Soldados, sanitarios y camilleros de la Compañía de Ametralladoras a la que pertenecía Arca.
Días después de la presentación del libro Álbum de Guerra. Canteiros da Terra de Montes no Exército Popular da República, su principal protagonista, Roxelio Arca Rivas, autor de casi todas las fotos incluidas en el volumen, sufría una pequeña caída que, de no haber sido por su avanzada edad, no tendría la mayor importancia, pero que, para una persona de 94 años, puede resultar fatal. Desde entonces, desde ese leve accidente, Roxelio no sale de casa y siente que su memoria ya no funciona como debería, como a él le gusta que funcione ; en realidad, como siempre había funcionado hasta hace tan sólo unas semanas : como un reloj.
Tal vez a Roxelio no le haga mucha gracia que se diga esto, pero él no es tan só lo “uno de tantos represaliados” del franquismo, de las víctimas de la Guerra Civil. La culpa no es suya, ni de los juntaletras, ni “del enemigo”, ni de los amigos, ni siquiera de Dionisio Pereira, que ha rescatado una historia con tesoro dentro… La culpa la tiene una cámara Kodak que llegó a sus manos y con la que retrató a sus compañeros de las Milicias Confederales que, en primera línea de combate, defendían en la primavera de 1937 las posiciones republicanas en el frente de Madrid. Arca Rivas se convirtió en fotoperiodista sin querer —ni era fotógrafo ni era periodista— aunque las valiosísimas imágenes que captó su Kodak han tardado 71 años en ser publicadas.
“Non, Roxelio, alomenos conscientemente, nunca tivo vocación xornalística —nos cuenta Dionisio Pereira— pero sempre foi un deses homes puntillosos en todo o que fan, detallistas ata o extremo, deses que teñen bo gusto, vaia, e que se preocupan polas cousiñas máis miúdas. Iso reflíctese, por exemplo, en que en todas estas fotos se especifica quen é quen, cos seus nomes, apelidos, sitios onde naceran ou vivían, e esa teima súa fai que, a estas alturas, todas estas testemuñas gráficas adquiran un valor engadido, ao que hai que sumar o feito de que forman parte dunha especie de diario de campaña que Roxelio escribía día a día na fronte de Madrid, nas pausas entre batalla e batalla, o mesmo que as fotos, que foron tiradas todas nos descansos, non en plena loita, claro, porque, a fin de contas, él non estaba cubrindo unha información senón combatindo nunha guerra ; era un soldado ”.
La inmensa mayoría de los hombres que aparecen en estas imágenes eran gallegos, casi ninguno, que se sepa, militar profesional, y el porqué de ambas aseveraciones merece una explicación histórica, más allá de su pertenencia a estas milicias anarquistas. Se trataba, en su generalidad, de canteros, albañiles, mamposteros… emigrantes temporeros que desde el rural gallego pasaban temporadas de nueve meses empleados en las obras públicas que se realizaban en la capital de España (también en Asturias, País Vasco o Pirineo aragonés y catalán) a los que el golpe militar sorprendió —en muchos casos felizmente para su supervivencia— fuera de Galicia. Roxelio Arca, que a lo largo de su vida desempeñó múltiples oficios, todos ellos caracterizados por la habilidad manual, formaba parte de la cuadrilla de canteros de una comarca célebre en el gremio : la de Terra de Montes. Él nació en el lugar de Figueroa, parroquia de San Martiño, concello de Cerdedo, y aquel 23 de marzo de 1936 en que, nuevamente, iba a Madrid para iniciar otra temporada, no podía sospechar que ésta se iba a prolongar más de los tres trimestres acostumbrados. “Roxelio era anarquista, afiliado á CNT —nos aclara Pereira— e o seu pai, Francisco Arca Valiñas, era un dos máximos dirixentes de El Trabajo, á súa vez integrado na Federación de Agricultores y Obreros del Ayuntamiento de Cerdedo ; non é de extrañar, con este precedente, que en Madrid Roxelio contactase dende o primeiro intre coas organizacións obreiras e se móvese sempre nos ambientes políticos de esquerdas”.
