FECHA

La leyenda del tigre libertario
Vallina Martinez Pedro_1
Algunas noches Pedro Vallina regresa a Sevilla desde su tumba mexicana de Veracruz. Vuelve con sus zapatos viejos y cansados, la chaqueta con olor a cloroformo y algo manchada con polvo de quina aluminoso. Huele a moho de viejas boticas y repasa el recetario para sanar a los enfermos de viruela, de tisis venérea, tifoidea y escrofulosis. Al pasar por su perdido callejero sevillano va recordando los males de los enfermos que murieron en estas cartografías. La niña difunta del bajo de la calle Enladrillada, el anciano tísico del pasaje de Trajano, la mocita muerta por unas fiebres en una buhardilla de San Luis y hasta el suicida de la calle Cruz Verde al que no pudo salvar. Pero en estos regresos a la Sevilla de su memoria esconde también en su chalequillo un pequeño albarelo en el que guarda los malos humores y las fiebres malignas de todos los que salvó. Y fueron muchos.

Estos días, uno de los principales rescatadores de la memoria del médico anarquista, Cecilio Gordillo, responsable del grupo de trabajo “Recuperando la Memoria de la Historia Social de Andalucía”, batalla por que se recuerde la figura de un personaje de la historia social y política de Sevilla. Gordillo reivindica que aparezca el nombre de Pedro Vallina en el centro de salud Sevilla Este, que paradójicamente se llama así pero en cuyo rótulo no se incluye por ninguna parte a este personaje.

Quizás en estos días en que Cecilio Gordillo no ceja en su batalla por el rescate, Vallina lo acompañe en esta lucha singular. De hecho, el médico anarquista pasea un poco perdido por los alrededores del centro de salud de Sevilla Este. En sus tiempos, estas cartografías sevillanas eran un erial, campos y huertas, horizonte, casas en la lejanía. Así que Vallina, mientras acompaña a Gordillo, no deja de sorprenderse del cambio de la ciudad que hace tantos años abandonara.

Ahora, quizás por un vago recuerdo al jarabe de adormidera que tanto le gustaba, evoca algunas páginas de sus memorias. Por ejemplo, su casa en la calle Bustos Tavera, epicentro de Sevilla la Roja. Sí, en este momento podría andar por aquel lugar. La alacena en cuyo fondo se camuflaba una puerta, la escalerita que llevaba al ‘cuarto de las conspiraciones’, aquel salón subterráneo donde se citaban los anarquistas del barrio : “Desde San Marcos al Pumarejo y San Julián, de los Terceros a la cúpula blanca y azul de San Luis de los Franceses y el arco bellísimo y populachero de Bab-al-Maracaná”, recuerda y escribe en el aire las frases rescatadas del desván de la memoria.

Del centro de Sevilla Este, es decir, el centro de salud Pedro Vallina, sale un olor a vapores medicinales. Qué nostalgia. Recuerda entonces el sanatorio antituberculoso que fundó en Cantillana o la clínica médico quirúrgica (Consultorio Médico Quirúrgico Ricardo Flores Magón) de Loma Bonita en el estado mexicano de Oaxaca, la patria de su exilio. Pero son tantos los destierros de este personaje maldito, de este luchador incansable… La Siberia extremeña, donde curó a enfermos de carbunco ; el Londres del Club Anarquista de Jubilee Street o el París de los sótanos de Montmartre donde estaba la redacción del semanario ‘Le Libertaire’. Y después de la guerra, el exilio definitivo de la derrota, primero en Santo Domingo y después en México. Siente el aroma de su tumba, pero aún tiene que pasear por otros rincones de las cartografías.

La cárcel del Pópulo. ¿Dónde está ? ¿También ha desaparecido ? Ya no está, pero Vallina es ahora un fantasma, así que se cuela en los salones de los pisos modernos y en las trastiendas de los puestos del mercado del Arenal y reconoce los pasillos enormes que llevaban hasta las celdas en las que resistió tantas noches de soledad.

El “tigre libertario”, esa mezcla entre “Bakunin y San Francisco de Asís”, recorre sorprendido la calle que lleva su nombre. Vicente Tortajada, que escribió una novela sobre su vida, ‘Flor de cananas’, decía que un anarquista como Vallina no habría soportado un lugar en el nomenclátor. Desde luego, no podría haberlo imaginado. Él, el médico de memoria maldita, el que intentó asesinar a Alfonso XIII en Madrid y en París, el instigador de huelgas, el salvador de pobres, el anarquista sin ley. “Mi nombre es Pedro Vallina Martínez, y nací en Guadalcanal, provincia de Sevilla, el 29 de junio de 1879. Mi padre era asturiano y de muchacho marchó a pie a Sevilla, con otros de su edad, en busca de ocupación”. Y así va recordando las páginas de esa memoria recuperada.

Eva Díaz Pérez (El Mundo). 6 de julio de 2008


http://www.evadiazperez.blogspot.com



Inventario de los días


Estirpe de ácratas.

Pedro Vallina (Guadalcanal, Sevilla, 1879 – Veracruz, México, 1970) pertenece a la estirpe de figuras del anarquismo como Juan Grave, Faure, Ravachol o Pierre Ramus. En Sevilla permanece una vaguísima memoria sobre su vida y su leyenda. El homenaje más importante que se le dedicó fueron unas jornadas organizadas por la CGT a las que acudió la familia del médico Vallina desde México. Además, se reeditaron sus memorias en una edición publicada por el Centro Andaluz del Libro y la editorial Libre Pensamiento, fruto de un maratón en el que varios voluntarios mecanografiaron las copias que habían circulado de forma clandestina durante años. Prueba de que aún hay a quien molesta que se recuerde a este personaje revolucionario es que una noche unos desconocidos destrozaron las ventanas de la sede de la CGT en la calle Alfonso XII donde se exhibían los carteles del homenaje. Pero, finalmente, Pedro Vallina pudo volver. En sus memorias escribió cómo, al exiliarse de España, en el paso de los Pirineos, entregó unos libros de Medicina a la madre de un soldado que conocía. Y añadió : “Por si pudiera volver un día”. No los recogió, pero su espíritu sigue paseando por Sevilla.


Luchas heredadas.

No hace mucho tiempo, se creó en Sevilla la Liga de Inquilinos La Corriente, que pretendía recuperar la liga de inquilinos creada por el propio Vallina y el maestro también anarquista José Sánchez Rosa, que intentó luchar contra los costosos arrendamientos que sufrían los inquilinos de los corralones de vecinos y las miserables habitaciones de viejos palacios en la Sevilla de comienzos de siglo.

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