Laura Vicente/Pensarenelmargen
Este artículo de la historiadora Laura Vicente nos explica cómo las mujeres anarquistas han estado presentes en la literatura de una forma muy activa.
Acostumbramos a dar por sobreentendido el significado de las palabras y para muchas personas los términos anarquismo y rebelión tienen connotaciones muy diferentes e incluso contrapuestas. Anarquista es aquel que rechaza el gobierno y, por tanto, que existan personas con poder que impongan su voluntad al resto. Aunque parecido, el término ácrata va más lejos al señalar que se renuncia además a la búsqueda y ejercicio del poder[1]. De aquí que sea más acertado hablar de rebelión, que de revolución, entendida esta como subversión de los valores más profundos y enraizados en cada persona. La rebelión no es solo económica, es contra la opresión que brota de todos los ámbitos de lo social. Por su dimensión ética convierte la cultura y la educación en elementos fundamentales. Por eso también se fija en aspectos claves de la existencia: alimentación, salud, familia, amor, sexualidad, relación y respeto a la naturaleza, etc. Desde la opresión, el sujeto de la rebelión es la humanidad, todos los que sufren la opresión, como señaló el movimiento de las plazas del 15 M, el 99%.
En el siglo XIX cuando arraigó el anarquismo en España existía una división que tendemos a olvidar, la frontera entre la escritura y la oralidad. La escritura marcaba una diferencia de clase: se abría una brecha entre hablantes y escribientes, iletrados o letrados. No dominar la lectura y la escritura era percibido por las clases trabajadoras como una carencia, el anarquismo batalló para llenar ese vacío partiendo, muchas veces, de una formación académica mediocre y básica o a través del autodidactismo. Algunos/as anarquistas sabía leer y escribir pero su mundo era el oral, quizás por ello daban tanta importancia a la palabra escrita como semilla de rebelión que, si se extendía, podía acabar con la opresión.
No es raro, por tanto, la proliferación de escritores y escritoras dentro del mundo ácrata, así como la fundación de periódicos y revistas, de vida efímera muchos de ellos, pero que constituía un elemento clave de su idiosincrasia, mucho más que las orsinis o las stars (bombas y pistolas) que el poder ha convertido en signo de identificación del anarquismo. Donde había un anarquista había un periódico y, por tanto, obreros/as ilustradas.
Una anécdota sobre este tipo de obrero/a ilustrada se produjo durante la visita de Einstein a Barcelona, cuando el científico mostró interés por ir a un local de la CNT y el 27 de febrero de 1923 se encontró con una sala llena de obreros/as puestos en pie rindiendo un homenaje al científico alemán que afirmó: Vosotros sois revolucionarios de calle y yo soy de la ciencia.
Un ejemplo de obrera ilustrada es Teresa Claramunt (1862-1931)[2], obrera textil cuya formación académica se limitó a los estudios primarios hasta los diez años y que escribió centenares de artículos en la prensa anarquista, una obra de teatro estrenada en 1896, titulada “El mundo que muere y el mundo que nace” (estrenada por la Compañía Libre de Declamación formada por obreros y acompañada por el quinteto musical, Fraternal)[3] y un folleto de dieciséis páginas en 1905, su obra más extensa, titulado La mujer Consideraciones generales sobre su estado ante las prerrogativas del hombre. Un texto breve pero excepcional, especialmente en una mujer obrera.
Claramunt reconocía en La Mujer la especificidad de la opresión femenina al señalar que las mujeres sufrían una subordinación por razón de sexo y que el hombre era el responsable de dicha opresión, aunque el tirano llevara blusa y alpargata. Admitía también la existencia de un sistema patriarcal construido sobre el principio de la desigualdad de sexos. Eran las mujeres, por tanto, las que tenían que tomar la iniciativa para acabar con las desigualdades y con tal fin desarrollar su lucha con plena autonomía. Teresa Claramunt sentó, de esta manera, los fundamentos del feminismo anarquista obrerista.
