Recogemos la noticia del descubrimiento de una fosa común en Belchite, prototipo de la devastación. El pueblo antiguo está destrozado. También un texto de Miguel Ángel Aladren
400 cadáveres y un lapicero.
Los acaban de encontrar en varias fosas comunes en Belchite, a de 50 kms de mi pueblo, a menos de medio metro de profundidad.
El 20 julio del 36 entre las diez y las doce de la noche, las falanges de los dedos índices de las manos derechas de los falangistas apretaban gatillos disparando contra sus nucas, a la vez que la falange del dedo índice de aquel campesino republicano, que no era analfabeto, soltaba el lapicero de su mano izquierda para no escribir nunca más… Falanges que aprietan pistolas, falanges que sueltan lapiceros. Apretar y soltar.
El actual alcalde del PP, Carmelo Pérez Diez dijo, en Antena TV Aragón, que nadie del pueblo había reclamado los cuerpos.
Tampoco nadie ha reclamado el lapicero.
Tanto 400 –redondeando, porque es difícil de saber el número exacto-, como lapi..cero, acaban en cero. Un cero a la izquierda: eran republicanos y jóvenes, la mayoría entre 18 y 23 años. Parece que querían acabar con la juventud.
Constantino Lafoz Garcés de 35 años, campesino y padre de 5 hijos, detenido por los republicanos meses después de la matanza, reconoció haber matado a 50 hombres y 5 mujeres, después de afiliarse a la Falange -probablemente forzado-, el día antes de la matanza, para salvar su pellejo y el de su familia.
Los señoritos de la falange, los de Acción Ciudadana y la guardia civil – el registrador de la propiedad, el farmacéutico, el hijo del juez, el alguacil, el médico-, casi impolutos, solo mataban selectivamente, no se manchaban mucho las manos, daban órdenes y amenazaban a los pobres desgraciados que se negaban a matar a sus vecinos.
Mataban los chulos, los pobres desgraciaos con cinco hijos, obligados, y los tonticos, como el tió Titulo de mi pueblo. Los de la falange se lo llevaban con ellos en sus paseos nocturnos y le “dejaban” disparar a él.
El alcalde de PP se equivoca. Sí que hay gente que reclama los muertos.
La nieta de Constantino Lafoz, el que disparó 55 veces, está en la asociación local Mariano Castillo de Belchite, luchando para que se dignifiquen los cuerpos y su memoria. Dando la cara por lo que tuvo que hacer su abuelo para salvar a su familia y para que ella, ahora, pueda estar viva y dando la cara. Ella seguramente quiere pedir disculpas a esos cuerpos en nombre de su abuelo, y, si puede ser a sus familiares también.
El tío Titulo, el tontico de mi pueblo, corroído por la culpa, gritaba por las noches y se arrancaba las uñas de los pies para intentar paliar el dolor de sus remordimientos auto torturándose. Él también reclamaba a gritos los cadáveres de sus víctimas por las noches. Denunciaba la atrocidad de la que él mismo había sido empujado a ser un tonto protagonista.
El tió Titulo, no obtuvo ningún título por sus matanzas, pero seguramente el registrador de la propiedad de Belchite y los perversos ideólogos de la matanza, sí que se quedaron con los títulos de propiedad de casas y campos de los muertos, como se quedaron con los de mis abuelos en Vistabella.
Cualquiera con conciencia reclama los muertos.
Yo, además, reclamo el lapicero.
Porque ese lapicero es nuestro.
Porque nos hemos perdido todo lo que podía haber escrito. Los nombres de los asesinos y las respuestas a miles de preguntas que nos hacemos y que nos seguiremos haciendo; miles de poesías posibles enterradas de mala manera en un descampao, palabras muertas para siempre y nombres propios que ya no se nombraran nunca más.
Miguel Angel Aladrén Campos.
Hallada la fosa común de 150 civiles asesinados en Belchite dos días después de estallar la Guerra Civil
Miembros de la Falange fusilaron en la localidad zaragozana a unas 400 personas, en grupos de 20, tal y como reconoció un falangista detenido por los republicanos en 1937
Un equipo arqueológico trabaja desde hace un mes en la fosa común hallada en el cementerio de Belchite (Zaragoza).CARLOS GIL-ROIG
El río Aguasvivas discurre, sarcásticamente, muy próximo al lugar donde se ocultan las muertes más crueles. La asociación Mariano Castillo Carrasco ha promovido la apertura de las fosas comunes de, al menos, 150 personas, fusiladas en el cementerio de Belchite (Zaragoza) el 20 de julio de 1936, entre las diez y las doce de la noche, a manos de un centenar de miembros locales de la Falange. El horror que provocó la masacre ―se calcula que hay otros 200 cuerpos más en las tapias exteriores del camposanto― provocó que las tropas franquistas, al retomar el municipio al final de la guerra, se escandalizasen ante actos tan inhumanos. Los primeros cuerpos hallados a pocos centímetros de la superficie, hombres y mujeres indistintamente, están todos sin calzado y algunos, incluso, con los pies y las manos atadas a la espalda. La mayoría presenta orificios de bala en el cráneo. Junto a sus restos mortales, pequeños objetos de la vida cotidiana como botones, hebillas y hasta un humilde lápiz. “Desconocemos la extensión de la fosa, pero las dos prospecciones que hemos realizado [separadas unos 20 metros] dejan ver a pocos centímetros de la tierra los huesos de los ejecutados. Los testigos de todo aquello dijeron la verdad”, afirma el arqueólogo Gonzalo García Vegas, codirector de las excavaciones.
