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Artículo en Serhistorico.net de Luismi García sobre la mala imagen histórica de la FAI.
A pocas organizaciones se les ha inflingido una deformación histórica del modo en que se hizo y aún se hace hoy con la FAI
Los «incontrolados» de la FAI. Entre la fábula y la calumnia (I)
A pocas organizaciones se les ha inflingido una deformación histórica del modo en que se hizo y aún se hace hoy con la
FAI
. Mi propósito es el de tratar de remarcar algunos mitos y confrontarlos con la influencia real de la
Federación
Anarquista
Ibérica
, sobre el papel que jugó en el destino de la guerra, del anarcosindicalismo español y por ende de la Revolución. A su vez conviene alejar ya de su memoria el monstruo omnipresente y todopoderoso que la historia oficial ha creado -tal vez para poder lavar la cara al resto de fuerzas y partidos político de aquel
Frente Popular
– y analizar fríamente el contenido de las siglas.
La FAI es posiblemente la agrupación más denostada y acusada impunemente durante los convulsos años treinta en España, los ‘incontrolados’ -escribe
Chris Ealham
– fueron caricaturizados y demonizados en la prensa republicana y franquista, del mismo modo que las incendiarias (pétroleuses) de la Comuna parisina habían sido vilipendiadas sesenta años antes (1). Al tiempo también es la que ha sufrido una mayor mitificación histórica
,
en gran parte propagada en las memorias de sus simpatizantes.
Está claro que no fue una organización coherente, en su creación se entremezclaron aquellos que veían en el sindicato una misión transitoria
limitada a agitar y provocar la Revolución social
como quienes los aceptaban en su función de
líderes de una futura comuna autóctona revolucionaria
(2), este carácter secreto al aire de la ilegalidad le confirió unas características muy apropiadas para convertirse en diana de las iras republicanas y burguesas y, a la vez, sospechosos idóneos en cuanto brote de violencia se producía.
Preso anarquistas y nudistas en la cárcel Modelo de Barcelona. Posiblemente detenidos desde la insurrección de enero de 1933.
Acusada de agrupar a masas iletradas se calculan en 103 publicaciones las que surgieron en su seno, también lo fue de ‘asaltar el poder’ dentro de la CNT por indocumentados que ignoraban -y aún obvian- la imposibilidad implícita de dicha tarea en un sindicato anarquista en que nadie ostentaba ningún poder. Como dijo
Gómez Casas
se estaba creando “
la CNT que soñaban los reaccionarios
” (3).
Al margen de la responsabilidad histórica de los investigadores de cualquier signo, a poco que uno compare estudios se puede observar cómo la propia militancia se encargó en gran parte de esa tarea de deformación; unos para censurarla y lavar su mala conciencia y otros para cobijarse bajo el fantástico paragüas de su fabulado recuerdo; hay que tener en cuenta que en 1936 hablar de la FAI era hacerlo de la Revolución Social inmediata, aunque en ese mismo año ya comience su declive hacia la jerarquización perdiendo todo su sentido: en su riguroso estudio histórico,
Stuart Christie
habla de la posibilidad de que los
notables
de la CNT decidiesen colaborar en la campaña de intoxicación informativa para desviar los focos de sus sedes y ateneos y ganar un aspecto de legalidad frente al maximalismo de la FAI (4) así al frente de cualquier declaración altisonante como “
Asturias es la Ucrania española
” (5) se coloca a un vocero faísta que absorba el impacto, cuando se quiso evitar la apropiación de las siglas por cualquiera ya era demasiado tarde y las prioridades eran otras para un anarcosindicalismo más implicado en una victoria militar que en la Revolución proletaria.
Uno de los errores que descalifican la mayor parte de los estudios ha sido el del propio método de la mano de la Historia política desdeñando el ángulo imprescindible: el social, la visión thompsoniana, indispensable para tratar de resolver un puzzle que se aleja cuanto más lo analizas de la idea general preconcebida del grupo de afinidad primigenio que conformó su fundación (6)
Se pueden diferenciar tres etapas en el desarrollo de la FAI desde su creación durante la dictadura primoriverista y el estallido de la guerra, pasando de un prometedor ensayo de grupos de afinidad velando armas ideológicas, a comvertirse en
bisagra de la Revolución
para acabar siendo un órgano burocratizado cuando pasó a manos de los nuevos intelectuales orgánicos como
Abad de Santillán
y
Fidel Miró.
Diego Abad de Santillán, octubre de 1936.
Hay otro interesante ángulo desde el que observar este proceso de falseamiento; el trato y uso dado desde los medios -de derechas pero también de izquierdas- a las siglas para cargar contra ella por todo conato de violencia insurreccional e incluso individual. En plena contienda
Luis Araquistain
emprendió una campaña en prensa que bajo el epígrafe “
¡Fuego a la FAI!
