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El anarquismo no muere, se transforma
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CTXT/Cristina Vallejo
Artículo publicado CTXT sobre el papel del anarquismo en la sociedad actual

http://ctxt.es/es/20180425/Politica/19189/historia-del-anarquismo-espanol-cnt-de-podemos-a-la-cup-15m.htm#.WuF2P79HX-E.twitter

La lucha libertaria ha ido mutando e incorporando nuevas sensibilidades, como el movimiento okupa, la defensa de los animales o la de la tierra. Varios especialistas analizan su permeabilidad y pujanza
Cristina Vallejo

El anarcosindicalismo, CNT y CGT, salió a la palestra el pasado 8 de marzo, recogió la reivindicación del movimiento feminista y legalizó la huelga de 24 horas, frente a la decisión más timorata de CC.OO. y UGT, que apenas respaldaron paros de dos horas por turno. Este paso al frente del sindicalismo anarquista coincide con un momento en el que se reconocen elementos de tradición libertaria allá donde este movimiento cuajó con más fuerza en sus orígenes: Cataluña. La organización del 1 de octubre, la CUP y los CDR, o al menos su aspecto horizontal, antiautoritario y asambleario, parecen traernos al presente formas de organización de corte anarquista, aunque conlleven la abrumadora contradicción de usarlas al servicio del nacionalismo, de la creación de un nuevo Estado y en alianza con la burguesía, anatemas tradicionales del anarquismo.

Estas dos “perchas”, como se denominan en el argot periodístico, nos llevan a preguntarnos dónde está el anarquismo en la actualidad, cómo está organizado y si sus miembros se reconocen en lo que ocurre en Cataluña.

Para el común, el anarquismo es invisible o irreconocible. Para algunos que sí lo ven, oscuro. Para otros, exótico y hasta atractivo, como muchos modos contestatarios de vida en un mundo sin alternativas aparentes. En todo caso, el movimiento se presenta disminuido si lo comparamos con su situación hace cien años, cuando se hizo con la representación más importante del movimiento obrero en Cataluña y en Aragón, o cuando en la Guerra Civil se asistió a la única revolución anarquista, con colectivizaciones de tierras y fábricas, según presumen quienes conservan su herencia en forma de ideas.

Carlos Ramos es responsable de la Fundación Salvador Seguí en Madrid y explica las razones de la merma: “El anarquismo dentro de España no supo adaptarse a la nueva situación de clandestinidad creada tras la Guerra Civil como lo hizo el PCE: la CNT era una ‘organización de masas’, su estructura estaba planteada para colectivos numerosos –los sindicatos– y no para pequeñas agrupaciones como las ‘células’ del PCE. Por otra parte, la FAI (Federación Anarquista Ibérica) y las Juventudes Libertarias habían medio abandonado su funcionamiento por grupos de afinidad durante la guerra, lo que las volvió tan vulnerables como a la CNT. Durante el franquismo fueron detenidas multitud de estructuras de coordinación confederales, lo que supuso una desarticulación continua. Para más ‘inri’, la CNT no apoyó decididamente al movimiento guerrillero, pero cuando lo hizo, fue duramente reprimida”. Y sigue: “Los anarquistas españoles reorganizados en el exilio no supieron o no encontraron la manera de mantener su presencia real en España, no se fiaron, ni apoyaron, a los grupos que practicaron la guerrilla urbana y, enfrentados con los comités del interior, no les apoyaron, o no lo hicieron suficientemente, en sus procesos de reorganización y de enfrentamiento con la dictadura. Esa división afectó a la continuidad de los más jóvenes que, hartos, acabaron, en muchos casos, abandonando la militancia”.

La reconstrucción tras la dictadura se enfrentó, como explica Ramos, a la división previa, la falta de experiencia de los jóvenes y de una generación intermedia que aportara experiencia militante y organizativa, además de “a la desconfianza que hacía ver enemigos en todo aquel que llegaba (…) con ideas nuevas, o bien expresaba opiniones que no casaban con la ortodoxia que representaban muchos de los viejos militantes, sobre todo los del exilio”.

