“Me lo perdono todo, como saben perdonar las madres las travesuras de los hijos: con sonrisas y besos. ¡Quién pudiera tener siempre las ilusiones y el corazón de un niño!” (Salvador Seguí).
“Un 23 de septiembre de 1887 viene al mundo Salvador Seguí Rubinat, ‘el Noi del Sucre’. Lo hace en Lleida, en un hogar muy humilde, pero muy pronto se trasladará con su familia a Barcelona, en busca de una vida mejor. En esos años, en Barcelona, proliferaban los barrios proletarios, que iban creciendo acogiendo a la gran cantidad de personas que llegaban en busca de un empleo. Pese a la pobreza y al abandono de las autoridades, la ciudad proletaria tenía un orden propio, una organización social muy elaborada, moldeada por densas redes sociales y formas recíprocas de solidaridad.
Salvador Seguí fue a la escuela hasta los 12 años de edad. Después empezó a ganarse la vida como pintor. Estando de aprendiz cambió varias veces de taller. Su carácter empezaba a manifestarse, impidiéndole el silencio ante injusticias y desmanes habituales contra los indefensos. El apodo ‘el Noi del Sucre’ le viene de estos años de aprendizaje, cuando siendo un muchacho, durante los fines de semana, ayudaba a servir el café en una Sociedad Obrera, y a escondidas se comía los terrones de azúcar. Con apenas 17 años, en 1904, pronunció su primer discurso. Él no creía en una revolución que de la noche a la mañana derribara los resortes del poder, para poner a otros en su lugar. Creía que el camino (más corto) era la construcción de una nueva sociedad, una nueva cultura, unas nuevas instituciones u ene la medida en que crecieran y demostraran ser más humanas y justas irían desplazando las caducas estructuras hasta enterrarlas en los libros de historia. Para él, la lectura y la formación de la clase trabajadora eran fundamentales. “Hay que leer mucho y discutir más, para que cuando llegue el momento de traducir en realidades todas esas cosas, que nos encuentren suficientemente preparados”. Y es que sin duda, las publicaciones y la prensa obrera fueron el arma más poderosa que tuvieron los pobres en sus manos, que aprendieron el gran valor que la cultura y la formación tenían para los que durante generaciones y generaciones habían estado privados de ellas”.
“Salvador Seguí fue un militante obrero representante de una de las más grandes gestas que los pobres organizadamente realizaron en Europa y partícipe de una corriente muy amplia del pueblo sencillo, la corriente libertaria. A un joven de hoy puede resultarle imposible pensar que afiliarse a un sindicato sea sinónimo de figurar en listas negras y quedarse sin trabajo. Que se puede ser responsable sindical, alcalde, incluso ministro y pasar hambre. Que puedan haber organizaciones de más de un millón de afiliados sin un solo liberado, y que su secretario general viaje en tercera, sin dinero y que se vea obligado a vender sus útiles de trabajo para alimentar a su familia mientras recorre el país propagando ‘la idea’. Sin embargo, esas personas existieron, y les debemos mucho. La primera vez que en España por ley se decretan las 8 horas laborales tuvo que ver con aquella huelga de La Canadiense en la que Salvador Seguí tuvo un papel muy destacado”.
Del libro: ‘Salvador Seguí’, de Rodrigo Lastra del Prado.