FEDERICA MONTSENY
Pero Teresa, que utilizó la palabra escrita, destacó como maestra en el arte de la palabra oral. De ella decía Federica Montseny (1905-1994) que tenía una voz impregnante, una voz que atraía enseguida, destacaba como oradora por su fuerza expansiva, simplista, por su simpatía, que atraía las almas. Federica afirmaba que Teresa no tenía cultura, no usaba frases floridas, pero tenía el instinto certero del Pueblo[4]. Hablaba con verdad se dirigía al otro, lo interpelaba y le hacía ingresar dentro de su espacio sensorial, lo conmovía y el otro aceptaba ser conmovido. Sin embargo, para comprender bien el alcance de la palabra nos faltan los gestos y las mímicas que la acompañaban.
La propia Federica Montseny fue otra mujer escritora, con formación proporcionada por su madre, Teresa Mañé (1865-1939), ya que nunca fue a la escuela. Mañé, amiga de Teresa, tuvo formación como maestra y es otra de las pioneras del feminismo anarquista que escribió y dio vida, junto con su marido Juan Montseny, a una de las revistas anarquistas más interesante, La Revista Blanca[5] (que tuvo dos épocas, la primera entre 1898 y 1905, la segunda entre 1923-1932).
Federica fue una destacada dirigente y una de las intelectuales anarquistas más prolíficas, escribiendo sobre temas de muy diversa índole. Se dio a conocer mediante su colaboración en La Revista Blanca y en El Luchador, dirigido por su padre, ambas publicaciones le sirvieron para divulgar su pensamiento a través de unos 600 artículos. Además se publicaron quince folletos, dos novelas y alrededor de cincuenta cuentos publicados dentro de las series de La Novela Ideal y La Novela Libre publicadas por la editorial de La Revista Blanca[6]. Las novelas sociales, casi siempre referidos a la clase obrera, eran textos breves de treinta y dos páginas que partían de la realidad propia creando héroes y heroínas de barriada que desafiaban a patrones, padres autoritarios, caciques o curas. Estas novelas se introdujeron en los hogares obreros y sus protagonistas formaban parte de las conversaciones vecinales, sindicales o de los cafés de las cooperativas. Estas pequeñas novelas posibilitaban el debate, la exclamación, la simpatía o el odio hacia personajes y temas conocidos por quienes las leían. Tuvieron un éxito extraordinario y se llegaron a hacer tiradas de diez mil ejemplares, llegando algunas a los cincuenta mil[7].
La II República fue un importante momento de visibilidad de las mujeres en la esfera pública, sin embargo conviene no olvidar que había existido una genealogía de cien años, desde la formación de los primeros núcleos de utópicas en la década de 1830, que unió a mujeres de manera ininterrumpida por eslabones de sororidad y que hizo posible este florecimiento de la presencia femenina a partir de 1931. La Constitución republicana permitió la igualdad jurídica entre los sexos y favorecieron un desembarco de las mujeres en el espacio público y, en concreto, en el campo de la escritura. Es el caso de Lucía Sánchez Saornil, Amparo Poch y Mercedes Comaposada, las fundadoras de la revista Mujeres Libres (mayo de 1936), o la propia Federica Montseny y otras mujeres anarquistas.
LUCÍA SÁNCHEZ SAORNIL
Al producirse el alzamiento militar, miles de mujeres irrumpieron en el escenario público en defensa de la República y/o de la revolución social. Durante la guerra las mujeres alcanzaron una visibilidad y un reconocimiento jamás logrado. Algunas llegaron a desempeñar responsabilidades políticas como fue el caso de la anarquista Federica Montseny primera mujer ministra en España al detentar la cartera del recién creado Ministerio de Sanidad y Asistencia Social.
Montseny nombró como colaboradoras a la Dra. Mercedes Maestre (UGT) en Sanidad y a la Dra. Amparo Poch (“Mujeres Libres” y CNT) en Asistencia Social, cuando esta se trasladó en el otoño de 1937 a Barcelona fue directora del Casal de la Dona Treballadora dedicado a la capacitación de la mujer obrera. En los pocos meses que Montseny fue ministra (nov. 1936-mayo 1937) elaboraron, entre otros proyectos, uno de Despenalización del Aborto, inspirado en el que había aprobado el Conseller anarquista de la Generalitat, García Birlán.
