Público/Enric Garriga (Presidente de Amical de Mauthausen y otros campos)
El 11 de abril se cumplieron 75 años de la liberación del campo. El ejemplo que nos dejaron quienes sobrevivieron, que realizaron el juramento de Buchenwald de no desfallecer hasta acabar con el fascismo, lo tenemos que seguir las nuevas generaciones
La lección de Buchenwald: 75 años de la liberación del campo nazi
Este 11 de abril, se cumplirán 75 años de la liberación del campo nazi de Buchenwald, en Alemania. Uno de los campos más grandes que construyó el régimen nacionalsocialista, y por donde pasaron más de 277.000 prisioneros, de más de 50 nacionalidades, entre ellos 643 republicanos españoles, y donde fueron asesinados cerca de 56.000.
Buchenwald, como otros campos, representa también la cuna de los valores europeos. Un lugar sombrío, frio y cruel, que ejemplifica lo más oscuro y sórdido de la condición humana, a la vez que sus más altos valores de lucha, entrega y solidaridad.
Unos valores que quedan perfectamente reflejados en el “juramento de Buchenwald” que los superviviente proclamaron en la
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el 19 de abril de 1945, cuando en memoria de sus camaradas fallecidos juraron no desfallecer hasta acabar definitivamente con el nazismo, y no detenerse hasta construir un mundo nuevo de hombre y mujeres libres y en paz, un mundo justo entre todos los pueblos de la tierra.
Estos días de zozobra mundial a causa de la pandemia del coronavirus, y ante la triste incapacidad de la Unión Europea, para actuar de manera conjunta y solidaria, se nos aparecen como los mejores para recuperar el mensaje de los deportados y deportadas a los campos de concentración y a los campos de exterminio nazis. Recuperar el espíritu de su juramento, hoy más vivo que nunca; recoger su testimonio y su lucha por la justicia y la paz. Hacer nuestro su compromiso y continuar su lucha.
Hacer nuestro, como hicieron ellos, el internacionalismo como único instrumento para proteger las libertades, y la solidaridad y la fraternidad, como únicos sentimientos para la justicia social y la sostenibilidad universal.
Envidiamos la clarividencia de los supervivientes, cuando en las ceremonias conmemorativas de la liberación del campo, en los últimos años, vuelven a leer el juramento, y expresan con energía a la vez que con tristeza, que esta Europa de hoy no es la Europa por la que ellos lucharon, que la Europa que derrotó al nazismo, la Europa de la libertad, no es la Europa actual. El viejo continente se ha convertido en un territorio insolidario, que pone fronteras y alza alambradas, que deja morir a los refugiados en el mar. Que la Europa de Bruselas, es la Europa del Banco Mundial y del FMI, del capital y los intereses particulares.
Decía Jorge Semprún, que la explanada de Buchenwald, bajo el viento glacial del Ettersberg (un viento de una eternidad mortífera, que sopla sin cesar, incluso en primavera), es un lugar idóneo para hablar de Europa. Un lugar ideal, único, para reflexionar sobre Europa, para meditar sobre su origen y sus valores. Para recordar las raíces de Europa pueden encontrarse en ese lugar, en las huellas materiales del nazismo y el estalinismo, contra las cuales, precisamente, se inició la aventura de la construcción europea.
Y sigue Semprún, es un lugar ideal, la explanada de Buchenwald, para recordar el origen de Europa, pero también para pensar en su futuro, en este momento de crisis, involución, falta de aliento y empuje. Un momento en el que viene a la memoria la frase de Edmund Husserl, pronunciada en Viena en 1935, en pleno apogeo de los totalitarismos: “El mayor peligro para Europa es el cansancio”.
Palabras de Semprún, de abril de 2010, con motivo de su “último viaje a Buchenwald” donde pronunció un discurso durante la ceremonia de la liberación de este año. Palabras de hace 10 años, pero que al igual que el juramento siguen absolutamente vigentes.
Quizás sí que Europa esté cansada, y esté perdiendo el espíritu fundacional que recogió los anhelos de los luchadores antifascistas, las luchas y los sacrificios de tantas personas que dejaron su juventud y muchísimos sus vidas, para conquistar un mundo de igualdad y solidaridad.
Pero en memoria de todos ellos, pero también por nosotros y sobre todo por las generaciones futuras, debemos aprender la lección de Buchenwald, y no permitir está deriva autoritaria, interesada, esta Europa defensora de los intereses particulares y los capitales privados, de la privatización en contra de lo público. Debemos aprender la lección y recuperar el espíritu de Buchenwald, del bien común, de lo público y lo universal, que en nuestro país es la Res Pública, la República.