Tras tres años, la guerra había finalizado en primavera con la victoria de los golpistas. Habían anunciado la paz, pero en realidad lo que llegaba era venganza, represión, humillación y más muerte.
En la madrugada del 5 de agosto de 1939, el nuevo régimen político del Estado español, la dictadura de Francisco Franco en connivencia con la burguesía y la Iglesia católica, fusiló frente a las tapias del cementerio de La Almudena a Carmen Barrero Aguado, Martina Barroso García, Blanca Brisac Vázquez, Pilar Bueno Ibáñez, Julia Conesa Conesa, Adelina García Casillas, Elena Gil Olaya, Virtudes González García, Ana López Gallego, Joaquina López Laffite, Dionisia Manzanero Salas, Victoria Muñoz García y Luisa Rodríguez de la Fuente. Nueve de las trece jóvenes fusiladas eran, en el momento de su muerte, menores de edad, puesto que la mayoría de edad estaba establecida en los 23 años desde 1889, y pertenecían a las Juventudes Socialistas Unificadas (JSU). Junto a ellas también fueron ejecutados 43 hombres y un niño de 14 años.
Dos días antes, el 3 de agosto de 1939, la sentencia del Consejo Permanente de Guerra había encontrado a estas mujeres “responsables de un delito de adhesión a la rebelión”. A pesar de estar ya presas, se les acusó del asesinato del comandante de la Guardia Civil Isaac Gabaldón, así como del fallecimiento de su hija y su chófer.
El objetivo de los asesinos franquistas tras haber logrado vencer fue hundir y aniquilar la resistencia, impidiendo que grupos de hombres y mujeres contrarios a este régimen se organizaran para combatirlo. “Juro aplastar y hundir al que se interponga en nuestro camino”, repetía Franco en sus discursos.
No debemos olvidar sus nombres… ni permitir que se borren de la historia.