campos, donde, como me contó Fermín López de Vega, las

cuadras de los caballos estaban llenas de gente quejándose de

los palos que les habían dado.

Tourman y Ovies prestaron declaración ante las respectivas

Comisiones Clasificadoras de Prisioneros y Presentados (CCPP)

el día tres y el día trece de Diciembre de 1937. Respecto a Alfredo

Díaz, no he visto el documento en el que debería figurar su

declaración ante la guardia civil ni tampoco tengo la fecha en la

que ingresó en la cárcel de El Coto; solamente pude averiguar

que cuando el día 17 de Diciembre de 1937 se iniciaron las actuaciones

por el juzgado militar instructor nº 7, ya llevaba tres semanas

detenido.

José Tourman declaró a la CCPP que al iniciarse la guerra se

encontraba en París y que a primeros de Septiembre vino a Gijón

a buscar a su mujer y a sus dos hijas que se encontraban accidentalmente

en la misma. Las tres fueron evacuadas para Francia

a finales de ese mes, no pudiendo hacerlo él por impedírselo

las autoridades. También declaró que no realizó ninguna función

ni ocupó ningún cargo. Y para que comprobasen lo dicho e informasen

sobre él, propuso al cónsul de Francia en Gijón. Tourman

conservaba la nacionalidad francesa, era “súditu”, pero los franquistas,

como se sabe y a diferencia de las autoridades republi-

canas, no se paraban mucho en esos detalles. No sé si en esas

fechas sería de nuevo Paquet el cónsul, pero lo cierto es que en

la causa no hay ningún otro documento en el que se cite o se tome

declaración al cónsul de Francia en Gijón. Pero, claro, con

los informes que llegaron de la policía, se clasificó a Tourman en

el grupo “D” y se le catalogó como peligroso. Por lo tanto, fue

puesto a disposición del Auditor de Guerra del 8º Cuerpo de

Ejército y se le formó causa.

Marcelino Ovies pasó por la CCPP de Camposancos y sus

declaraciones quedaron recogidas en un acta que lleva el número

de orden 756. Según sus afirmaciones, al estallar la guerra estaba

trabajando y el comité local de la CNT le encargó del reparto

del pan en el despacho central de la Cocina Económica,

puesto en el que permaneció un año, aproximadamente. Luego,

volvió a su trabajo en el taller de carpintería, donde permaneció

hasta el momento de la desbandada general. Reconoció que

pertenecía a la CNT desde 1916 y que había sido secretario y vocal

de la misma. Propuso como personas que podían garantizarle

a Cleominio Sánchez, dueño de la carpintería en la que trabajaba,

y al arquitecto Manuel García. Marcelino Ovies fue

clasificado dentro del grupo “C” y puesto también a disposición

del aparato judicial militar.

Respecto a Alfredo Díaz, que ya había sido trasladado desde

el cuartel de la Guardia Civil de Los Campos a la cárcel de El

Coto, el día 12 de Enero de 1938 prestaron declaración dos testigos.

Se trataba del vecino de Somió Casiano Tuya, de 62 años

de edad, que era el encargado del almacén de botellas de La Industria,

y de Avelino Carneado, compañero también de trabajo

de Alfredo Díaz en la misma fábrica. De sus declaraciones no sale

ninguna acusación concreta, solamente dicen que le conocían

y que debía de ser dirigente de la CNT puesto que, según palabras

de Casiano Tuya, “era de los que sabía explicarse bien”.

Avelino Carneado añadió que Alfredo Díaz solamente pasó unas

veces por la fábrica durante la guerra y que sabía que era amigo

de Acracio Bartolomé. Acracio Bartolomé fue un destacado

anarquista gijonés que dirigió durante la guerra el diario CNT en

Asturias. Consiguió huir por mar a Francia y pasar a Cataluña.

Tourman y Ovies saldrían de los campos de concentración

de Muros y Camposancos en cualquiera de las numerosas expediciones

de presos que se formaron a lo largo del mes de Diciembre.

Por ferrocarril y escoltados por la guardia civil, harían

noche en el penal de San Marcos, en León, para continuar viaje

al día siguiente hacia Gijón. En la supersaturada cárcel de El Coto

permanecerían durante la instrucción por el juez militar y hasta

la celebración del consejo de guerra.

Con fecha dos de Febrero de 1938, un informe de Orden Público,

solicitado por el juez instructor militar, dice de Tourman

que pertenecía a la FAI, que era uno de los anarquistas más peligrosos

y que hacía años había tenido que marchar de España y

refugiarse en París. También decía el informe que al iniciarse la

guerra fue consejero de Industria en Asturias, permaneciendo en

ese puesto hasta que le sustituyó Segundo Blanco. Este informe

afirmaba que Tourman había sido secretario del Sindicato de la

Construcción de la CNT y que había ocupado, no especifica

cual, un alto cargo en el ejército. Un mes más tarde, el ocho de

Marzo, el Servicio de Investigación de Falange envió un oficio en

el que decía que carecían de cualquier información sobre el encausado.

Se ve que los de Falange eran entonces jóvenes que ni

habían vivido ni conocían las luchas sociales del Gijón anterior a

la República y a la dictadura de Primo de Rivera.

El día 24 de Marzo, Orden Público propuso al juez militar que

se tomase declaración como testigo al agente de Investigación y

Vigilancia, vecino de Gijón, Juan Sánchez Pérez. Este compareció

unos días después, pero su declaración no aportó nada nuevo

y todo lo que declaró fue, además, por referencias de otros.

De Marcelino Ovies, Orden Público afirmaba que era un destacado

y veterano dirigente de la CNT, que había sido

secretario de la federación local de sindicatos y que había “estado

detenido infinidad de veces”. Pero, y aquí viene otro detalle

sorprendente, Orden Público afirmaba que “no encontraron per-

sonas de solvencia para deponer en el sumario”. Es decir, que en

plena vorágine de delaciones, chivateos y venganzas, no tenían

a nadie que quisiera firmar una declaración acusatoria contra

Marcelino Ovies. ¡Caramba! Y en ese mismo sentido figuran en

la causa otros dos oficios de la Comisaría de Investigación y Vigilancia

de Gijón, de fechas 27 de Enero y 9 de Febrero, en los

que comunicaban al juez instructor que no habían podido averiguar

nada de la actuación de Ovies durante “el dominio rojo” y

que seguían sin encontrar personas para testificar, que vale tanto

como decir para acusar.

La Guardia Civil no se anduvo con medias tintas en el informe

que elaboró sobre Alfredo Díaz, fechado el seis de Marzo de

1938: “indeseable en todos los conceptos para la Nueva España”,

y no se referían al periódico, claro, sino a la nación, al país.

Los motivos de la indeseabilidad de Alfredo, según la Guardia

Civil, no eran otros que su antigua militancia en la CNT, el haber

sido presidente del sindicato del Vidrio, comisario político en

Colunga y haber estado detenido por la Revolución de Octubre

de 1934. El informe de Falange del día dieciocho del mismo

mes, decía que Alfredo Díaz, se ve que a éste si le conocían y le

tenían fichado, había estado preso hasta la amnistía de Febrero

de 1936 y que, una vez en libertad, había hecho varios viajes a

Barcelona como enlace de la CNT asturiana. El servicio de Información

e Investigación de Falange también repetía que Alfredo

Díaz había estado durante la guerra de comisario político en

Colunga y proponían que el juez llamara a declarar como testigos

a Cleominio Sánchez, de la Fábrica de Maderas, que ya

aparece mencionado más arriba, y a José Valdés Patac, ingeniero

director de la fábrica de vidrios La Industria. La declaración

de Cleominio Sánchez no aportó nada, pues se limitó a repetir

lo que había oído decir a otros: que Alfredo Díaz era un

dirigente de la CNT y que durante la guerra no se supo nada de

él. Otra cosa fue la declaración de Valdés Patac; en ella acusó a

Alfredo Díaz de ser “un anarquista peligroso de alta escuela”, dirigente

regional y que había tenido una actuación destacada en

Octubre del 34. También dijo así mismo “que le supone (a Alfredo)

inductor de la agresión a tiros que sufrió en 1933 por cuestiones

sociales”. El director de la fábrica La Industria, que a saber

dónde estaría escondido esos días, afirmó ante el juez

militar que Alfredo Díaz había tomado parte activísima en la lucha

desde el primer momento del “Glorioso Movimiento Nacional”,

y que “le supone dirigente de grupo de los que atacaron

los cuarteles”. Finalizó su testimonio afirmando que sabía que

Alfredo Díaz había sido comisario político del pueblo de Colunga,

consejero de la Industria del Vidrio y comisario político de

batallón. Todo ello eran motivos más que sobrados para que José

Valdés Patac considerase a Alfredo Díaz como otro “indeseable

en todos los sentidos para la Nueva España”. Suposiciones

que valían como pruebas.

