FECHA

Casas Viejas, Miaja y la memoria histórica
La Ley de la Memoria Histórica, apoyada por todos los grupos parlamentarios del espectro político español, salvo PP y ERC, ’pretende’ hacer justicia a las víctimas olvidadas de la dictadura franquista o lo que es lo mismo a los españoles que perdieron la guerra fratricida que llenó de sangre España entre 1936 y 1939. Con esta iniciativa el Gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero ha conseguido condenar de forma expresa el franquismo, así como declarar ilegítimos los tribunales y jurados constituidos durante la Guerra Civil (tanto republicanos como nacionales) y las sentencias y condenas por motivos ideológicos, políticos y religiosos. Con sus múltiples carencias, defectos y fuegos de artificio (el PC la considera injusta, cobarde y que declara la impunidad del franquismo y la CGT piensa que renuncia a la verdad, la justicia y el respeto a los derechos Humanos), debemos enmarcarla en un concepto amplio y considerar que siempre es positivo y necesario recordar las vilezas, los crímenes y los logros del pasado colectivo e individual de los españoles.

Recordemos que cualquier país que mira hacia el futuro y que quiere ser dueño de su destino debe hacer siempre una catarsis imprescindible para deglutir su memoria aunque ésta sea dolorosa y trágica. Las llagas no se llenan de pus y se infectan por reivindicar nuestra memoria, la buena y la mala, sino por querer ocultarla y por modificarla a nuestra conveniencia, característica ésta de un franquismo que desvirtuó en la conciencia colectiva gran parte de los símbolos del país y que allanó el camino a los denominados nacionalismos periféricos que no sólo están cambiando la historia de la que forman parte, sino que se han inventado una nueva, cada uno la suya. Y se ha llegado a este punto en gran medida por no querer ver, no querer pensar y no querer comprometerse con lo que cada cual es.

La memoria completa no abre heridas, lo que extiende la infección por todo el cuerpo social es su desconocimiento, ocultación o manipulación. Aun considerando que la Ley de Memoria Histórica tendría que ser una labor de los historiadores y no de los políticos, como señaló en su momento Manuel Fernández Álvarez, siempre es bueno caminar para avanzar, movimiento que debe acabar con el legado franquista de la división entre vencedores y vencidos. Las nuevas generaciones de la democracia no vivieron el ’pacto del olvido’ posterior a la muerte de Franco y tienen derecho a poder rendir homenaje a sus antepasados asesinados o condenados injustamente, pero a la par no deben olvidar la historia real de los múltiples acontecimientos que ilustran la historia de España y la de la propia Segunda República.

Pues bien, al hilo de la memoria histórica completa queremos recordar un hito y una figura de la misma, los sucesos de Casas Viejas acaecidos un 11 de enero de 1933, el pasado viernes se cumplieron 75 años, y la figura del general republicano José Miaja Menant, muerto en México hace hoy 50 años, el 14 de enero de 1958. Los acontecimientos de la localidad gaditana, agregada al Ayuntamiento de Medina Sidonia, han pasado a la historia como uno de los episodios más importantes y trágicos de la Segunda República Española, a la par que aceleraron la caída del Gobierno de Azaña. Al iniciarse la mencionada República en 1931, el nuevo Gobierno puso en marcha una reforma agraria para dar tierras a los campesinos sin propiedad, pero el escaso cumplimiento de la ley aprobada en 1932 desilusionó y desencantó al campesinado y al proletariado industrial.

La reforma no supuso cambio alguno en la situación socioeconómica de Casas Viejas e incluso trajo más miseria a la localidad, que sumada al deterioro económico del país y a la crisis de la producción triguera, detonaron la bomba de relojería en que se había convertido tanto este pueblo como muchísimos más en la geografía del país. Las míseras condiciones de vida que padecían los campesinos españoles y la inmoral riqueza de los terratenientes, la gran difusión del ideario anarquista que existía entre ellos ya que les ofrecía la esperanza de que su situación pudiera cambiar y, finalmente, las anteriormente citadas causas estructurales sólo necesitaban de detonantes para estallar.

Los alzamientos anarquistas que se iniciaron el 8 de enero de 1933 en Barcelona, Madrid y Valencia, rápidamente sofocados, tuvieron su inesperada continuación, tres días después, en el pequeño pueblo andaluz de Casas Viejas, donde sus habitantes decidieron que había llegado el momento de terminar con tanta injusticia y explotación como sufrían, proclamaron el comunismo libertario y, durante unas horas, lograron controlar el pueblo hasta que las fuerzas de orden público volvieron a restablecer el control del Estado en la localidad tras una dura e injustificada represión. El Gobierno republicano quiso ocultar lo ocurrido pero las denuncias de Miguel Pérez Cordón en la prensa anarcosindicalista y de los periodistas Eduardo de Guzmán y Ramón J. Sender sacaron a la luz la tragedia que recorrió todos los rincones de España. La sociedad española se conmocionó, se produjeron reacciones de todo tipo, los asesinatos fueron utilizados políticamente por la oposición de derechas para llegar al poder y supusieron un antes y un después en la Segunda República.

Los sucesos mencionados lastraron la República irremediablemente, ya que junto a otros múltiples factores la abocaron a una guerra civil iniciada por la insurrección de los desafectos, mal llamados nacionales, en la que la figura del general ovetense José Miaja Menant tuvo un protagonismo especial, tanto por su indecisión y el consiguiente fracaso de su ofensiva sobre la ciudad de Córdoba como por su firmeza y acierto defendiendo ’numantinamente’ la ciudad de Madrid durante tres años, incluso cuando el Gobierno republicano de Largo Caballero la dio por perdida y se trasladó a Valencia. Aunque su carrera profesional no fue especialmente brillante, sí lo fue mantener su palabra y juramento de defender al Gobierno legítimo del país y, fundamentalmente, conseguir lo que ni su propio Gobierno confiaba que pudiera hacer durante mucho tiempo, la defensa de la capital de la España republicana frente al abrumador poderío militar de los insurrectos. El exilio le llevó a Francia, Cuba y México donde murió en 1958.

Casas Viejas y Miaja son parte de la memoria histórica de España, parte de los valores comunes y patrimoniales de los españoles, parte de la verdadera historia de este país y parte de la argamasa estructural de la España del siglo XXI. Conocer el pasado tal como fue, con sus luces y sus sombras, es imprescindible para aprender de él y para ser capaces de elaborar juicios sobre el mismo. La España actual necesita ingentes cantidades de historia real para enfrentarse a los múltiples fantasmas del pasado y a los innumerables manipuladores del presente a los que se debe desenmascarar decidida y continuamente cada vez que deforman la realidad, usando pequeñas dosis de verdadera memoria o lo que es lo mismo, de razón histórica.

(Daniel Reboredo – Diario El Correo 14-I-08)

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