Norte de Castilla
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El triple ocho del primero de mayo
Ocho horas de trabajo, ocho de descanso y ocho de educación: era la consigna del primer 1 de Mayo de la historia,
organizará un gran manifestación internacional, a fecha fija, de manera que en todos los países y en todas las poblaciones, a un mismo tiempo, el mismo día convenido, los trabajadores exijan de los Poderes públicos la reducción legal a ocho horas de la jornada de trabajo». Aquella resolución adoptada en el Congreso Socialista Obrero Internacional celebrado en París del 14 al 21 de julio de 1889 suponía el origen de la manifestación obrera del Primero de Mayo, que justamente hoy cumple 125 años.
Y es que dicho encuentro también estipulaba «que una manifestación semejante ha sido ya resuelta para el primero de mayo de 1890 por la American Federation of Labor, en su Congreso del mes de diciembre de 1888, celebrado en San Luis», por lo que se decidía adoptar «esta fecha para la manifestación internacional. Los trabajadores de las diversas naciones deberán celebrar esta manifestación en las condiciones que les imponga la situación especial de sus respectivos países».
La fecha fue elegida en recuerdo de los «mártires de Chicago», víctimas de la represión que siguió a la huelga general del 1 de mayo de 1886 en Estados Unidos. Aunque socialistas y anarquistas reclamaban la jornada de ocho horas diarias, las discrepancias entre ambos no tardaron en salir a escena: los primeros optaron por trasladar la celebración al domingo, 4 de mayo, en previsión de la poca asistencia que tendría un jueves, y proponían una manifestación pacífica, mientras que los anarquistas apostaban por la huelga general revolucionaria. Los socialistas se impusieron en Madrid, donde Pablo Iglesias encabezó la manifestación, pero en Barcelona triunfaron los planteamientos de los anarquistas, por lo que tras la manifestación pacífica del día 1 el paro se prolongó hasta el 12 de mayo.
Valladolid y Burgos fueron las únicas capitales de Castilla y León donde tuvo eco la primera manifestación del Primero de Mayo de la historia; y en ambas triunfaron las tesis socialistas, en el sentido de celebrar el acto el domingo, 4 de mayo, y hacerlo de una manera pacífica y ordenada. Las crónicas del momento así lo atestiguan. En la capital burgalesa se había fundado en 1889 la primera entidad perteneciente a la UGT, la Sociedad de Guanteros «La Auxiliar», a la que luego se sumaron tres «sociedades de resistencia»: Carpinteros, Zapateros y Tipógrafos.
3.000 burgaleses
Las cuatro se encargaron de convocar la manifestación, que, según el rotativo ‘El Socialista’, sacó a la calle a cerca de 3.000 burgaleses. Las claves reivindicativas eran bien conocidas: jornada laboral de 8 horas diarias como máximo para los adultos, prohibición de trabajar a los menores de 14 años y reducción de dicha jornada a 6 horas para trabajadores de entre 14 y 18 años.
Comenzó a las diez y media de la mañana en el Teatro Principal con una pequeña intervención del «compañero Puertas», quien se encargó de dar paso a los principales oradores. Después de que «el compañero Cruz» arremetiese contra el Círculo de Obreros por considerarlo un instrumento de la patronal desleal a los trabajadores, el «compañero Lucio» citó, entre los principales ejemplos de explotación laboral, la situación de los jalmeros, que para ganar «seis miserables reales» debían cumplir 14 horas de trabajo al día.
Arriba, los ‘mártires de Chicago’, víctimas de la represión que siguió al 1 de mayo de 1886 en Estados Unidos. En las otros dos imágenes, Pablo Iglesias, fundador del PSOE y la UGT, a la salida del Teatro Principal de Burgos; y Casa del pueblo de Burgos, centro de las organizaciones socialistas. / Archivo Municipal de Burgos
Severiano Sáez precedió a los principales representantes de las cuatro sociedades de resistencia (Policarpo Pérez por la de Carpinteros, Francisco Domingo por los Zapateros, Francisco Gamero por los Guanteros y Lesmes Martínez por los Tipógrafos) y, acto seguido, una comisión de obreros, liderada por «el compañero Enedáguila», que portaba un estandarte rojo con la leyenda «Cuatro de Mayo. Ocho horas de trabajo», acudió al edificio del Gobierno Civil, en la Plaza de Prim, para hacer entrega a la máxima autoridad de un pliego con las reivindicaciones de la manifestación. El gobernador les aseguró que las transmitiría al gobierno de la nación y felicitó a los manifestantes «por el orden y la cordura que habían reinado».
Al contrario que en Burgos, los socialistas vallisoletanos aún tendrían que esperar un año más para constituir su primera sociedad de resistencia, por lo que la actividad reivindicativa del obrerismo organizado corrió a cargo de compañeros vinculados a la Asociación Internacional de Trabajadores (AIT), quienes se encargaron de organizar la movilización aquel 4 de mayo de 1890.
Según El Norte de Castilla, que al día siguiente publicó un número especial con información sobre las huelgas, en la vallisoletana participaron 1.500 personas entre manifestantes y curiosos. Comenzó a las tres y media de la tarde, amenizada por varios muchachos que vendían insignias consistentes «en un triángulo de latón amarillo, que tienen en el centro un 8 de gran tamaño y otros tres menores en el vértice de cada ángulo», en referencia al lema «ocho horas de trabajo, ocho de recreación y ocho de descanso». La marcha, encabezada por una bandera con fondo encarnado y una leyenda en negro que decía: «Asociación de Trabajadores. Reducción de la jornada de trabajo diario a ocho horas», transitó por las calles céntricas en dirección al edificio del Gobierno Civil, junto al Colegio de San Gregorio.
Nada más llegar, una comisión de 12 obreros, encabezada por Laureano Guerra, procedió a entrevistarse de manera educada con el gobernador, Juan B. Ávila, a quien hicieron entrega de un escrito, firmado por el propio Guerra, Eugenio Gascón y Nemesio Palacios, en el que reclamaban las ocho horas de jornada laboral. El gobernador prometió elevarlo al presidente Sagasta y alabó el proceder pacífico y ordenado de los manifestantes.
Solamente Agustín Moyano, conocido jornalero vestido «con la honrada blusa de trabajador», decidió romper el protocolo y protestar porque el Parlamento «se ocupa de las cosas jurídicas y no del malestar obrero», a lo que el gobernador replicó asegurando lo contrario. Luego terció un sombrerero para denunciar que las fábricas en las que trabajaban los de su gremio eran antihigiénicas, por lo que «se inutilizan más de veinte operarios al año».
El final no pudo ser más expresivo del ambiente conciliador que presidió aquel primer Primero de Mayo de la historia: el gobernador felicitó públicamente a los convocados por sus muestras de sensatez y cordura y prometió toda su ayuda e influencia ante las autoridades superiores. La multitud contestó con aplausos y al grito de «¡Viva Castilla!». Eran las cuatro y media de la tarde cuando los manifestantes se disolvían de manera pacífica y sin incidentes.