Levante/Alfons Cervera
Artículo recordando los inicios de las radios libres. Con especial mención a Radio Klara.
Era una mezcla confusa de palabras y ruidos. Había más interferencias que un teléfono pinchado por la policía. Pero ahí estaban. Desafiando legislaciones que como siempre favorecían a los poderosos. En un piso de Moncada se las apañó un grupo de amigos libertarios para lanzar al aire la primera emisora valenciana de radios libres. Luego estuvieron en la sede que tenían los jubilados de la CNT en la calle Garrigues de València. Después ya se asentaron cerca de la Avenida del Oeste. Y ahí continúa Radio Klara, «emissora lliure i llibertària», como sigue definiéndose desde aquel lejano mes de marzo de 1982. La primera entrevista que me hicieron con motivo de la publicación de mi primera novela (1984) fue en esa casa de la radio que sigue siendo la mía de toda la vida. Creo recordar que esa entrevista la hacían Juan Calabuig y otro colega y nunca se me va a olvidar aquel rato tan hermoso después de tanto tiempo. Sé que hasta ahora mismo son muchos los nombres que han hecho realidad aquella primera y fantástica aventura radiofónica, alguno de ellos, como Jose Montoro, amigo imprescindible, siempre anclado a su poesía como arma de eso tan raro que se llama futuro. Pero los primeros nombres que conocí fueron los de Manolo Gallego y Aniceto Arias y, aunque no sé si tenían relación con la radio, las agendas que sacaba como impactantes grafitis en blanco y negro Fátima Santos. Pocos premios me han dado en la vida, pero aquí tengo, en sitio de honor, el que en algún aniversario me concedió la gente de esa radio cabezona y felizmente insobornable.
Hizo senda por aquellos años ochenta Radio 3, la emisora «progre» de RNE. De ahí bebimos mucha gente a la que nos chiflaba la radio. Yo mismo anduve colaborando desde València durante un año en el programa El ciempiés, que dirigía Jaime Romo y contaba con un equipo fuera de serie. Esa senda, con Radio Klara a la cabeza, se llenaría de pequeñas emisoras que parecían de juguete. En cada esquina se abría una posibilidad de romper una lanza a favor de discursos alternativos. No resultaba fácil, claro que no. La inversión económica no era para echar cohetes, pero lo difícil era conseguir una mínima plantilla que hiciera posible una cierta continuidad en la programación. Misión casi imposible. Pero ahí estábamos. La Transición había acabado y exigía sus reglas estrictas para el consenso. El disenso necesitaba espacios para salir de la invisibilidad. La radio era una manera de encontrar esa salida. Aunque fueran radios más pobres que algunos personajes de Charles Dickens.
Allá por el año 1983 un pequeño grupo de culos de mal asiento urdimos una de aquellas aventuras. Mi amigo Joan García se inventó el nombre: Ràdio Piula. Si se ríen ustedes me veré obligado a blasfemar y los de Vox me llevarán a los tribunales. En un bajo de la casa de Rafa Jorge, en La Pobla de Vallbona, montamos la emisora. Yo me encargaba de un programa: La Tartana de l’Estació. Nada menos: un nombre como para triunfar en los Premios Ondas. Pero han de saber que me escribía los guiones como si fueran para una emisora profesional. Y que con Flor Sania, Susi March, el mismo Joan y otra gente que lo hacía posible levantábamos un tiempo de radio, rabiosamente humilde, que nunca he olvidado. Hablábamos de todo y nos lo pasábamos bien, que es una buena manera, entonces y ahora, de ir a contracorriente y a contratodo.
De todo han pasado tantos años que parecen siglos. Veo muy poco a mucha de aquella gente. La verdad es que a nadie. Y hoy la recuerdo porque el otro día, al remover cajas de escrituras antiguas buscando las crónicas viajeras que escribí y publicó este diario durante varios años, me encontré con aquellos viejos guiones que escribía para una radio de las que entonces se llamaban piratas para no nombrarlas como lo que eran en realidad: libres. Hacía tres copias poniendo entre los folios papel carbón en la Olivetti. Estaban las hojas en una carpeta azul, de esas que se cierran con gomitas elásticas. La abrí y ahí estaban los papeles amarillentos de hace casi cuarenta años. Esos papeles finos, algunos de colores, frágiles como la inocencia de los días felices. Volví a cerrar la carpeta azul. El tiempo impone su mecánica, como el mar en un poema de Pere Gimferrer, uno de los mejores que he leído en mi vida: Oda a Venecia ante el mar de los teatros.
Aquellas viejas radios siguen existiendo. Unas en la realidad, como Radio Klara. Otras, en ese tiempo antiguo que nunca nos abandona. En La Pobla de Vallbona y para todo el Camp de Túria hubo una vez una de esas libres y entrañables radios que se llamaba Ràdio Piula. No ganamos ningún premio, claro que no. Pero disfrutamos como si los hubiéramos ganado todos. Esta columna es una muestra de que el mejor premio es guardar de lo que fuimos e hicimos una memoria felizmente agradecida. Eso mismo, la gratitud infinita a aquellas radios invisibles y en especial a mi amigo Joan, que en la Serranía llamamos Juanjo, es esta columna. Y cómo no, vida eterna a Radio Klara. Y libertaria, claro. Sobre todo libertaria.
https://www.levante-emv.com/opinion/2021/11/14/radios-59495905.html