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Albatera, el ‘Auschwitz de Franco’ que busca vestigios de fosas comunes
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El Independiente/Cynthia Serna BBox

El campo de Albatera está situado en Alicante y aunque no queda rastro fue uno de los campos de concentración más duros

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El campo de concentración del municipio de la Vega Baja fue uno de los más importantes de España, pero poco se sabe de su actividad franquista debido a la escasez de documentos, testimonios y archivos

  • Albatera, el 'Auschwitz de Franco' que busca vestigios de fosas comunes

Terreno en el que se están llevando a cabo las prospecciones. Felipe Mejías

«Imagínate un campo de concentración nazi, pero en vez de ser de exterminio, dejaban que los prisioneros se muriesen». Tifus, diarrea, estreñimiento, hambre, hacinamiento, hastío y fusilamiento. El campo de concentración franquista de Albatera -situado actualmente en el municipio vecino de San Isidro, en Alicante- estuvo activo únicamente de abril a octubre de 1939, pero fue uno de los más importantes a nivel nacional tras albergar la mayor cantidad de presos en sus barracones.

Felipe Mejías, arqueólogo e historiador, quería centrar su tesis doctoral en el mundo medieval. Sus ideas terminaron desembocando en otros derroteros al descubrir la trepidante, aunque escasamente documentada, historia del campo que albergó el modesto pueblo de la Vega Baja. A pesar de haber sido considerado como uno de los más notorios de España, escasos informes corroboran lo allí vivido. «La documentación que se conserva es nula, no existe documentación sobre el campo de concentración franquista», explica a El Independiente.

Mejías atiende a este medio después de haber completado una parte del plan de excavación que está llevando a cabo en el terreno donde estuvo activo el campo de concentración. En octubre del año pasado arrancó una muy fructífera primera fase en la que él y su equipo encontraron varios objetos que pertenecieron a los presos: monedas, colgantes, botes de lentejas o de sardinas que fueron parte de su escasa alimentación o tenedores.

Felipe Mejías: «La idea es dar forma al campo y convertirlo en un espacio visitable, un espacio significativo»

Imagen de un tenedor encontrado en el terreno de las prospecciones. Cedida por Felipe Mejías

Sin embargo, los vestigios más importantes eran de componente cálcico: «El año pasado encontramos restos óseos dispersos. En la zona donde nos apuntaban que había una fosa aparecieron restos de un cráneo y de una pierna», explica. «Aquello es un bancal que se ha estado labrando y es normal que el arado haya dispersado los huesos», puntualiza.

Los restos hallados corroboran los testimonios de los prisioneros; historias que han estado ocultas y apagadas durante décadas. El 30 de agosto, Mejías espera dar el pistoletazo de salida a una nueva etapa de investigación cuyo objetivo es perimetrar el espacio para poder convertirlo en un lugar de memoria: «La idea es dar forma al campo y hacer que sea un espacio visitable, significativo», enumera. Y sobre todo, «buscar esas fosas comunes de las que todo el mundo habla».

Las dificultades de la prospección radican en el perímetro, que alcanza el medio millón de metros cuadrados. Para encontrar lo que busca, Mejías y el equipo que ha conformado emplean un georradar de última generación de la Universidad de Cádiz. «El radar detecta estructuras con facilidad, pero las fosas son más difíciles de encontrar, además el terreno es complicado, porque en cuanto excavas metro y medio sale agua», explica.

Vaina de fusil Mauser encontrada en el terreno. Imagen cedida por Felipe Mejías

Arqueología de la documentación

Carlos Hernández de Miguel lleva años recorriendo archivos históricos de España, Francia, Italia o Estados Unidos. Su primer libro, Los últimos españoles de Mauthausen (2015), se centró en los reclusos españoles en campos de concentración nazis. Su segundo trabajo, Los campos de concentración de Franco: Sometimiento, torturas y muerte tras las alambradas (2019) buscó radiografiar la historia española por medio de los campos que estuvieron operativos en la dictadura franquista.

A pesar de haber recorrido infinidad de países, bibliotecas y fundaciones históricas, De Miguel afirma que dicho proceso internacional «le resultó infinitamente más sencillo que investigar en mi país» por varios motivos: «El primero no tiene remedio y es que el propio franquismo se decidió a destruir pruebas de sus crímenes para blanquear lo que fue su estrategia represiva», explica a El Independiente.

Hay archiveros nacionales que me han confirmado que siguen teniendo carpetas que todavía no han podido ni abrir»

CARLOS HERNÁNDEZ DE MIGUEL, PERIODISTA

El segundo, alega, se debe a «la falta de interés que ha habido por parte de todos los gobiernos de dotar a los archivos españoles de los medios necesarios para poder analizar la documentación que existía y ponerla a disposición de los investigadores». «Hay archiveros nacionales que me han confirmado que siguen teniendo carpetas que todavía no han podido ni abrir», apostilla.

Carlos Hernández de Miguel coincide con Mejías en la escasez de documentos que se conservan del campo de concentración de Albatera, que «pudo albergar entre 12.000 y 15.000 prisioneros». «Lo que ocurrió en el caso de Albatera es que desde allí se trasladaron a los prisioneros a otros lugares», explica el periodista. «El objetivo era el de catalogarles, clasificarles», una metodología que, según De Miguel, se ejecutaba con tremenda meticulosidad en este espacio. «No querían que ningún prisionero saliera en libertad sin haber repasado su pasado político, porque esa investigación era lo que determinaba su futuro», añade.