Alfredo Díaz, Alfredín el del Vidrio, ya había declarado ante el

juez militar en el mes de Febrero de 1938. Encabezaban lo que

se llamaba “declaración indagatoria del procesado”, sus señas

de identidad y sus rasgos físicos: natural y vecino de Gijón, con

domicilio en la Travesía de La Salud, número 4, bajo, hijo de José

y Ethelvina, de 32 años, casado y vidriero de profesión. Hay que

señalar que en la misma calle en la que vivía Alfredín tenía su negocio

de maderas Cleominio Sánchez, que aparece citado varias

veces como testigo, y, además, casualidades de la vida, en

esa carpintería era donde trabajaba Marcelino Ovies.

Al comparecer ante el juez militar, Alfredo Díaz modificó la

declaración que había hecho en el cuartel de la Guardia Civil de

Los Campos. Le dijo al juez militar que cuando estalló la guerra

o, por recordar el lenguaje franquista de la época, “al iniciarse el

Glorioso Movimiento Nacional”, estaba de baja desde hacía tres

meses a consecuencia de una fractura en la mano izquierda. Por

ese motivo, afirmó, tampoco pudo intervenir en los ataques a los

cuarteles de Gijón ni acaudillar ningún grupo de milicianos. Días

después del 15 de Agosto de 1936, continuó diciendo Alfredín, a

petición de algunos miembros de la CNT de Colunga, se trasladó

allí con la finalidad de evitar que se sacaran y asesinaran los

presos que había en la cárcel de la localidad, entre los que se

encontraba Fermín Vigón. Todo apunta a que consiguió impedir

que se volvieran a producir “sacas” en Colunga, pero, como solía

ser habitual, lo que en la declaración indagatoria no figura es

quién era este Fermín Vigón, comerciante de Colunga. Y tampoco

se tomó la molestia el juez militar instructor de citarle a declarar.

¡Para qué!

No hace falta ser muy perspicaz para relacionar a este Fermín

Vigón con el coronel salvado de ser fusilado del que me hablaba

Luis Quirós. (…) Fermín Vigón era hermano, nada más y nada menos, que

del coronel Juan Vigón, que entonces era el jefe de Estado Mayor

del Ejército del Norte nacionalista, que mandaba el general

Fidel Dávila. Juan Antonio de Blas, en una de sus rondas de cafés

matutinos a las que convida a todos los que le rodean, y por

donde yo aparezco de vez en cuando, me había contado que en

Septiembre de 1937, durante la ofensiva final sobre la Asturias

republicana, el coronel Juan Vigón autorizó, o tuvo que autorizar,

los bombardeos de la Legión Cóndor sobre el puerto de El Musel,

sabiendo como sabía que su hermano Fermín había sido

trasladado al barco-prisión Luis Caso de los Cobos, fondeado en

aguas del puerto.

El coronel Juan Vigón procedía del arma de Ingenieros y llegó

a teniente general. Después de la guerra, fue ministro del Aire

y director de la Escuela Superior del Ejército. Tenían otro hermano

militar, Jorge Vigón, de Artillería, que se acogió a la ley Azaña

y se retiró del ejército. Durante la guerra, luchó en las filas del

ejército franquista. Llegó también al generalato y fue ministro de

Obras Públicas ocho años. Escritor y periodista, recibió el premio

Nacional de Periodismo en 1949 y el Nacional de Literatura

al año siguiente.

Buceando en el Mar de los Sargazos, pude comprobar que

los fusilamientos o “paseos” que motivaron el traslado desde Gijón

a Colunga de Alfredín el del Vidrio habían tenido lugar, al parecer,

en la madrugada del día 15 de Agosto de 1936. Esa noche,

salió de Colunga un autocar con unos veinte milicianos y

ocho o nueve prisioneros, entre los que se citaba a Tomás

Montoto y Félix Llaneza. Fueron conducidos ante las tapias del

cementerio parroquial de Caravia la Baja y fusilados.

Como profesional del vidrio que era, Alfredín dijo en su nueva

declaración que estuvo al frente de esa sección en la consejería

de Industria, y que cuando movilizaron su quinta, se incorporó

al batallón nº 268 como comisario político de compañía.

Más tarde, pasó destinado al batallón nº 232, en el que permaneció

hasta el derrumbamiento del Frente Norte. Reconoció pertenecer

a la CNT y haber sido presidente del sindicato del Vidrio,

pero negó que hubiera sido presidente regional de la CNT

y de la FAI porque dichos cargos ni siquiera existían. En esta

comparecencia ante el juez militar, Alfredo Díaz quiso dejar

constancia expresa de su rechazo personal y su oposición a los

asesinatos que se cometieron en los primeros días de la guerra.

Informó al juez militar que esa actitud suya la había hecho pública

en una asamblea de la CNT que se celebró en el Salón Doré

de Gijón, en la que pidió la destitución de los dirigentes comunistas

que estaban al frente de Investigación y Vigilancia. En el

mismo sentido y con la misma finalidad, Alfredín dijo que se había

entrevistado con Belarmino Tomás y con Amador Fernández.

Consecuencia de todo ello fueron algunas destituciones, el

encarcelamiento de un agente de Investigación y Vigilancia, y

que disminuyera de forma sensible el número de crímenes. Todo

esto habría que enmarcarlo en la crisis política y el enfrentamiento

con el Partido Comunista que se produjo en el seno del

gobierno republicano de Asturias y León, enfrentamiento que,

sino su origen, si su agravamiento, habría que buscarlo en el

desarrollo y conclusión de la ofensiva militar sobre Oviedo en

Octubre de 1936.

José Tourman efectuó su declaración indagatoria ante el juez

militar el día cuatro de Abril de 1938. No aportó grandes cosas y,

en lo fundamental, repitió lo que ya había dicho ante la Comisión

Clasificadora del campo de concentración de Muros: que era natural

de Gijón, que tenía 49 años, que estaba casado con Consuelo

García y que era ebanista. Tourman le contó al juez militar

que en 1923 se tuvo que marchar para Francia por no encontrar

trabajo en España, instalándose en París con su familia, y que regresaron

a España en 1931, pero que a los dos o tres meses volvió

él solo de nuevo a París. A mediados de Agosto de 1936,

cuando la guerra cumplía su primer mes y se veía que iba para

largo, Tourman, según la declaración, vino a Gijón para recoger

a su familia y llevársela a Francia, pero él tuvo que quedarse y no

pudo marchar con ellos “por no permitirlo el gobierno rojo”. Reconoció

que durante dos meses fue consejero de Industria, hasta

que le sustituyó Segundo Blanco por divergencias surgidas en el

seno del Consejo de Asturias y León. Posteriormente, estuvo

nueve meses enfermo y sin desempeñar cargo alguno, hasta

que fue designado Secretario del Sindicato de la Construcción

(de la CNT). Tourman negó haber ocupado puesto alguno en el

ejército republicano.

El juez militar citó como testigo en la causa de Tourman al

ingeniero industrial Alfredo Avello Menéndez. Este ingeniero declaró

que en los primeros días de la guerra había sido requerido

por la radio y la prensa para que se presentara al Director

General de Industrias y éste resultó ser José Tourman, que fue

el que le ordenó reparar unas calderas. También afirmó que ese

departamento fue el que se transformó luego en Consejería de

Industria. Quitando eso, la declaración de Avello no añadió nada

más de interés. Respecto a la actuación de Tourman al frente

del Sindicato de la Construcción, Alfredo Avello propuso al

juez que citara al arquitecto Manuel García, pues creía que era

la persona que mejor podría informar. El arquitecto gijonés Manuel

García Rodríguez compareció ante el juez militar al día siguiente,

ocho de Abril, pero su declaración no aportó tampoco

nada que no se supiera y su lectura resulta absolutamente intranscendente.

