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‘Las Marías’: el color es política en la gris dictadura
las dos marias

El País/Rocío García

Sufrieron represión por ser hermanas de militantes de la CNT. En la ciudad de Santiago de Compostela se les recuerda con una estatua y ahora con un libro y con una obra teatral. Su rebeldía ha sido reconocida con el paso del tiempo

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Las dos hermanas Fandiño, represaliadas tras la Guerra Civil, desafiaban cada tarde a una sociedad opresora vestidas con sus mejores galas. Un libro y una obra de teatro reivindican su valentía

 

 
Coralia y Maruxa Fandiño, 'Las Marías', pasean por Santiago de Compostela en 1961 en una imagen atribuida a Xosé Guitián.

Coralia y Maruxa Fandiño, ‘Las Marías’, pasean por Santiago de Compostela en 1961 en una imagen atribuida a Xosé Guitián.

Daban las dos en punto de la tarde y las dos hermanas se tiraban a las calles de Santiago de Compostela. Nunca sin maquillar, con los labios bien perfilados de rojo y vestidas con alegres colores. Siempre con tacones. Era su grito rebelde y valiente por la dignidad que les había arrebatado la Guerra Civil. Maruja y Coralia Fandiño, represaliadas por la dictadura por ser hermanas de tres dirigentes de la anarquista Confederación Nacional del Trabajo (CNT) durante la contienda, son uno de los ejemplos de los daños colaterales de esa lucha fratricida que fue dejando en el camino a tantos inocentes.

Una obra de teatro y un libro reivindican hoy la trágica vida de estas dos costureras, conocidas como Las Marías. La directora del Teatro Español, Natalia Menéndez, dirige Las dos en punto, obra que se estrena mañana en las Naves del Matadero (Madrid), basada en el libro de Esther Carrodeguas, escrito en gallego, que en 2015 fue galardonado con el premio Abrente de Textos Teatrales, en Ribadavia. El estreno coincide con la publicación del libro en castellano por Invasoras, con el mismo título.

 
Ensayo de “Las dos en punto”, escrita por Esther F. Carrodeguas, dirigida por Natalia Menéndez y protagonizada por Mona Martínez y Carmen Barrantes.

 

Las actrices Mona Martínez y Carmen Barrantes dan vida a estas dos mujeres, sobre un escenario rodante por el que caminan incansables, muy juntas y siempre con un paraguas de color en el brazo. La obra, dividida en tres actos, viaja a lo largo de 30 años, los que van desde los cincuenta hasta los ochenta del siglo pasado.

Estrafalarias, insolentes y rebeldes, las dos hermanas se negaron a ser olvidadas o borradas del mapa por una ciudad gris que en la posguerra les dio la espalda y las dejó en la miseria. Caminaban cada día por esas calles mojadas y tristes, orgullosas y desafiantes, mostrando sus deseos y sus ganas de vivir, también sus miedos. “Fueron burladas, violentadas, insultadas, silenciadas, fueron rojas, fueron putas, fueron nada”, asegura Esther Carrodeguas (Rianxo, 1979), que se empeñó en buscar la verdad de lo que escondían las coloridas y alegres estatuas instaladas en la Alameda, hoy convertidas en una de las atracciones turísticas de Santiago. Y lo que encontró fue a dos mujeres, Maruja (1898-1980) y Coralia (1914-1983) —una tercera, Sarita, murió al inicio de la guerra—, hijas de una familia obrera, zapatero el padre, costurera la madre, a las que la guerra rompió en mil pedazos. Sin trabajo ni ingresos, fueron víctimas del hambre y el olvido por parte de la sociedad y las instituciones.

Natalia Menéndez encontró en este texto la excusa perfecta para indagar en algo que le obsesiona desde hace tiempo, como son los daños colaterales, las víctimas inocentes de las guerras. “Es algo que me rompe el corazón y me invade una tremenda pena. Las dos en punto refleja bien lo que llevo tiempo queriendo tratar. Es el resultado de los daños provocados en las guerras a inocentes civiles que parece que no cuentan. Es una manera de devolver la dignidad a todas estas personas olvidadas”, reflexiona Menéndez.

Es verdad que gran parte de la ciudad de Santiago mostró un enorme desprecio por estas dos mujeres, reprimidas por una educación patriarcal, que soñaban con conocer el mar y que se enamoraban a cada rato, pero hubo otra, advierte Carrodeguas, que las ayudó en silencio. “Les dejaban comida, dinero e incluso barras de labios en las tiendas por las que ellas pasaban a diario”, dice la autora, para quien la obra que se estrena en el Matadero supone un grito que trasciende el caso de estas dos hermanas anónimas.

“Nunca hicieron luto. Nunca se dejaron doblegar por el color gris. Encontraron la manera de vestir como nadie lo hacía entonces, haciendo lo que nadie se atrevía. Su victoria fue ese paseo diario lleno de colorido. Siempre he luchado contra la idea de que esta es una historia local. Las dos en punto es una historia universal sobre la violencia social, la económica y la institucional. Es una obra sobre la dignidad y el miedo a la libertad, aquí y en todo el mundo”, añade una emocionada Carrodeguas.

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