” y so pretexto del
necesario desarme del pueblo
daba pábulo a toda la rumorología urbana para consolidar la idea de una Federación criminal. Había que lograr que inspirase terror; el truco de “
la
mano
negra
” creado el siglo anterior por las clases pudientes para atribuir al lumpen todos los desmanes y atrocidades se repetía otra vez con estos nuevos “
incontrolados
“, adjetivo que quedó firmemente anexionado desde entonces a las siglas; la mayor parte de los titulares referentes a disturbios o razzias ya en los albores de la guerra comenzaron a dar carta de autenticidad al monstruo y el hecho de que los principales ‘líderes’ obreros como
Durruti
,
Ascaso
o
García Oliver –
justamente ‘los expropiadores’,
las pistolas obreras
– soliesen hablar en nombre de la FAI sin ser miembros no hizo sino contribuir a engrandecer el mito; por otro lado se comienza a nominar como’
faísta
‘en un alarde de adjetivación, esto se pueden observar claramente en los trabajos precursores de
Jackson
,
Thomas
o
Payne
(7) y por nuestros lares son
Elorza
,
Álvarez
Junco
,
Termes
,
Da
Cal, Tavera
y gran parte del academicismo clásico quienes caen en el ‘vicio’ continuo de calificar de faístas a militantes (cuya
no-pertenencia
, hoy, se puede comprobar) con el único ánimo de apostillar un toque de esa “monstruosidad” al personaje o masa anónima en cuestión (8)
Respecto a las cifras de la militancia y por no extenderme: los números al respecto que presentan
Woodcock
-150.000- o
Jackson
-50.000 están desmesuradamente distorsionados,
Brenan
se coloca en torno a los 15.000 -siguiendo los cálculos de
Díaz del Moral
–, aunque la palma se la llevó
Hugh
Thomas
que la equiparaba al
PSOE
en militancia (9) cuando la verdad es que la propia CNT tuvo que hacer continuos llamamientos a que sus afiliados se hicieran también de la FAI, las cifras que aportan
no-faístas
como
Bueso
o el propio
García
Oliver
-de guadianesca militancia- tampoco tienen mucha base real, en su correcta
Historia de la FAI
, el exsecretario e historiador de la
CNT
Juan Gómez Casas
da la cifra de 6.000 y en su citado trabajo
Stuart
Christie
habla de 5.500, ambas en 1937 tras el crecimiento posterior al verano del estallido franquista; tales discrepancias dan dos pistas: el aura de secretismo que rodeó siempre al núcleo de la organización y el ánimo de dislocar la historia de los
académicos oficiales.
La FAI, aunque creada con el único fin de preservar la ortodoxia en un momento en que se corría serio riesgo de deriva no sólo hacia el revisionismo ‘treintista’ del sindicato, sino del viraje hacia el marxismo (9), desde julio comenzó a ser más usada como salvoconducto antifascista indudable y símbolo de la disposición a la insurrección que como organización cuyo cometido germinal era
fomentar el fuego para aunarse en la gran llamarada de la Revolución total y desaparecer.
El anticlericalismo, una tradición popular hispana en horas bajas tras varias décadas de dictadura franquista.
La llegada a su dirección de los “desarraigados”, aquellos exiliados -o emigrantes económicos retornados, como en el caso de
Santillán
– y la asunción ideológica de la línea argumental de estos llevada a cabo por Solidaridad Obrera con
Jacinto
Toryho
a la dirección llevaron a la FAI irremisiblemente hacia el colaboracionismo más politicista,
Horacio M. Prieto
-y posiblemente
Marianet
y su entorno lo deseaban- planteó convertirla en partido político (11), curiosamente éste fue antes partidario de las ideas del viejo polemista
Federico Urales
que postulaba una federación “con fecha de caducidad” frente a las tesis de
Isaac
Puente
en el Congreso de 1935 que proponía unas teorías cercanas al bolchevismo en cuanto a qué hacer con el poder.
Al aire de la calumnia el epíteto faísta sirvió a muchos autores para enterrar en la ignominia figuras sospechosas o tan sólo anónimas cuya atribuida e indemostrable pertenencia condenaba al olvido o la verguenza, en el caso de
Amor
Nuño
, cuya semblanza en manos del novelista
Martínez
Reverte
roza el código penal, su supuesta pertenencia a la FAI acompaña la particular campaña del escritor apoyada luego por las afirmaciones -sin pruebas- del laureado
Paul
Preston
en su Holocausto español donde cargó las tintas contra unos “incontrolados faístas” como un trasunto de una abstracción fantasmal, mientras hacía Historia de la mano de
Santiago
Carrillo
, que seguro sabía bastante de “incontrolados” en aquel Madrid en Guerra donde sus JSU tenían una hegemonía indudable (12)
(Continuará)