No sé por qué, pero pensé yo que tal vez se tratase de un arquitecto

de izquierdas, en aquella época, y corrí a preguntarle a

Joaquín Aranda, al que, en temas de arquitectura en Asturias, yo

llamo Joaquín Espasa. Enseguida me mandó un correo con todos

los datos: Manuel García había nacido en Gijón en 1898, o

sea, que tenía casi cuarenta años cuando ocurrió todo lo que

aquí se cuenta, y murió en su ciudad natal en 1980. Cursó la carrera

en Barcelona y se instaló en Gijón, con estudio al final del

paseo de Begoña. Amigo del arquitecto Joaquín Ortiz, trabajaron

juntos en algunos proyectos. Me señaló Aranda como obras destacadas

de Manuel García en Gijón, entre otras, la Escuela de

Peritos, de 1931; la iglesia de los Capuchinos, de 1934, y el edificio

de la plazuela San Miguel, en la confluencia de Capua y Menéndez

Valdés. Manuel García formó parte del Ayuntamiento

franquista, recién finalizada la guerra, como delegado de Policía

Urbana y, en 1943, fue primer teniente de alcalde. Fue también

arquitecto municipal de Ribadesella y de Llanes. Así que ya se

ve que muy de izquierdas no era.

A Marcelino Ovies Cabo le tocó comparecer ante el juez militar

el 19 de Abril. Se trataba de tomarle la declaración indagatoria.

Días antes, los agentes de Investigación y Vigilancia de la

plantilla de Gijón, Alejandro Cavia y Juan Sánchez, habían dirigido

un oficio al juez para informarle que habían hecho “una información

sobre este sujeto con todo interés, por tratarse de un

sujeto con antecedentes significadísimos”, pero tenían que reconocer

que sus investigaciones habían resultado estériles.

Marcelino Ovies, por su parte, ratificó ante el juez militar la declaración

que había hecho en el campo de concentración de

Camposancos, pero puntualizó y añadió que se había afiliado a

la CNT en 1931 y que había sido vocal del Sindicato de la Construcción.

Reconoció haber estado quince días detenido después

de la Revolución de 1934 y otros doce días en 1935; o sea,

las típicas “quincenas” con que los gobernadores republicanos

podían enchironar a cualquiera sin acusación ni apertura de

procedimiento judicial alguno. Reiteró Ovies que durante la guerra

había estado de encargado del reparto de pan y, luego, trabajando

en su oficio de ebanista, construyendo muebles y de

encargado de taller (en el del tan citado Cleominio Sánchez, en

la calle la Salud).

Hace ya algún tiempo, mi amigo Jaime Cinca me comentó

que le había llamado la atención el elevado porcentaje de dirigentes

de la CNT y de la FAI de Aragón y Cataluña que eran

ebanistas. Más tarde, cuando vi los capítulos de la serie Vientos

de Agua, del argentino Juan José Campanella, el protagonista,

un asturiano que emigra o, más bien, escapa de la Asturias de

antes de la guerra, y al que se nota una inclinación hacia las

ideas anarquistas, también terminó trabajando como ebanista

en su propio taller, allá, en Argentina. Un tema interesante para

investigar: los oficios o profesiones de los dirigentes obreros españoles.

La instrucción del proceso montado contra Alfredo Díaz

avanzaba más deprisa. El juez instructor, alférez honorario del

cuerpo jurídico militar, Antonio Nores Castro, del Juzgado Instructor

nº 7, firmó el día veinticinco de Marzo de 1938 el auto-resumen

con el que daba por concluida la investigación judicial y

declaraba procesado a Alfredo. Este sumarísimo de urgencia llevaba

el nº 1.915 y, además de la de Alfredo, se agrupaban las

causas instruidas contra Rufino Menéndez Suárez, Valentín González

García y Casimiro Costales Costales. No había ninguna relación

entre ellos, pero los cuatro estaban acusados de “rebelión

militar” y las actuaciones habían comenzado tres meses antes.

En este auto-resumen, el juez instructor le metió a Alfredo todo:

empezando con lo de “elemento destacado de la CNT y anarquista

peligroso y de alta escuela”, y siguiendo con lo demás

que ya conocemos.

El consejo de guerra se celebró el jueves 31 de Marzo. Ese

día, en Gijón, ante el Tribunal Militar o Consejo Permanente de

Guerra nº 1, se celebraron tres consejos de guerra en los que

comparecieron treinta y dos ciudadanos. Ese mismo día tuvo lugar

en el salón de plenos del Ayuntamiento otro consejo de guerra;

éste, para oficiales. Lo presidió el general de división Ambrosio

Feijoo Pardiñas, y el acusado fue el alférez de Artillería de

Costa Germán Riopedre López, que fue condenado a pena de

muerte y ejecutado. Alfredo Díaz compareció ante los miembros

del Tribunal Militar nº 1 en el segundo de los consejos de guerra

de ese día. Junto a él, se sentaron en el banquillo otras once personas

más, entre las que había una mujer, de cuarenta y nueve

años, y su hija, de veintiuno. Durante el consejo de guerra, como

era costumbre, no se practicó prueba alguna y el fiscal consideró

las actuaciones de unos y otros como delitos de rebelión militar

o auxilio a la rebelión, por lo que pidió cuatro penas de reclusión

temporal en su grado mínimo, una en su grado medio y dos

en su grado máximo. Para el resto de los procesados, el fiscal pidió

la pena de muerte, y para el ugetista langreano Enrique Palicio

Riera, la de garrote vil. El abogado defensor solicitó para Alfredo

Díaz y Enrique Palicio la pena de reclusión perpetua, y

para el resto, la libre absolución. Solamente Alfredo Díaz y Enrique

Palicio hicieron uso de la palabra ante el tribunal militar: Alfredo,

para reiterar su oposición a cualquier tipo de crimen, y Palicio,

para proclamar su inocencia de los crímenes que se le

imputaban. A continuación, el tribunal militar se reunió en sesión

secreta para deliberar y dictar sentencia. Bueno, ya se sabe como

eran y son estas cosas, mucha rigidez y envaramiento de cara

a la galería, y luego, si abres la puerta, te encuentras con que

se están tomando un blanco con un pincho de tortilla y ya tienen

decidido quién vive y quién muere.

En la sentencia, fueron condenados a pena de muerte Alfredo

Díaz y Enrique Palicio; a quince años, Casimiro Costales, y el

resto, absueltos a disposición del Delegado de Orden Público.

Para más detalles, se puede consultar el cd-rom de La Libertad

es un bien muy preciado. Firmaban la sentencia los conocidos

miembros de este Tribunal Militar nº 1 que se paseó por toda España

mandando gente al paredón. Lo presidía el comandante de

Caballería Luis de Vicente Sasiain. Esta sentencia fue aprobada

dos días más tarde por el auditor de guerra, Ulpiano Pereiro, que

ordenó se comunicase a la Asesoría Jurídica del Cuartel General

de S.E. el Generalísimo las penas de muerte impuestas, suspendiéndose

la ejecución de las mismas hasta que se recibiera en la

Auditoría de Guerra noticia del enterado o de su conmutación.

Fernando Vázquez Méndez, alférez de artillería, fue el juez

instructor del sumarísimo de urgencia nº 2.850 contra José Tourman

Alvarez, bajo la acusación de rebelión militar. La instrucción

había comenzado el 10 de Enero de 1938. En el auto-resumen,

fechado el once de Abril, el instructor recogió todas las “acusaciones”

y añadió lo de que “se dice que desempeñó un alto cargo

en el Estado Mayor del Ejército rojo”, pero tuvo que reconocer

que no había podido comprobarlo. Con ello, declaró concluida la

investigación y procesado a Tourman, y ordenó que las actuaciones

pasasen al tribunal, que no era otro que el famoso y ya citado

Tribunal Militar Permanente nº 1.

El lunes 18 de Abril se celebraron en Gijón tres consejos de

guerra que afectaron a veintisiete personas. En el tercero de

ellos, junto a otros siete más, estaba sentado en el banquillo José

Tourman. Tras el trámite de la celebración de la vista, en audiencia

pública, y la consiguiente deliberación secreta, los

miembros del tribunal militar firmaron cuatro condenas a pena de

muerte, incluida la de Tourman, y otras cuatro a veinte años de

prisión. Ninguna de las cuatro penas de muerte sería después

conmutada por S.E. el Generalísimo.