Lucía Sánchez Saornil participó activamente y se involucró en el proceso revolucionario puesto en marcha con el golpe de Estado y escribió poemas como el de “Madrid, Madrid, mi Madrid” o el “Himno de Mujeres Libres”, poemas incluidos en su “Romancero de Mujeres Libres” (1938), en el que aparecen recogidos poemas que, con tono exaltado, casi de arenga, relataban acontecimientos históricos de la guerra. Estos poemas escritos desde la militancia, a vuelapluma, buscaban la comunicación inmediata para exacerbar los sentimientos revolucionarios. Escritos con un lenguaje directo, natural y desprovisto de todo recurso que pudiera oscurecer la inteligibilidad del contenido. También en las ediciones de Mujeres Libres apareció el folleto “Horas de revolución” que recogió colaboraciones periodísticas publicadas en los primeros meses de guerra[8].
La actividad intensa de Lucía continuó durante el año 1937, tanto en “Mujeres Libres”, ya que asistió y glosó los acuerdos tomados en su Conferencia Nacional y asumió el cargo de Secretaria de la Federación Nacional, como en su faceta de escritora, ya que asistió al XI Congreso de escritores antifascistas. Umbral se trasladó a Barcelona en los últimos días de 1937, o los primeros de 1938, y Lucía y Mery marcharon también a esta ciudad. Igual decisión adoptó Solidaridad Internacional Antifascista (SIA)[9] que renovó su Consejo Nacional con la incorporación, entre otros, de Lucía en Prensa y Propaganda. En mayo de 1938 Lucía asumió la función de Secretaria General[10].
La vida de Lucía, igual que la de miles de mujeres comprometidas en el bando republicano, fue una lucha constante por negar la sumisión femenina impuesta por el franquismo. La dictadura fue un duro correctivo para estas mujeres.
[1] Desarrolla este tema, Félix García Moriyón, “Existe una identidad anarquista”, Libre Pensamiento, nº 86, primavera 2016, pp. 6-13.
[2]Laura Vicente (2005): “Teresa Claramunt. Des de l’altre banda de la “perfecta casada”. La dona sotmesa al “tirano de blusa y alpargata”. Cercles, Universitat de Barcelona, 8. Laura Vicente (2006): “Los inicios del feminismo en el obrerismo catalán. Un folleto de Teresa Claramunt”. Arenal, 13.
[3] Laura Vicente (2006): Teresa Claramunt. Pionera del feminismo obrerista anarquista. Fundación Anselmo Lorenzo, Madrid, pp. 123-125.
[4] Federica Montseny (1938): “La mujer en la paz y en la guerra”, Conferencia celebrada en el Centro de Mujeres Libres. Publicaciones Mujeres Libres, Barcelona, p. 12.
[5] Sobre esta revista es interesante el libro de Dolors Marín i Silvestre y Salvador palomar i Abadia (2006): Els Montseny Mañé un laboratori de les idees. Publicacions de l’Arxiu Municipal de Reus, Reus. En la revista colaboraron escritores como Dorado Montero, Unamuno, Giner de los Ríos, Cossió, Azcárate, Benavente, Brossa o Clarín.
[6] Mary Nash (1975): “Dos intelectuales anarquistas frente al problema de la mujer: Federica Montseny y Lucía Sánchez Saornil”. Convivium, 44-45, pags. 73-99, p. 74.
[7] Sobre este tema ha escrito Dolors Marín (2010): Anarquistas. Un siglo de movimiento libertario en España. Ariel, Madrid, pp. 212-213.
[8] Rosa Maria Martin Casamitjana (1992): “Lucía Sánchez Saornil. De la vanguardia al olvido”. DUODA, Revista d’Estudis Feministes, núm. 3, págs. 60-61, p. 48.
[9] SIA fue creada en un Pleno Nacional de la CNT en Valencia el 15 de abril de 1937. Su finalidad era humanitaria y política.
[10] Lucía Sánchez Saornil (2014): Poeta periodista y fundadora de Mujeres Libres. Introducción y selección de Antonia Fontanillas Borràs y Pau Martínez Muñóz. Madrid, La Malatesta, pp. 50-51.
Laura Vicente
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