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Las cigarreras de la Fábrica de Tabacos de Madrid, ejemplo de sororidad y de lucha obrera
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Público/Henrice Mariño

Símbolo del empoderamiento y la solidaridad, protagonizaron motines y revueltas para defender sus derechos laborales.

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Trabajadoras de la Fábrica de Tabacos, en 1936. — archivoshistoria.comTrabajadoras de la Fábrica de Tabacos, en 1936. — archivoshistoria.com

Competían las verduleras en bravura con las cigarreras, mujeres de armas tomar del Madrid del XIX, germen del movimiento obrero y sostén de tantas casas del barrio de Embajadores (Madrid). En una ciudad por industrializar, el estipendio seguro las convirtió en figuras centrales de ese territorio fronterizo con el arrabal, que tomó forma en función de sus necesidades y fue testigo de sus revueltas y motines.

“¡Arriba, niñas!”, gritaron en 1885 cuando vieron amenazado su trabajo por la introducción de maquinaria en la Real Fábrica de Tabacos, una protesta de carácter ludita que se venía repitiendo desde tiempo atrás, pero que en esta ocasión fue duramente reprimida por las autoridades, temerosas de que la rebelión trascendiese las calles de Lavapiés y se expandiese por los barrios bajos.

Porque no solo se alzaron ellas, sino también sus parejas, familiares y vecinos, lo que ponía de manifiesto su destacado papel y su poder de convocatoria. Porque tanto ellos, con trabajos precarios e inestables, como los comerciantes y los caseros dependían económicamente de ellas. Así, defendiendo sus derechos laborales, también tejieron una tupida comunidad y sembraron la semilla de la lucha obrera.

“Las cigarreras, capitaneadas por las chulas, que son la galerna de la fábrica, han estado a punto de producir en Madrid graves conflictos. Su carácter altivo, su indomable corazón no tolera fácilmente injusticias, y cuando se han creído atropelladas por el jefe de la fábrica, por el director general de Rentas o por el ministro de Hacienda, han acudido en queja hasta a los mismos reyes”, escribía un año después Enrique Rodríguez-Solís.

Defendiendo sus derechos laborales también tejieron una tupida comunidad y sembraron la semilla de la lucha obrera

El periodista y escritor exponía su fortaleza en el libro Majas, manolas y chulas: historia, tipos y costumbres de antaño y ogaño: “Y un conflicto en la fábrica de cigarros es un asunto más grave de lo que parece. Son más de cuatro mil mujeres, que dan un contingente, al menos, de ocho mil hombres, padres, hijos, hermanos, maridos y amantes, de la llamada gente del bronce”.

Y resaltaba, de paso, su carácter levantisco, que no se achantaba ante los varones, a quienes otorgaba una posición secundaria: “Hombres a los que si les faltara el valor las mujeres los escupirían a la cara; y que para reclamar justicia o pedir satisfacción de un agravio, la cigarrera disputa al hombre el primer lugar, y no hay ninguno, por valiente que sea, que marche delante de una chula cuando esta se anuda bien las puntas del pañuelo a la cintura”.

Una resistencia de la que se haría eco la prensa. “Las cigarreras de Madrid constituyen un poder ante el cual ceden el estado de sitio la misma guardia civil, la Iglesia y el Gobierno”, podía leerse en 1898 en La Ilustración Española y Americana. “Frente a los nuevos impulsos, nada vale la autoridad de las amas de rancho, de las maestras de taller, de las porteras; con frecuencia, ellas mismas se solidarizan con las obreras a sus órdenes”, escribe José Pérez Vidal en España en la historia del tabaco (CSIC).

Organización y autoayuda

Desde su apertura en 1809, las mujeres de la Fábrica de Tabacos se organizaron para cubrir las necesidades que no cubrían sus empleadores. Desde limpiar los talleres, una tarea que pagaban a escote y encomendaban a las barrenderas, hasta preparar la comida, que también encargaban a las guisanderas y a las puchereras. Y, como tenían que proveerse de las herramientas para trabajar, recurrían a las fiadoras para poder comprarlas.

Una economía circular en torno a las cigarreras, quienes cobraban a destajo, lo que motivaba que se rebelasen cada vez que una circunstancia ajena afectaba a su productividad. Por ejemplo, la mala calidad de la hoja de tabaco, lo que unido a la disminución de los salarios y al registro de las mujeres a la salida de las instalaciones desembocó en una revuelta que se prolongó cinco días durante el primer tercio de siglo, como relata Álvaro París Martín en el artículo De la fábrica al barrio: el motín de las cigarreras madrileñas en 1830.

Publicado en la revista Espacio, Tiempo y Forma (UNED), el historiador destaca la solidaridad y el empoderamiento: “Las cigarreras no sólo fueron excepcionales por conformar la mayor concentración de mano de obra en Madrid, sino por disponer de un capital social y simbólico que les concedía un papel protagonista en el vecindario, al tiempo que desplegaban una sociabilidad percibida por ciertos sectores como una subversión de los roles de género“.

Además de trabajar, también debían ocuparse de la casa y de los niños, por lo que cuando no contaban con ayuda se iban con sus bebés a la fábrica, en cuyo patio les daban de mamar durante la pausa. La socióloga Paloma Candela Soto —autora de la obra más completa sobre el gremio, Cigarreras madrileñas: Trabajo y vida, 1888-1927 (Tecnos)— documentó cómo se fueron abriendo, con el paso de los años, una casa de cunas y escuelas infantiles, sufragadas por las trabajadoras, que contarían con un asilo.

Frente al modelo de mujer sumisa y complaciente, las cigarreras ejercían un rol dominante sobre los hombres

Candela Soto destaca los mecanismos de autoayuda de estas “trabajadoras militantes”, quienes en 1918 se organizaron en torno a un sindicato nacional. Su presidenta, Eulalia Prieto, escribía años después: “En cuantas luchas ha sostenido la Federación [Tabaquera Española], se puso de manifiesto cómo el factor femenino es algo decisivo y terminante. Mucho hace el número, en efecto; pero no menos hace la valentía, el arrojo de las cigarreras. Este gesto que nos caracteriza tiene un valor inconmensurable”.

Prieto señalaba en Unión Tabacalera las causas de su coraje: “Las mujeres estamos en lo general más faltas de libertad que los hombres y al hacer nuestra iniciación en la lucha sindical saturada de redentores ideales encontraremos lo que nos falta en el orden económico y moral. La lucha nos ofrece pan y libertad, más amplios horizontes de vida”. De ahí que protagonizasen durante el siglo anterior sonadas protestas, lideradas por los escalafones más bajos de la Fábrica, como las pitilleras.

A ese espíritu combativo y solidario habría que sumar su actitud ante los hombres, como subraya París Martín: “Su gracia, donaire y moral dudosa, así como la cola de cortejos que la esperaban a la salida de la fábrica, nos remiten a la imagen de una sexualidad activa ante el varón. Frente al modelo de mujer sumisa y complaciente, las cigarreras ejercían un rol dominante sobre los hombres, eligiendo pareja y, en muchos casos, manteniendo al varón con su trabajo”.

De hecho, según Candela Soto, el 36,7% de las cigarreras del barrio eran cabeza de familia en 1900, un porcentaje que se incrementó en la posguerra. Su legado ha sido reivindicado en los últimos años por los responsables del proyecto cigarrerasdoc, que busca recuperar su memoria, o por el colectivo La Liminal, que durante sus paseos ha rastreado el legado y las huellas que dejaron estas mujeres en el antaño barrio de la Inclusa.

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