Los consejos de guerra se celebraban en el Instituto que fundara

Jovellanos, en el salón de la planta baja que da a la calle de

Begoña. No veo que nadie, ni del gobierno municipal del PSOEIU

ni de la farándula cultural afín, se haya tomado la pequeña

molestia de colocar una placa que recuerde los hechos que en

ese salón se produjeron.

A Marcelino Ovies Cabo le tocó como juez instructor el capitán

honorario del cuerpo jurídico militar, Marcelino Piñel Miguel,

adscrito al Juzgado Instructor nº 9. El sumarísimo de urgencia

llevaba el nº 2.721, por “rebelión militar”, y había comenzado a

instruirse el día siete de Enero de 1938. En el auto-resumen, fechado

el veintiuno de Abril, el instructor tuvo que reconocer que

no se había podido aclarar la actuación de Marcelino Ovies durante

la guerra, o período rojo, como él escribía. No obstante, y

como cabía esperar, le declaró procesado y pasó las actuaciones

al tribunal. Marcelino Ovies fue en el primer consejo de guerra

de los tres que se celebraron en Gijón el lunes veintisiete de

Abril. Eran diez hombres y se dictaron tres condenas a pena de

muerte y las tres serían ejecutadas; otras tres fueron a reclusión

perpetua y las demás, a penas inferiores a veinte años, junto con

una absolución. Como era norma, no se practicó prueba alguna

y el abogado defensor, como buen y necesario comparsa, limitó

su defensa a pedir la pena inferior para los procesados. Varios

acusados tomaron la palabra al final del consejo de guerra para

negar los “cargos”. Marcelino Ovies fue uno de ellos y lo hizo para

rechazar que hubiera sido dirigente y que tampoco había desempeñado

el cargo de secretario de los sindicatos únicos. Dictada

la sentencia y aprobada por el auditor de guerra, se quedó

a la espera para la ejecución de las penas de muerte de lo que

acordase el Jefe del Estado, general Franco. Por los otros dos

consejos de guerra celebrados ese mismo día en Gijón pasaron

un total de diecinueve personas más.

Así que ya tenemos a nuestros tres amigos anarquistas condenados

a pena de muerte por “rebelión militar” con el agravante

de “perversidad”. No fueron una excepción, sino la norma de cómo

actuaba la autoproclamada justicia militar franquista. Esos

jueces instructores, esos fiscales y esos tribunales militares permanentes

fueron el cuerpo de ejército que más víctimas causó.

Muchas más que las brigadas navarras, la legión y los moros

juntos. Actuaron de forma implacable y sin compasión sobre un

enemigo desarmado, y continuaron su sangrienta ofensiva mucho

tiempo después de que la guerra en las trincheras hubiera

acabado.

Si la clase política de este país tuviera un poco más de decencia

y de sentido de la justicia, ya debería de haber figurado

en la constitución de 1979 un apartado en el que se revocasen

todas las sentencias dictadas por esos tribunales militares permanentes.

Pero ocurre que treinta años después, las Cortes que

aprobaron la conocida como Ley de la Memoria Histórica, tampoco

creyeron conveniente incluir en su articulado la anulación

de la que fue la obra más criminal del franquismo. No sería por

casualidad que presidiese la comisión encargada de elaborar el

borrador, que tantos retrasos acumuló, la vicepresidenta Mª Teresa

Fernández de la Vega, una arribista del PSOE y un bluff político,

como se ha podido comprobar por los resultados que obtuvo

en Valencia en las pasadas elecciones generales de 2008.

Hija del que fuera Delegado Provincial de Sindicatos de Valencia,

parece haber dedicado mucho más tiempo a acicalarse y

presumir delante de las cámaras, que a contribuir a la elaboración

de un texto que reparase de forma satisfactoria el enorme

daño y el gran dolor causado por aquella asociación de matarifes

revestidos de tribunales militares.

Cuando revisé las fechas de los fusilamientos de los prisioneros

que habían sido condenados a pena de muerte el mismo día

que Alfredo Díaz, que José Tourman o que Marcelino Ovies,

comprobé que a ninguno de ellos lo ejecutaron el catorce de Julio.

Dicho de otra manera, ni Alfredo ni Tourman ni Ovies fueron

ejecutados con los demás de su tanda. El día diez de Julio fusilaron

en el paredón del cementerio de Ceares a treinta presos que

habían sido condenados pena de muerte y para los que no hubo

conmutación. Los piquetes de ejecución no volvieron a actuar

hasta el día veinte del mismo mes. Y ese día, fueron treinta y dos

los fusilados.

En los nueve amaneceres silenciosos que siguieron, solamente el del día

catorce vio rasgarse la quietud de las primeras horas de la mañana

con la descarga de fusilería que acabó con la vida de los

tres anarquistas: ¿Quién sería el ocurrente, de que mente retorcida

saldría la idea de reservarles con vida para matarles juntos a

los tres el día que en el mundo se conmemora el triunfo de la Revolución

francesa, de la toma de la Bastilla; el día de la fiesta nacional

de Francia, el día de la Libertad, de la Fraternidad y de la

Igualdad?

Me viene ahora a lo memoria lo que hicieron también en Salamanca

con el único pastor protestante de la ciudad, Atilano Coco.

Le detuvieron en los primeros días de la sublevación y, sin

consejo de guerra ni nada, esperaron para fusilarle hasta el ocho

de Diciembre de 1936, fecha en la que, como todo el mundo sabe,

se celebra en España la Purísima Concepción, dogma católico

que el protestantismo no acepta. Cuenta Luciano González

Egido en su libro Agonizar en Salamanca, que Unamuno, en

aquella jornada tan racista como, más tarde, famosa, del doce

de Octubre de 1936, llevaba en el bolsillo de la chaqueta la carta

que le había enviado la mujer del pastor anglicano solicitándole

su intervención para salvar la amenazada vida de su marido.

Creo que fue en los márgenes de esa carta donde Unamuno tomó

las breves notas de su intervención en aquel acto que terminó

enfrentándole a los del ¡abajo los intelectuales! y el ¡viva la

muerte! No ocurrió en una aldea remota ni en un poblachón

apartado, sino en la universitaria y capitalina Salamanca: ¡Qué

gran idea, qué magnifica ocurrencia mandar fusilar el día de la

Purísima al único pastor protestante de la ciudad!

Setenta años después, el lunes 14 de Julio de 2008, repetí yo en Gijón

aquel recorrido funeral que arrancó la vida a los tres anarquistas.

A las seis de la mañana, que son las siete del horario de ahora

que la conveniencia bruselense y el papanatismo madrileño nos

imponen, estaba yo delante del antiguo cuartel de Asalto, en el

edificio del Instituto creado por Jovellanos. Aquellos guardias de

Asalto, tan flamenquillos con sus gorras ladeadas durante la Re-

pública, estarían preparándose, hizo ahora setenta años, para

subir con sus fusiles en aquellos coches que usaban, largos y

descubiertos, con varias filas de asientos. El trago de coñac, el

golpe de orujo o la copa apurada de cazalla recompondrían algo

estómagos y espíritus. Enfilarían por la calle Jovellanos y

recibirían el resplandor casi imperceptible de un sol que nacía

del mar envuelto en nubes rojas, allá por donde la punta del

Cervigón. Calle de Cabrales arriba, con las ruinas del cuartel de

Simancas al fondo. Hoy, con la gran cruz de los vencedores. Segundo

año triunfal, decía la propaganda franquista, pero en

aquella lucha tan cercana para ellos, en los días de Julio y de

Agosto de 1936 de aquel Gijón de combates y guerra, habían sido

los anarquistas los vencedores. Nadie sabe en que irían pensando

aquellos guardias de Asalto camino del crimen. Tal vez

no pensasen en nada, medio adormilados por la hora, el traqueteo

y la rutina.

Abandoné el itinerario de los de Asalto y me dirigí hacia Los

Campos, pues quise pasar por delante de donde estuvo el cuartel

de la Guardia Civil:

—¡Ay si estos árboles pudieran hablar! ¡Ay si estos árboles

pudieran contar todo lo que vieron!

Lo decía una señora que conocía mi abuela Rosarín. Los árboles

eran los del parque del Continental, que daban frente al

cuartel. Ya no hay árboles, ya no hay cuartel: ¡lástima de árboles!

