Paco Sánchez Montoya
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La larga historia de la prisión-fortaleza del monte Hacho está llena de vivencias y de ilustres confinados. Si sus murallas hablaran nos contarían mil y unas historias, en su gran mayoría de sufrimientos y dolor, al tener como una de sus finalidades, además de la defensa de la ciudad, el confinamiento de presos. Uno de los más destacados políticos que sufrieron las penalidades del penal ceutí, fue el Alcalde de Cádiz, Fermín Salvochea, que seria trasladado a Ceuta en torno a 1876.
Nació en Cádiz el día 1 de marzo de 1842 en la gaditana Plaza de las Viudas. Su padre era un comerciante, heredero de una de esas familias de negociantes que tan importante papel han desempeñado en la vieja ciudad mercantil. Claro está que Fermín recibió una educación cuidadosa. Su padre, siguiendo una arraigada tradición de familiar, tenía la intención de hacer de él un hábil comerciante a fin de poder entregarle más adelante sus negocios.
Al cumplir los quince años su padre lo envió a Inglaterra para que perfeccionase sus conocimientos del inglés y continuara sus estudios. Fue este el primer acontecimiento importante en la vida de Salvochea. En Inglaterra se descubrió ante él un nuevo mundo. El carácter severo y puritano de la vida británica con sus formas rígidas y convencionales y sus impresiones prosaicas, produjeron una influencia profunda en el joven. La diferencia era demasiado notoria: el hermoso cielo azul de Andalucía, Cádiz con sus blancas casas, sus palmeras y sus habitantes rebosantes de temperamento y de pronto Londres con su neblina, sus edificios negros, el humo de las chimeneas, las calles frías e inhospitalarias.
El joven Salvochea acogió con entusiasmo la nueva doctrina y se convirtió en ateo. Para el español el ateísmo desempeña, en general, un papel más importante que en las demás naciones. Es la condición primordial de todo movimiento libertario, el primer paso de todo libre progreso individual. En 1864, abandonó Londres para regresar a Cádiz. En aquel entonces se iniciaba en Andalucía un vigoroso movimiento revolucionario. Rafael Guillén y Ramón de Cala, dos hombres valientes y socialistas convencidos, se consagraron con mucha energía y entusiasmo a organizar los elementos republicanos y demócratas de la provincia.
En 1867 la reina Isabel volvió a poner el mando en manos de Narváez y el país desdichado sintió las consecuencias de una terrible reacción. Ya en junio de 1868 habían estallado algunas revueltas aisladas en Cataluña y Andalucía, pero fueron inmediatamente reprimidas en sangre. Salvochea tuvo una participación destacada en el levantamiento militar del regimiento Cantabria; dicho levantamiento fue el preludio de la revolución de septiembre de 1868. Ésta comenzó el 18 de septiembre en Cádiz, propagándose cual un incendio por toda Andalucía. El día 28, el ejército real fue batido por los insurgentes y el 29 la comuna de Madrid proclamó la destitución de la dinastía borbónica.
Salvochea fue elegido miembro de la comuna revolucionaria de Cádiz y segundo comandante del segundo batallón de voluntarios. Fueron muchos los que quisieron incorporarse a él, pero Salvochea eligió únicamente a los republicanos.
ILUSTRE PRESO EN EL HACHO
Sobre la fecha exacta de la llegada de Fermín Salvochea a Ceuta, no se tiene una certeza firme. El historiador gaditano Santiago Moreno, nos indica que debió estar entre 1873-85, en su primer destierro privado de libertad. Ya que, con posterioridad fue, nuevamente, encarcelado entre 1893-99, pero ya entre Burgos y Valladolid. Una de las acusaciones más tenida en cuenta por el consejo de guerra celebrado en Sevilla, era su adhesión al movimiento federalista y que fue elegido presidente del comité del Cantón de Cádiz con el cual hizo frente en las puertas de Cádiz al general Pavía al mando de su ejército. Salvochea y sus amigos defendieron la entrada de la ciudad, pero los buques de guerra británicos del puerto de Cádiz se pusieron del lado de las tropas del gobierno, terminando con ello toda tentativa de defensa interior. Salvochea se hallaba en un lugar seguro cuando los soldados del general entraron en la ciudad. Durante lo años de penado estudió medicina. Años más tarde, en 1899, recibió el indulto, fijó su residencia en Madrid. En esta ciudad realizó una intensa actividad propagandística del anarquismo, para lo cual aprovechó el gran prestigio que le habían proporcionado sus largos años de cautiverio y lucha política. Pocos meses antes de su muerte tuvo que refugiarse en Tánger, ya que era buscado por las autoridades por haber cometido un delito de imprenta. Salvochea publicó a lo largo de su vida numerosos artículos en las principales publicaciones anarquistas y socialistas de España.