Dolors Marín, profesora de instituto en Palma de Mallorca y autora de libros sobre el anarquismo (el último, Espiritistes i Lliurepensadores, Editorial Angle) apunta que, con el final de la dictadura, en los setenta, hubo un ‘revival’ anarquista, una nueva ilusión, para luego experimentar una desmovilización tras culminar la transición, en muchos sentidos decepcionante. En esto abunda Juan Pablo Calero, profesor de instituto en Alcalá de Henares, militante de la CNT desde los ochenta y autor de varias obras, como El gobierno de la anarquía (Síntesis): “En los años setenta renace la CNT, pero lo hace en las peores circunstancias, después de que el anarquismo haya sido machacado durante el franquismo. Los jóvenes tienen que reconstruirla casi desde cero. Y en los ochenta se experimenta un fenómeno de repliegue”.

Julián Casanova, catedrático de Historia Contemporánea en la Universidad de Zaragoza, explica que el nuevo contexto no era el más favorable al anarquismo: el nuevo Estado tras la transición no sólo reprime, sino que empieza a desarrollar tareas sociales; ya no sólo pega en la calle, sino que también proporciona sanidad pública. La retórica anti-Estado es más difícil que cuaje en estas circunstancias, al igual que la anti-parlamentaria en una democracia con sufragio universal y cuando se ve que la llegada de nuevos partidos hace posible que cambien las leyes.

La doble estrategia del anarcosindicalismo

La situación se complicó más porque, en coherencia con su ideario, contrario a la delegación y a la representación, la CNT se opuso a participar en las elecciones sindicales con la llegada de la democracia. Ana Sigüenza, secretaria general de la CNT entre 2000 y 2003, explica: “Si aplicas al mundo del trabajo el modelo parlamentario, si los trabajadores delegan y se olvidan, asumen que otros van a luchar por ellos. En el anarcosindicalismo la delegación no existe. La CNT no quería reproducir la división social y las relaciones de poder en el seno de la organización, sino la sociedad que queremos, con autogestión y acción directa”.

¿Cómo hace sindicalismo la CNT? “Nuestra alternativa son las secciones sindicales, que están formadas por los afiliados a la CNT que hay en cada empresa”, contesta Sigüenza. Estos afiliados analizan la situación de la compañía, detectan las necesidades de los trabajadores y los reúnen en asamblea para mostrarles las cosas que se pueden conseguir. A partir de ahí, los empleados pueden dar a la sección sindical la representación para negociar con la empresa las cuestiones acordadas en la reunión, puesto que las secciones sindicales sólo son la correa de transmisión de los acuerdos de la asamblea de trabajadores. El modelo de la CNT, según Sigüenza, exige una mayor implicación de los militantes y, en su opinión, se puede adaptar mejor a la situación del tejido empresarial, en el que cada vez pesan menos las grandes compañías y más las de reducido tamaño y con su personal no concentrado en un espacio físico. “Cuando los grandes centros de trabajo han desaparecido, las estructuras del anarcosindicalismo se adaptan bien, al no ser jerárquicas ni muy pesadas y, por tanto, flexibles”, añade José Ramón Palacios, presidente de la Fundación Anselmo Lorenzo, custodia del archivo histórico de CNT, que desarrolla una importante labor cultural y editorial.

Justo esta elección fue la que ocasionó una ruptura de la CNT que dio lugar al nacimiento de la CGT con ese nombre a finales de los ochenta. “La principal razón que propició la ruptura fue la participación en las elecciones sindicales para conformar los comités de empresa. CGT participa y CNT, no. No son diferencias de principios, sino de tácticas y estrategias”, explica José Aranda Escudero, secretario de acción sindical de CGT.

CGT, como explica Jacinto Ceacero, director de la revista Libre Pensamiento, aunque participa en las elecciones, sólo actúa de portavoz de la asamblea de trabajadores, puesto que no tiene capacidad de decisión ni de negociación por sí misma, sólo es el canal de transmisión de los acuerdos del conjunto de los trabajadores. En ello, pues, coincide con CNT.

Carlos Ramos es crítico, y hasta pesimista, con la situación del anarcosindicalismo: “La actualidad no pinta bien: la CNT se ha partido en más trozos aún, las expulsiones de sindicatos están a la orden del día y su presencia en el mundo del trabajo es algo menos que testimonial; Solidaridad Obrera, que es un ‘mix’ de CNT y CGT, apenas tiene presencia sindical; y CGT, que ha crecido rápidamente y sí tiene presencia, si quiere subsistir como una propuesta anarcosindicalista, tiene que enfrentarse con los problemas vinculados a ese crecimiento: se ha convertido en objetivo deseado de pequeñas formaciones políticas izquierdistas que han practicado el entrismo y pugnan por el control de la sindical y, por otra parte, este crecimiento ha supuesto también la aparición de vicios denunciados en las otras organizaciones sindicales institucionalizadas (abuso de las liberaciones sindicales, etc)”.