Pero es que aquí siempre hubo alcaldes y concejales y secretarios

y arquitectos y empresarios dispuestos a tumbar árboles

para levantar edificios y hacer sus negocios. Parque del

Continental: a tus árboles que no pudieron hablar, tampoco les

dejaron vivir.

Los guardias civiles se subirían a sus vehículos y por Ramón

y Cajal arriba en escasos minutos llegarían ante la puerta de la

cárcel. Cárcel del Coto: ¡si tus paredes hubieran podido hablar!

Bajé del coche y me puse a caminar por delante del que fuera

pabellón de administración de la cárcel, que es el que se conserva

y que en la actualidad se utiliza como edificio municipal de

servicios para jubilados y mujeres. Le di la vuelta y volví a situarme

frente a la puerta que entonces daba acceso a la cárcel. Se

construyó esta cárcel de El Coto a comienzos del siglo XX según

proyecto del arquitecto García de la Cruz. Fue inaugurada en

1909 por militantes republicanos y de la CNT, ¿por quién si no?,

detenidos por las huelgas de la que en Barcelona se conoció como

Semana Trágica. Y por el apodado Pintarrueques, al que habían

cogido robando botellas vacías… Que al que azotan es por

pobre/de suerte, favor y trazas…

Me contaba Fermín López de Vega que cuando empezaron a tirar la cárcel

de El Coto, fue hasta allí para verlo con sus propios ojos y sacar

unas fotos: él, que había estado preso, encerrado en una sus celdas,

con veintipocos años, y que pasó meses y meses en la galería

de los condenados a muerte. ¡Qué diría Fermín si supiera que

hoy en día tenemos en España más cárceles y más presos que en 1940!

Allí permanecí un tiempo, mirando para aquel edificio de tan

siniestro pasado que se trataba de camuflar bajo los colorines

de capas de pintura y nuevas dependencias. Un poco como hacen

esos kapos de los campos de concentración nazis, que un día alguien

descubre debajo de un perfecto disfraz de discretos y honorables

ciudadanos de lejanos países.

Amanecer del jueves 14 de Julio de 1938: tres hombres

aguardaban en el rastrillo de la cárcel. Ese amanecer, cuando

los presos con condena de pena de muerte sintieron el ruido de

los cerrojos y los pasos de los guardias por la galería, se encogieron

sus cuerpos y se agitó de forma salvaje el latir de sus corazones:

¿cómo era posible? Emilio Vera, otro preso como ellos,

había estado sonriente durante el último recuento, y esa era la

señal infalible que quería decir que esa noche podían dormir

tranquilos. Por el destino que tenía en la cárcel, Vera sabía cuándo

llegaban las relaciones con los nombres de los que iban a fusilar

al día siguiente y cuándo no. Y todos los presos conocían la

elemental mímica de la vida y la muerte: si en el último recuento

estaba serio, es que al amanecer iba a haber saca, y si estaba

sonriente, entonces era que no.

Supe por Luis Quirós que ese día fatídico, una de las puertas

que abrieron fue la de su celda. Un guardia de prisiones llamado

Marqués, más conocido como “Bocanegra”, leyó un nombre de

la ficha que tenía en la mano. Esta vez no llevaba un folio con la

relación de los que iban a ser fusilados como era habitual:

—José Germán Alvarez. —Nadie contestó. Tourman estaba

durmiendo, tan tranquilo y tan ajeno a todo.

Marqués volvió a mirar la ficha y corrigió el error:

—José Tourman Alvarez. Y a continuación pronunció la palabra

fatídica: ¡Vístase!

Otros dos cerrojos de las puertas de otras dos celdas se

descorrieron ese amanecer. Y los nombres de otros dos presos

se oyeron pronunciar en la galería. Y en la penumbra de la celda,

cuidando de no pisar a los compañeros, otros dos hombres se

vistieron.

Cuando Alfredín el del Vidrio pasó por delante de la puerta

abierta de la celda de la que José Tourman iba a salir, dijo a media

voz:

—Luisín, no me olvido de lo tuyo.

¡Todavía creía el pobre Alfredín que le llevaban para un

canje!

Tres hombres esperaron en el local habilitado como capilla a

que terminasen las formalidades burocráticas después de que

hubieran rechazado las religiosas.

¿Se habrían despedido de sus compañeros de celda? ¿Cuáles

serían las breves palabras que se pronunciaron? ¿Les daría

tiempo a repartir sus escasas pertenencias, a cambiar una chaqueta

más nueva por otra más vieja, a quitarse los zapatos y poner

unas alpargatas rotas, a dejar el reloj y el anillo para que lo

entregasen a la familia, a repartir el tabaco, a echar un último cigarrillo,

a escribir una carta de despedida para que la sacasen

camuflada entre las costuras de la ropa sucia? ¿Firmarían, como

cuenta Fermín que hizo César, el hermano de Ramonín, en el

pliego de la comunicación de la sentencia con un Viva la CNT,

Viva la FAI y Vivan las Juventudes Libertarias? Tres hombres es-

peraron. Quince guardias civiles y quince guardias de Asalto

esperaron. Centenares de hombres, acurrucados en sus petates

carcelarios, esperaron.

Frente a la puerta de la cárcel, los guardias de los dos uniformes

formarían corros y fumarían. Murmullo de conversaciones,

golpes de las culatas en el suelo y ruido descompasado

de botas. El director de la cárcel, el jefe de la fuerza, el juez instructor,

el fraile, el médico militar, el oficial con la orden del comandante

militar, todos se moverían con pulcritud burocrática

para ultimar los detalles que completasen el envoltorio jurídico

de los tres crímenes que se iban a cometer. Allí, en otra zona del

rastrillo, los funcionarios de la cárcel les pondrían un alambre

apretado en las muñecas de los tres anarquistas y les amarrarían,

para mayor seguridad, brazo con brazo. A la puerta de la

cárcel, dos filas de fusiles se formarían a la salida de los tres

presos. Subirían al autobús y, como cuando sacan al santo de la

iglesia, el arrancar de los motores sustituiría a la salva de voladores

para anunciar al pueblo el inicio de la procesión. Uno de

los piquetes se encargaba de la vigilancia y otro de la ejecución.

Se turnaban día a día: ¿a quién les tocaría hoy fusilar, a los

civiles o a los de Asalto?

Por encima del tejado de una de las Casas Baratas vi asomar

el primer rayo de sol. En el árbol junto al que estaba, frente a la

puerta de la cárcel, se formó un jolgorio de gorriones. Eran las

seis y media en mi reloj, una hora más en el del estado. Tal vez

aquel día de Julio de 1938 estuviese nublado y todos los gorriones

de la redonda hubieran huido al ver tanto fusil. Subí al coche

y me fui al cementerio de Ceares. Ya estaban abiertas las puertas.

Entré y caminé hacia el lugar de la ejecución: a mi izquierda,

los grandes panteones, a mi derecha, viejas y humildes tumbas:

¿quién dijo que la muerte nos iguala? Llegué al final del camino

principal y torcí a la izquierda para ir bordeando la fosa común

donde están los restos de los fusilados por el franquismo.

Hoy, que la propaganda de la conveniencia política agita el

eslogan ese de la Recuperación de la Memoria Histórica, yo vuel-

vo a recordar aquí a los que no interesa, a doña Rafaela y a aquellas

mujeres que en plenos años cincuenta se enfrentaron a los

designios de las autoridades franquistas. Fueron ellas las que,

poniendo sus nombres y sus firmas, tirando de todos los hilos,

pudieron impedir que los restos de los fusilados por el franquismo

fueran aventados. Las que obligaron al Ayuntamiento a hacer

lo que hoy es la fosa común. ¿Quién se acuerda de ellas? Yo, sí.

Seguí caminando y llegué delante del muro de las ejecuciones,

del paredón donde tantas y tantas balas reventaron piedras

después de haber atravesado cuerpos. Flores de plástico viejas

y lápidas con propaganda política. Se ve que nos puede lo chabolero.

Por este mismo camino del cementerio pasó el cortejo. Allí

estaría la zanja que todos los días había que alargar unos metros

más. ¿Irían enteros los tres anarquistas? ¿Desfallecería alguno y

le susurrarían palabras de consuelo los otros dos? Porque ya escribió

el poeta que cuando se miran de frente los vertiginosos

ojos blancos de la muerte… ¿Cantarían el A las barricadas y darían

vivas a la CNT, a la FAI y a la Libertad?

