En los años veinte, el fundidor se fue con su familia a la Barcelona de la Semana Trágica y del caso Savolta. En la dictadura de Primo de Rivera, su nombre llegó a las fichas policiales y se exilió a Casablanca, Marruecos. Allí nace la madre de Christine, que se enamoró de un ferroviario francés.
Christine Diger es una de las tres niñas que nacen en Casablanca. El único varón nacerá en París y la pequeña en Bayona. Madre de dos hijos, Marianne y Arnaud, se sometió a una especie de transformación para buscar sus orígenes. Operadora de sonido en una emisora de radio francesa, decidió hacerse historiadora y bailaora para meterse en la piel de sus antecedentes sevillanos.
“Cuando nos fuimos a Francia, nunca me sentí completamente francesa. Había otra cosa en mi interior. Mi abuela, que se marchó de Sevilla con la edad a la que yo me marché de Casablanca, me contaba algunas cosas. Aunque se fue muy pequeña de Triana, cada vez que hablaba de esa época le salía una sonrisa”. El bisabuelo y dos de sus hijos, José y Carlos, volvieron desde Marruecos para luchar en la Guerra Civil. “Los hermanos de mi abuela pasaron los años de su juventud en las cárceles franquistas. Lo que me impulsó a saber más de todo aquello fue el contraste entre esa experiencia tan dramática y una forma tan positiva de vivir”.
Un día, su hija Marianne, que hoy trabaja como decoradora en Londres, le contó que a su colegio llegó un exiliado español que habló de su experiencia. “Lo localicé para hacerle una entrevista en la radio. Iba a ser una hora de charla y estuve nueve años con él”. El resultado se llamó Un otoño para salvar Madrid, libro editado por la Asociación de Amigos de las Brigadas Internacionales. Théo Francos se convirtió en su particular Miralles. “Mi tía Marinette, que es maestra de escuela y me ayudó en la corrección de los textos, va mucho al cine y cuando vio Soldados de Salamina me dijo que era una historia muy parecida”. Théo Francos tiene 94 años. Acompañó a la autora del libro a los escenarios de las batallas del Ebro y del Jarama.
“Ahora quiero novelar con ese mismo método la vida de mi familia sevillana pero dentro de la historia”, dice la bisnieta del fundidor de campanas. “Me interesa mucho el siglo XIX porque el anarquismo empieza en Andalucía. Pero no quiero dar lecciones a nadie. En España todavía quedan muchas heridas y a lo mejor una persona de fuera como yo tiene más independencia para contarla. No es un ajuste de cuentas”.
De hecho, la única República que reivindica es la denominada República Independiente de Triana que alientan los tertulianos de la taberna El Ancla que tantos detalles le han contado, en particular Ángel Vela, historiador oficioso de la Triana oculta. “Alguna vez me acompaña mi marido a Sevilla, pero me llevan mucho tiempo la investigación y las clases de baile flamenco”.
Inició la enseñanza hace diez años en Bayona, con una discípula francesa de Manolo Marín. Ahora en Sevilla practica en la academia de baile de Juana Amaya. “Mi bisabuela de Utrera bailaba flamenco. En mi investigación hay historias del exilio, del flamenco”. Se reunió hace unos meses con la entonces directora de la Agencia Andaluza de Flamenco para solicitarle una ayuda. “Cuando nombraron ministra a Bibiana Aído, dije : ’yo la conozco, tengo su móvil”. Ahora espera trasladarle la petición a su sucesor, Francisco Perujo.
Un otoño para salvar Madrid lo inicia con sendas citas de Albert Camus y Antoine de Saint-Exupery. Era una niña de 12 años cuando el mayo francés. “Una fiesta para mí, sin escuela, en la playa, y mucha inquietud para mi padre, que estuvo un mes de huelga”. De adolescente, tuvo en su apartamento un cartel de Casablanca. Su Bogart particular es este Théo Francos aventurero cuya guerra la llenó de paz. Un castellano de Fontihoyuelo que peleó contra Franco y después contra Hitler. Campos de Castilla en Francia, como los de Antonio Machado, uno de los autores favoritos de Christine, junto a Alberti, Miguel Hernández, Neruda y, sobre todos, Miguel de Unamuno.
El mito de Carmen le parece “una caricatura”. “Me da pena esa imagen”. En Triana se siente “en mi casa”. Una andaluza afrancesada que cruzó el Estrecho y los Pirineos para salvar Triana. Embajadora de ese puente del dolor que atravesaron Machado, profesor de Francés, para morir en Colliure ; Alberti para trabajar ; Salinas para traducir a Proust o Pedro Garfias para coger un barco rumbo al México de Lázaro Cárdenas.
Francisco Correal | diariodesevilla.es