El País/Alejando Santos Cid
Un exiliado español, el anarquista Ricardo Mestre, fundó en Ciudad de México la Biblioteca Social Reconstruir, uno de los archivos ácratas más nutridos de Latinoamérica
Héctor ‘Kiko’ Moreno lee en la Biblioteca Social Reconstruir, en Ciudad de México, el pasado 12 de marzo.Claudia Aréchiga
La historia tiene algo de efecto mariposa. Un golpe de Estado en Europa puede conducir a la creación de una biblioteca al otro lado del mundo. En España, un general bajito, con bigotillo y voz nasal, decidió que estaba cansado de tanta libertad y empezó una guerra que duró de 1936 a 1939. Como escribió Fernando Fernán Gómez, con el fin de la contienda no llegó la paz, sino la victoria. El general, de nombre Francisco Franco, resultó ser un sangriento dictador que convirtió el país en un cementerio agujereado de fosas y un páramo cultural. El alzamiento militar llevó al exilio a miles de personas, entre ellas el catalán Ricardo Mestre, un joven juez, periodista, maestro y editor. Fue miembro de la Confederación Nacional del Trabajo (CNT), un sindicato ácrata, y de la Federación Anarquista Ibérica (FAI). Llegó a México después de pasar por Argelès, uno de los campos de concentración donde los franceses encerraron a los españoles que escapaban de Franco. En 1978 creó la Biblioteca Social Reconstruir en el entonces Distrito Federal. Hoy, con más de 4.000 libros, periódicos, panfletos, octavillas y documentos, ese proyecto constituye uno de los mayores acervos sobre anarquismo de Latinoamérica, que atesora textos de Pierre-Joseph Proudhon y primeras ediciones del escritor Ricardo Flores Magón, entre otros.
Entrar al edificio es como viajar al pasado, a un tiempo en el que todavía se creía que las grandes ideas podían cambiar el mundo. El segundo piso funciona como oficina del sindicato Frente Auténtico del Trabajo. Archivadores en la esquina, fotografías de manifestaciones y vieja propaganda. Muebles de madera clara y una luz que se cuela por los ventanales y le da un filtro como de película de detectives de los años 50. La biblioteca está en un pequeño local en la planta baja con alguna que otra mancha de humedad. Apenas dos salas principales con dos cuartitos más pequeños. Héctor Moreno, Kiko, (49 años), guía la corta visita.
Héctor ‘Kiko’ Moreno observa un periódico viejo del archivo de la Biblioteca Social Reconstruir, este marzo. Claudia Aréchiga
La primera sala tiene una ventana que da a la calle, dos estanterías que se miran de frente y una gran mesa en medio para estudiar y leer. A la segunda estancia no se le ven las paredes, cubiertas de estanterías de metal repletas de libros. La biblioteca lleva seis años en este local —no es el original—, en la colonia Guadalupe Victoria, pero el aspecto es el de una mudanza a medio hacer. Libros, fanzines y documentos se apilan en el suelo; decenas de cajas de material donado todavía sin clasificar; periódicos anarquistas de todas partes del mundo, que amarillentos se acumulan en cualquier espacio donde hay hueco.
Moreno lleva gafas, el pelo lacio con el fleco a un lado, una camisa de franela y vaqueros. Acaricia los tomos con la misma delicadeza que si estuvieran hechos de porcelana. Muestra con orgullo un carnet de la CNT de 1940, primeras ediciones de las obras de Flores Magón o traducciones originales de Proudhon. Él, junto con Martha García y Tobi, integrantes los tres del Colectivo Acción Libertaria, conocieron a Mestre a principios de los 90. Empezaron a rondar la biblioteca y al poco tiempo quedaron ligados a ella. El catalán falleció en 1996. Después de convencer a su hija, que quería donar el archivo, consiguieron mantener el proyecto con ellos como una suerte de gestores.
Hace un año murió Tobi por coronavirus, y con él se perdió la comunicación con la descendiente de Mestre. A ella le pertenece el archivo, pero son Moreno, García y otras tres personas quienes lo atesoran y pagan el alquiler del local, gracias a eventos y conciertos que organizan para recaudar fondos. El trabajo es voluntario, cada uno hace lo que puede cuando puede. Moreno acude casi todas las tardes a abrir la librería después de su empleo, por lo menos un par de horas. “Principalmente, viene la banda punk, jóvenes universitarios y académicos. Antes [del coronavirus] la gente venía a estudiar mucho”, dice sentado a la mesa, en la que ha desplegado varios libros.
El principal objetivo que tienen ahora es el de clasificar y conservar mejor el acervo, digitalizarlo, pero reconocen que es una tarea difícil: todos son voluntarios y hacen malabares para equilibrar sus trabajos, vidas personales y el compromiso con la biblioteca. Además, no dejan de llegar donaciones que amplían la colección.
Periódicos anarquistas del siglo XX, parte de la colección de la Biblioteca Social Reconstruir. Claudia Aréchiga
La librería vivió sus días de gloria en la calle Morelos, en el centro de la capital. Allí abrió Mestre el local, que pronto se convirtió en punto de encuentro de intelectuales y jóvenes ácratas, de punks locales y viajeros que estaban de paso. “La existencia de ese oasis libertario se iba extendiendo cada vez más, había ocasiones en que la sala de lectura estaba totalmente llena, llegaban personas de diferentes edades, de la Ciudad de México, de otros Estados y países”, recuerda García.
Por allí no era extraño ver a intelectuales de la época como Carlos Monsiváis, Octavio Paz, Enrique Krauze o Gabriel Zaid. Pero los que lo conocieron, dicen de Mestre que lo más sorprendente era su conexión con los jóvenes: esas veladas en las que el catalán empezaba a hablar durante horas con voz grave y hordas de veintañeros encandilados seguían cada palabra con detalle. “La diferencia de edades era muy considerable”, rememora García, “Mestre me llevaba 67 años, pero aun así y extrañamente, platicar con él era como estar conviviendo con algunos de los compañeros más jóvenes”.
Cuando Mestre murió, “fue un gran golpe difícil de soportar”, continúa. “Ya no estaba en ese escritorio viejo; ya no escuchábamos su gran voz grave, fuerte; ya no sonaba su risa”. No mucho tiempo después los alquileres empezaron a subir y tuvieron que dejar el local de Morelos. Se trasladaron un par de años a un sitio pequeño en el barrio chino, pero tampoco pudieron mantenerlo. Durante seis años, el material descansó en cajas repartidas en casas de familiares de los gestores. Hasta que en 2015 consiguieron el lugar donde están ahora. En él han hecho desde cinefórums hasta talleres de refuerzo escolar, siempre gratis. “Creo que ha sido el mejor lugar en el que hemos estado. Hay una relación con la comunidad”, cuenta Moreno.
—Vino una mujer preguntando por las clases de matemáticas gratuitas. ¿Sabes quién se lo había recomendado?
—¿Quién?
—El cura de la iglesia de al lado.
El día es nublado y el viento llega húmedo. Parece que está a punto de romper a llover. A través de la ventana, Moreno se despide del periodista. Luego baja la cabeza y recorre con la mirada varios libros que un rato antes ha dejado sobre la mesa, como si fuera la primera vez que los ve.
Héctor ‘Kiko’ Moreno posa en la fachada de la Biblioteca Social Reconstruir. Claudia Aréchiga