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García Oliver. El alma de Los Solidarios y Ministro de Justicia Popular
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Todo por hacer

El 13 de julio de 1980 falleció una de las figuras más destacadas del anarquismo español. La Fundación Ferrer i Guardia va a colaborar en la reedición de “El Eco de los Pasos”

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Este mes de julio del año 2020 se cumplen cuarenta años de la muerte de un hombre que fue historia viva de su tiempo, un revolucionario de acción y de palabra, pues manejaba perfectamente la oratoria. Murió solo, murió lejos de Reus, su pueblo natal; y yacen sus huesos en Guadalajara, México, país donde se exilió. Este artículo, además de repasar su vida política en una efeméride tan señalada, quiere dar a conocer la investigación histórica que ha propiciado localizar la tumba de Juan García Oliver, desconocida hasta el momento actual. En tierras mexicanas se encuentra uno de los corazones más apasionados de la memoria libertaria.

Juan García Oliver fue camarero de profesión desde los trece años en diversos restaurantes de Barcelona, tuvo una trayectoria vital intensa, trepidante y novelesca. Es una de las figuras más importantes del anarcosindicalismo español que encierra una de las rarezas más peculiares de la historia libertaria, y es que este militante anarquista catalán fue nombrado Ministro de Justicia el 4 de noviembre de 1936, en plena Guerra Civil española. Un revolucionario que tan solo había pisado los tribunales como acusado, y que había pasado doce años de su vida en prisión por sus acciones en el grupo Los Solidarios en los años 20, y posteriormente en la República española por practicar la táctica de la gimnasia revolucionaria.

Sus inicios revolucionarios y militancia en los años 20

Se politiza al calor de la Huelga Revolucionaria de 1917 en España, y particularmente en la Huelga de La Canadiense en Barcelona en 1919, donde encuentra un momento de gran agitación social e intensa lucha sindical. Se afilia a la Societat de Cambrers L’Aliança, adherida a la UGT, sumándose a la huelga de hostelería de ese mismo año. Todo esto le llevará a fundar junto a otros compañeros (como Durruti) el grupo Los Solidarios en el año 1922, una respuesta de militantes de la CNT contra la patronal y el gobierno, que están infringiendo numerosas pérdidas y asesinatos brutales en Barcelona contra sindicalistas. Esta violencia culminó con el asesinato del militante cenetista Salvador Seguí, conocido como el Noi del Sucre, en plena calle en el Raval barcelonés, por parte de pistoleros del carlista Sindicato Libre. Ese hecho conmocionó profundamente a toda la CNT, que llevó a que se reuniera un grupo clandestino en una islita junto a la riera del río Besós. Decidieron declarar la guerra total a los enemigos de la organización obrera. Se creó un Comité ante la posible desaparición de la CNT porque no se podía asegurar la propia vida de sus militantes, por lo que iniciarán planes de acción directa contra esta represión.

Placa en El Raval en homenaje al Noi del Sucre

El 4 de junio de 1923 se produce el asesinato del cardenal Juan Soldevila por parte del grupo Los Solidarios, en el que participó logísticamente García Oliver junto a otras grandes figuras del anarquismo como Ascaso. Estuvieron a punto de disolverse por la represión que sobrevino con la dictadura de Miguel Primo de Rivera. La fundación de la FAI en 1927 con una marcada línea anarquista, y el sindicalismo obrero de la CNT, dan un nuevo valor en la lucha en los años 30. Como curiosidad, es el propio García Oliver quien afirma que creó el diseño de la bandera rojinegra en diagonal para simbolizar la unión de estas dos tendencias ahora aliadas.

García Oliver representa perfectamente el ímpetu de los obreros barceloneses, y daba a menudo conferencias revolucionarias en prisión a otros compañeros. La estrategia de los cuadros de defensa de la CNT en los años 30 pretendía hacer frente a cualquier golpe militar de manera organizada. Los nuevos cuarteles militares en esa época en Barcelona se abrían en abanico tratando de controlar las barriadas periféricas de la ciudad. La disyuntiva estaba entre dejarles salir del cuartel o retenerles en los cuarteles en caso de levantamiento, pues nunca se les había presentado resistencia alguna. Finalmente, en la Barcelona de 1936, se decidió que el pueblo saliera armado al toque de sirenas de las fábricas, pero que no se convocase la huelga general para no alarmar ni frenar la normalidad de la producción. El objetivo era dejar salir a los militares de los cuarteles para que no se atrincherasen, y alejarles de los mismos, fueron atacados tal y como estaba previsto por las milicias obreras por sorpresa, y para dejarles la mínima capacidad de reacción. La CNT representaba entonces ese vanguardismo revolucionario, había sido un movimiento siempre ascendente desde sus orígenes, que ante el salto transformador que supone la Revolución Social de 1936, queda superada por el movimiento natural del que todo sistema vivo tiende a seguir adelante sin aplicarle un freno.