Les colocaron contra aquel paredón que hoy vemos lleno de

grietas y agujeros. Formó el piquete frente a ellos y el alférez o el

teniente fue dando las órdenes. Entraron las balas en las recámaras,

los dedos se pegaron a los gatillos y quince caras tuertas

buscaron un punto preciso en aquellos tres seres humanos: dos

tiros a la cabeza y tres al corazón. ¿O sería al revés? Quince fogonazos

y un trueno seco que se oiría en toda la ciudad. La advertencia

de todas las mañanas al Gijón de la derrota. Y tres cuerpos

sin vida se desplomaron y en silencio su sangre pintó en la tierra

una última protesta. En la cárcel y en la ciudad se comprendió

que aquel catorce de Julio los de la Bastilla habían vencido a París.

No creo que hiciera falta el tiro de gracia. ¿Se lo daría el oficial

por cumplir con la rutina como el fraile con sus oraciones?

Regresó la fuerza a los camiones. Cesó el cura sus rezos.

Certificó la muerte el médico militar. Después de que todos se

hubieran ido, pasó un largo tiempo hasta que el silencio del lugar

recuperó sus sonidos y rumores cotidianos. Entonces aparecieron

unos hombres con trazas de labriegos que cargaron en una

especie de angarillas y llevaron para la zanja los cuerpos de los

que en vida habían sido Alfredo Díaz González, Marcelino Ovies

Cabo y José Tourman Alvarez. Tres veteranos cenetistas, tres

apreciados anarquistas de Gijón.

Me podía haber molestado más, buscado, indagado, preguntado

a unos y a otros, pero… Escribí a una hija de Marcelino

Ovies que vive en Perpiñán: no recibí respuesta. Conseguí hablar

con ella por teléfono y me dijo que no, que no me mandaba

una foto de su padre. Yo tampoco insistí. Localicé por internet en

Francia a un nieto de Tourman y nos cruzamos varios e-mails. No

sé decir por qué, pero me dio la sensación de que no le hacían

mucha gracia mis proyectos. Igual estoy equivocado, pero yo

soy así. Me mandó unas fotos de Tourman que le pedí y una reproducción

del pasaporte, pero como mi manera de ser es igualitarista,

me dije: si no hay fotos de todos, no hay fotos de nadie.

Llamé a la hija de Ramonín a la facultad, pero no la localicé, y no

quise molestar a su viuda. Mandé un e-mail a la Fundación Anselmo

Lorenzo y me enviaron lo que tenían: las reseñas que trae

la Enciclopedia Histórica del Anarquismo Español. Tampoco sé

si habrá mucho más, porque recuerdo que Ramonín Alvarez Palomo me contaba

que durante la guerra, en el verano de 1937, mandó a un familiar

para Francia en un barco que salió de El Musel. Llevaba dos maletas

cargadas de documentación de la CNT que querían poner

a salvo por si las cosas iban a peor. Ya en alta mar, un barco de

guerra se acercó al mercante. El hombre creyó que era el Cervera

y se pondría nervioso. Cogió las maletas y las tiró a la mar.

Luego resultó que el barco de guerra era inglés…

¿Qué hice al final?, pues cogí los libros que Ramonín escribió

sobre Quintanilla y sobre Mallada y me puse a buscar referencias

que cotejé con los periódicos de la época.

Natural y vecino de Gijón, Alfredo Díaz González, popularmente

conocido como Alfredín el del Vidrio, tenía 32 años, estaba

casado y tenía varios hijos. Trabajaba en la fábrica de vidrios

La Industria y estaba afiliado al sindicato del Vidrio de la CNT. La

primera referencia de su actividad sindical que encontré estaba

fechada a mediados de Mayo de 1931. Durante esos días, un

mes después de la instauración de la II República, Alfredín y Angel

González participaron en el pleno regional de la CNT de Asturias,

León y Palencia en representación del Sindicato del Vidrio.

Las sesiones del Pleno se celebraron en la Casa del Pueblo

de Gijón y la sesión de apertura estuvo presidida por Segundo

Blanco, secretario general de la CNT, que afirmó que la organización

contaba con veinticinco mil afiliados en la región.

El 28 de Febrero de 1932 se celebró otro Pleno regional de la

CNT. En esta ocasión, junto con Alfredo Díaz, el Sindicato del Vidrio

estuvo representado también por Andrés Expósito y justificaron

tener en esos momentos 650 afiliados.

A finales de Abril de ese mismo año, la prensa dio cuenta de

la celebración de un mitin de la CNT en Cangas de Onís. Además

de Alfredo Díaz, hicieron uso de la palabra Enrique Martínez,

Agapito González y Emilio García. Este acto se enmarcaba

dentro de una campaña de mítines que la CNT organizó en esas

fechas por toda Asturias.

En los últimos días de Septiembre de 1932, se celebró en

León el III Congreso de la Confederación Regional del Trabajo

de Asturias, León y Palencia. Por alguna razón que ignoro, tal

vez por la dificultad del desplazamiento, el Sindicato del Vidrio y

algunos otros sindicatos más no enviaron representación a ese

congreso.

Los días 17 y 18 de Septiembre de 1934, en vísperas de la

Revolución de Octubre, se celebró en la Casa del Pueblo de la

CNT, en Gijón, un pleno de la Regional de Asturias, León y Palencia.

Fue entonces cuando se sometió a votación la integración

o no en la Alianza Obrera. Se aprobó por 39 votos contra

35 que la CNT formase parte de la misma. A continuación, se

puso a votación la decisión de que la Alianza fuera con la UGT y

el PSOE, o solamente con la UGT. Ganó la primera opción por

20 votos contra 16. Ya se ve que la opinión estaba dividida casi

a partes iguales. En la sesión del Pleno celebrada el día 18,

Alfredo Díaz ocupó un puesto en la mesa por haber sido designado

secretario de Actas. Más información sobre aspectos poco

conocidos de la Revolución de Octubre está disponible en

www.asturiasrepublicana.com/crirep.asp.

Después de la Revolución de Octubre, Alfredo Díaz fue perseguido

y, como tantos otros, tuvo que esconderse. La policía le

acusaba de haber representado, junto con José María Martínez,

a la CNT en el comité provincial de la Alianza Obrera. Según la

policía, los dos fueron elegidos para esa representación en un

congreso de delegados que se había celebrado en La Felguera

pocos días antes del inicio de la Revolución. Los informes de la

policía indicaban que en las primeras semanas que siguieron a

la derrota revolucionaria, Alfredo Díaz se había ocultado en casa

de una lechera en la parroquia gijonesa de Peñaferruz. Quizás

por sentirse vigilado, abandonó este refugio para esconderse

en una casa en Gijón, donde fue detenido en los primeros

días de Enero de 1935. Aunque se le dio gran importancia a su

detención, yo creo que no llegó a ser sometido a consejo de

guerra ni condenado. Ya antes, durante la República, había estado

detenido en varias ocasiones por orden de diferentes gobernadores

civiles.

Al estallar la guerra, aparte de lo que ya se contó páginas

atrás, el once de Febrero de 1937 la prensa dio cuenta de un mitin

que organizó el Sindicato Campesino de la CNT en Villaviciosa.

Intervinieron en él Alfredo y el alcalde de Gijón, Avelino González

Mallada. Pocos días después, Alfredo y Onofre García

dieron una conferencia en el Ateneo Libertario de Ceares.

Marcelino Ovies Cabo era natural de Avilés, pero llevaba muchos

años viviendo en Gijón. Tenía 49 años cuando estaba detenido

en Enero de 1938. Excedente de cupo del reemplazo de

1909, se casó con María Luz García, con la que tuvo varios hijos.

En Junio de 1912 ya se le menciona por estar metido de lleno en

la lucha sindical y formar parte, como vocal, de la Comisión permanente

de Huelga, encargada de solucionar el conflicto de los

cargadores del puerto avilesino. Dos años más tarde, los periódicos

recogieron su participación en un mitin en el que representó

al Centro Sindicalista de Avilés. En ese mitin participó también

Eleuterio Quintanilla, una de las grandes figuras que dio el sindicalismo

confederal gijonés.