Actualmente, según datos de José Aranda, CGT cuenta con 85.000 afiliados y unos 6.000 representantes sindicales. Según Ana Sigüenza, a finales del año pasado CNT contaba con 50.000 afiliados, pero según José Ramón Palacios, cotizando regularmente, hay alrededor de 10.000.

La escisión de CGT tuvo lugar en un momento de crisis y repliegue general del anarquismo, en palabras de Calero, después del periodo ilusionante que se abrió en los setenta coincidiendo con el final de la dictadura. El desencanto se extendió entre los ochenta y buena parte de los noventa. En esa crisis también influyó, como recuerdan tanto Calero como Casanova, el shock ocasionado por el Caso Scala, un atentado en 1978 contra una sala de fiestas en Barcelona tras una manifestación de la CNT con infiltrados policiales de por medio.

Penetración en los movimientos sociales: hasta en el 15-M

Pese a ese repliegue, Calero reivindica como logros del anarquismo, incluso en sus horas bajas, la desaparición del servicio militar, así como la creciente popularidad de los movimientos ecologistas. Ramos completa el análisis: “El anarquismo en los años siguientes a la ruptura de la CNT se expresó a través de pequeños grupos, con conexiones muy precarias y poco eficaces, embargados de una gran desconfianza hacia los grandes proyectos organizativos, después de la experiencia tortuosa de la CNT. Un poco más tarde, la joven militancia anarquista y la que había abandonado la CNT se vinculó a iniciativas dentro del campo de lo alternativo (antimilitaristas, ecologistas, pacifistas, radios libres o agencias alternativas de noticias, colectivos estudiantiles, etc.) acoplados en el ámbito local. En los noventa se multiplicaron las iniciativas de coordinación, pero la desconfianza y la falta de experiencias organizativas exitosas anteriores impidieron que fructificaran proyectos estables. El anarquismo, hasta la actualidad, ha ido incorporando nuevas sensibilidades, como el movimiento okupa, la defensa de los animales o la defensa de la tierra”.

Calero destaca más influjos del pensamiento anarquista, sus modos de organización y su diagnóstico de los problemas en los años más recientes: en el siglo XXI, las instituciones en el país se hacen más rígidas y se abre una brecha entre la España “oficial” y la “real”, que se expresa con el “no nos representan” y con el “lo llaman democracia y no lo es” del 15-M. “Ello conecta con el modelo anarquista. También su modo asambleario de organización”, señala. La popularidad de los modelos horizontales, sin jerarquías y asamblearios reside, según este profesor, en el fracaso, o en el descrédito de los modos jerárquicos de las organizaciones marxistas. “Cada vez hay más gente que admite la vigencia de muchas ideas-fuerza del anarquismo, sobre todo a partir de la eclosión de muchas de éstas con el movimiento 15M, razón por la cual el anarquismo sigue estando entre las referencias actuales cuando se reflexiona sobre el futuro de la sociedad, mientras que otras propuestas ideológicas, como las vinculadas al marxismo, han perdido vigencia”, añade Ramos.

Palacios agrega: “No es que en los movimientos sociales desembarque el anarquismo, es que tienden, en su aspecto a dotarse de formas de carácter anarquista, horizontales, para que no haya una jerarquía piramidal”. Quizás porque huyen de la creación de centros de poder, de vanguardias, porque éstos sólo reproducen un poder que al final se termina ejerciendo contra el pueblo, reflexiona Palacios. “Otra cosa es que los objetivos o las metas sean anarquistas, o no. Nosotros no nos queremos apropiar de esos movimientos”, precisa Palacios.

Más filosófico se pone Jacinto Ceacero: “¿Que dónde está ahora mismo el anarquismo? En el ADN de nuestra especie, en el gen de la colaboración, que está siempre latente y tiene su reflejo, por ejemplo, en el 15-M, basado en la participación, en la horizontalidad, en la no existencia de cuadros. También el 68 tiene tintes libertarios. Y el feminismo, el movimiento por la liberación sexual, el pacifismo…”. Resuenan los ecos de la obra de Kropotkin “El apoyo mutuo”, que es el que ha propiciado la supervivencia de la especie y ahora permite la de 3.000 millones de personas en el mundo, según apunta Ceacero.

