LA VOZ DEL SUR |
José Luis Gutiérrez Molina
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7-1-2017.
Recordando la lucha protagonizada en Casas Viejas por los jornaleros libertarios recogemos un artículo de José Luis Gutiérrez, autor de uno de los libros que explican la masacre ocurrida el 11 de enero de 1933
Un nuevo aniversario, van 84, de la matanza y los asesinatos de Casas Viejas. Como siempre hay muchos temas que se podrían tratar: la eterna no declaración de BIC de los lugares; el coma terminal de la página web de la Fundación Casas Viejas 33, que sólo se reactiva por estas fechas, la fundación no la página; el rechazo municipal a devolver a su lugar original el monumento de la CGT de 1983; el legado de Jerome Mintz y otros cuantos asuntos más. Sin embargo me apetece mucho más dedicar unas líneas a otro hecho que, seguramente, pasará desapercibido: hace unos días, exactamente el pasado viernes 6, Catalina Silva Cruz, la hermana menor de María Silva y testigo presencial de los hechos, ha cumplido 100 años.
Rodeada del cariño de los suyos ha comenzado a vivir un siglo la última persona que puede contar en primera persona lo ocurrido aquellos ya lejanos días de enero de 1933 en Casas Viejas. Pero no sólo eso sino también los, no menos terribles, episodios de la represión golpista en Paterna; el secuestro y asesinato de su hermana María; la huída a través de campos y trochas hacia la zona gubernamental; la experiencia revolucionaria en la pedanía cartagenera de Los Dolores; los sobresaltos de los bombardeos en Barcelona; su unión con Agustín Buján, que durante años fue “José Insúa”; su trabajo en el hospital militar de Figueras y, por último, su paso en enero de 1939, junto a otros miles de fugitivos, a Francia por el paso de La Junquera.
Llegó entonces una nueva vida, no menos agitada, en el país vecino. Primero en el castillo alpino de Belley, junto a otras cientos de españolas; su posterior ingreso en el campo de Argelés de donde escapó para instalarse, de forma clandestina, en Montauban mientras su compañero era enviado a un campo de trabajo en Burdeos. Hasta 1945 fueron años de presión de los ocupantes alemanes, de la clandestinidad anarcosindicalista y del nacimiento de sus primeros hijos. Liberada Francia, la familia se reagrupó y nacieron otros retoños. A partir de entonces la militancia cenetista, durante años, y el sueño, siempre cercano, del regreso.
El momento llegó, pero 38 años después. Muerto ya el dictador, en 1977, volvió a una España, a reencontrarse con una familia y un Casas Viejas que ya no eran los de cuatro décadas antes. Después, hasta hoy viajes esporádicos a su país natal y, siempre, su vida en Montauban, con sus hijos.
La conocí en 2005, cuando estaba trabajando en la biografía de su cuñado Miguel Pérez Cordón. Hasta entonces nunca había hablado de lo sucedido en enero de 1933. Fue cuando me dijo que ni una sola noche desde enero de 1933 había dejado de pensar y soñar con lo ocurrido. Después, hemos hablado en muchas ocasiones hasta establecer con ella y sus hijos una profunda amistad. Una fue en el año 2008 cuando la grabación de una larga entrevista para Canal Sur. Horas en las que, todos los presentes, vivimos uno de esos momentos mágicos en los que el tiempo se detiene, los ruidos desaparecen y el cuerpo siente intensamente.
Catalina Silva Cruz representa el ayer y el hoy de Casas Viejas. El ayer como una de las pocas personas que pueden hablar de él en primera persona. El hoy por el desplazamiento en el que vive. Como los sucesos de enero de 1933. Como el pueblo, su situación no es la de 1933, pero vive una realidad virtual de esa Andalucía que conoce, desde hace años, por la programación internacional de Canal Sur. Aunque sigue siendo española. Nunca ha renunciado a su nacionalidad a pesar de que poco le podía unir a una república en cuyo nombre habían muerto casi una decena de sus familiares; menos todavía con una dictadura que asesinó a su hermana mayor e iba a hacerle la vida imposible a los que quedaban vivos y, más bien poco, con la actual democracia que no le otorga la doble nacionalidad a sus hijos por problemas burocráticos: no existe su partida de nacimiento en el juzgado de Medina.
Con su siglo a cuestas, sentada en su sillón, ve pasar los días, junto a sus hijos y con las llamas de aquella noche invernal ya lejana siempre ante sus ojos. A la vez que se siente orgullosa de su vida, de cómo ha sobrevivido, de que, de joven y hoy, nadie podía con ella. Una mujer que pertenece a la historia, la última testigo del crimen de Casas Viejas.
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