El Salto/Eduardo Pérez
Isaac Puente fue el médico más destacado del movimiento revolucionario español hasta la fecha de su fusilamiento, el 1 de septiembre de 1936.
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Isaac Puente llegó al local de la Confederación Nacional del Trabajo en la calle Zapatería de Vitoria-Gasteiz un miércoles de 1923, “sembrando el terror, pues a causa del sombrero le creyeron un policía”, según relató Daniel Orille, uno de los iniciadores del sindicato vitoriano.
De esta forma tan peculiar, Puente comenzaría su periplo como médico más destacado del movimiento revolucionario español hasta la fecha de su fusilamiento, el 1 de septiembre de 1936. Partícipe de mil y una revueltas y detenciones, Puente es principalmente conocido como autor del folleto El comunismo libertario, de 1933, que serviría como base de la ponencia de la CNT previa al estallido de la Guerra Civil. Según este médico vasco, “el comunismo implica, mejor que la comunidad de bienes, la existencia de una colectividad que atienda primordialmente a administrar la economía de modo que queden satisfechas las necesidades de todos sus componentes. Y para que este comunismo sea libertario no ha de contener un cúmulo de fuerza o de autoridad que encierre una amenaza para la libertad individual”.
Menos conocida es su faceta como revolucionario en el ámbito de la medicina, tema que Puente abordó habitualmente en la prensa, tanto en la más ‘política’ como en la especializada. Este médico que desempeñaba su trabajo en el medio rural alavés, como era habitual en la izquierda, y específicamente en el anarquismo de la época, estaba atento a las nuevas corrientes que surgían y, en su ámbito profesional, contribuyó a popularizar algunas como el neomaltusianismo o la eugenesia (ideas que, a pesar de sus posteriores aplicaciones y perspectivas reaccionarias, también fueron valoradas desde puntos de vista progresistas), así como el derecho al aborto o el naturismo.
Puente, sin renunciar a su defensa de la ciencia, advertía de los peligros de la exageración de las virtudes de su gremio: “En medicina, el mito propagado y aceptado como axioma es creer que, sin la intervención de los médicos, la mortalidad sería enorme y las enfermedades tendrían una duración mayor o un fin grave. Gracias a la medicina no hemos desaparecido como especie. Médicos y profanos se hacen la ilusión de que las enfermedades retroceden ante los tratamientos y que todo es resultado de la acción vigilante del médico”.
Sin embargo, en su opinión, “la verdad es que todas las enfermedades pueden evolucionar hacia la curación sin la intervención del médico, y que en muchas enfermedades, en casi todas las infecciosas, puede prescindirse de todo tratamiento. La realidad es que el médico no hace muchas veces más que dar la sensación de que hace algo, y las enfermedades evolucionan a pesar suyo y por encima del poder restringido de los remedios que maneja”.
Como anarquista, Puente trazaba un paralelismo entre el poder de la medicina y el poder del Estado: “Los políticos practican la superchería de que se desvelan por nuestra vida ordenada y feliz. Gracias a sus sacrificios y a su dirección se sostienen las sociedades y no nos comemos los unos a los otros. La Guardia Civil y la política, los Tribunales de Justicia y los presidios contienen la criminalidad en límites discretos. Sin ellos, todos transgrediríamos las normas de convivencia y nos dedicaríamos al saqueo, al crimen y al pillaje. La verdad es que si no hay más delitos que los que se registran es porque no se siente la necesidad de cometerlos. El hombre de buenos sentimientos no matará aunque se le brinde la impunidad, y en cambio el perverso mata a pesar de todas las coacciones”.
El médico alavés no se mordía la lengua para concluir que “la medicina, la educación y la política, y sus respectivos profesionales o prácticas, no resuelven los problemas que la naturaleza iba a solucionar por sí misma sino que complican las cosas para hacerse imprescindibles y hacer al individuo y a la sociedad dependientes de ellos”.
La cirugía salvaje y los médicos mercenarios
En esta línea, Isaac Puente era un furibundo crítico de ciertas prácticas médicas habituales tanto en su época como hoy, casi un siglo después. Respecto al encarnizamiento médico, afirmaba su convicción de que “disputar violentamente una vida a la muerte que, al fin, será su fácil presa, es empresa triste y equivocada”.
De sus ataques no se libraba la expansión de la cirugía, que para el facultativo vasco no era sino un indicador del “atraso de la medicina”, “un arte parásito que medra a expensas de aquellos enfermos que la medicina desahucia” y condenada a desaparecer si esta última avanzaba. La cirugía, con “origen en prácticas de crueldad, salvajismo y superstición”, “ni siquiera merece el nombre de ciencia” y “ha deshumanizado la medicina”, pues “sobre la mesa de operaciones el enfermo se convierte en un animal viviseccionable” por parte del cirujano, quien antes de la operación parece “un miembro del Klu-Klux-Klan” y después de ella “un carnicero de etiqueta”.
Asimismo, en sus escritos Puente demolía la industria sanitaria de su época, así como el papel de los profesionales dentro del mismo. “El médico se convierte así en servidor mercenario del Estado, en funcionario del Cuerpo de Prisiones, en inspector encargado de hacer la vista gorda, o en parásito de las plagas sociales, de la tuberculosis, de la locura o de la prostitución”, señalaba.
No obstante, el galeno revolucionario no perdía de vista que la progresiva proletarización de los médicos hacía posible su participación en el movimiento obrero. Puente, de esta forma, fue uno de los impulsores de los sindicatos de Sanidad dentro de la CNT.
Salud y libertad
La participación de los médicos en el sindicalismo, en opinión de Puente, no debía tener como fin exclusivo sus reivindicaciones laborales. Al estar la salud conectada con la sociedad, su gremio debía pelear por mejorar ambas: “El derecho del hombre a un mínimum de bienestar y a condiciones de alimentación, vivienda, trabajo y educación compatibles con la salud, pudiera con justo título y plena razón, figurar entre nuestras aspiraciones de clase. Sería impedir que la medicina y la sanidad fueran una farsa más, de las muchas con que se engaña al pueblo”.
Ponía el ejemplo de la tuberculosis, fomentada por “mala alimentación, vivienda insana, sin luz ni aire, un trabajo extenuante”. Por ello, “sería más eficaz que una Revolución Científica (el logro de un medio curativo e inmunizante), una Revolución Social que diera la emancipación económica al trabajador”.
A pesar de su énfasis en los factores sociales, Puente no los identificaba como origen de todos los males, sino que también prestaba gran atención a la conducta personal. De ahí su conexión con el naturismo, que le llevaba a recomendar un modo de vida saludable, con vegetarianismo, combate al uso de tóxicos, sol, aire libre y ejercicio físico. De ahí una de las frases más reconocibles del médico anarquista: “La salud, como la libertad, ha de conseguirla cada cual”.