“Esta vitalidad del anarquismo se debe a que tanto desde sus principales teóricos, mentores y militantes, como de sus realizaciones en la historia, nunca se intentó presentar el anarquismo como una ontología, o sea, una explicación global y científica del universo, sino como una propuesta de entender la vida, una forma de vivir que se expresa en todos los campos”, añade Ramos.

Seña de identidad del anarquismo, según Ceacero, sería el celo que tienen todos los grupos anarquistas por mantener su autonomía, aunque haya en la actualidad conatos de coordinación, intentos de crear federaciones en torno a hechos concretos, aunque todo el mundo se lea a todo el mundo dentro del mundillo anarquista, aunque haya encuentros y reuniones de puestas en común… ello no tiene el objetivo de crear una organización y una estructura. Buceando por internet se pueden encontrar múltiples publicaciones anarquistas, fundaciones, ateneos libertarios, cooperativas, escuelas libres…

Dolors Marín señala que, aunque la mayor fuerza del anarquismo se exprese en el ámbito sindical y aunque el anarquismo haya penetrado en los últimos movimientos sociales, también existen manifestaciones más puras en experiencias autogestionadas, en procesos cooperativos, asamblearios, ecologistas más radicalizados… Marín señala que el anarquismo está en las bases de las teorías decrecentistas y en los neoprimitivismos, así como en el municipalismo libertario, por la importancia que tiene para el anarquismo la creación de estructuras pequeñas, a escala del hombre, que puedan asociarse libremente configurando federaciones. Marín recuerda que grandes anarquistas de principios del siglo XX eran geógrafos, de ahí la importancia del espacio y de la naturaleza para el movimiento. Así, el animalismo o el veganismo también tienen raíz anarquista.

Los anarquistas con los que hablamos para este reportaje destacan la raíz anarquista de muchos movimientos actuales, en cómo “lo libertario se filtra”, en palabras de Sigüenza. Ella, incluso, señala cómo en muchas ocasiones los protagonistas de ciertas iniciativas, como una educativa-pedagógica en la que participó en los 80 y 90, no se dan cuenta de que enlazan con el ideal anarquista. En nuestros días, explica, hay experiencias pedagógicas, como el movimiento de las comunidades de aprendizaje, que encajan con las ideas de Ferrer i Guardia: el antiautoritarismo, el cooperativismo, la educación integral (no disociación entre lo manual y lo intelectual), el respeto por los diferentes ritmos de desarrollo, la ligazón con la naturaleza, la continua interacción social, el cuestionamiento de la propiedad privada, la autogestión, el conocimiento de todas las fases de los procesos productivos para hacer posible esa autogestión, el derecho al desarrollo de todas las potencialidades… No podía ser de otra manera si tenemos en cuenta la importancia de la pedagogía en el primer anarquismo.

En el feminismo: las Mujeres Libres

Comenzábamos apuntando que el último resurgir anarquista tiene un indiscutible sello feminista. Las Mujeres Libres de Villaverde (Madrid), una organización que entronca con las Mujeres Libres del 36, un movimiento vivo, aunque con altibajos, desde entonces, se sienten “satisfechas y felices” con este último y generalizado rebrote feminista. Sobre todo porque se presenta de manera autónoma, al margen de los partidos políticos y de lo institucional, elementos que, en su opinión, son los que terminan frenando y paralizando al feminismo, como pasó en la transición.

¿Cuál es la orientación del feminismo anarquista que representan las Mujeres Libres? Según el colectivo de Villaverde con el que contactamos, el suyo es un feminismo de la diversidad y de la diferencia (“somos diferentes, pero no de segunda clase”), del amor libre que lleva consigo la libre elección de la forma de vida, de los roles sociales y de los modos de encauzar la sexualidad. Así, se siente cercano de las nuevas teorías queer y del ecofeminismo: “Si la naturaleza se autorregula sin poderes, lo mismo tendría que funcionar en el ser humano”. Por tanto, rechazan el patriarcado como expresión del poder ejercido contra las mujeres y, en general, las relaciones de poder. Como anarquistas, reivindican la acción directa en la forma de avanzar, lo que implica que las mujeres no han de ser sujetos pasivos ni han de delegar en nadie.