La siguiente referencia de Marcelino Ovies que encontré era

de 1928. Estaba ya asentado en Gijón y trabajaba de ebanista.

Formaba parte de la directiva del Sindicato de la Madera, sindicato

que estaba presidido entonces por Vicente García y del que

era secretario general Horacio Argüelles, que tan renombrado

sería años más tarde. Miembro de la Liga de Inquilinos de Gijón,

tenía su domicilio en la calle Del Real y era también vocal nato de

la Junta directiva de Cultura e Higiene del barrio de Ceares. Participó

en el Pleno Regional de la CNT de Febrero de 1932 llevando

la representación, junto con Consuelo Castaño, del Sindicato

de Obreras del Hogar que, en Gijón, acreditó contar con noventa

afiliadas.

Como cualquier otro sindicalista que se hiciera destacar un

poco, Marcelino Ovies fue encarcelado varias veces por orden

de los gobernadores civiles que pasaron por Asturias. En Abril

de 1934, el comité local de la CNT de Gijón organizó un mitin pro

amnistía y contra el restablecimiento de la pena de muerte. Se

celebró en la Casa del Pueblo. Lo novedoso de este mitin es que

junto con los dirigentes confederales Avelino González Entrialgo,

Horacio Argüelles, José María Martínez y el propio Ovies, que intervino

en primer lugar, participó también en él e hizo uso de la

palabra Juan Pablo Martínez, abogado y miembro de la UGT y

del PSOE. Finalizado el acto, se envió un telegrama al presidente

del gobierno en el que, en nombre de los quince mil trabajadores

asistentes, se pedía la amnistía para los encarcelados y sentenciados

por el movimiento del pasado mes de Diciembre y que no

se restableciese la pena de muerte en España.

Después de la revolución de Octubre, Marcelino Ovies estuvo

detenido, pero poco tiempo. No se conoce cual fue su participación

en la misma, pero parece que tampoco llegó a estar procesado.

A finales de Junio de 1935, ante la sospecha de que se

iba a declarar la huelga en Gijón, Marcelino Ovies y otros dirigentes

de la CNT fueron detenidos en la madrugada del domingo

y encarcelados por orden del gobernador civil.

José Antonio Tourman nació en Gijón el 30 de Septiembre de

1889. Su padre era un francés de la Lorraine que llegó a Gijón

escapando probablemente de la guerra y de la represión. Como

se sabe, durante las últimas décadas del siglo XIX y las primeras

del XX el proceso industrializador que vivió Gijón atrajo a un numeroso

contingente de emigrantes galos. En este sentido, quiero

recordar aquí, por ejemplo, que a las hileras de casas construidas

para los maestros de taller y oficiales de la fábrica de vidrios

La Industria se le llamaba el callejón de los Franceses. Bueno,

pues el padre de Tourman, que se llamaba Antonio, llegó a Gijón

y se casó con una joven de la villa, Manuela Alvarez Valdés, de

cuyo matrimonio sobrevivieron dos hijas y dos hijos. Aquí pasó el

resto de su vida, hasta que en Marzo de 1928 le alcanzó la muerte

con 75 años. Vivían entonces en El Natahoyo, en el número

129 de Mariano Pola.

En este punto, volví a releer y ver las fotos de los e-mail que

me había enviado Freddy Gómez, el nieto de Tourman. En una

de ellas me decía que estaba también Ramonín Alvarez Palomo.

Lo había pasado por alto. Abro la foto en el ordenador y veo que

están todos muy encorbatados y endomingados. Paso revista a

las caras para ver si identifico a alguien: Tourman, me lo dijo su

nieto, es el que está fumando; Ramonín está de pie en la segunda

fila, justo detrás de Tourman. El tercero por la derecha es Nelín,

Manuel Sánchez. (…)Debe de estar hecha en Francia, a

donde habrían llegado huyendo de la represión de la Revolución

de Octubre.

Recuerdo ahora que Ramonín me contó que él era el secretario

del Comité Revolucionario de Gijón en Octubre de 1934 y

que, al fracasar la Revolución, huyó con Luis Meana, vicesecretario

del Comité, a Rengos, en Cangas de Narcea, donde vivía

una hermana de Meana. Allí estuvo hasta Marzo de 1935. Luego,

en Avilés, gracias al capitán de la marina mercante Santiago Cifuentes

Díaz, fusilado más tarde por los franquistas junto a su hijo,

pudo embarcar y llegar a Bilbao, de donde pasó a Francia,

refugiándose en París hasta la amnistía del Frente Popular.

(…) José Tourman, del que, con quince o dieciséis años edad, hay alguna referencia que le sitúa trabajando en la construcción y, posteriormente, en la Fábrica de Moreda. Resultó excluido del reemplazo de 1910, por lo que

no hizo el servicio militar. Creo que para no perder la nacionalidad

francesa, se presentó en Burdeos para inscribirse en el

ejército francés, pero también resultó excluido. En 1915, José

Tourman formó parte, en representación de las sociedades

obreras, de los tribunales industriales encargados de dirimir los

pleitos entre trabajadores y empresarios. Entre los demás miembros

obreros de esos tribunales en Gijón cabe citar, en esas

mismas fechas, a los socialistas Wenceslao Carrillo y Leoncio

García Moriyón. En Mayo de 1918, Tourman firmó, como secretario

del sindicato de albañiles El Progreso, una nota llamando al

boicot a una obra que se realizaba en la calle Numa Guilhou, de

Gijón. Ese mismo año se inició la reorganización del sindicato La

Cantábrica, de los obreros portuarios, el cual tras las durísimas

huelgas mantenidas en los primeros años del siglo XX, llevaba

desde 1910 sin funcionar. Se nombró una directiva provisional,

presidida por Generoso Laviada, y en ella estaba también Tourman

como vicesecretario.

En este sentido, me parece que tiene interés reproducir una

nota publicada en El Noroeste, firmada por Tourman, en la que

se llamaba a los trabajadores a afiliarse y a que asistiesen a una

asamblea. Decía así:

“Compañeros: Hace ocho años que esta Sociedad ha desaparecido

de la vida activa por defender una causa justa, una

causa noble, una causa santa: por defender a dos compañeros

de la tiranía de un patrono. Hace ocho años que un puñado de

luchadores conscientes vienen sufriendo un verdadero calvario,

por no querer doblegarse a los caprichos de cuatro explotadores.

Pues bien; hace ocho años, día por día, que ese puñado de

luchadores no han perdido ni por un momento las esperanzas, a

pesar de cuantos intentos han hecho; y, en repetidas ocasiones,

al ver sus ensueños realizados, al ver desaparecer esa pesadilla

que por espacio de tantos años no les abandonó un solo momento,

y al ver desaparecer esa mal llamada plantilla patronal,

compuesta por un puñado de individuos que, sin darse cuenta

unos, y por instinto de maldad otros, nos están causando tanto

daño a nosotros y a ellos mismos.

Ahora bien, compañeros: reorganizada esta Sociedad de

nuevo, y contando con el apoyo de la organización obrera de la

localidad, federada con la Confederación Nacional del Trabajo y

con la Federación de Obreros de la Navegación y Transportes

de España, os invitamos a todos los que no lo hayáis hecho aún,

a engrosar las filas de la misma, en la inteligencia de que, de no

hacerlo en un plazo relativamente corto, habréis de lamentarlo,

quizá cuando el mal no tenga remedio, pues es necesario que

sepáis que, en un día no lejano, la labor que la organización

obrera viene haciendo, dará beneficiosos resultados y La Cantábrica

volverá a ser, no lo que fue, no, sino que se hará respetar

de todos.

Al mismo tiempo, se os convoca para que asistáis a una

asamblea que se celebrará hoy domingo, a las diez de la mañana,

para enteraros de asuntos de extraordinaria importancia y de

última hora.”

