Gracias a
Cecilio Gordillo, de la CGT
, conocí hace como 15 años a
Ángel Custodio
, un viejo
preso del canal del Bajo Guadalquivir
que jugaba al dominó en el hogar del pensionista de Bellavista, tanto tiempo después. Costaba sacarle las palabras, porque la argamasa de tanto dolor trabajado le había resecado el corazón. Pero me contó su historia hiriente y absurda, que coincidía con la de otros 2.000 presos políticos que ya en el otoño de 1939 ingresaron en barracones como el de
Los Merinales, El Arenoso o La Corchuela
para emular la barbaridad que se cocía en territorio nazi, tan lejos, con la diferencia de que aquí no se exterminaron con gas, sino que se les fue sacando el alma, gratis, durante 23 años de trabajo forzado, que era mucho más provechoso, sobre todo para los señoritos terratenientes que estuvieron beneficiándose del riego hasta 1986, cuando la Confederación Hidrográfica del Guadalquivir empezó a cobrarles porque la democracia ya no podía disimular más.
Luego de Custodio, conocí a otros viejos con la memoria machacada, a algunas esposas e hijas que quisieron olvidar aquella humillación de ver a papá a través de las vallas. Pero todos han muerto ya. Ya nadie volverá a contar en primera persona cómo se construyó aquella faraónica obra de 159 km. que entre la gente del pueblo siempre será el
Canal de los Presos
(entre Peñaflor y Lebrija) porque el Servicio de Colonias Penitenciarias Militarizadas, que la gestionó, había aprovechado el sexto intento desde la Guerra de Cuba y porque en nuestras miserables cárceles no cabían ya más de los 250.000 presidiarios que las inundaban. Y menos mal que casi medio millón de candidatos se exiliaron.
Ahora, por fin, la Junta de Andalucía se ha decidido a nombrar como
Canal de los Presos
este lugar de la memoria vergonzosa. Pero se quedará en las señales. En los papeles, seguirá siendo
Canal del Bajo Guadalquivir
. O sea, una pegatina –una chapuza–, medio siglo después. Por algo se empieza.