Ahora mismo dicen estar centradas en continuar la lucha, aprovechando que se han visibilizado los problemas de las mujeres y que los medios de comunicación muestran interés en la cuestión. En esta línea, trabajan en talleres de formación, organizan cooperativas de trabajo y se solidarizan con campañas de apoyo a las mujeres. Además, analizan los diferentes feminismos y el modo en que adecúan su discurso a esta nueva realidad.

En la política: de Podemos a la CUP

Un anarquista, en teoría, no vota, no participa en una democracia parlamentaria o representativa, porque lo suyo es la no delegación (“si nadie trabaja por ti, nadie tiene que decidir por tí”, recuerda Ceacero). Se ampara en que es imposible que un sistema proporcione instrumentos para su transformación, para su abolición o para ser sustituido por otro. “En ocasiones, hay llamamientos para ejercer una abstención activa. La seña de identidad del anarquismo es la no participación en elecciones. Pero en general se deja libertad a los individuos de ir a votar, o no”, explica Ceacero.

Pese a que esto sea así, su importante presencia en los movimientos sociales más recientes ha terminado calando en la política. Calero comparte lo que ha detectado: “En muchas de las estructuras, Podemos bebe de una tradición anarquista”. Y señala que en sus cuadros medios se integraron anarquistas porque pensaron que se abría un tiempo nuevo para la acción política institucional. Aunque hoy ya observa desencanto entre quienes así pensaron.

Pero su manifestación más llamativa se ha dado en los últimos años en Cataluña, con la CUP, el 1-O y los CDR. Las posiciones de los anarquistas respecto a esta cuestión son diversas, pero las que recogemos aquí son críticas, como las del libro Anarquismo frente a los nacionalismos (Queimada Ediciones) en cuya autoría participa Juan Pablo Calero. Pero antes hay que ver qué dicen los propios protagonistas y los historiadores.

Jordi Martí, regidor en el Ayuntamiento de Tarragona por la CUP, reivindica la ligazón entre el anarquismo y su formación. En primer lugar, en sus modos de funcionamiento, sobre todo al principio, cuando comenzó a participar en las elecciones municipales, donde tomó forma la tradición asamblearia, pero también ahora, cuando ha saltado al Parlament, puesto que su organización no responde al centralismo democrático de la tradición marxista, sino a los principios de no delegación, y a que gran parte de sus miembros militan en CGT. Además, Martí también muestra la vinculación entre el anarquismo y el independentismo catalán en la historia, desde finales del siglo XIX y principios del siglo XX yendo ambos muy de la mano, cuestión que tiene documentada en trabajos académicos y libros. Aunque esto es algo que Calero pone en cuestión por la existencia a principios del siglo XX de, por un lado, Solidaridad Catalana, de tinte burgués, y, por otro, de Solidaridad Obrera, esta última integrada en CNT a partir de 1910, año de fundación del sindicato.

¿Cómo resuelve Martí la contradicción que supone ser anarquista y buscar la construcción de un nuevo país? “Los espacios pequeños son más fáciles de no dejar en manos del Estado. El derecho de autodeterminación es básico y también el de libre federación, que es el derecho de elegir o la libertad de los individuos de unirse a cualquier espacio superior”, contesta Martí. ¿Y cómo explica la unión de una organización de tradición anarquista con la burguesía? “Nos unimos para lograr el derecho de autodeterminación. Yo soy regidor de la CUP en Tarragona, pero me he dado de baja de la CUP nacional después de que la organización votara en asamblea dar su apoyo a los presupuestos de Junts pel Sí. La asamblea consideró que era el precio a pagar para conseguir la celebración del referéndum, pero yo creí que no debía hacerse”, responde.

Julián Casanova precisa que el anarquismo como negación del Estado y del parlamentarismo, que es la seña de identidad de la CNT, no está presente en la CUP, aunque sí existe mayor conexión en su horizontalidad y su pretensión de no depender de dirigentes, quizás porque en Barcelona vivieron esa tradición y cuentan con ese hilo conductor o ese cordón umbilical. “Hay elementos de la CUP que traen ecos del movimiento libertario”, señala Casanova. “Pero el primer anarquismo con su acción directa y su apoliticismo es irrepetible. Si la CUP no hubiera entrado en el Parlament, no hubiera tenido ningún poder. La diferencia fundamental de la CUP respecto al anarquismo es su participación en las instituciones del Estado. Pero ahora no hay izquierda que defienda actuar al margen de las instituciones. Si la república catalana se hubiera constituido, la CUP no estaría así, ejerciendo la ‘gimnasia revolucionaria’ en la calle, actuaría dentro del sistema”, añade el historiador.