Tapias de El Pardo. De derecha a izquierda, Pascual Murciano ‘Tío Cuco’, Roxelio Arca y el teniente Espiga (militar profesional de la sección de Ametralladoras), el sanitario de la compañía y, manejando el telémetro, El Chino.
Tras el alzamiento del 18 de julio, la, por aquel entonces, potentísima CNT fue de las primeras organizaciones que puso al servicio de la defensa de la II República batallones armados y (más o menos) bien organizados, adquiriendo un protagonismo que, a medida que avanzaba la guerra, se diluyó para ser finalmente acaparado en su práctica totalidad por el PCE. Arca Rivas se alistó muy pronto en las Milicias Confederales, concretamente en el Grupo 33 de la primera Columna Confederal que se constituyó en Madrid, junto a un buen número de canteros y trabajadores de la construcción pontevedreses, cuyo bautismo de fuego, a finales de julio de 1936, consistió en frenar la marcha de los franquistas en Somosierra, donde hicieron frente al poderoso ejército del general Mola, cuyo avance consiguieron detener en Paredes de Buitrago. Del comportamiento de esa Columna, formada por dos mil milicianos y milicianas comandados por el teniente coronel Francisco del Rosal, se han escrito no escasas hazañas. Después de cumplir con éxito esa misión, la Columna fue destinada a la Sierra de Gredos y la brigada gallega, el citado Grupo 33, pasó a ser incluido dentro del Batallón Ferrer. Allí se las vieron ni más ni menos que con los moros de Franco, y esto lo cuenta el propio Roxelio en su diario : “Miércoles, 30 de setiembre de 1936 (…) Aquí en la retirada del pueblo de Casavieja es donde nosotros empezamos a conocer lo triste y cruel que es esta guerra para la inocente población civil ; familias enteras abandonando sus hogares para no caer en manos del enemigo y no ser víctimas de atrocidades que diariamente cometen los moros africanos de Marruecos con todos aquellos desdichados que caen en sus ensangrentadas manos. Mujeres locas de espanto con sus hijitos en los brazos y llorando, corriendo de un sitio para otro y sin saber a dónde dirigirse, porque en las retiradas precipitadas todo es caos y el ver todo esto sí que es muy triste…”
Si por algo destacan los textos escritos por Arca en su diario es por su detallismo, un detallismo no exento, en ocasiones, de crudeza, tal y como señala Dionisio Pereira : “No seu afán de contar todo o que miraba, Roxelio non se cortaba á hora de descreber os horrores da guerra”. Veamos un ejemplo : “8 de enero de 1937… Cuando abandonamos la trinchera los supervivientes, se encontraba toda bañada de sangre por sus tres costados, viéndonos obligados a pasar sobre los cadáveres de varios compañeros muertos y moribundos (sic) un cuadro triste y doloroso para todos nosotros, al tener que dejarlos abandonados y en manos del enemigo”.
Miembros de la compañía en el chalé Las Flores.
La Columna Del Rosal (y por tanto el Grupo 33, el de los gallegos) se reconvirtió, en el otoño de 1936, en la Brigada Mixta que, a su vez, se incorporaría a la Quinta División del VI Cuerpo del Ejército Popular con el ya mencionado nombre de Batallón Ferrer, oficialmente 153 Batallón que, tras combatir, además de en Madrid, en el frente de Aragón, a finales de febrero de 1937 consigue parar la ofensiva franquista en el Pardo, “situándose —narra esta vez Dionisio Pereira— a fronte a ambas beiras da estrada nacional da Coruña, separadas as trincheiras tan só polo ancho da calzada : á esquerda, os fascistas : á dereita, os republicanos, que ocuparon a antiga Embaixada de Cuba. No medio de encirrados combates, aquela liña de fronte non mudará xa até o final da contenda. Daquela, Roxelio e varios dos seus compañeiros de Soutelo, Presqueiras e Alariz son incorporados á sección de metralladoras que recibiu o mote de La Máquina de los Gallegos”.