Miembro del Comité Pro-Presos de Gijón, que en algún momento

llegó a presidir, Tourman colaboró en la organización de

numerosos actos en solidaridad con los obreros detenidos y

continuó con su actividad en La Cantábrica. A consecuencia de

la represión que siguió a la huelga de transportes, con gran incidencia

en la actividad portuaria gijonesa, Tourman fue detenido

y conducido a la cárcel de Oviedo. Ya era un sindicalista destacado

y, por lo tanto, merecedor de un castigo ejemplarizante. Ni

siquiera el contar con el favor del influyente periódico El Noroeste,

afín a las ideas reformistas de Melquiades Alvarez, en cuyas

páginas se publicaban las constantes notas de denuncia que

enviaban sus compañeros de la CNT, sirvió para impedir la injusta

actuación gubernativa ni atenuar los rigores carcelarios. En la

cárcel de Oviedo permaneció aislado e incomunicado, no obstante

que no hubiera ni acusación ni proceso judicial abierto

contra él. Luego, las autoridades, el gobernador civil, creyeron

que Tourman podría ser considerado un desertor del ejército

francés y que si lo entregaban al país vecino, le fusilarían. Caminando

por la carretera, escoltado por la pareja de la guardia civil,

de prisión en prisión, fue conducido hasta San Sebastián. Allí

se comprobó que la acusación de deserción era falsa, pero en

vez de ponerlo en libertad, le condujeron a Barcelona. José Tourman

estaba casado con Consuelo García y tenía dos hijas. Para

vivir, dependían del sueldo de Tourman, por lo que si estaba preso,

no había ingresos: castigo completo.

A finales de Junio de 1921, se celebró en el centro obrero de

la CNT de Gijón, situado entonces en la calle Cabrales, el primer

congreso nacional del Sindicato de Transportes Marítimos y Terrestres.

Acudieron delegados de numerosas localidades españolas

y se recibieron adhesiones de otras más. En la mesa presidencial

de la sesión previa, dedicada a verificar los justificantes

de los delegados, estaban los conocidos sindicalistas gijoneses

Machargo y Tourman, que, en días sucesivos, desempeñaron el

papel de secretarios en la mesa que dirigió las deliberaciones.

Fueron diecisiete los puntos que se sometieron a debate agrupados

en cinco ponencias. Este sindicato, al que no pertenecían

los trabajadores de ferrocarriles, contaba en 1932 con 1.600 afiliados

en Gijón.

En Septiembre de 1921, Tourman volvió a ser encarcelado

por orden del gobernador civil. Se repitieron otra vez los mismos

abusos y extralimitaciones y, de nuevo, El Noroeste acogió en

sus páginas las protestas de los cenetistas. Preso e incomunicado,

durante unos días nada se supo de él; hasta que el gobernador

civil informó a los periodistas que había sido expulsado de

España y entregado a las autoridades francesas. En respuesta a

ese abuso tan grande, El Noroeste publicó en portada una editorial

titulada: “Celo de buen Gobierno. Los conflictos sociales en

Asturias.” En esa editorial se criticaba duramente al gobernador

civil, un tal Novoa, del que se afirmaba que era incapaz de propiciar

acuerdos que pusieran fin a huelgas prolongadas, como la

de los 600 mineros de Teverga, la de los 2.000 trabajadores de

la Duro Felguera o la de los panaderos de Sama. Decía el editorial

que el gobernador civil, a pesar de la ruina económica y el

hambre que provocaban esos conflictos, no era partidario de intervenir

en los litigios entre capital y trabajo. Sin embargo, El Noroeste

ponía de manifiesto y denunciaba el gran interés que había

puesto ese mismo gobernador en desterrar “a ese infeliz

obrero Tourman” por ser un sindicalista no grato. El editorialista

tomó partido claramente y afirmó que Tourman ni era extranjero,

por ser hijo de española y nacido en España, ni se podía justificar

su expulsión, por lo que se trataba de un procedimiento indigno

de una nación liberal. Terminaba la editorial diciendo que

el tal Novoa, gobernador civil de Asturias, como era (y es) natural,

seguía a lo suyo y no hacía ni caso de lo que se decía en El

Noroeste, dirigido ya por Antonio L. Oliveros.

La última referencia de José Tourman que pude encontrar estaba

fechada en Mayo de 1923. Desempeñaba Tourman entonces

el cargo de secretario general del Sindicato de la Construcción.

A finales de ese mes, Fernando González Regueral, ex

gobernador civil de Vizcaya, fue asesinado a tiros en León. En Bilbao

ya había sufrido otro atentado que le costó la vida a uno de

los hombres de la escolta. La policía sospechaba que los pistoleros

habían huido hacia Asturias y procedió a hacer una redada

entre los dirigentes de la CNT, incluido Tourman, a pesar de que

todos ellos habían sido vistos en la ciudad el día del atentado.

Exiliado en Francia, Tourman regresó a Gijón con la instauración

de la II República. Parece ser que tenía algún contencioso

pendiente con Marcelino Suárez, otro dirigente de la CNT gijonesa.

En este sentido, se creó una comisión que se encargó de investigar

y aclarar el asunto, pero cuyas conclusiones, si es que

las hubo, las desconozco. Tourman debió de pasar poco más de

una año en Gijón, antes de regresar de nuevo a París, porque

cuando murió su madre, Manuela Alvarez, que falleció en Gijón,

en Diciembre de 1932, a la edad de 67 años; su hijo, José Tourman

figuraba en la esquela como asunte; es decir, que ya no vivía

en Gijón.

Al estallar la guerra en Julio de 1936, Tourman regresó a Gijón

y fue nombrado Consejero de Industria del gobierno de Asturias

y León. Ramón Alvarez Palomo dice que también desempeñó durante

la guerra el cargo de delegado gobernativo en Langreo.

El nieto de Tourman me envió una fotocopia del permiso de entrada

en Francia a favor de José Tourman, su mujer e hijas. Había

sido expedido por el cónsul en Gijón a primeros de Septiembre

de 1937, en plena ofensiva nacionalista sobre Asturias.

Sería entonces, y no en Agosto de 1936 como declaró al juez

militar, cuando su mujer y sus dos hijas saldrían evacuadas,

junto con miles de personas, en alguno de los barcos que tras

conseguir forzar el bloqueo regresaban a Francia cargados de

refugiados. José Tourman aguantó como los demás hasta el último

momento: la noche del veinte al veintiuno de Octubre de

1937. Embarcó entonces en el Mont Seny con la idea de llegar

a Francia y pasar a Cataluña. Pero este barco fue capturado

por la Marina nacionalista y todos los que iban a bordo, hechos

prisioneros.

(…)He escrito lo mejor que supe y pude sobre la vida

de tres hombres del pueblo que lo dieron todo en la lucha

por un mundo mejor, por una sociedad diferente. Tres hombres

que, junto con tantos otros, protagonizaron un combate permanente

por la Libertad y por la justicia social. Tres hombres que

tuvieron que enfrentarse de forma continuada a una patronal

que, en palabras de Oliveros, el que fuera director de El Noroeste,

estaba ayuna de toda preparación intelectual moderna y

con un lastre de ideas regresivas en el cerebro que le impedía

asomarse a la realidad del mundo nuevo en marcha.

Escribía Ricardo Mella en El Libertario, aquí, en Gijón, en

1912, unas palabras que yo repito hoy con él, que hago mías por

encontrarlas tan acertadas y adecuadas:

“No somos devotos de las efemérides ni adoramos en los

hombres, vivos o muertos. Los sucesos y los hombres pasan;

las ideas quedan. Mirar al pasado, vivir de recuerdos, plañir por

lo perdido es detenerse en el camino y sumirse en la inacción.

Mirar hacia el porvenir y correr sin tregua tras él, es de hombres

de acción y de pensamiento, reñidos con el nirvana contemplativo.

Todos los días son buenos para tener presentes los asesinatos

y las infamias gubernamentales, los latrocinios y las torturas

del capitalismo. Cada minuto que pasa, se marca en el

tiempo que corre con un hecho vandálico, con un dolor infinito

de la multitud sufriente. Los mártires ignorados son millones.

Las angustias que matan, incontables son.”

Lo mismo que Mella entonces, también me pregunto yo hoy:

¿Adónde nos conduce la vesanía del capitalismo y del gubernamentalismo

triunfantes, ensoberbecidos, sanguinarios y bárbaramente

crueles?

Y como él hace un siglo, afirmo de igual modo yo que todos

los días son aquel 14 de Julio de 1938. Que no se puede aceptar

pacientemente tanta explotación, injusticia, opresión, abuso, incompetencia

e impunidad. Que hay que ser libre y rebelarse y

luchar por la Libertad y por nuestros derechos de seres humanos,

aquí, para todos y en todas partes.

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