Fue una de las figuras teóricas más representativas del anarquismo —en especial, del comunismo libertario—, uno de los autores más leídos por los intelectuales del mundo hispanohablante de principios del siglo pasado, como también del movimiento obrero internacional, pero también ha sido uno de los naturalistas más influyentes y, a su vez, el menos difundido por los expertos y académicos por motivos ideológicos. Estoy hablando del geógrafo ruso —entonces era una materia multidisciplinar y para nada hiperespecializada, como hoy— Piotr A. Kropotkin (1842-1921), y en este año se ha cumplido el Centenario de su muerte.
De origen aristocrático, exploró Siberia como militar y abandonó un puesto académico por considerarlo privilegiado. Renegó de su condición de clase y, tras escaparse de la cárcel por opositor al régimen zarista, se exilió pasando por Suiza, Francia e Inglaterra. Se acercó al internacionalismo obrero y se dedicó a la propaganda revolucionaria. Tras salir de su segundo encarcelamiento, abandonó el activismo y se dedicó más a la divulgación científica y otros menesteres. A finales de su vida regresó a Rusia donde murió. Esto es un brevísimo recorrido de su biografía, hay varias fuentes para conocerla con más detalle, y no es mi intención expandirme.
Como aficionado a la Naturaleza considero también a Kropotkin uno de los naturalistas más relevantes que ha habido, por su visión contraria a la competitiva lucha por la existencia entre los seres vivos que se nos quiere imponer desde muchos medios, y que da pie a una justificación de la desigual distribución de la riqueza y el poder en las sociedades contemporáneas.
Kropotkin refutó a Thomas Huxley y Herbert Spencer que defendían la existencia de una brutal lucha de gladiadores en el mundo natural, en el que los más hábiles y fuertes vencían, sobrevivían y así lograban dejar descendencia. Kropotkin mostraba con varios ejemplos de que la mejor estrategia de supervivencia era la cooperación o apoyo mutuo, que la lucha y la competencia son improductivas. Aunque no negase la existencia de tal competencia la cooperación es mucho más eficiente a largo plazo ante las adversidades del entorno.
Por los paseos que suelo hacer por la campiña, el río o el monte quintanilleros veo agrupaciones de pájaros y otros animales de una especie o de diferentes especies, varios pares de ojos y oídos ven y oyen mejor que uno solo, o en los vuelos de larga distancia es mucho mejor hacerlo con compañía que en solitario. Y no nos olvidemos de los hormigueros, primer ejemplo de apoyo mutuo en la naturaleza al que recurriese Kropotkin. Los herbívoros ante los depredadores se unen, así como los cazadores sociales pueden cazar mayores presas que aisladamente. Esto es obvio, y no hay quién lo desmienta.
Kropotkin no solo nos hablaba de animales, también de nosotros los humanos y de nuestra historia, cuya mayor parte es prehistoria. Los pueblos primitivos no pudieron seguir adelante si en su seno no existe también el apoyo mutuo. En yacimientos prehistóricos hay muestras de tal colaboración, como de heridos que eran alimentados y mantenidos por sus congéneres, o de alianzas para la caza y su posterior reparto. En contra de la creencia que fue la civilización la que trajo tal tipo de ayuda social, y por consiguiente el sentido moral, Kropotkin ya nos decía que fue al contrario, que la sociabilidad es anterior a la civilización. Los humanos somos primates sociales. Que la sociabilidad conlleva un comportamiento digamos ético, que de religioso no tiene nada.
«La idea del bien o del mal no tiene para nada que ver con la religión o con una mística conciencia. Es una necesidad natural de las especies naturales. Y cuando fundadores de religiones, filósofos y moralistas nos hablan de entidades divinas o metafísicas, no hacen sino refundir lo que las hormigas y gorriones practican en su pequeña sociedad. ¿Esto es útil para la sociedad? Entonces es bueno. ¿Es perjudicial? Entonces es malo.» (LA MORAL ANARQUISTA).
