FECHA

La mujer que no quería hablar francés
rosario dulcet


El Salto/Eduardo Pérez

Rosario Dulcet fue una activa militante del sindicato textil tuvo que salir al exilio en el 39


https://www.elsaltodiario.com/contigo-empezo-todo/mujer-no-queria-hablar-frances


Rosario Dulcet, exiliada en Francia, se negó a aprender el idioma en protesta por el trato a los refugiados españoles.

mediados de los años 50, en Carcasona, localidad occitana del sur de Francia, Rosario (o Roser) Dolcet es una pequeña celebridad. No por lo que hace, sino precisamente por lo que no hace. Absolutamente en toda circunstancia, Rosario habla en castellano o en catalán. Nadie le ha escuchado una palabra en francés.

Al principio sus vecinos franceses pensaban que quizá se le daban mal los idiomas y estaba en proceso de aprender francés. Imposible, si lleva en Francia desde 1939, cuando acabó la guerra en España. Suponiendo que sea lenta en un aprendizaje (que tampoco es imprescindible, dada la cantidad de españoles que habitan en la zona), ¿ni siquiera sabe decir

oui

o

merci

?

Otras personas dedujeron que la causa podría estar en su timidez, en que fuera tan sumamente introvertida como para rechazar la integración en el país hasta el punto de no dirigir la palabra a la población local. Pronto lo descartaron. Cuando lo necesita, Rosario no tiene ningún problema en comunicarse con cualquier francófono, pero siempre, siempre, en sus lenguas nativas o mediante la mímica.

Poco a poco se fue difundiendo el verdadero motivo por la que esta catalana ya septuagenaria, ya conocida como

la femme qui ne parle pas français

, se comporta de esta forma tan extraña. La revelación solía correr de parte de los incautos e incautas que, periódicamente, abordan a Rosario para hacerle la pregunta. El rostro de la señora, hasta ese momento afable, se endurece y su boca se abre para desencadenar un discurso que siempre empieza con el mismo exabrupto: “Los franceses sois como los fascistas”.


La gran propagandista del textil catalán

Esta mujer de cuerpo pequeño y delgado y personalidad arrolladora nació en Vilanova i la Geltrú (Barcelona) en 1881. Con 14 años empezó a trabajar en una fábrica local y se afilió a la Federación de las Tres Clases de Vapor, una sociedad obrera que no estaba en sus mejores momentos tras la derrota de la huelga de 1890. Con 20 años de edad, Dolcet experimentó en sus carnes la opresión sobre las mujeres. Su relación con Antoni Soler la convirtió en pionera de las “uniones libres” en la localidad. El resultado fue su despido de la fábrica y, ante la imposibilidad de ganarse la vida, el destierro.

Para otra persona, haber tenido que escapar de tres ciudades durante los primeros 36 años de vida podría invitar a buscar cierta calma y relajación, pero en su caso se da el efecto contrario

Recaló en Sabadell, donde en esta ocasión pagaría por su militancia obrera. Su participación en la huelga de tejedoras de 1913, sin final feliz, la obligará a exiliarse por primera vez en Francia. Dolcet se tiene que marchar desde Sète a Montpellier. Esta vez el motivo es la propaganda antimilitarista realizada entre los soldados que salían hacia el frente de la I Guerra Mundial (por estas fechas Rosario aún hablaba francés).

En 1917 Rosario Dolcet regresa a Barcelona. Para otra persona, haber tenido que escapar de tres ciudades durante los primeros 36 años de vida podría invitar a buscar cierta calma y relajación, pero en su caso se da el efecto contrario. Dolcet organiza sindicatos textiles, primero independientes y luego en la Confederación Nacional del Trabajo, según esta se va convirtiendo en el sindicato de referencia en Catalunya. Habla en cientos de mítines y se pone al frente de los grupos de mujeres que asaltan comercios cuando hay huelga. Para cuando en 1931 llega la República, ella es una de las más conocidas cenetistas del país. Viuda —su compañero murió en los enfrentamientos de Mayo del 37— y derrotada, en 1939 toma rumbo a Francia.


“Por todo eso no hablo francés”

La comparación que hace Rosario entre franceses y fascistas no suele ser bien recibida por interlocutores que no pierden ocasión de recordar la contribución francesa a la derrota de los nazis y el fascismo en la II Guerra Mundial de la década anterior. Muchos se van, a veces tras un intercambio de insultos con esta insolente española que parece haber perdido la razón.

Otros se quedan con el utópico objetivo de convencerla de su equivocación. Dolcet les lleva a su casa. Les enseña las fotografías y recortes de periódico que tiene almacenados, principalmente de los años 1938 y 1939. El orgullo de los franceses va cediendo a medida que Dolcet despliega su arsenal. Ahí están las declaraciones del Gobierno francés insultando a los “indeseables” refugiados españoles, los gestos de apaciguamiento hacia Hitler, los acuerdos diplomáticos con Franco. También están las muestras de las condiciones de vida en los campos de internamiento franceses: Gurs, Argèles-sur-Mer, Rivesaltes. En cada uno, decenas de miles de españoles disfrutando de la ‘hospitalidad’ francesa: hambre, falta de agua potable, ningún resguardo ante el viento o la lluvia, abusos de los guardias.

Rosario abre las manos, abarcando todo el material. “¡Por esto, por esto no hablo tu idioma!”, insiste al francés que agacha la cabeza ante esta señora que acaba de tirar por tierra su orgullo nacional.

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