Dos días después del golpe de Estado del 18 de julio de 1936, milicias falangistas entraron en Belchite y depusieron al alcalde de la localidad, el socialista Mariano Castillo, además de detener a su esposa y a su hijo. Castillo se suicidó en la celda donde fue recluido, pero esa decisión desesperada no evitó que sus dos familiares fuesen fusilados sin piedad. Sin embargo, no fueron las últimas víctimas inocentes.
Los republicanos atacaron este municipio de entonces 3.800 habitantes un año después, en agosto de 1937, en su intento de cercar la próxima Zaragoza, por lo que se entablaron unos durísimos combates que terminaron con la total destrucción del pueblo. Se luchó calle a calle, casa a casa, puerta a puerta. En la actualidad hay una ruta llamada Huellas de la Guerra Civil, que señala las trincheras, refugios y construcciones militares, tanto de ataque como de defensa, de esta batalla que se prolongó 13 días y que acabó con la toma de la localidad por los republicanos.
Uno de los cadáveres que aparece con los pies y las manos atadas a la espalda.CARLOS GIL-ROIG
En uno de los combates, Constantino Lafoz Garcés, falangista afiliado a este partido el mismo día en que la Falange se adueñó de la localidad y campesino de 35 años, fue detenido por los leales a la República e interrogado el 7 de septiembre de 1937. Su declaración, que se guarda en el Archivo General de la Guerra Civil Española (Salamanca), es estremecedora. Sostiene que se fusilaron a unas 200 personas en el interior del cementerio ―y otras 200 fuera―, civiles todos, de los que él mismo mató a 50 hombres y cinco mujeres, tal y como le ordenaron los jefes de la Falange. Lafoz detalló que las tropas que defendían el pueblo incluían a unos 100 falangistas, 150 miembros de Acción Ciudadana y un centenar de requetés. Sus jefes se llamaban Miguel Salas, don Antonio (registrador de la propiedad) y el requeté Narciso Garreta.
Acabada la guerra, y tras la destrucción completa del pueblo, el dictador Francisco Franco ordenó que no se reconstruyese y que se levantase otro adyacente. Un manto de silencio cubrió así la localidad durante la dictadura. Los fondos del proyecto Memoria Democrática ―con aportaciones del Ministerio de Presidencia, Secretaría de Estado de Memoria Democrática y Gobierno de Aragón― han servido para que desde hace un mes el equipo del antropólogo forense Ignacio Lorenzo Lizalde, los arqueólogos Hugo Chautón, Gonzalo García Vegas, Sergio Ibarz, la restauradora Eva Sanmartín y un grupo de colaboradores intenten recuperar los cuerpos de los asesinados.
Puerta de acceso al cementerio de Belchite, donde se ha hallado la fosa común.CARLOS GIL-ROIG
“Casi todas las víctimas de la masacre eran vecinos de Belchite o de algún pueblo cercano”, explica el codirector Hugo Chautón. “Por eso, bajo la coordinación de Ignacio Lorenzo se van a realizar pruebas de ADN a las víctimas exhumadas, para cotejarlas con sus familiares vivos e incorporarlos a la base de datos del Gobierno de Aragón. Así podremos determinar quién era quién”.
La excavación arqueológica que actualmente se está realizando ocupa unos 80 metros cuadrados y es adyacente a la zona de nichos, aunque hay otra menor a unos 20 metros de distancia. Al abrir la tierra se han hallado ―a menos de medio metro― una docena de cuerpos humanos, algunos de los cuales están atrapados por los ladrillos de los nichos, ya que esta zona del cementerio es posterior a la matanza. Se desconoce si bajo estos cuerpos entrelazados hay más, pero no se descarta.
Declaración de Constantino Lafoz Garcés, tras ser detenido en Belchite.ARCHIVO DE SALAMANCA.
Uno de los restos, perteneciente a un hombre de más de 1,80 metros, ha aparecido boca abajo con los pies y las manos atadas a la espalda. “Posiblemente”, explica García Vegas, “por su gran corpulencia se resistió más y lo ataron antes de asesinarlo. Lo arrojaron a la fosa sin contemplaciones”.
¿Y quiénes eran? El testimonio de Constantino Lafoz no deja lugar a dudas. Da nombres y motes de las víctimas y relata que fusilaron, en grupos de 20 personas, a los hermanos Sargantanas, al Hojalatero, al Listero, al Alpargatero, al Sopas, a Carruela, a Simón Pedro Juan y a una hija de este, a la Pascualota o a las Muñecas… Antes, según Lafoz, fueron azotados “para sacarles declaración”.
En 1940, Franco decidió no reconstruir el devastado pueblo de Belchite como muestra del valor de los defensores. Murieron más de 2.000 soldados del bando franquista, de los 7.000 que resistían en la población, y unos 2.500 atacantes republicanos, en un ejército compuesto por unos 25.000 soldados. El número de vecinos de la localidad pasó de unos 3.500 antes de la guerra a menos de la mitad. “Yo os juro que sobre estas ruinas de Belchite se edificará una ciudad hermosa y amplia como homenaje a su heroísmo sin par”, afirmó el dictador. Lo que se olvidó, sin embargo, fue mencionar que bajo la tierra del cementerio, así como junto a sus tapias, amontonados se ocultaban ignominiosamente los restos de centenares de inocentes, muy cerca del río Aguasvivas.