Para Kropotkin el ser humano forma parte de la naturaleza, no estamos al margen ni por encima, que nuestra historia es una extensión más de ella. Y nuestra ética (o la moralidad) es algo natural:
«La finalidad de la moral no puede ser transcendente, es decir sobrenatural, como presentan algunos idealistas, debe ser real. La satisfacción moral tenemos que encontrarla en la vida y no fuera de ella.» (ÉTICA).
Aunque en la Naturaleza no solo hay animales, incluidos nosotros los humanos. Hay otros seres vivos a los cuales, por ‘zoocentrismo’, se consideran secundarios, pero si nos fijamos bien son imprescindibles y mucho más importantes. Empiezo con las plantas, gracias a ellas respiramos, tenemos el ciclo del agua y alimento, sin ellas no habría animales. Según los tratados de Ecología son los «productores primarios» que sostienen la llamada «pirámide trófica». ¿Pero…? Hay más.
Hace poco más de 400 millones de años las algas conquistaron tierra firme y no pudieron hacerlo sin la ayuda de otros seres vivos, los hongos. Las primeras plantas carecían de raíces, y fue gracias a la ayuda de los micelios de los hongos, que absorbían las sales minerales a cambio de los azucares que producían las plantas por fotosíntesis. Esta alianza aún sigue en vigor, son las micorrizas. Sin tal alianza los ecosistemas terrestres que conocemos no existirían. Así como el papel descomponedor de la madera de otros hongos, vital también para los bosques. He aquí otras pruebas más de la importancia de la cooperación.
No nos quedemos aquí, los seres vivos más arcaicos son las bacterias, fueron las primeras en aparecer en la Tierra y siguen estando. Las cianobacterias fueron los primeros organismos fotosintetizadores, millones de años antes que las algas y plantas, que, por ende, crearon la atmosfera oxigenada que tenemos. En días de lluvia por el borde de los caminos podemos ver unas masas gelatinosas de color verdoso, son colonias de cianobacterias ‘Nostoc’, además de liberar oxígeno fijan el nitrógeno atmosférico en el suelo, para hacerlo fértil. Otras bacterias se unen a plantas como las leguminosas para cumplir tal función. Sin este tipo de cooperación tampoco habría vida tal como la conocemos.
Las plantas con flor se sirven de los insectos polinizadores para reproducirse, y con sus frutos alimentan a otros animales frugívoros cuyas semillas luego dispersan, ejemplos más de cooperación y coordinación natural.
Los animales, las plantas y los hongos somos seres pluricelulares, tales seres estamos compuestos de millones de células que no compiten entre sí. A este tipo de células con núcleo y orgánulos se las llama eucariotas. Pues bien, el origen de este tipo de célula también es producto de la asociación y la colaboración. La teoría de la simbiogénesis lo define, unas células procariotas (bacterias y arqueas) se juntan para formar este otro tipo celular. La mayoría de los estudiosos reconocen tal teoría. Otro ejemplo de apoyo mutuo.
¿Y qué decir de los líquenes? Simbiosis de hongos con fotobiontes como algas o cianobacterias. Los líquenes sobreviven en zonas donde apenas pueden vivir otros seres vivos. Los líquenes pueden romper la piedra, cuyos restos intervienen bacterias y otros organismos para crear el mantillo terrestre que llamamos suelo, y vital para el desarrollo de plantas y, por ende, la existencia de animales. Más que lucha y competencia es justo lo contrario lo que hace que haya vida: vida rodeada de vida.
Hoy celebramos su centenario, y muchos naturalistas y aficionados aún desconocen a este personaje histórico (que como todo ser humano, tampoco era perfecto). Y el libro que se publicó con tales artículos debería ser leído por muchos, me refiero a EL APOYO MUTUO:
«’Evitad la competencia. Siempre es dañina para la especie y vosotros tenéis abundancia de medios para evitarla’. Tal es la tendencia de la naturaleza, no siempre realizable por ella misma, pero siempre inherente a ella. Tal es la consigna que llega hasta nosotros desde los matorrales, bosques, ríos y océanos.»
¡Salud, Vida y Libertad!
Pablo GC (afiliado CGT-Ayuntamiento Valladolid)