Andalucesdiario/ María Serrano / 1 jul 2015
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JOSEP SUBIRATS, un catalán en los campos de concentración andaluces (Alcalá de Guadaira, La Línea, Lora del Río).
Josep Subirats ha sido casi de todo, desde preso en los batallones de penados del franquismo, hasta periodista y director de un diario e incluso senador en la primera legislatura democrática. A sus 95 años, su lucidez asombra. Tiene recuerdos imborrables y nítidos en la memoria. En un piso céntrico de Barcelona, en el barrio de Sagrada Familia vive junto a su hija. Su despacho es el sitio de recreo más importante para Josep. Entre los miles de papeles que guarda como tesoro en este increíble rincón nos permite hablar con él durante una extensa hora para contarnos sus hazañas.
“Donde fue que me cogieron los moros”, Subirats relata como si se tratara de un cronograma su adolescencia como preso del franquismo durante la guerra civil española. Con tan solo 18 años ya había tenido cargos de mando en la 229 Brigada Mixta del ejército republicano. “Fui etiquetado como desafecto del régimen y trasladado a un convento de Vic cuando me cogieron y de ahí llegué a un campo de concentración en Santa María de Oya (Pontevedra)”. Durante la Segunda República y el inicio de la guerra, Subirats había trabajado como periodista en el diario Pueblo de Tortosa (Tarragona), su tierra natal. “Los periodistas más veteranos marcharon al ejército y con tan solo 18 años fui nombrado director”. Orgulloso cuenta cómo desde la redacción escribían las crónicas de cada una de las batallas, un recuerdo que guarda valioso en muchos de los ejemplares que conserva del rotativo.
Su astucia para no ser interceptado le llevó a ser reclutado como soldado del ejército con otro apellido, con el fin de que no pudiera conocerse su pasado. “Cada vez que decía mi nombre yo decía Jubirats, en vez de Subirats para que no me pillaran”. En su primera etapa en Galicia recuerda que pudo sobrevivir durante cuatro meses “comiendo un chusco de pan diario y castañas hervidas”.
Al tener dieciocho años, el código militar vigente no le aplicó el bando de guerra y la correspondiente pena de muerte, sino reclusión perpetua. “Cuando me trasladaron de nuevo a Tarragona, estando ya en la cárcel de Pilatos, un juez me llamó para confirmarme la pena de reclusión perpetua”. La noticia llegó en el mes de enero, tras una larga espera y duros meses de fusilamientos de muchos de sus compañeros.
EN LOS CAMPOS DE TRABAJOS ANDALUCES
Al estar en edad militar, el joven Subirats fue trasladado desde el penal a un batallón de penados donde podía redimir la pena a través de trabajo forzados. Con 21 años sería trasladado hasta Alcalá de Guadaíra, al campo número 96 donde trabajaba más de doce horas entre los pinares de Oromana que luego visitaría muchos años después en su época de senador. “Allí tuve una de mis primeras novias”, destaca con una carcajada. Hasta la alambrada se acercaban muchos vecinos para dar de comer a aquellos presos jóvenes y raquíticos que no tenían apenas nada que llevarse a la boca. Josep recuerda que dormían en “tiendas de lona, sobre un pedregal, donde había enjambres de alacranes”. El cuerpo de los presos enfermos por sus picaduras se ennegrecía teniendo altas fiebres. Subirats recuerda que algunos de sus compañeros murieron por las malas condiciones de higiene.
En aquel campo Josep fue castigado en varias ocasiones. “Entre los castigos más duros estaba el de arrancar las raíces de los árboles, un trabajo que resultaba casi imposible para alguien de letras como yo. También teníamos que abrir zanjas que servían de letrinas, cubriéndolas de noche de nuevo con los desechos”.
En marzo de 1943 Subirats fue trasladado a un nuevo campo en el sur, esta vez en Gibraltar. Recuerda que cuando era de noche “se escuchaban los cañones retumbar al otro lado del estrecho en Marruecos”. Josep siguió en los campos de penados, pero en esta ocasión trabajando desde las oficinas al comprobar sus carceleros que aquel preso sabía de “cuentas con papel y boli”.
Con angustia y esperanza, Josep vivía las noticias de la Segunda Guerra Mundial y la victoria de los aliados con el desembarco de Normandía. “Los presos sabían que el final de aquella situación podía estar cerca”. Nadie podía imaginar que aquella dictadura duraría cuarenta años.
En agosto de 1945, Subirats consiguió conmutar su pena de reclusión perpetua junto a la de libertad condicional. Recuerda que lo “primero que hice fue regresa a mi tierra, Tortosa, donde mi presencia resultaba complicada para mi familia en plena dictadura”.
EN LA CLANDESTINIDAD
En el mes de septiembre Josep entraría en la clandestinidad junto a diversos sectores de Esquerra Republicana. Además trabajaría para el diario Ara junto a importantes miembros del partido nacionalista.
“Cuando él murió”, refiriéndose a Franco, quiso luchar para que la “derecha no entrara en el poder”. Cuenta entre risas que se metería en las listas del PSOE en el 77, algo que estaba mal visto en Cataluña en aquella época. “Como había estudiado economía me eligieron como senador para las Cortes como uno de los representantes de la comunidad”.
La enfermedad que sufre en los pulmones no le permite poder hablar mucho tiempo más. ”Veniros otro día para que os enseñe los periódicos y así os cuento más cosas”. Nos regala un libro con una foto donde sale como hijo predilecto de Tortosa. Aún le queda mucho que contar. Mientras termina la despedida espera que hagamos una nueva visita. “Hacía días ya que no venía gente de los medios”. Así llama Josep a los periodistas, uno de los suyos, de su mismo gremio. Alza la mano y entramos en el ascensor. Esperamos que la nueva visita sea pronto y con la misma salud de la que goza este nonagenario lleno de historia.