“En 1876, conocí en el presidio de Ceuta a un hombre de color…”
Del alcalde de Cádiz, Fermín Salvochea, se publicó en 1900, la más importante de sus obras, La contribución de sangre”. Este testimonial libro hace referencia a su paso por el penal de Ceuta… Conocí en el presidio de Ceuta a un hombre de color llamado Laso, persona ya de edad que, después de haber pasado la mayor parte de su vida en la esclavitud, se hallaba en la prisión por haberse puesto de parte de los que proclamaban la independencia y le habían devuelto la libertad, por irse con los cubanos, en armas contra la dominación extranjera, por colocarse al lado de la justicia y enfrente de la iniquidad.
Sus cabellos, que ya empezaban a blanquear, su mirada inteligente y bondadosa y su dulce y reposada palabra hacían en extremo simpática aquella víctima del egoísmo y la barbarie. Hecho prisionero en los primeros días de la campaña, pasó de esclavo a presidiario sin haber apenas conocido la libertad. Su salud, hasta entonces robusta, empezó a resentirse, y una afección intestinal que se había hecho crónica y le abandonaba al parecer a veces, sin retirarse nunca por completo, iba minando poco a poco su complexión de una fortaleza admirable.
Los deportados, desde la Península, remitían 125 pesetas mensuales que se empleaban en mejorar el rancho de sus hermanos presos, y, de cuando en cuando, hacían remesas de ropa, casi todas de buen uso, que se distribuían entre los más necesitados. Pero llegaron poco antes del Zanjón unos 200 prisioneros de guerra, siendo los primeros cubanos venidos en concepto de tales, y aunque tenían el haber de soldado y debían comer mejor que los confinados, como del debe al haber siempre hay diferencia, ésta se dejó sentir tanto, que la alimentación de aquéllos se reducía a un poco de arroz cocido con agua.
Se hallaba entre los recién llegados un hombre de sospechosos antecedentes, a quien los más miraban con recelo, diciendo que había sido un confidente y que sin duda por error lo incluyeron con los demás, el cual padecía mucho del estómago y, careciendo de recursos, había pretendido inútilmente de varios de los antiguos, que cambiaran su rancho por el suyo; pero llegó el moreno Laso, (y lo llamó así para que no se confunda con mi compañero y amigo Pablo Pérez de Laso, que como el primero, también se encontraba con cadena perpetua en presidio por haber querido para España lo que aquél deseaba para Cuba, independencia y libertad), y éste, sin tener para nada en cuenta los antecedentes del que le pedía aquel favor, sin pensar lo que a su salud pudiera perjudicarle ni el riesgo que corría, padeciendo una enfermedad casi tan grave como la del otro, y dominando sobre toda otra consideración en su carácter noble y generoso el deseo de prestar un servicio al infeliz que se lo demandaba, accedió desde luego, salvando de la muerte a aquel desgraciado a costa de su vida; porque a los pocos días cayó con un ataque terrible, del que no debía reponerse más.
Al bajar para el hospital se despidió de todos con la tranquilidad del justo y la resignación del mártir; y a los que con tristeza nos lamentábamos de lo ocurrido, y dulcemente le reprendíamos por lo que había hecho, nos contestaba con una sonrisa de suprema bondad. Así concluyó aquel hombre bueno que tantos agravios había recibido de la humanidad, por la que, sin embargo, sacrificaba la existencia. Aquel héroe glorioso de color, que se inmolaba por un hombre de diferente raza y hasta de distintas ideas, pues se decía había luchado contra el ejército libertador, venía a afirmar el gran principio de la unidad y solidaridad humana. Para darle todo, no miró el color de la piel ni apreció la diversidad en las ideas; sólo vio en él un semejante, y esto fue suficiente. Los que tienen la debilidad de creer que la falta de materia colorante bajo la piel, constituye una superioridad de raza, que se comparen con este negro y digan después lo que piensan”. Escribió Fermín Salvochea en la prisión de la fortaleza del monte Hacho.
SALVOCHEA EN EL DESPACHO DE LA ALCALDÍA DE CÁDIZ
Tras las elecciones del pasado mes de mayo, el que fuera alcalde de Cádiz, Fermín Salvochea preside el despacho principal del nuevo alcalde de la capital gaditana salido de las urnas, por el partido “Por Cádiz sí se puede” de José María González “Kichi”. Este desplazó el retrato del rey Juan Carlos que presidía el despacho de su antecesora en el cargo, la popular Teófila Martínez, y desde hace unas semanas lo preside Salvochea.
El gaditano Fermín Salvochea y Álvarez (1842-1907) fue uno de los principales difusores del pensamiento anarquista en el siglo XIX. En la actualidad es una de las figuras emblemáticas de Cádiz, a los más necesitados y optar por una vida alejada de todo lujo. Los estudiosos de este político destacan como soportó con calma los encierros y se mostró muy solidario con sus compañeros presos.
Cuando falleció el 28 de septiembre de 1907, su entierro se convirtió en una gran manifestación de duelo popular. En “Crónica de un revolucionario”, el médico sevillano Pedro Vallina destacó que la figura de este político con el paso de los años ostenta la categoría de mito del anarquismo… “Su muerte causó un mar de lágrimas y su sepelio dio lugar a una manifestación enorme, en la que participaron cerca de 50.000 personas. De todos los pueblos y aldeas fluyeron los pobres desheredados para despedirse”.