En los primeros días de abril de 1937, aprovechando una breve pausa en los combates, Rogelio y sus compañeros descansan en un lugar sito en las inmediaciones de El Pardo, concretamente en los jardines de un chalé de Las Flores, donde fueron tomadas las imágenes de Álbum de Guerra. Sorprende en alguna de estas instantáneas la alegría, la distensión que parecen presidir el ambiente, sobre todo teniendo en cuenta que el frente de batalla apenas estaba a un kilómetro, pero como escribió Rogelio, allí están “Viviendo intensamente la vida… porque la vida es muy corta y en los tiempos que vivimos mucho más aún” .
Días después de tomadas esas fotografías, muchos de quienes aparecen en ellas caían destrozados por las balas, la metralla o los proyectiles. Ya en plena debacle republicana, el Batallón Ferrer fue enviado a la Sierra de Mogorrón (Guadalajara) donde sufrió decenas de bajas. La unidad, seriamente tocada, se disuelve en la práctica y muchos de sus componentes suben al frente de Asturias. Roxelio Arca, en cambio, fue destinado a un nuevo Batallón Divisionario de Ametralladoras, junto a otros dos vecinos suyos, José Diz y Francisco Bugallo.
“Aos tres cerdedenses —escribe Pereira— tocoulles o mércores 29 de marzo de 1939 o momento fatídico da rendición na serra turolense de Camarena, a mans precisamente dunha morea de paisanos integrados no bando franquista que se comportaron sen ningunha consideración. Logo dunha penosa marcha, os tres amigos foron concentrados xunto con milleiros de combatentes republicanos na praza de touros de Teruel e alí deron en coñecer o que lles agardaba : medo, penalidades, miseria e malos tratos a mancheas”. Allí, Rogelio aún continuaba escribiendo su diario.
Roxelio Arca, ante el monolito que recuerda el asesinato de su padre.
Historia de un diario
El 13 de agosto de 1936, en A Ponte do Barco (Cerdedo), la madre de Roxelio descubría con pavor los cadáveres a la intemperie de su esposo, Francisco Arca Valiñas, y de Secundino Bugallo Iglesias : sin ninguna duda, habían sido ejecutados por los franquistas. Es un lugar que nunca le apeteció visitar a un Roxelio Arca que —libre ya de cargos, pues su único “delito” era el de haber pertenecido al Ejército de la República—regresó en cuanto pudo a su Figueroa natal donde, durante los primeros años de la dura posguerra, tenía que presentarse todos los días en el cuartel de la Guardia Civil. Justamente setenta años después de aquel 13 de agosto, las asociaciones Verbo Xido y Amigos da República lograban que Roxelio se acercase al sitio donde acabaron con la vida de su padre : habían erguido allí un monolito en memoria de ambos represaliados y, para Arca, aquel debió ser uno de los días más emocionantes de su vida.
Dionisio Pereira conoce a Roxelio desde hace ya bastantes años. Pereira es uno de los más destacados investigadores de la memoria histórica de la Guerra Civil en Galicia pero, para él, el caso del retratista siempre fue muy especial, y no ya sólo por el tesoro con que se encontró, sino porque “en realidade eu din con Roxelio Arca porque fai uns dez anos trasladeime a vivir a súa aldea. Dende o primeiro intre, dinme conta de que estaba diante dun home que tiña moitas cousas que contar, de modo que, axiña, convertiuse nun dos meus mellores informantes”.
Que Arca Rivas había escrito un diario de guerra era un dato ya conocido por algunos de sus vecinos ; de los que se sabía menos era de lo de las fotos : “En realidade —dice Pereira— as fotos o que facían era ilustrar o propio diario, e iso foi co que eu me atopei”.
Las páginas originales de ese diario permanecieron escondidas en la casa de la patrona de la pensión en la que el cantero residía cuando se iba a trabajar a Madrid, y no sería hasta mediados de la década de los 90 del siglo pasado cuando su autor decidió recuperar y mecanografiar los textos que había escrito a mano, a la par que “colocaba” las fotos en su correspondiente espacio.
Quizás la memoria personal le esté gastando una broma a Roxelio. Sin embargo, su detallismo, su ansia por contar cosas, su sed de justicia, se han convertido en un impagable testimonio para la memoria histórica de hechos que, a lo largo de demasiados años, permanecieron escondidos, como su diario, plasmado en este Álbum de Guerra de magnífica edición.