Calero muestra la contradicción entre la ligazón anarquista de la CUP (más reconocible, quizás, en su primera etapa en municipios pequeños de Cataluña) y el nacionalismo: “El anarquismo es contrario al nacionalismo y considera que el Estado es su enemigo. La CUP rompe con una tradición, la de Barcelona y Cataluña situadas en el centro del anarquismo obrerista, y también con la unión del anarquismo con el republicanismo federal”. “El anarquismo no se reconoce en la CUP”, añade Dolors Marín, que apunta también que en el anarquismo histórico había mucha mezcla y acogía a los emigrantes de otras partes de España, los del famoso cinturón rojinegro. Ilustra con dos casos muy populares: Buenaventura Durruti era de León y Francisco Ascaso, de Aragón.

También crítico se muestra José Aranda Escudero: “Para mí la identidad nacional es un concepto inventado, falso, que se enclava en el mismo lugar de la conciencia que la religión. Su demanda de independencia, en base a ese concepto, nada tiene que ver con la tradición anarquista. Entenderíamos la demanda de independencia para cualquier territorio donde se haya llevado a cabo una revolución de clase, para defender esa revolución. Pero lo que plantean en Cataluña es crear otro Estado de las mismas características que este que sufrimos, aunque sea en forma de república, pero interclasista, en base al nacionalismo. Todos y todas hemos nacido en algún sitio, también el jefe del ejército, de la patronal, el obispo, el dueño de la multinacional… No tiene ningún sentido para los anarcosindicalistas ir de la mano con ellos, aunque hayan nacido en nuestro pueblo. ¿Dónde quedaría entonces la lucha de clases, entre explotadores y explotadas?”.

Carlos Ramos coincide: “No creo que se pueda hablar de tradición anarquista en los planteamientos ideológicos de la CUP o en los CDR… al menos en su vertiente nacionalista. La tradición anarquista ha sido históricamente federalista e internacionalista, y la explicación al apoyo de varias organizaciones anarquistas y anarcosindicalistas a la huelga derivada de la represión gubernamental el 1 de octubre pasado en Cataluña o su participación en los CDR hay que buscarla en otros motivos ajenos, en gran medida, al apoyo al procés, como han puesto de manifiesto estas mismas organizaciones”. Ceacero precisa que el apoyo de CGT a la huelga del 3-O se produjo en protesta por la represión del 1 de octubre, no como respaldo a la ruptura con el Estado.

Ramos añade que hay un debate importante sobre la “cuestión nacional” en círculos libertarios y su propio diagnóstico sobre la situación: “Conviene no confundir las razones estratégicas con las ideológicas: plantear que los CDR se pueden convertir, en el futuro, en el germen de comités populares que tomen en sus manos la gestión de los municipios o al menos tengan un papel importante en la vida de éstos no es lo mismo que defenderlos porque ya son algo parecido a los comités libertarios de control creados en la Guerra Civil”.

Para José Ramón Palacios, el problema catalán es el del enfrentamiento de dos poderes. Y, como añade, es en el poder y en la propiedad donde está el origen de todos los males. También resalta que muchos críticos con el actual funcionamiento de las cosas no sean capaces de apartarse de ese juego del poder y de la propiedad ni de imaginar un nuevo orden de relaciones sociales en el que no existan. De ahí la incomprensión que sufre el anarquismo. Un nuevo orden quiere. Orden. Sí. Aunque suene contraintuitivo. Por eso Jacinto Ceacero recuerda a un histórico, Eliseo Reclus y su frase “el anarquismo es la máxima expresión del orden”. Sea como sea, los anarquistas que han paseado por estas líneas reconocen sus ideas en múltiples movimientos sociales y comentan con satisfacción cómo los ideales libertarios han permeado la sociedad, aunque a veces se sientan incomprendidos e incluso en los márgenes de la sociedad. Quizás el anarquismo sea, sin saberlo, bastante ‘mainstream’.

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