Ángel del Río (Todos los Nombres)
Francisca aparece en el documental “Presos del Silencio” que explica los trabajos esclavos en el Canal de los Presos ”
FALLECE FRANCISCA ADAME, AMIGA, MUJER MEMORIA, MUJER EJEMPLAR
me comunica su hija Paqui con estas palabras, la muerte de Francisca Adame a sus 99 años, mujer entrañable donde las haya, que tanta significación ha tenido en mi vida y a quien tanto quería:
“Hoy, nos ha dejado mi madre, Francisca Adame Hens, luchadora por la dignidad durante toda una vida, Medalla de Andalucía por su trabajo por la recuperación de la Memoria Histórica, mujer buena y cabal e impecable Madre y AMIGA, Allá donde estés, sabemos que seguirás luchando por un mundo justo y libre, junto a Mariana Pineda, bordando banderas republicanas o tejiendo palabras de justicia para todas y todos, poesías de una vida. Nuestro corazón está contigo. Desde aquí, tus hijas , hijos nietos y nietas, seguiremos tus luchas y tus sueños, SIEMPRE”.
Y reproduzco a continuación una breve semblanza que hice hace años. Siempre en la memoria, siempre en el corazón. Que la tierra andaluza le sea leve.
FRANCISCA ADAME, MUJER MEMORIA
Francisca Adame, siendo apenas mocita, vería como se iban desvaneciendo, una a una, todas las esperanzas que durante tantas generaciones habían tejido los desheredados de la Historia. El golpe militar fascista del 18 de julio de 1936 le sorprende, junto con su numerosa familia, en unas tierras comunales de la campiña cordobesa con las que intentaban labrarse un futuro digno. Era época de decisiones firmes. Su padre Manuel no lo dudaría un instante y se alista en las milicias con los hijos mayores. Hay que defender la República, hay que combatir al fascismo. La madre tampoco duda: “Allá donde vayas tú, iremos nosotras”. Y así transcurre la guerra, por tierras manchegas, de destacamento en destacamento. Pero, justo cuando dicen que es tiempo de paz y finaliza la guerra, empieza el verdadero infierno para Francisca y su familia. El franquismo tenía muy claro cuál era su máxima: aplastar sin misericordia alguna a los vencidos. Hacerles recordar de por vida, su condición de perdedores, de apestados. Y para ello se les pone un apellido. Son los rojos.
Primero los campos de concentración de Alicante por donde pasaron su padre Manuel y su hermano Manolito; después la infame cárcel de Córdoba convertida de facto en campo de exterminio. La pena de muerte de su padre, el deplorable estado de los presos republicanos: hambrientos, maltrechos, enfermos, cansados, sucios, tristes, desesperados… Y Francisca allí, al pie de la cárcel, todos los días, convertida en mensajera de los presos, socorriendo, sin apenas nada que llevar, los bocados de pan a los que renunciaban sus hermanos pequeños para lograr la superviviencia del padre y del hermano mayor. Y después vino el trabajo esclavo en el canal de los presos. 10 años más en un campo de concentración en Dos Hermanas. Allí lleva Francisca a sus hijos para que su padre los conozca tras las rejas: “Mirad niños este es vuestro abuelo y está ahí, preso, porque es rojo, rojo como yo lo soy y como vosotros también lo seréis”.
Años 60. La dictadura franquista sigue implacable: Manolito, el hermano mayor, es por dos veces detenido, torturado y encarcelado. Por rojo. Prosiguen las visitas familiares a la cárcel convertidas en un ritual de dignidad. “Siempre fuimos con la cabeza muy alta a ver a nuestro hermano. Nos sentíamos muy orgullosa de él y él fue quien nos enseñó a perseverar en la lucha contra el franquismo. Pronto amanecerá”. Pero cuando parecía que la larga noche llegaba a su fin, en la primavera que precede a la muerte del dictador, Francisca sufre una trágica pérdida. Su hija, Margarita, con apenas veintipocos años, muere al caer de un piso en una precipitada huida de los grises, la policía de Franco. Su delito: estaba reunida clandestinamente con un grupo de jóvenes universitarios opositores a la dictadura. Era roja y soñaba con otro mundo posible.
Pero Francisca no se arruga ante tanta adversidad. Con los 60 años cumplidos acude a la Escuela de Adultos y se convierte en alumna ejemplar. Y empieza a sacar toda la poesía que lleva en el alma. Y como si de un arrebato liberador se tratara, Francisca canta a la libertad, a su elevado precio. Canta a la paz y contra las guerras. Canta a una Andalucía que sueña y que emerge. Le canta a su gente, a su pueblo, a la gente sencilla, a la gente trabajadora, a la morralla que diría nuestro añorado Carlos Cano. Pero sobre todo, canta a las mujeres, a las castigadas con el peor de los males, como es el olvido. Y Francisca vuelve a la prisión de Córdoba a llevarles a las presas sociales su poesía cargada de ternura y dignidad. ¡Cómo se lo agradecieron!
Francisca, junto con toda su familia, ha sido pieza esencial en la investigación y difusión de la obra del Canal de los Presos. Han sido muchos los kilómetros recorridos con Francisca por los cuatro puntos cardinales de nuestra tierra y muchos los actos en los que hemos participado y, creedme, he visto a mucha gente mayor emocionarse con los versos de Francisca, gente que han visto en ella un espejo donde mirarse. Gente que, como una vez dijo un señor, se pregunta: ¿De dónde sale esta mujer que expresa tan bien lo que todos llevamos en el corazón? Más sorprendente aún es la cantidad de jóvenes que se le acercan a reconocerle su humanidad, su sufrimiento, su biografía y también, a indignarse por no saber que en este país ocurrieron hechos tan terribles; por no saber que debajo de la piel de cientos de miles de personas se esconden montañas de dolor inmenso. Jóvenes que se indignan por saber que nunca nadie les pidió perdón por tanto sufrimiento. Jóvenes que le dan las gracias porque su testimonio les hace comprender cuál es el verdadero valor de la palabra libertad.
Francisca ha entendido que su testimonio, en las antípodas del rencor y la venganza, del odio y la ira, es la herramienta más eficaz para rehabilitar socialmente la figura de los suyos y, con ellos, la de las innumerables víctimas del franquismo de nuestro país. Francisca no invita a mirar limpiamente al futuro, reconociendo, es decir, saldando las deudas todavía pendientes, con las víctimas del pasado.
Francisca Adame, mujer memoria, memoria ejemplar
Traemos uno de sus poemas :
MÁS VALE TARDE QUE NUNCA
Más vale tarde que nunca,
esto es una gran verdad,
pero escuchemos la voz
de los que estuvieron
y ya no están.
Cuando recuerdo esta historia,
se me parte el corazón.
Estación, Los Merinales,
Campo de concentración,
Colonias penitenciarias,
esa era la dirección.
Allí, tenían a mi hermano,
también estaba mi padre.
Allí había muchos hombres,
unidos por los alambres.
Estaban redimiendo causa
¿Qué delito cometieron?
si solo querían la igualdad
de los hombres y los pueblos.
A punta de pico y pala
hicieron ese canal
calladitos y en silencio,
detrás estaba el guardián.
A la sombra de un eucalipto,
en una alameda grande
allí llevé yo a mis hijos,
para que los viera mi padre.
Esto no es una Poesía,
es una ofrenda de honor,
para todos los que estuvieron
en campos de concentración
FRANCISCA ADAME HENS