Obrero/Julián Vadillo
Hoy se conmemora la instauración de la II República española en 1931. El historiador Julián Vadillo analiza la posición del movimiento libertario de la época
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Históricamente, como lugar común, siempre se ha establecido la animadversión de los anarquistas y de la CNT ante la proclamación de una Segunda República. Considerada la encarnación de un Estado burgués, el anarquismo habría declarado la guerra a la República desde el inicio, siguiendo su ideal de abolición de Estado y toda jerarquía. Frente a esa posición, el resto de las fuerzas políticas de la izquierda habría apoyado sin condiciones el cambio de régimen, estableciéndose una diferencia entre un movimiento obrero coherente y adaptado frente a uno díscolo que solo fue un factor desestabilizador en los años republicanos.
Sin embargo, como buen lugar común, sus postulados no se sostienen bajo ningún parámetro. La CNT no se opuso a la proclamación de la República, sino que, muy por el contrario, fue uno de los factores fundamentales que posibilitaron su proclamación. Ante la Segunda República se situaron los monárquicos, por razones de peso e históricas (aunque los carlistas fueron contemporizadores), y los comunistas, que no estaban de acuerdo con una República de carácter burgués y si con una de corte soviético. Aunque así lo pidieron en la Puerta del Sol unas decenas de sus militantes, habría que comprobar si esta actitud de los comunistas se repitió en todas las provincias, pues hubo en algunas como Córdoba donde apoyaron sin fisuras a la candidatura republicana.
Sin embargo, los libertarios tuvieron una posición clara. Desde los años de la dictadura de Primo de Rivera, la amplia mayoría de los anarcosindicalistas habían colaborado con los grupos republicanos y antimonárquicos con la intención de hacer caer no solo la estructura dictatorial de Primo de Rivera sino el régimen monárquico. El objetivo: un sistema de libertades más amplio, protagonizado por una República, que permitiese en la legalidad desarrollar los sindicatos y la propaganda libertaria. En las dictaduras, las organizaciones de masas no crecen como si lo hacen en las democracias. La estrategia que se llevó en los años de la dictadura era clara. Apoyar las intentonas antimonárquicas, dando la CNT una cobertura en el movimiento obrero convocando una huelga general que junto a los movimientos antidinásticos provocase el derrocamiento del régimen apoyando un gobierno provisional. Todas las intentonas, fueron fracasadas.
Sin embargo, en combate electoral que se abrió el 12 de abril de 1931 en las municipales contó también con el apoyo individual de los cenetistas. Su opción por las candidaturas republicano-socialistas fue un factor importante para entender su victoria en algunos núcleos urbanos que como algunas capitales andaluzas, Zaragoza, Coruña o Barcelona, la fuerza del anarcosindicalismo era evidente.
Cuando el 14 de abril, Alfonso XIII tuvo que salir del país y se proclamó la República, la CNT lo tenia claro. Aquello era un hecho revolucionario y ellos habían sido partícipes. Pedían la libertad para sus presos, pero también consideraba que, aunque no eran entusiastas de una República burguesa no iban a permitir una nueva dictadura. Exigían a la República recién proclamada contar con la clase obrera. Así lo expresó su principal órgano de prensa, Solidaridad Obrera, el 15 de abril de 1931.
Y este editorial fue premonitorio del futuro. Para la CNT, pasado unos meses de la proclamación republicana, consideraba las autoridades gobernantes no contaban con la clase obrera. Que las medidas laborales y de Reforma Agraria eran insuficientes. Y eso supuso un paulatino divorcio y un enfrentamiento que llegó a choques sangrientos como los sucesos de Alto Llobregat y la Cuenca del Cardoner de 1932, donde la República aplicó una represión contra el movimiento obrero y la aplicación de la Ley de Defensa de la República. O los sucesos de Casas Viejas, donde campesinos que pedían un reparto de la tierra y un modelo basado en el comunismo libertario fueron respondidos con una represión indiscriminada por la Guardia de Asalto y la Guardia Civil.
Sin embargo, la victoria de la derecha en 1933 y el aumento de la política represiva contra la CNT, hizo que la estrategia se centrase en la unidad de acción con la UGT. Posición reforzada tras el fracaso de la huelga general de octubre de 1934 y las consecuencias represivas de la insurrección obrera asturiana.
Esa posición es la que reforzó en su congreso de Zaragoza de 1936, donde volvió a pedir medidas de mejora a la clase obrera española y la unidad con la UGT. Revisó su actuación en el primer bienio, que consideró errónea, y posibilitó la vuelta de los sindicatos de oposición a la CNT.
Sin embargo, cuando el 18 de julio de 1936 los militares dieron un golpe de Estado contra la República, en los locales de la CNT y sus militantes retumbó nuevamente aquel editorial del 15 de abril de 1931: no permitir una nueva dictadura. Y aunque la dictadura llegó tras la cruenta guerra, la CNT no dudó en renunciar a gran parte de sus ideales históricos para conseguir una victoria que la historia le negó. Aquellos ministros, alcaldes, concejales, militares, policías, carabineros, etc., que colaboraron con las instituciones republicanas no querían una dictadura. Y aunque lucharon por una revolución social y un modelo político distinto también lo hicieron por una República que ellos ayudaron a conseguir.