Inicios como campo de trabajo republicano

En abril de 1939, el campo de concentración de Albatera comenzó a funcionar bajo mandato franquista, pero previamente había sido campo de trabajo republicano. Toda la documentación e imágenes que existen pertenecen a esa primera etapa republicana: “una cárcel a cielo abierto” que nace en los primeros meses de la Guerra Civil por la sobrepoblación reclusa existente al inicio del conflicto bélico. Albatera es entonces «una instalación penitenciaria digna donde reciben un trato humanitario digno», espeta Felipe Mejías.

A pesar de haber sido el campo de España que más prisioneros albergó, el Registro Civil del pueblo sólo contempla en sus archivos ocho muertes por fusilamiento y dos por enfermedad a partir del mes de julio, unos datos que resultan sospechosos, precisamente, por los testimonios recogidos por ambas fuentes y que contradicen dichas cifras.

La fuerza está en el testimonio oral

En plena investigación, Felipe Mejías ha tenido la ocasión de hablar con agricultores que le confirman que mientras araban el terreno se encontraban con huesos. En el caso de los fusilamientos, y al no haber ninguna imagen o documento que ratifique el funcionamiento de Albatera como campo de concentración franquista, «me tengo que fiar de los testimonios orales que nos contaron», la única, aunque no 100% verídica, fuente con la que el arqueólogo cuenta. José Almudéver, el último superviviente conocido del campo de concentración, falleció el pasado mayo de 2021, un hombre que «contaba lo que cuentan todos, hay decenas de testimonios y todos coinciden en la situación trágica».

En Los campos de concentración de Franco (2019) de Carlos Hernández de Miguel, los testimonios de los supervivientes coinciden con la imagen del horror, de los centenares de muertes por fusilamiento, por enfermedad y por hambre. La tortura también es protagonista.

Marcos Ana, prisionero, recordaba en dicho libro el ceremonial que se realizaba en Albatera: «Veíamos cómo llegaban los falangistas. Venían buscando gente de sus pueblos. Nos formaban, iban seleccionando a los que querían y se los llevaban. Todos acababan en una fosa».

Marcó i Dachs también alega que quedó especialmente marcado por un fusilamiento: «Los tres iban con las manos atadas […]. Gritaron “¡Viva el Partido Comunista!, ¡Viva la unidad de los trabajadores!, ¡Viva la República!” […]. Inmediatamente salieron los disparos y ellos cayeron como si de repente su cuerpo hubiera quedado sin huesos».

«Veíamos cómo llegaban los falangistas. Venían buscando gente de sus pueblos. Nos formaban, iban seleccionando a los que querían y se los llevaban. Todos acababan en una fosa»

Testimonio de un prisionero recogido en Los campos de concentración de Franco (2019). Foto: Felipe Mejías

El anteriormente mencionado José Almudéver detalla también en la obra de De Miguel las infinitas torturas que se daban, sobre todo, de noche y de la mano de un oficial particular. «Se divertía echando almendras al suelo, para que cuando los presos se agacharan a recogerlas, repartir bastonazos a diestro y siniestro como si fuéramos bestias».

Obstaculización “obscena” a la memoria histórica

Felipe Mejías admite que, al inicio de sus investigaciones, algunos de los testigos preferían no nutrir de testimonios o anécdotas su investigación. Otros, directamente, no afirmaban la existencia del campo de concentración. «Hay propietarios de tierras de allí que me dicen que no hubo ningún campo de concentración y se lo creen cuando me lo dicen», indica el arqueólogo.

«Es recelo por cuestiones de ideología política, la Vega Baja es una zona tendente al conservadurismo, de hecho Vox ha sacado mayoría en varios pueblos, y son temas de los que no quieren hablar», apunta Mejías.

La Vega Baja es una zona tendente al conservadurismo y son temas de los que no quieren hablar»

FELIPE MEJÍAS, ARQUEÓLOGO E HISTORIADOR

El director de las excavaciones considera que muchos habitantes de la zona creen que revivir la historia padecida en el campo de concentración es una forma «peyorativa de recordar el pasado de su territorio».

Además de la lacra oral, Carlos Hernández de Miguel considera que la Ley 9/1968 de Secretos Oficiales vigente en España permite que haya archivos y documentos oficiales en manos de instituciones como la de Francisco Franco. De Miguel ha acudido a fundaciones franquistas para hacer diversas consultas y en dichas se ha topado «con un busto de Franco, otro retrato del dictador y una bandera con el escudo preconstitucional»: «¿Esto sería posible en Alemania? ¿Que un investigador o una víctima del Holocausto que quisiera visitar los archivos tuviera que ir a un sitio donde consultar los documentos con una esvástica y con un retrato de Hitler?», apostilla.

Para el periodista, estos detalles simbolizan «la obstaculización obscena que hay del trabajo de los investigadores y lo que han sido estos 40 años de democracia en materia de acceso a la historia y a la memoria: un intento de que no miráramos hacia atrás».

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