Ministro de Justicia y el peso de las contradicciones políticas

Nombrado Ministro de Justicia al calor de estos hechos revolucionarios en noviembre de 1936, implementó desde su ministerio la ‘justicia popular’. Tras la masacre de los sublevados en la plaza de toros de Badajoz, y la respuesta en Madrid con el incendio de la cárcel Modelo, creía que no había que llenar las cunetas como hacían los franquistas. Anula el 10 de noviembre de 1936 todas las fichas de antecedentes penales, quizá por un bombardeo en la sede del ministerio en la calle de San Bernardo de Madrid, o quizá incendiados adrede.

Nombra a Melchor Rodríguez como director de prisiones de la ciudad para frenar las sacas/paseos y bajar la ratio de presos. Los anarcosindicalistas acceden al Estado por protagonismo propio en la Revolución Social y haciendo frente a los sectores marxistas. Pretendía establecer una legalidad no procedente de lo estatal sino de lo popular. En sus 191 días como ministro destruyó la Dirección General de Registros y Notariado porque no había propiedad privada de las tierras. Aprendió la justicia en las prisiones, no en la Escuela de Derecho. Tras los sucesos de mayo de 1937 cae del gobierno de Largo Caballero, aun habiendo acudido a Barcelona a tratar de poner fin la represión. ¿Pragmatismo revolucionario o vértigo revolucionario? Fue un personaje abierto a ser tanto pistolero como ministro, las contradicciones se pagan pero sus acciones le hacen quedar plasmado en los libros de historia.

La amargura, la violencia, el ajuste de cuentas, son algunas de las características que se le han achacado a García Oliver. En el exilio tras la guerra él sigue convencido de ser el mejor y el más inteligente en la estrategia, no tiene ansias de poder pero sí una gran seguridad en sí mismo de que su planteamiento es el idóneo. Pretendía llevarlo a cabo en nombre de la Revolución Social y retirarse, quería ir a por el todo, expulsar al fascismo e imponerse en la calle. García Oliver cree en la audacia, no tanto en la vanguardia, pero en los años 30 promueve la organización de cuadros obreros preparados para la dureza y la violencia contra el fascismo, pero también frente al estalinismo. Es por ello que se le tilda de militarista y anarcobolchevique.

Colaborará posteriormente con Defensa Interior, órgano de resistencia antifranquista, fue uno de los financiadores de varios intentos de asesinato de Franco a lo largo de la Dictadura. Gran parte de su estancia en México se dedicó a ser viajante de ventas. Desapareció de la vida pública hasta los años 70, viviendo  tan solo en el recuerdo, y de hecho en un viaje a París donde fue a visitar a su nieta, acude a la librería de la editorial Ruedo Ibérico, que publicaba libros contra el régimen y los introducían clandestinamente en el país. Se entrevista con José Martínez Guerricabeitia, encuentro que dará lugar a la publicación de las memorias de García Oliver, El Eco de los Pasos, como consecuencia de la relación epistolar entre el antiguo militante anarcosindical y el editor. Sale a la luz en el año 1977, aunque no deseaba publicarlo en España, porque muestra la cara fea del anarcosindicalismo, los trapos sucios de la CNT. Un testimonio del sueño de lucha social y revolucionario de García Oliver, narrado desde el ego y la grandilocuencia exagerada que le caracterizó toda la vida.

Una tumba sin nombre, y el eco de los pasos en la memoria

A veces la historia está repleta de casualidades en las que creemos encontrar el desciframiento de grandes acontecimientos como un puzzle de piezas que alguien ha puesto adrede. Esta concepción historicista del transcurso del tiempo ya está bastante superada, y bien sabemos que la historia tiene que ver más con un relato de nuestro presente, a costa del pasado que idealizamos. La pasión investigadora, y el compromiso con la memoria libertaria, y por lo tanto, con una parte de la autogestión de nuestro conocimiento, nos ha impulsado a rescatar a García Oliver, y situarlo ante el jurado popular de la crítica histórica.

En el país mexicano, concretamente en la ciudad de Guadalajara, murió completamente solo García Oliver el 11 de julio de 1980, a las 13:30h. del mediodía. Según el acta de defunción original, certificada por el doctor Alejandro Híjar Godínez, el viejo anarcosindicalista murió de infarto agudo de miocardio en su domicilio, calle Árbol 395, sector Juárez. Falleció a los 78 años de edad y habiendo estado casado con Pilar Álvarez Celada, quien vivía con su nieta en París. Fue sepultado en el Panteón Colonias, de Zapopan (Sección D, pasillo 4 lote 17), sin la presencia ni de testigos, ni de amistades. Durante decenas de años su tumba ha sido irreconocible, quedó olvidada y perdida en la lejanía de una tierra que le acogió silenciosamente, había sido un mito como militante revolucionario, y la historia le deparaba un grito mudo.

La tumba de García Oliver no lleva su nombre. Sin embargo, está enterrado en el mismo nicho que su hijo, Juan García Álvarez, muerto años antes el 19 de enero de 1964, y a quien él mismo le dedicó la esquela en la lápida. A la muerte de García Oliver, único titular del nicho, nadie pudo añadir su nombre a la tumba. En los dos últimos años el compromiso indagador de un joven catalán afincado en Guadalajara, el apoyo de la organización libertaria en esa ciudad, y la ilusión desde aquí en Madrid por rescatar su memoria, han encaminado este homenaje, este atronador eco de los pasos de Juan García Oliver.

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